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Categoría: Voyerismo

¿Escapar ante al pirata?

SA 14.2, ¿Escapar ante al pirata?
Aquí continuamos con el relato de Donna, La Sirena Atrapada....
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Ya sabrá usted que un pirata iba a llegar a mi harén para comprarme de mi dueño y llevarme chillando y peleándome de delante, concepto me aterraba como nunca en toda toda mi vida adulta. Digo que con esperando el asomo de aquél pirata nada podía comerme por los días, y con las noches, ¡ay! - ¡ay! - ¡con las noches yo amaba a mi dueño como una fiera para que al día de la verdad él no quisiera venderme a nadie!

-Pero no me vendas, ¿sí, mi amor?, -le pedía dulce y agotada con las mañanas,

-No te vendo, -me prometía; y entonces me decía, -Ya vete, que las maestras te llaman a ensayar.

A ensayar, sí, ¡que no obstante un pirata inmundo fuera a comprarme a cada instante del harén yo sin embargo tenía que bailar clases todas las mañanas como si nada! Mañana con mañana yo tenía que bajar la escalera de mi dueño y rendirme a las torvas instrúctrices de bailar, a la vez reuniéndome por otro largo día con las otras desnudas concubinas.

- ¡Ay, no, señor!..., -al dueño le protestaría, -No me mandes a bailar las clases, ¿sí?, sino mejor me repose aquí, desnuda a tus pies,...

-Sino mejor que te ensayes, -me respondría, -...y después, tendrás toda la tarde para reposarte desnuda con las otras.

Las otras concubinas - ellas para entre las cuales yo tendría que andar suelta y desnuda durante once horas después de las clases - se veían igualmente aterradas que yo ante el espectro del pirata. Ellas se suponían que aquél asesino no se saldría satisfecho con comprarme a mí sola, sino tras ver el desnudo bailar de la danza entera - hospitalidad que sin duda conseguiría de mi dueño - al bárbaro se le ocuriría a comprar a otras además que a mí. Así, era natural que las otras del harén anduvieran aterradas; y por supuesto, con la locura de su terror, me la echaban sobre a mí la culpa por todo y todo y todo.

-¡Chissss...!, -se me eseaban las concubinas mientras yo bajaba la escalera del dueño.

-¡Rápida!..., -me mandaban las instrúctrices.

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Para con las maestras de bailar mi apetecible ante al dueño no les importaba nada, sino igual que a las otras se clavaban minuciosamente en mi adaptación de los pasos de mañana en mañana. Durante dos horas nos trabajarían mucho, no ya del mover de las desnudas brazos y piernas sino hasta del trémolo de las carnosas desnudas nalgas y muslos, lo cual trémolo yo tenía que mostrar ya pronunciado con los brincos de ciertas barras de la música y más templado con otras, y todo siempre según dibujara el otro lujuriante coreografista norafro-romanesco.

Así, con las semanas antes de saber del pirata yo obedecía con alívio cuando las maestras nos despejaban de las clases con el mando, -Entrense en el Gran Salón platicando y sonriéndose muy grandes, -eso tras advertirnos que practicáramos los pasos de vez en cuando mientras degustásemos de las horas de libertad desnuda en frente.

-Con una tarde de siete horas, practiquen cinco veces, so pena de varilla con la noche, - nos advertían, -Cinco minutos aquí y cinco minutos acá practiquen, a cual mujer practicándose a su propio antojo,....

-¡Pero qué pendejos son las instrúctrices!, -nos acordaríamos yo y las otras concubinas con nuestro rato libre antes de saber del pirata.

-Nos tratan como si teman que harríamos mutín si una vez nos llamaran "Concubinas" en vez de "Todas," ¿sí?

-¡Se nos cimbrean sus varillas como si acabáramos de llegar muy fieras al harén solo ayer mismo, -dicidimos, -tras vernos captadas en incursión de esclavistas contra algún tribu fronterizo!

Con aquéllas semanas antes de saber del pirata, tales quejas de poca monta nos las compartíamos por ser simpáticas las unas con las otras mientras chapoteábamos salvas y desnudas en la piscina de vadear, o mientras paseábamos desnudas en un jardín encerrado, o mientras sentábamos sobre tal cual alfombra del Gran Salón aguantando aburridas ya otra larga tarde de mucha libertad desnuda.

