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Peludita y natural. Así me gusta que tenga la “cosita”, los cuernos saben mejor.
Esta historia lleva dos años de estacionamiento emocional, por consiguiente, las culpas han prescripto y las costas familiares saldadas.
Como decía hace dos años Doris y quien relata, adornamos la testa de Gustavo, con un buen par de cuernos.
Gustavo, cuñado en ese momento, compañero del fútbol sabatino, se ufana de tener una relación abierta con su mujer, me tenía harto de alabarse de lo bien que lo pasaban y sobre todo de tan buena que es en la cama y que tiene la “cosa” tan peluda.
Tanto así que me daba por pensar que la estaba promocionando o era un ofrecimiento encubierto, pero nunca me animé a avanzar sobre esa temática, un tanto escabrosa como para hablarlo tan de frente.
Un sábado, como tantos, pasé a buscarlo, Doris me hizo pasar, bata entreabierta, hasta bien arriba, exhibe generosa porción de ese cuerpazo tan esbelto y tan blanco. Tacones altos, algo poco usual para esas horas de la mañana de un sábado hacen más estilizadas sus bellas piernas, me conduce al living room meneando sus caderas. Tomé asiento mientras espero al amigo, se sienta sobre el brazo del sillón, frente de mí, para acomodarse uno de los zapatos, en la acción, accidentalmente, se le abrió más la bata y “la selva negra” púbica retuvo toda mi atención, ojos incrédulos escudriñan más allá de la imprudencia, absorto por esa intimidad que me tenía atrapado.
—¿Un... café? —Sonrió, cerró la bata con osada y morosa lentitud, jugando al gato y el ratón.
—Sí, sí... lo que digas.
Café mediante, hablando cualquier cosa, ella que no era nada tonta, había notado cierta turbación en mi ánimo y alguna muestra inevitable en mí de ese momento de latencia masculina, sabía que estaba ansioso esperando ver otro poco, deseando que el marido demorara una eternidad en volver, sus gestos decían tanto de una mujer que sabe cómo manejar la seducción y jugar con la ansiedad del hombre.
—¡Ah! ..., casi olvido, decirte que Gustavo, no está… Salió anoche, un viaje de apuro, falleció la tía, recién vuelve mañana por la noche.
Recostada sobre el brazo del sillón, diría que una pose artísticamente estudiada para propiciar que la indiscreta abertura de la bata exponga la renegrida vellosidad enrulada, su nada inocente descuido permite mi deleite lascivo y perderme en arrobada admiración.
—¿Qué pasa?
—Nunca vi tanto... y… ¡tan negro!
—¡Ah!... y… ¿Qué te parece? A Gustavo lo enloquece, ¿y a vos? —Desafió, un albur para elevar la apuesta, está mostrando sus cartas y espera...
Acepté el reto, descubierto, no tuve más remedio que mostrar las cartas, los calores que me subían desde los genitales taparon la prudencia, la excitación soltó el freno y aceleró la acción. De súbito, de pie, entre sus piernas tomé la cara entre mis manos y la besé. Nos besamos de lengua. El calor húmedo de su boca me subió en la espiral de la excitación, deshice el lazo de la bata, despojé de la cáscara de raso, blanca piel se deja a la caricia y al beso ardiente.
La erección oprimida en el jean se frota contra la espesura negra de su “cosa”, vibra y sacude al contacto. Abre sus piernas para favorecer el contacto, que sienta el calor interior del peludo orgullo del cornudo ausente.
En el camino a la cama perdí la ropa, desnudos y abrazados nos revolcamos. Las bocas intercambiaron salivas y mimos, los dedos exploran la selva negra, tragados por el abismo húmedo recorren el interior de la caverna, las delicias del contacto digital la hacen vibrar y aullar como los lobos a la luna llena. Sus gemidos llenan de música, el aroma que emana su cosa peluda embriaga los sentidos y enciende la hoguera del deseo más ardiente. Ella me agarra del miembro, juega pajeándola para incrementar a full las ganas de cogerla.
Levantó las piernas, abrió del todo, el matorral piloso quedó en primer plano, la jugosa valva rezuma jugos que brillan a la sombra del vello deliciosamente enrulado. Qué razón tenía el cornudo de Gustavo, poder llenarse los ojos de una cosita sabrosa condimentada de vellos tupidos y emprolijados aportan el valor agregado del deseo, compiten y salen ganando en la comparación de tantas cosas lampiñas, que encontrar una de este porte es algo digno de admirar y apreciar entre las delicias gourmet como el mejor alimento afrodisíaco del comensal lujurioso.
El choto, erecto, la incipiente calentura asomando desde el ciclope de su cabezota brillante, desbroza el suave vello, se lanza con vehemencia a lo profundo de la caverna, pasionalmente salvaje, a lo bestia, tal como impone el manual de la calentura repentina.
