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Horacio estaba en plena adolescencia, la etapa en que el rocé con las cobijas provoca las más potentes erecciones. Todas las mañanas amanecía con su tienda de campaña. Unos se desarrollan y crecen más que otros, Horacio era uno de estos. Parecía mayor a su edad. Por su desarrollo acelerado. En la escuela era asediado por las chamacas menores a él, por su apariencia de hombre mayor. De por si Horacio tenia buen porte. Complexión robusta pero la obesidad no era parte de él. Soportaba pacientemente el asedio, pero él también tenía sus preferencias, y estas estaban junto a las más desarrolladas. Chicas dotadas con más carnes. A él le gustaban de pechos grandes y nalgas opulentas. Su hermana Susy veía con desencanto, que ella pasaba a segundo sitio. Su hermano ni siquiera la miraba. Sentía celos, ella era solo un año menor que Horacio. A diferencia de él, Susy no se había desarrollado tanto, ella, apenas mostraba algunos síntomas. Horacio había perdido interés en sus juegos. Juegos que se habían tornado muy atrevidos. Apenas hacía unos cuantos días, su mamá los había sorprendido en uno de sus juegos prohibidos. Ella, había sido la más castigada, es más estaba segura que su mamá no le dijo nada a Horacio. En cambio, a ella hasta unos azotes le dio en las nalgas, incluso bajándole sus calzones. Pero, había sido tan hermoso como Horacio le había besado, primero tímidamente, y al final, casi con violencia respirando agitadamente. Y ella tan excitada como él, permitiendo de tal forma, que hiciera lo que deseara con ella, como sintió desfallecer, cuando Horacio levantó su falda, y comenzó a hurgar en su entrepierna. Como burló el resorte de sus pantaletas y hundió su dedo en su casi imberbe hendedura. Ella lanzó un suspiro ante el asalto a su intimidad. Horacio había recorrido su rendija y ahora estaba picando la entrada de su vagina. La labor del dedo intruso logró excitarle bastante. Tanto, que cuando Horacio dejó de hacerlo se sintió abandonada. Pero este lo hizo para sacarse la verga en el estado que pueden imaginar, erecta y desafinate. Horacio se le quedó viendo con fuego en los ojos y Susy se estremeció al sentirse deseada. Horacio le abrió las piernas y se acomodó entre ellas. Por un instante intentó meter su tranca en el resorte de la pierna, pero desistió casi de inmediato. Encima de ella, besándola con ternura, deslizó su aguijón formando un surco en las pantaletas, copia fiel de su rajita. Horacio la atacó con fuerza, y aun cuando no fue penetrada, la sensación que le causaba el cacho de carne dura, era muy grata. De pronto, Horacio aceleró sus movimientos y enseguida Susy percibió el calor del líquido que Horacio expulsó sobre sus pantaletas. Ella se sintió feliz, pues Horacio la veía con ternura, y ella era la causa de que él se sintiera así. Hasta aquí todo parece normal. Pero la intervención de su madre le dejó cierta sospecha. Susy estaba segura de que su madre los había observado todo el tiempo. Estaba enojada, sí, pero la mirada de mamá tenía una expresión de excitación, que no la puedo olvidar. Sobre todo, cómo miraba la verga de mi hermano, como con codicia. La forma en que le habló no denotaba coraje, casi musitando le dijo:
—vete a tu cuarto.
Me levantó del piso pues la sorpresa no me dejó reaccionar. Traía un cinto en las manos y me obligó a bajarme los calzones. Tres azotes me dio con una furia que nunca me había mostrado. Por esa razón, porque casi me convirtió en mujer, adoro a mi hermano Horacio. A partir de entonces las cosas entre mi madre y yo no funcionaron. Ella me trataba como si fuera una competencia. Al menos así lo sentí. La verdadera competencia para ambas, estaba en la escuela. Las chicas se derretían por mi hermano y le daban lo que él les pidiera. Tenía un profesor mi hermano, cosas del destino. Tuvo un accidente y fue sustituido. No sabemos qué le pasó ni cuál es su estado. Mi hermano iba a la escuela, pero no tenía clases. Como un mes después, llegó el reemplazo resulto ser una maestra. Hortencia de nombre, en honor a la verdad, era una mujer muy hermosa dotada de un cuerpo bastante atractivo. Cuando conoció a Horacio, o mejor dicho cuando se conocieron, la atracción fue de ambos. La maestra disimulaba su atracción en el hecho de ver a mi hermano tan crecido.