Pero cuando las otras desnudas supieron que el pirata se nos iba a llegar - y tras echaron la cupla a mí - ya no más me invitaban a pistearme o charlar o practicar con ellas, sino me atacaban con sus palabras y me injuriaban con miradas muy malas. Y estando que ninguna de nosotras sabía el día que llegaría el pirata, todas veníamos cada vez más sacadas de juicio con el transcurso de los días interminables.

En fin, todas venían a regatearme así a cada turno,

-¿Por qué no te escapas de aquí, jamona? Que si tú no estuvieras, el pirata no tendría para que venir aquí.

Escaparme, sí, ¡Pero yo no deseaba a escaparme del harén! Era que yo amaba de verdad a nuestro dueño y lo creía cuando prometía a no venderme. Ese fúcar hermoso me fascinaba como ningún otro macho que nunca había conocido, y me daba gustos tremendos al sentirlo amarme, tanto en sus aposentos como en los jardines y en las aguas de sus baños y piscinas particulares.

Más importante, yo creía que me fuera ya embarrazada con el hijo de él, así que yo tenía - ¡yo tenía! - que creer a ese gran dueño cuando me prometía a no venderme, ni siquiera si tuviese que dársele al pirata a todas las otras del harén en mi lugar. Y si en fín me sí vindiera, y el sadista de pirata me pusiera a cien mil tormentas, al dar a lúz al bebé de mi dueño limpio yo se lo presentería al pirata mismo diciéndole que fuera su propio hijo; y a fin de cuentas me sería madre honrosa, si bien de un pequeño pirata.

¿Ve usted? ¡El mundo rico y simpático y desnudo y comodito al que me degustaba durante siete semanas de cautivario salvo ya se me había vuelto de pura pesadilla! ¡Con últimos días y las otras concubinas injuriando y eseándome cada vez más peor, digo que más prefería ensayarme indefensa ante las varillas de las instrúctrices antes que andar con la libertad del harén para entre tantas mujeres agitadas!

En fín, las concubinas me amenazaron a matarme.

Una tarde mientras María y yo paseábamos en un jardín así para apartarnos de las demás, se nos acercaron cuatro bonitas desnudas. Eran las cuatro favoritas que-fue del dueño, siempre listas, siempre muy celosas conmiga.

-Cuidado, magnífica, -me aconsejaron, -... que en este harén hay quienes contemplan en ahogarte en la piscina de vadear. ¿Ves? Así, con tú ya muerta el pirata no tendría razón para venir aquí. ¿Ves tú? Más nos vale a todas,... -se me razonaban, - Más nos vale a todas que tú sí te escapes de aquí.

-¿A cómo escaparme?..., -les empecé a explicar de nuevo las muchas razones por las que yo no podría escaparme: que al pasar las murallas del harén en la noche yo no sabría cómo hacer, una mujer desnuda corriendo de zarza en zarza en las tinieblas negras, etcetera, etcetera. ...Pero era que mis argumentos de siempre ya no quisieron salir de mi boca, sino se me desvanecieron ante el espectro de mi asesinato por las otras mujeres.

Era que, con haber amenazado a matarme me habían tocado la cuerda sensible.

-¿A cómo escaparme? -les dije de nuevo, lo que no era una pregunta, sino una decisión: Sin vida no se me habría ningún bebé, ni ningún macho, ni mi gran amiga María, ni una piscina de vadearme, ni nada.

-Te vamos a decir toda la manera de escaparte, -me respusieron las listas, -Y todas las otras concubinas están de acuerdo de que debas aceptarlo. Por lo tanto escucha bien, magnífica, ¡para que no te ahoguen en la piscina de vadear!

---

Dos días más tarde se me había llegado el día para que me escapara con la noche.

Con la mañana de aquél día me encontraba ensayándome ante las instrúctrices como siempre, pero por más yo deseaba fingirme de regular yo no podía bailar con mi enfoco de costumbre, que todavía me faltaba tanto de comer como dormir, y muchas incertidumbres bravas me distraían.

Me aterraba el idea de escalar desnuda en la noche la muralla del jardín del norte del harén, cosa que yo había acordado a hacer que quierra que no quierra. Me aterraba que mi escape se fracasaría, y por resultas de lo cual que mi amado dueño se me enfadaría y me vindiera al peligroso sadista de pirata. Me aterraba la posibilidad que "los guías" que las listas favoritas habían contratado a esperarme al otro lado de las murallas se saldrían de ser monaguillos del pirata mismo - estacionados allí para que con mi captura por ellos el harén ya se salvara del pirata a la vez que el pirata me ganase sin pagar mi precio a mi dueño.

