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Qué pesado resulta levantarse luego de una trasnochada, duro conflicto entre la obligación cotidiana y el cansancio remanente de una noche agitada.
Dejar el lecho es toda una hazaña, mientras junto coraje repaso los hechos acaecidos, la resaca moral y física se van diluyendo en la taza doble del café matutino, negro y sin azúcar para terminar de despertar.
Mientras el café cumple su cometido, voy repasando mentalmente las vivencias, tarde para temprano, se me pasó la hora de poder llegar a la oficina temprano, pero como soy mi propio empleador y no tengo obligaciones importantes en la mañana, voy a aprovechar este recreo matinal y compartirle al lector, y sobre todo lectora, que para ti voy a escribir estas minutas a modo de historia, para compartirles, únicos testigos de este momento único e irrepetible que estoy saboreando cuando los revivo, aquí y ahora:
Como se suele decir “los hombres no tienen memoria”. Los nombres son ficticios, los hechos reales ciento por ciento, el sitio de la acción Buenos Aires.
Resulta que por esas circunstancias de la vida estoy noviando con Laurita, grácil jovencita que anda por la vida luciendo sus vibrantes diecinueve años, Luis, quien soy a la sazón, el glorioso afortunado, en el umbral de los 35, soltero por vocación, calentón por dedicación y seductor como condición natural. Agradezco a la vida por haberme puesto en el camino este “bocatto di cardenalle”, casi virgen para mi deleite y goce personal, ganada en buena ley por “labia” (seducir hablando) y recursos para endulzarle el sí con atenciones y regalos.
Casi dos meses de noviazgo, o como se llame esta relación, visito su casa casi desde el comienzo. La madre, Graciela, mujer de buen ver y mejor parecer, hermosa y plena por donde se la mire, pocos años mayor que yo. Casada muy joven con un tipo bastante mayor que ella, desatendida, o “mal cogida”, para definirla que está con sus necesidades conyugales mal atendida, se le nota cada vez que con Laurita nos hacemos algún arrumaco propio de una pareja calentona.
De reojo “pispeo” como se le enciende el deseo de tan sólo imaginar los cuchicheos que nos decimos al oído, sabiendo cómo son las necesidades de una mujer que lleva en sus genes la misma lujuria que deben estar calentando su sangre.
Lejos de los ojos y escucha de Laurita, toda ocasión le es propicia para manifestarse con gestos e insinuaciones por demás claras de su erotismo insatisfecho.
En una ocasión Lau debió acompañar a su padre al interior en forma repentina, tanto que recién me anoticio cuando llegué a buscarla.
Graciela, me contó de los motivos del viaje intempestivo, más simpática que otros momentos, más exultante, más locuaz, todo era más en ella, me preparó un café con canela, como sabe que me gusta, volviendo a terminar de ducharse, debido a la interrupción por mi llegada.
Regresó enfundada en una tenue bata de seda celeste pastel, sirvió dos whiskys y se quedó junto a mí. La situación parecía armada para la seducción, todos los ingredientes para alimentar la lujuria, desde el delicioso aroma de la piel húmeda, suavemente perfumada, hasta la gestualidad estudiada, ponían marco a una actuación plena de encantadora seducción.
—Mi hija me encargó que te atienda bien… —dijo con mohín súper sensual, remarcando “bien…” con pausa incluida.
La observé, expectante, dejándole el centro de la escena. Con gesto natural, estudiado, saltó al vacío, abrió la bata y dijo:
—¡Dejó esto… para vos! —suave gesto, con las manos señala su figura desnuda, su humanidad expuesta— ¡para vos! ¡Todo para vos!
—¡Claro! ejem… claro.
Siempre la había imaginado de ese modo, pero no tan pronto, ahora la realidad superaba mis ruegos, evalúa mi sorpresa inicial y aprovecha para tomar las riendas de la acción:
—¡Tómame… todo es tuyo!
Magnífica, piel blanca y tersa, carnes firmes, pechos desafiantes y esa “sonrisa vertical”, enmarcada por vello renegrido suavemente enrulado, los labios asoman indiscretos permitiendo ver el brillo del deseo contenido.
Sin palabras, la urgencia de ella y la calentura mía hicieron el resto.
Los labios sellaron un pacto de silencio y acción, las manos reptaban sobre las carnes buscando los huecos y las curvas para anidar en ellas como palomas.
