“Ámame” susurraba ella a la noche, mientras se abrazaba bajo las mantas, acariciándose las piernas, torneándose los pechos, estrujándose cálidamente el vientre “ámame” y se besaba la yema de los dedos, humedeciendo sus huellas con la lengua “ámame” transportaba sus manos a las regiones indómitas de su sexo, abriendo sus pliegues y enterrándose en el pozo de su virginidad “ámame” se cogía con fuerza a la almohada, disimulando sus gemidos enterrando la boca en la tela “ámame” y deseaba que su repetida letanía saliera volando “ámame” que se despidiera de ella en la puerta “ámame, ámame” y fuera justo a la habitación de al lado “ámame, ámame, ámame” poblada por su hermano.