Peor, no obstante el plan para escaparme anduviera en la boca de todas del harén, me aterraba que unas concubinas muy aterradas me ahogarían aquélla tarde misma sin necesidad - (¡sin necesidad!) - una vez anduvieramos sueltas de las clases. Además, repito que me dolía abandonar al dueño, al que de verdad yo amaba. María iba a escaparse a mi lado, y las favoritas nos prometían que los guías tendrían consigo bastante ropa extra para velar toda la verguenza de las dos.

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Con el desarollo de las clases me estaba faltando de los pasos, pero por algo las instrúctrices no me dieron de ninguna parte de mi cuerpo.

-¿Qué sucede?, -yo pensaba. -¿Por qué no me habrán dado?

Además me preguntaba, -¿Puede ser que me traspaso con intención ...para qué las instrúctrices nos queden a más tiempo al entrenamiento y así me queden segura a más tiempo ante a las locas concubinas?

En fin, la respuesta no importaba.

-Con su rato libre,... -nos estaba diciendo la instructríz mayor, -...practique a cual sus pasos. Cinco veces practiquen, cinco minutos aquí y cinco minutos acá,....

-¿Pero ya se terminan las clases? -me sorprendía para mis adentros -¿¿Tan temprano??

Volví la cara para buscar a mi amiga María para entre la danza desnuda.

-Tan temprano, sí, -me respuso con cara simpática. Ya habíamos cumplidos las dos horas de siempre.

-Y bien, -yo pensaba. Ya no me quedaba sino a seguir al plan. Con la tarde libre en frente, María y yo nos esconderemos de las locas concubinas en un jardín, y allí ella me velaría, guardándome contra cualquier atáque mientras yo durmiera hondamente en sus brazos - eso tanto para restituirme tras desvelarme ante al dueño como para fortalecerme ante la fuga demandosa que se tramaba con la noche entrante. Tal vez buscaríamos unas manzanas y fresas hortaleras para nutrirme, y no entraríamos en el Gran Salón salvo cinco muy breves veces - para mostrarnos bailando cinco minutos aquí y cinco minutos acá los cinco practiquitos de antojo que debíamos mostrar para evitarnos la varilla con nuestra última velada de cautivario.

-...Ni faltar ninguna, so pena de la varilla con la noche. -concluyó la instructríz.

Entonces, con el sol faltando ya noventa minutos para llegar a su punto de mediodía sobre el harén, ella dió dos palmadas agudas y nos mandó en voz alta, -"Entrense en el Gran Salón platicando y sonriéndose muy grandes."

Con aquéllo, las otras instrúctrices dieron otras palmadas de mando y nos llamaron, ¡Todas al salón! Las cincuenta - las "todas" - obedecimos con gracia, y movíamos hacía al Gran Salón del harén, lugar de juego y reposo y piscina de vadear diseñado para refrescar una danza desnuda hora con hora bajo el inescapable ver de los ricos balcones de nuestro dueño. ¡Por cierto que todas platicábamos y sonreíamos muy grandes rumbo al salón para no vernos llamadas a regresarnos a las tablas y más ensayos!

Yo, siempre algo sucitada con tal desfile y tal gorjeo femenino a tal momento de libertad, le platicaba en voz alta a mi amiga, María, -¡Mira, que no me dieron por más me traspasaba!, -esto le compartía sonriéndome y mostrándole mis limpias nalgas desnudas mientras andábamos. -¿Qué significaría eso, eh, amiga? -le propuse.

-¡Pero qué nalgas más venustas son tus globotes!, -retornó María en voz igualmente alta y excitada. Y después de un momento me dijo, -¡Te voy a besar de boca a boca cuando logramos a pasar la muralla esta noche!...

Yo tragué saliva, todavía incómoda con el concepto de nuestra fuga solo catorce horas en frente. -¡Sí, amiga!, -me le acordé, -¡Compartiremos un gran beso una vez pasamos aquélla muralla!

Pero en aquél momento el desfile en frente se derrumbó en una cacofanía de chillidos de mujeres apanicadas, que allí arriba, en el balcón mayor de mi dueño, ya se había asomado el pirata espantoso, ¡él que tanto nos habíamos medrado!! Se llevaba una sonrisa sí, muy fea, y saliendo de para entre sus dientes se nos emanaba un apeste de rón y purros ráncidos.

¿Sería mejor que me ahogaran?, -le pregunté a María, empezando a apanicarme a mí misma.

María me pinchó de la brazo superior con intención de mantenerme a mi cuerdo.

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A continuar ...
Datos del Relato
  • Categoría: Voyerismo
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