—pareces un hombre hecho y derecho Horacio.
La relación entre ellos se dio muy rápido, solo un ciego no se daría cuenta. Para fortuna de la maestra solo quedó en el dominio de los estudiantes. Horacio comenzó a salir más tarde del colegio, esto no fue algo que pareciera extraño para mamá. Tomando en cuenta que solo yo sabía el motivo en casa. Esa tarde, me quedé esperando a que Horacio saliera, pero no fuera del colegio. Me metí al sanitario para que nadie me sacara. Cuando no oí una sola voz salí de mi escondite. Aun así, busque ser sigilosa en mi camino al salón de Horacio. De alguna manera esperaba lo que vi. El ritmo de la respiración de la maestra Hortencia, era apresurado ante el atrevido ataque a sus encantos. Sin embargo, estaba muy lejos de resistirse; sin duda le resultaba excitante el jugueteo.
—Tócame —murmuró— Te doy permiso.
Horacio hizo eco a la tentadora invitación. En verdad, él tenía esa intensión, mas ahora con la venia, sus expectativas eran mucho más prometedoras. Internó su mano más adentro. La solícita profesora abrió sus muslos dando más libertad a su exploración. Muy pronto su mano alcanzó los sensibles labios de su codiciada rendija. Durante los siguientes diez minutos, la pareja permaneció unidos por sus labios. Sólo su respiración delataba la intensidad de sus sensaciones, que los conducía inexorable a la embriaguez lasciva. Horacio percibió como su clítoris adquiría rigidez bajo sus ágiles dedos. Bajo el hechizo de aquel instante Hortencia cerró sus ojos, y dejó caer su cabeza hacia atrás, se estremeció ligeramente, al tiempo que en su cuerpo sucedía un relajante estado lánguido, y su cabeza encontraba apoyo en el brazo de su asaltante.
—¡Horacio! —susurró— ¿Qué me estás haciendo? ¡Qué deliciosa sensación me provocas!
Horacio no permaneció ocioso, habiendo explorado todo lo que le permitía la forzada postura, se levantó, entendía la necesidad de satisfacer la pasión, que con sus caricias había generado. Tomó la mano de Hortencia y la posó sobre su tiesa tranca. Con esto voy a producirte mucho mayor placer que el que te he suministrado con mis dedos. La renuencia no estaba apoderada de Hortencia, al contrario, sujetaba el duro pendiente de mi hermano y lo frotaba con ternura. Horacio estaba complacido al sentirse empuñado por tan ardiente hembra, orgulloso de que la mujer haya acogido su erección con beneplácito. Hortencia contemplaba el miembro masculino en plena manifestación de poderío. Y comprobar con satisfacción, que era de tamaño formidable. El tronco y su roja cabeza, de la cual, se retiraba suave la piel, cuando ella deslizaba su mano a lo largo de él. Horacio igualmente enternecido. Su mano caliente seguía recorriendo el preciado tesoro del que muy pronto tomaría posesión. Mientras tanto Hortencia jugueteaba con el juvenil miembro y observaba los efectos que se manifiestan en cualquier hombre sano y vigoroso. Absorto debido a la flexible presión de la mano, los agradables apretones, y la experiencia con que su profesora retiraba hacia atrás la piel que cubría su erguida tranca, y descubrir su roja testa enfebrecida de deseo, y su diminuto orificio presto a expeler su viscoso brindis. Horacio estaba complacido la lujuria se había apoderado de él. Hortencia era la primera mujer bajo ese estatus que lo recibiría en medio de las piernas. Hortencia era presa de sensaciones que la impulsaban hacia un impetuoso delirio de pasión, que le hacía codiciar un desahogo por demás conocido. Sus ojos entornados y entreabiertos, sus frescos labios, la piel sudorosa y encendida causa de impulsos que se manifestaban en medio de sus piernas. Era víctima entregada de manera voluntaria. A pesar de su juventud. Horacio no era tan ciego en las lides sexuales. Quizá no de la manera idónea pero ya había copulado con varias de sus compañeras. Tener a Hortencia de aquella forma no era para dejar escapar tan gentil ocasión. En ese momento su deseo era lo más importante que pensar en consecuencias o trastornos. Para nada le importó en ese momento que Hortencia tuviese marido.
