María Laura, una espléndida mujer de veintinueve años, hermosa y alta, había ido a comer a casa de sus amigos Sergio y Azucena. Su marido estaba ese mes fuera y por eso aceptó la invitación. A la comida les acompañó un amigo de Sergio, Benedicto, de sus tiempos de la universidad, que ahora era vendedor de automóviles, de unos cuarenta y cinco años, bastante fornido y agraciado de cara.
Desde que María Laura llegó la llenó de halagos. “Vaya amiga tenéis, Sergio. Eres una tía muy guapa. Un auténtico regalo para los ojos, con tu altura y tus curvas”, le dijo repasándola de arriba abajo. Ella se turbó un poco, pero sintió un punto de satisfacción en las palabras que le dedicaba Benedicto. Sergio también la miraba, y ella pensó que estaba recordando el intercambio que habían tenido unos días antes en su casa.
No le dio mayor importancia y por eso, cuando al terminar de comer, una comida regada con buenas botellas de vino que se le subieron un poco a la cabeza, sonó el teléfono y Azucena explicó que tenía que irse a casa de sus padres a un asunto familiar, no dudó en ofrecerse a ayudarle en la cocina a fregar y guardar todo.
Azucena se fue y Ana Laura se dirigió a la cocina. Empezó a fregar platos y a los pocos minutos entró Sergio. Se acercó a ella y le dijo en voz baja: “estoy muy caliente, quiero sobarte un poco. Déjame”. Ana Laura le pidió que se estuviera quieto, pero él se puso detrás de ella y empezó a abrazarla apretando sus tetas. Ella notó humedad en su entrepierna. Entre el vino, las miradas lascivas de los dos hombres, el sentirse una hembra deseada, su excitación creció y creció. Dejó que Carlos le manoseara los pechos y sólo le rogó que no se lo dijera a su amigo. Sergio le contestó que no se preocupara. Le metió una mano por debajo de la falda y llegó hasta su hilo dental.
“Estás mojada, te has calentado”, le susurró mientras paseaba la mano por la entrepierna de Teresa. Ella dejó de fregar, se volvió y abrazó a Sergio. Empezaron a besarse en la boca, jugando con sus lenguas. La pinga de Sergio aumentó de tamaño con el morreo y la sobada de bragas a la hembra caliente. Le quitó el polo y la dejó en sujetador. Sacó las tetas por encima y empezó a lamerle los pezones. Luego le subió la falda y la dejó en hilo dental.
Ella le abrió el zipper y le metió mano a la pinga. “Eres un bandido, te aprovechas de mi falta de fuerzas para negarme”, le comentó. “Vamos al comedor que el pobre Ricardo lleva mucho tiempo sin estar con una mujer”. Ella se negó. “No te preocupes, es muy discreto. Nadie se enterará. Te lo prometo”, le aclaró Carlos. Y la tomó del brazo llevándola hacia el comedor.
Allí su amigo puso cara de sorpresa al ver a Ana Laura en ropa interior. “¿Qué pasa aquí, Sergio?”, preguntó. “Que mi amiga nos va a dar una buena ración de sexo”, le explicó. Ella estaba algo avergonzada, pero al pensar en la situación, se dejó llevar por sus apetencias. Se quitó el brasier, dejó sus tetas al aire y se sentó en bragas en un sillón. Los dos hombres se acercaron a ella y empezaron a meterle mano. Benedicto le chupó los pezones y la besó en la boca. Sergio le apartó las bragas y le metió dedos en la correosa raja. “Podíais dejar que me lavara, olerá mi coño a sudor, flujo y pipi”, le dijo a Sergio mientras le recorría la raja con los dedos. “No hace falta, estás muy buena”, le respondió sacando los dedos y oliéndolos.