Latíamos en la misma frecuencia, ansiábamos del mismo modo, alucinamos con la posesión y la rapiña del cuerpo ajeno, sentirnos en la comunión de la carne y enredados en la tempestad del deseo impropio pero que nos acechaba como león hambriento y ahora nos devoramos para satisfacer el hambre de poseernos. Este era nuestro momento, la erupción del volcán del deseo hecho carne, la carne hecha brasa ardiendo en nuestro sexo.
Sobre el lecho que sabía de sus largas noches sin sexo, ahora la contenía para saciar el hambre atrasada conmigo.
Este encuentro tenía una estética diferente a todas mis anteriores relaciones, motorizada por la urgencia de Graciela, regido por la dosis de erotismo que emanaba de todo su ser, el ambiente de pecado carnal y promiscuo aportaba morbo como para derretir a un témpano.
Nos recorrimos cada centímetro de piel, labios y lengua para descubrirle el placer escondido en lamida exploratoria, hasta dejarle los pezones bien rojos y marcados de tanto mamarla; un sendero de saliva sobre el vientre deja el rastro hasta la misma cueva del deseo.
La almeja se abre para soportar el tratamiento bucal como a nadie, trabajar la lengua entre los labios y en el clítoris, tan intenso que la arrastró antes, de lo deseado, en un explosivo orgasmo. Un volcán en erupción, liberando toda la calentura contendida, desborde incontenible, la dejó al borde del desmayo, se dejó llevar por mí al paraíso del placer hasta quedar exhausta y colmada del placer.
La mirada perdida, la mente en blanco, el corazón latiendo a mil y el cuerpo desarticulado, huellas del tremendo goce transitado.
Acariciaba la humanidad pasiva del cuerpo gozoso, me gratificaba y hacía sentir poderoso haber producido tamaño placer, en ese instante comprendí que la tenía a mi merced, entregada en cuerpo y alma, se postraba, ofrendada al macho que la había hecho sentir como en sus mejores momentos, revivir olvidadas sensaciones. Abrió los ojos, le había dibujado una sonrisa que iluminaba su universo por toda respuesta.
Cuando el placer se manifiesta, no se necesitan palabras.
—¡Ahora es tu turno! ¡mi amor! —el final de la frase era la entrega incondicional, rendida capitula la ciudadela y se entrega al nuevo dueño de su deseo.
Sin escalas, manoteó el mástil de carne, cubrió el glande con la boca ávida de engullirla, sentirla palpitar en su boca.
Mamar pija, notable ejecutante de un solo de flauta, tocada a dos manos.
Hizo gala de habilidades para el examen oral, necesitaba mostrarme cuánto de bueno sabía para hacerme feliz.
—Es solo una muestra sé hacerlo mejor que mi niña.
Ese detalle demostraba que nos debe de haber estado espiando y sus buenas pajas nocturnas con dedicatoria…
Como poseída, la escondió en su cavidad bucal, la hacía sacudirse dentro, la lengua no paraba de hacer los honores al visitante, bañarlo con abundante y caliente saliva. Incentiva mi virilidad por la tremenda mamada, jugaba con llevarme al límite de la resistencia, pero la retiré, aún no era tiempo de dejarle mi regalo masculino, primero necesitaba probar la jugosa almeja donde juego con mis gruesos dedos.
Propuesto a dejarla muy satisfecha, volví a la húmeda femineidad, quería llevarla al séptimo cielo del placer, que fuera yo el que le abriera el camino al goce descomunal. Entre sus labios vaginales estaba la llave que abría el acceso al cofre de todos los placeres. Se dejó guiar, le comí la conchita.
El orgasmo no se hizo esperar, enseguida otro orgasmo, no tan explosivo, pero intenso y prolongado, gemía como lo hace una hembra plena y satisfecha.
La dejé disfrutar reposa un poco del éxtasis.
Volví otra vez dándole a la “pala” con todo, un 69 nos encontró unidos y dominados, una máquina de chupar pija, al unísono nos brindamos ambos un nuevo goce, sobre el final del orgasmo de Graciela, me entregué sin luchar, le largué todo el contenido de semen.
No terminaba de fluir, lo sentía venir desde los riñones, dolorosa y gratificante liberación del lácteo elixir que tragó en dos tiempos.
La especial situación y la intensidad del desahogo nos dejó extenuados y felices, el reparador descanso nos llegó con el abrazo contenedor.
Agradecida y complacida, me besó con auténtica ternura.
Despertamos abrazados, miramos y sonreímos, tácito agradecimiento por las atenciones prodigadas.
Bien entrada la noche, calmamos el apetito, una frugal cena y buen champán, coronaban la cornamenta del marido y el pecado con Laurita.