Su pasión, lo estimulaba a seguir más allá, sin importar la sensatez que de otra manera le hubiera desanimado. Palpitante y húmeda halló la vulva donde batía sus dedos; la recostó sobre el escritorio y observó a la hermosa mujer tendida despojada de sus calzones. Lista para un agasajo por medio del sano deporte de la fornicación. Escuchó sus suspiros, que a la par provocaban subir y bajar sus senos, Las piernas como dos columnas de mármol, acaparaban las apasionadas miradas del joven, enseguida las níveas caderas, y su plano vientre. Y entonces posó su ardiente mirada, en la rosácea rendija situada al final del prominente monte de Venus, totalmente oscurecido por una abundante mata de pelos. Las caricias prodigadas a su fuente de placer, provocaron el flujo de humedad que sucede debido a la excitación, Hortencia ofrecía su rendija tan antojable como un fruto dulce y jugoso, bien marinado por el mejor y más dulce lubricante propio de su naturaleza. Horacio presintió que era su oportunidad, y privó Hortencia sutilmente de su miembro, y atacó ansioso su tendida figura. Rodeó con su brazo su cintura, los labios del impetuoso muchacho se posaron en las mejillas, su cálido aliento, se esparció sobre su cuello. Sus labios chocaron los de ella, en un largo, y apasionado beso. El contacto de sus cuerpos era muy estrecho, pero aun no tomaban parte activa sus sexos actores esenciales en el placer sexual. Horacio comenzó a afanarse por consumar la unión. Hortencia sintió el contacto maravilloso del viril órgano en los labios de su hambriento orificio.
El ardiente contacto con la cabeza de la juvenil verga de Horacio la estremeció visiblemente, y le hizo anticiparse al placer, su adorable nido dejó escapar una abundante muestra de su naturaleza. Ella era una mujer en plena madurez y su cuerpo, lleno de belleza y protuberancias. Lo suficiente preparado para la recepción del miembro masculino. Así que movimientos moderados no debían ser considerados. Su intrusa cabeza, encontró alojamiento en aquella ardiente fosa y se hundió en ella hasta desaparecer por completo. Exaltada de pasión Hortencia disfrutó la separación de sus viscosos pliegues, alojando aquel gigante con verdadero beneplácito. A partir de ese momento se entregaron por entero a sus delirantes sensaciones. Y unían sus esfuerzos chocando sus caderas violentamente. La vagina de Hortencia se había estrechado y aplicaba una dulce ventosa alrededor de la verga de Horacio. El cuerpo de ella se estremecía delirante e impaciente. Sus labios pronunciaban cortas frases delatoras de supremo placer. Su tembloroso cuerpo y toda su alma entregados a las intensas delicias de la copula. Los músculos internos de su vagina se contraían con fuerza para sujetar el poderoso aguijón que le tenía ensartada. Esa delicada estrechez de la húmeda funda, justa como una venda, mantenía exacerbados los sentidos de Horacio. Hundió su estoque hasta tocar pelo, hasta que los testículos abastecedores de su virilidad chocaron con los redondos cachetes de las nalgas. No podía avanzar un centímetro más, y se quedó estacionado dentro de ella. Pero ella, insaciable en su fiebre carnal, se impulsaba contra el duro objeto de su placer. Se acunó en los brazos de su amado, con quejidos de intensa emoción y tenues grititos de deleite. Hortencia dejó escapar un abundante chorro producto de un súbito orgasmo que, en busca de escape inundó los testículos de Horacio. Al darse cuenta del placer que le acababa de procurar, y percibir el flujo que tan profusamente había derramado sobre él, motivó en él un ataque de lujuria, que imparable inundó sus venas. Su verga cual embarcación naufragada, se encontraba totalmente hundida en las entrañas de Hortencia. Despegándose de ella sustrajo la ardiente verga casi hasta la cabeza y la volvió a hundir. Fue el postrer hundimiento de su bergantín.