“Huelen a hembra, a tía de bandera”. “Ponte el brasier ahora”, le pidió Benedicto.”Me gusta ver las tetas por encima de él”. Ella se lo puso y al mismo tiempo Carlos le bajó las bragas. “A mi marido ni una palabra”, pidió Ana Laura. “No te preocupes, ¿verdad Benedicto?”, dijo Sergio. “Ni una palabra, eso seguro”, contestó. La hicieron agacharse entonces y Benedicto, que se había desnudado del todo como también Sergio, dirigió su pinga hacia la rabo de Ana Laura.
Desde atrás se la fue introduciendo hasta el fondo iniciando un mete-saca con ritmo. Ella estaba a punto de correrse. Tomó la pinga de Sergio y la chupó con ansia. Cuando él la tuvo bien dura propuso ir al dormitorio. Allí se fueron los tres y echaron en la cama a Ana Laura. Era un espectáculo sexual, una hembra grande y atractiva ofreciendo su sexo y sus pechos a los dos machos excitados.
Benedicto se puso debajo y ella lo montó entrando la pinga de Sergio en su humedecido coño. Mientras entraba, él le quitó el sostén, le mordió las tetas y le sobó el clítoris. Ella se corrió así por primera vez. Y cuando estaba terminando de correrse notó como Benedicto le lamía el agujero del culo. “Te lo lubrico para dilatarlo y darte por el culo que me apetece mucho”, le dijo.
Ella le llamó guarro, pero se excitó con la experta lamida de su ojete que le daba Benedicto. Cuando Sergio más fuerte la follaba por el coño, la pinga de Benedicto se abrió paso por su culo y al momento Ana Laura tenía sus dos agujeros llenos con los duros miembros de los dos hombres. El de Benedicto era muy grande y le hizo daño al entrar en su ano, pero luego cuando se acompasó con el de Sergio y los dos la bombearon a la vez, le vino otro orgasmo sin poder retrasarlo.
Mientras gemía corriéndose Sergio sacó la pinga del coño, se alzó un poco y se la puso en la boca. Se corrió en su garganta sin que ella pudiera evitarlo. “Eres un cerdo, Sergio”, le dijo, sintiendo arcadas, pero sin llegar a más porque sintió una oleada de gusto cuando notó la descarga de la polla de Ricardo en sus entrañas, llenando su culo de semen caliente.
Se corrió ella por tercera vez con esta sensación que le dio el semen en su ano, y al terminar les pidió que la dejaran que se estaba meando. Quisieron ir con ella al aseo, pero no les dejó. Casi no llega y empezó a mear de pie. En ello estaba cuando vio que los dos tíos estaban en la puerta mirando su meada. Sin dejar que se lavara, Benedicto la cogió y la llevó a la cama otra vez. La abrió de piernas y le lamió los labios del coño, el clítoris y le metió la lengua por la raja.
Ella tuvo así su cuarto orgasmo. “No puedo más”, pidió. Pero no le hicieron caso y le dieron por el culo los dos a la vez, metiendo sus pollas juntas. Ana Laura gimió de dolor, pero cuando las pollas descargaron su semen en el mismo momento dentro de su ano, sintió un placer infinito y alcanzó su quinto orgasmo. Luego los tres quedaron exhaustos en la cama.
Hasta que se hizo la hora de que ella fuera a casa pues sus hijos llegaban del colegio. Benedicto, muy amable, se ofreció a llevarla. Los tres se ducharon, se asearon y prometieron que lo ocurrido nunca lo contarían. Aunque ella iría un par de días con las piernas medio abiertas por el gran dolor que tenía en el ojete del culo.
Al llegar a casa, mientras esperaba a sus hijos, Ana Laura seguía caliente aunque estaba desfallecida. Y pensando en la orgía vivida, se metió la mano dentro del hilo dental, vio lo húmeda que seguía su coño, se sentó abierta de piernas en un sillón y se masturbó hasta correrse como una perra en celo. Más calmada, se levantó, se duchó y se aseó para cenar en familia.