El relax del momento propició las confidencias.
Ella me tenía en el zenit de sus deseos más ardientes, desde que Laurita le confesó, con pelos y señales, como le daba sexo, y cómo cada noche que salíamos se ratoneaba (deseaba) con voltearme (cogerme).
Ambas eran muy compinches y confidentes, la pendeja sabía de lo “mal cogida”, que lo sufría, esta ocasión era propiciada por la hija para satisfacerse, lo que se dice todo un “programa ´ad hoc´”.
En el segundo “round” de cama todos los mimos y atenciones, poesía amorosa, prólogo a una cogida con todo el ímpetu y brutalidad consentida, comienza el juego.
Fue con todo, menos urgencia por llegar, demorarnos en los juegos previos, llegó como tres veces al clímax, yo solo una, pero de ¡qué modo!, me gusta priorizar el juego de coger, el viaje de metisaca me resulta más placentero que solo el final feliz, lo mejor es el “viaje y con paradas intermedias” para “accesorios”, el arribo a la estación es la terminal del viaje.
Estoy persuadido que el viaje de “ir a” es la mejor parte del acto, para mí lo es.
Probamos todas las posturas, de frente, las piernas bien abiertas y sobre mis hombros, boca abajo, etc. fueron los marcos de contención para enterrarme en la vagina en su totalidad, dejándola abierta y algo irritada por lo prolongado del acto y por su deliciosa estrechez.
Esta molestia me permitió la pueril excusa para buscarle la “puertita trasera” o “la colectora”. Todo ternura y consideración para incentivarla a ceder, consintió.
Con suma consideración y cuidado para compensar el temor al sufrimiento que le podría producir la entrega del ano, virgen, solo un intento frustrado por torpeza del primer novio.
Se dejó hacer, el hoy lubricado con sus propios jugos y mi lamida permiten entrarle en el culito tan cerrado.
La carne palpitante ganaba centímetros dentro del recto, buscando el oscuro fondo, los movimientos a ritmo violento y compulsivo, el ir y venir arrollador de la pija en el estrecho pasadizo provoca espasmos y un doloroso placer, viajar por el cosmos de sexo descubierto dentro de sus carnes.
Incentivé las arremetidas, y en último y supremo esfuerzo me entregué, con alma y vida, un polvo brutal, largando toda la leche dentro del culito que dejaba de ser virgen.
Acabada “a toda orquesta”, se dejó llevar, nos derrumbamos de costado, enchufados.
El ano fue quedando sin intruso agresor, los latidos internos y el desgarro de la penetración le hacían sentir mi presencia aún después de haberla sacada del culo.
El semen comienza a salírsele, ella a sentir como el placer de su entrega seda los dolores de que su hombre le haya roto el culo.
Cuando el sol que se tamiza entre las cortinas, nos dio en los ojos, despertamos juntos y enredados, el “mañanero” daba inicio al nuevo día, al nuevo amor.
Los dos días siguientes fueron un calco, hasta que volvieron los viajeros.
Con Laurita nunca hablamos del tema, daba por descontado que sabía todo.
Pasó como un mes, desde esa primera vez.
En todo este tiempo me las arreglé para atender a las dos, hasta que anoche sucedió lo impensado...
El marido de Graciela nuevamente de viaje, las dos mujeres y el “novio de la nena” cena en familia. Concluida la cena, la nena trajo café, la mamá los tragos, en la segunda ronda todo era distinto, en la tercera ya nada era igual, saltamos de los temas intimistas a las confesiones sexuales, nos caímos al barranco del libertinaje. Sin darnos cuenta nos encontramos en la cama compartiendo ternura y caricias, encharcados y revolcados en el desenfreno y la calentura atroz de la promiscuidad familiar.
El sexo grupal, con total intensidad y desenfreno. El ámbito se llenó de aroma a sexo tan erotizante que actuaba como incentivo para renovar deseos.
Nos matamos en el sexo, saltando los límites, buscando el sexo total, sin celos ni mezquindades, cada orgasmo y cada eyaculación como un premio, el carpe diem del sexo.
Como el “dorima” (marido) volvía en la mañana, me vine a casa a descansar, ahora estoy en la difícil decisión de tener que retomar la rutina laboral, más muerto que vivo, pero con el deber cumplido, gozando gracias a estas dos fieras del sexo y la lujuria.
Contar lo que pasó anoche es algo que les debo para la próxima, si les interesó esta historia, cargada de sensaciones y abarrotada de emociones, el trío nos llenó de placer y todos felices.
Continuará…
Lobo Feroz
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