Un cosquilleo crispante, y enloquecedor se apoderó de él, dejó caer su cuerpo sobre el pecho de ella, en el mismo instante en que gritó haitó de placer. Padeció su propio jadeo sobre el pecho de ella, mientras expulsaba en el interior de su vagina, un enorme torrente de semen con los ojos en blanco, como postrer señal de ofrenda a la vida.
Me retiré tan sigilosa como había llegado. Esperé a mi hermano lejos del zaguán de salida. Media hora después salieron sin notar mi presencia. Caminaron varios minutos tomados de la mano, después se dieron un beso y tomó cada quien su rumbo. Quien podía imaginar lo que acababan de hacer. Solo yo lo sabía, como también sabía que debía llegar junto con Horacio a casa. Ese día estaba destinado a ser lleno de sorpresas para mí. Mamá nos obligaba a dormir con la luz prendida, seguramente tenía sus razones. A pesar de habernos descubierto, seguíamos compartiendo la habitación, Horacio y yo.
Ella, acostumbraba patrullar nuestra habitación, lo sé, porque varias veces la vi abandonar nuestra habitación, ya entrada la madrugada, siempre a diferente hora. Esa noche fue muy inquieta para mí, el hecho de haber presenciado como mi hermano se cogía a su profesora, dejó mi mente y mi cuerpo llenos de deseo. No pude dormir casi en toda la noche. Y después de lo que presencié menos lo pude hacer. Oí pasos en el corredor, no tenemos padre así que solo mi madre podía ser. Permaneció inmóvil unos segundos en la puerta, después, tratando de no hacer ruido ingresó a la habitación. Llevaba puesta su ropa de dormir, una bata simplemente. Rodeo la cama de Horacio como buscando un mejor ángulo. Finalmente tomó lugar por su lado derecho quedando justo frente a mí. Era muy extraña la manera en que mamá miraba a Horacio. Se sentó en la cama y observé como mamá se apoderaba de la virilidad de Horacio que por su potencia se levantaba entre las cobijas. La escuché claramente murmurar; Hijito, realmente tienes una verga enorme. Mmm. Y está tan dura que seguramente quiere que mamita se la meta en la boca. Quitó las cobijas y la verga de Horacio saltó como un resorte, él estaba desnudo. Miró unos segundos la enhiesta vara de mi hermano, enseguida ella abrió la boca tan amplia como pudo y se la empujó profundo hasta su garganta, la vi varias veces descender a lo largo de su garrote. La saliva escurrió a lo largo de su barbilla rodando sin control hasta sus pelotas. Estoy segura que eso lo hacía constantemente, ahora entiendo las preferencias. El pedazo más grande de pescado, la porción más generosa de cualquier alimento, los regaños y castigos más severos para mí. Abandonó un segundo su goloso afán y la miré abrirse la bata, con sorpresa descubrí que mamá no traía calzones y desesperada metía sus dedos en su sexo. Una expresión indescifrable se posó en su cara. Relajante tal vez en medida que ella frotaba más rápido su sexo. Mamá tomo la verga de Horacio y lo apretó quizá mas de la cuenta. Porque el emitió un leve quejido. Esto, no parecía afectar a mamá, pues seguía enterrando sus dedos en su oquedad, y en su ansiedad jalar más fuerte la verga de Horacio. Con los ojos cerrados mamá no se dio cuenta que Horacio abrió los ojos, cuando mamá intentó volver a succionar su nabo Horacio le habló:
—¡oh si mamita! Chupa mi verga.