—¡Así, así! ¡Quiero más! —Aúlla sin freno, desbocada, perdiendo los estribos, levando las anclas para navegar en el mar de la infidelidad y naufragar en los cuernos a manos de su cuñado. Sonría mientras pensaba, que todo quedaba en familia.
Lujuria avasalladora, máquina de coger, sin límites ni contención, insaciable a la hora del placer, dos orgasmos larguísimos, agarrada de mis nalgas quería meterme más adentro de los límites físicos. No paró de gemir y aullar, rostro desencajado en loco goce, le daba para que “tenga y guarde”, atravesarla con el choto, sentía el fondo del útero, autista en el goce, seguía en lo suyo.
— Más, más, ¡más!
Consecuente y obediente estaba para cumplir sus deseos más ardientes, elevé su pierna izquierda, subido el pie junto a mi cara, asido del muslo con mis manos, colocado casi en una tijera, podía entrarle todo el grosor de mi poronga, bastante más gorda que la del cornudo ausente con aviso, le doy el sexo salvaje. Los gemidos agradecen el tratamiento brusco y desmedido, la calentura promueve otro orgasmo, y van… hasta perderse en el fragor de la cogida estruendosa.
En medio del carnaval de acabadas de Doris, eyaculé con todo, dentro, sin aviso previo, me dejé perder en su cosa peluda.
—¡Sí, así, ¡qué lindo, más, más! —El chorro incentivó sus vibraciones y hasta un postrer orgasmo a modo de coronación de una estruendosa acabada.
Extasiado por un delicioso polvo, que como todos sabemos, cuando se producen fuera de programa, siempre son los que nos llenan de placer. Doris, vuelve del baño, como dios la trajo al mundo, la cosa peluda resalta contra la blancura extrema de la piel, mis recuerdos solo tienen archivo de vellos recortados o depilados, esta visión realza y enriquece la memoria visual de un calentón. Focaliza mi fantasía, me “aboco” sobre la fronda a buscar el manantial de jugos, hurgué con la lengua y retornaron los aullidos, el clítoris quedó atrapado en mi boca, el shock la sacudió, me atenazó entre los muslos.
Después del segundo lingual, breve paseo por el 69, se arrodilla, de bruces sobre la almohada, se entrega permisiva y sumisa. Piernas separadas, labios gruesos barnizados de jugo, el culo elevado incita ser poseído en cogida impetuosa y desaforada, la zona anal la tiene deliciosamente tratada, es evidente que la “tira de cola” se robó hasta el mínimo vello de la zona “del marrón”.
Comenzamos por la peludita, pero en el metisaca resbaló “por accidente” y “se” entró por el orto, sin llamar, y se le escurrió bien adentro. Con la escasa lubricación se puede sentir el fragor de piel a piel con toda la intensidad, goce del macho y molestoso goce de la hembra, el mejor combo para un polvo de antología por el culo de esta belleza tan blanca y ardorosa.
La cabeza se mandó por el canal, sin pedir permiso. Intentó salirse, en vano, volqué todo el peso sobre ella para asegurar la ocupación ilegal. Meta y ponga intenso, consumé el derecho de goce a fuerza y calentura, me demoré en gozarla omitiendo puteadas y reclamos de la sometida. En ese momento pensamos en Gustavo y le dije mientras le entraba de forma algo más salvaje, “coronado de gloria a morir”, acompañando con un par de ruidosas nalgueadas, enterrando toda la verga dentro de mi puta cuñada.
— Hijo de puta, ¡más despacio que me matás! ¡Despacio guacho! ¡me lo vas a desgarrar puto de mierda! —vocifera y putea a discreción, mientras el macho responde con nalgadas, enterrándose en lo profundo del culo de Doris.
Los gritos y sacudidas me recalientan, nuevos bríos, le doy “a todo trapo”, respondo cada insulto con una nalgada, cada gemido con un empujón. Nos dejamos llevar en la vorágine “culinaria” estábamos cocinando un exquisito polvete anal, y ella apunto de tragarse mi leche.
Culmina la culeada cuando descargo la enema de esperma con toda la fuerza. A pesar de la violencia ejercida en el tramo final, concluyó del mejor modo, aunque la “guacha” quedó reprochando haberle reventado el culo y dejado ardiendo y marcadas mis manoplas en sus nalgas. Sonreímos por el delicioso deleite de compartirnos en el placer de un polvo, tan urgente como imprevisto, pero digno de volver a repetirlo.
—¡Me gustaron tus nalgadas! ¡Que se repintan! ¿esta noche estoy sola…?
La respuesta quedó flotando, las ganas navegando en las tranquilas aguas del relax y los cuernos coronando la testa de mi cuñado.
Nazareno Cruz
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