—hijito, no sabes como he deseado todo esto, será un regalo hermoso para tu madre.
Horacio asaltó a mamá. La jaló bruscamente haciéndola caer pesadamente en la cama.
—te vas a comer el osito de mamita.
Horacio aceptó con una sonrisa. Mamá se quitó su bata y la lanzó lejos de ella. Completamente desnuda, parada con un pie en cada costado del cuerpo de mi hermano, mi madre se sentó en cuclillas en su rostro. Oí claramente como aspiraba, embriagado su aroma. Horacio lamió tiernamente el cofrecito en mielado de mamá, aplicando toquecitos suaves con la punta de su lengua en el clítoris. Su capullito estaba empapado estrechamente pegado a su cara. Empujaba su lengua adentro de ella, chupando goloso sus entrañas. Ella gimió muy fuerte presintiendo la proximidad de su orgasmo.
—¡ah! Realmente eres bueno chupando el chocho de mamá. Pero creo que prefiero tu verga dentro de mí.
Mamá llevo su panocha hasta donde se encontraba la tiesa verga de Horacio, y descendió sus nalgas atrapando la verga en su ardiente cavidad. Horacio frotó sus pezones, y los pellizcó sutilmente, cerró sus ojos al sentir su palpitante tranca anidar por completo en el empapado orificio de mamá.
—¡Oh mi bebé! ¿Cuánto he añorado tu semen bañando mis entrañas? Y hoy por fin soy tuya.
Mamá subía y bajaba sus caderas devorando en cada movimiento la verga de Horacio, desde la punta, hasta la raíz, con sus ojos cerrados en pleno gozo carnal. Horacio gesticulaba como haciendo un gran esfuerzo. Siete u ocho minutos transcurrieron en los que mamá y Horacio permanecieron pegados por sus sexos. Horacio comenzó a gemir y mamá a gruñir, de pronto se desmadejó encima de él, tratando de no gritar tan fuerte. Su orgasmo fue intenso y sus líquidos bañaron los testículos de mi hermano. Este a su vez la sostuvo por la cintura y la embistió de tal forma que la elevaba varios centímetros. Para finalmente disparar todo su esperma caliente en la húmeda trinchera de mamá.
Era muy de mañana, mamá me despertó con sus acostumbrados gritos altisonantes. En cambio, el tono para Horacio lo sentí especialmente meloso, no soy estúpida y sabía la razón. “vagina llena corazón contento”. No podría negar, aunque quisiera, el gran resentimiento que provocó mi madre en mí. Pero le agradezco porque me llevó a tomar la decisión más importante de mi vida. La ocasión se presentó más pronto de lo que yo pensara. Mamá trabajaba un día por la noche y otro por las mañanas. El día corrió con una lentitud desesperante. Horacio y yo habíamos llegado a casa después del colegio. Mis ilusiones crecían en medida que se acercaba la noche. Quería agradarle y me metí a darme un baño. Después fui al cuarto de mamá y me puse un poco de su perfume, de las pocas cosas que admiraba de ella, era el aroma de su perfume me gustaba mucho. Horacio se fue a dormir cuando regresé a nuestra habitación el sueño le había vencido, esto no me desánimo. Mamá lo cogió dormido, yo haría lo mismo. Aun así, confieso que estaba muy nerviosa, mis manos estaban tan empapadas como mi panocha. Sentada al borde de mi cama pensaba como iniciar la seducción de mi hermano. Mucho se habla dela excitación de los hombres, que tienen el deseo a flor de piel. Nunca se habla del deseo que nosotras sentimos. Al menos el mío me atormentaba inclemente. Podía sentir un tremendo pinchazo dentro de mi puchita mojada. Tanto que no resistía el deseo de sentir su dureza en mi vagina. Me incorporé y caminé firme hasta su cama.
Me acosté junto a él de espaldas, sentí su paquete duro en la ranura de mis nalgas, si la erección tiene nombre seguramente es Horacio. Doce centímetros, duros como la roca, empecé a oprimir con mis nalgas y piernas. Rosando mi raja y provocando mi ansiedad. Aun así, Horacio no despertó. Me di vuelta frente a él y metí mi mano derecha entre sus muslos. Sin pensarlo más besé su boca e intenté abrirla con mi lengua. Mi mano se había apoderado de su enorme verga. ¡dios! Que grato calor irradiaba su tremendo cacho. Lo apreté poco a poco cada vez más fuerte hasta que Horacio abrió su boca y chupó mi lengua. De inmediato deslizó su mano por mi vientre hasta posarla en mi pubis. Cual niño jugueteo con mis escasos pelos y enseguida recorrió con su dedo toda mi hendedura. Sentí morir de deseo y a la vez atrapé con mi boca su duro tronco, de la misma forma que lo había hecho mamá, provocándome gran antojo. Rompí el encanto de nuestro beso. Y mi rostro se instaló entre sus piernas, mi lengua rozó sus ingles y él abrió sus piernas, agradecí esa atención besando sus testículos. Horacio encogió su cuerpo, lamí la base de su verga, y la recorrí con mi lengua hasta llegar a su cumbre. Lo torturé aplicando lengüetazos como una gata bebiendo leche. Sentí su verga latir con más fuerza a cada momento, una gota transparente apareció en su corona y la tragué al desaparecer la testa en mi boca. Horacio arqueo su cuerpo al sentirse succionado. Pero pronto me apartó de su tolete.
Dejé escapar un grito de placer cuando uno de sus dedos se internó en mi hueco húmedo y caliente. Gemí levemente cuando el ocupo más fuerza y atizó su dedo en mi pequeño orificio, yo también empujé, necesitaba sentir la gorda verga de mi hermano cebando mis pliegues. Tomó sitio entre mis piernas, me tomó por las caderas, y metió su verga por la fuerza en mi interior. Arqueé mi cuerpo y me relajé permitiendo que aquel gigante consumara su invasión. No puedo precisar cuántas veces enterró su poderosa arma en mis entrañas, lo que si se es que era gratísimo. Mis brazos como poderosa enredadera, se asieron fuertemente a la cama, sus empellones eran cada vez más violentos, y mi cuerpo temblaba en el colmo del placer. Horacio observó con asombro la fuerza devastadora de mi orgasmo, mis gemidos y suspiros, no estaban bajo mi control, y él no aminoró un instante la potencia de sus embates. Al final sentí como su verga hinchada abandonaba mi empapado orificio. Los ojos de Horacio brillaban de deseo, aun no estaba satisfecho. Sentí sus movimientos, pues continuaba con los ojos cerrados. De pronto palpé su duro garrote en mis labios y Horacio lo empujó fuerte, para obligarme a abrir la boca. Solo es por decir, estaba tan agradecida por aquellos momentos que me proporcionó, que abrí mi boca y di espacio a su duro armatoste. Apenas se alojó en mi boca, Horacio agitó con fuerza su cintura. Después de tres sumergidas expulsó su flujo caliente en mi garganta. Como continuara chupando, provoqué que Horacio gritara sujetando mi cara, seguía haciendo remolinos alrededor de su roja testa. Con golpecitos en el glande, lo hice saltar y reír nervioso. Horacio abandonó su posición hasta que hube succionado la última gota de su viscosa erupción. Una vez recobrado el aliento me incorporé y besé a mi hermano, lo tomé con mis manos de su cabeza y lo obligué a no separarse de mis labios. Se notaba asombrado por lo impetuosos que habíamos estado momentos antes.
—eres todo un torbellino Susy, admiro tu paciencia. ¿Por qué nunca te quejaste?
—porque no había descubierto a mi madre mamando tu verga.
Horacio sonrió con burla.
—Pues que sorpresa me diste ahora debo saber dónde dejaste los calzones.
—en realidad no me los puse.
Le abracé presionando mis tetas en su pecho. Mi corazón latía acelerado y el fuego empezaba a crecer en medio de mis piernas, pero no era solo yo. La verga de Horacio volvió a hincharse también, como si hubiera detectado que mi hueco lo estaba deseando.
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