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Categoría: Confesiones

Y así fue como me atreví con un maduro

Acababa de llegar y ya me sentía completamente subyugada por el entorno, por la pasmosa tranquilidad de esa naturaleza casi salvaje, pensaba recorriendo la desierta playa a finales de septiembre y agradeciendo enormemente el regalo de mi amiga. Esta había sacado unos billetes con su chico y por culpa de covid, los cancelaron, ahora él ya no podía viajar e íbamos a hacerlo nosotras, pero a ella en el último momento le surgió algo y finalmente me dejé convencer y al menos aprovechar yo esta semana de vacaciones. El hotelito a la vera del mar solo mejoró la situación y más aún cuando al dejar mi maleta abrí las persianas y me asomé al balcón que daba a un acantilado desde el que se veía y oía el mar, una auténtica delicia, que junto con la enorme cama y los muebles rústicos de la confortable habitación, me daban que pensar que iba a pasar unos días de ensueño y relax. Saqué mi portátil, lo dejé sobre la mesa y encendí poniéndole la contársela del wifi que me habían facilitado en recepción y pasé unos minutos mirando mis cosas hasta la hora de comer.

Se accedía al restaurante por un pasillito de piedra, ya que este era independiente al hotelito aunque fuera incluido en mi paquete vacacional. Nada más entrar, me indicaron una mesa, había bastante gente, incluso en la barra, pero enseguida un camarero me tomo nota y diez minutos después degustaba una espléndida sopa de marisco típica de la zona.

Y mientras comía, hice gala de una de mis más arraigadas costumbres, que era la de observar a las gentes e intentar imaginar sus vidas, cuando no estaba haciendo nada, pasé por varias mesas sin que nadie captara mi atención, hasta que mi mirada se cruzó con la suya en la barra, estaba entre un grupo de hombres, pero me miró y durante unos segundos ninguno de los dos apartó la mirada, hasta que alguien de su grupo reclamó su atención, y el camarero la mía, llevándose los restos de mi sopa. Con el segundo plato, llegó el segundo intento y volví buscarle con la mirada entre ese grupo de hombres, era más alto que la media, más corpulento, y un minuto después su mirada volvía a retarme y una vez más acepte el reto sin pestañear, había algo en esa mirada que prometía… De nuevo interrumpieron el contacto, y esta vez antes de apartarse sonrió, borrando un poco de esa oscuridad en su mirada, pero sin lograr que desapareciera, el cartel de peligro de la frente de ese cincuentón, grandullón de piel curtida, mirada penetrante y boca… no podía evitarlo, me podían los retos, los hombres grandes y los postres, pensé con una sonrisa degustando el mío mientras disfrutaba a lo lejos de los antebrazos que el desconocido de la barra lucia, con la camisa arremangada hasta casi el codo.

Me entristeció ver que pagaban la cuenta y se terminaba el jueguecito de miraditas, que me había tenido entretenida gran parte de comida.

Lo bueno de ese final, fue que al pasar por mi mesa, y a pesar que iba charlando con otro, aun me regaló una cálida y caliente mirada, que no solo sostuve, sino que al igual que la del retador dejé que recorriera su anatomía antes de volver a sus ojos, donde ambos nos encontramos de nuevo, sin ocultar en estos el placer que producía lo que miraban.

Más tarde volví a mi habitación, y tras descansar un rato en la cómoda y mullida cama, decidí cambiarme y salir a dar una vuelta por los alrededores, más tarde regresé y aprovechando la mesita y la silla del balcón, saqué allí mi portátil y decidí escribir un rato, dejando que la brisa del mar y las vistas a este me inspiraran, como si fue porque en nada me pareció a mí, y había oscurecido. Tras una ducha de nuevo me encontraba en el restaurante, recordando al desconocido del mediodía, pero como era de prever sin resto de él. Me encantaban esos juegos de seducción, de miraditas y ese ejemplar, sin duda era un buen contrincante, pero como solía suceder, siempre pasaban sin más, esos eróticos momentos en mi vida, pensé con una sonrisa antes de empezar a cenar. Esa noche y gracias mi insomnio permanente disfruté de nuevo del ruido, la brisa y el olor del mar, mientras mis dedos volaban y mi cerebro inspirado no dejaba de mandarles datos.

Poco más de cuatro horas de descanso y volvía a estar duchadita y tras un más que copioso desayuno, andube sin tregua por ese pintoresco pueblecito, que en pleno verano debía de estar a tope, pero que ahora a finales de septiembre era una delicia, sus calles empedradas, sus antiguos y conservados establecimientos me recordaban mis veranos cuando era niña y las gentes, las que quedaban ya eran los que vivían por allí, por fin relajados tras lo que debía ser el barullo del verano, preparados para subsistir en invierno, a la espera de un nuevo verano del que aunque molesto se nutría la localidad.

Esa tarde repetí la experiencia y salí a escribir al balón, esta vez me oriente de lado y así me sentía casi como si estirándome mucho pudiera tocar las rocas, mientras respiraba el olor a salitre del mar. Pensé que al final había sido una muy buena idea aceptar ese viaje, y aunque distinto al planeado con mi amiga, en el que íbamos a alquilar algo para movernos por los alrededores, este plan estaba siendo de lo más relajante y productivo, me dije dispuesta a seguir escribiendo. Y entonces reparé en que había alguien nadando, eran pocos los que debían atreverse a estas alturas en las que y hacia fresco, yo solo me había atrevido a meter los pies, a pesar de ver a algunos disfrutar de un chapuzón, pero ese hombre nadaba en el mar, nada de orillas y ahí el agua pintaba estar helada. Seguí como buena voyeur mirando unos minutos, y entonces salió del agua, no podía verle bien, solo distinguía un cuerpo a lo lejos… pero un cuerpo completamente desnudo. No podía dejar de mirar y supongo que sintiéndose observado, de repente se giró y nuestras miradas volvieron encontrarse, y si volvieron porque eso hombretón desnudo era el mismito de las miraditas en el bar.

A pesar de la vergüenza por ser cazada, no era capaz de romper el vínculo con su mirada, el tampoco parecía por la labor y entonces sonrió reconociéndome y volví a devolverle tontamente la sonrisa y por si fuera poco, como si mi mirada no obedeciera a mi cerebro, siguió las gotas de agua, que de su cara resbalaban por su cuello, por su torso y aunque mi cerebro le mandaba señales inequívocas a mis ojos de que volvieran a subir, estos siguieron recorriendo la anatomía del hombretón, pasando por su tripa y terminando en su…polla, si señores, su polla que hasta a esa distancia hizo que me relamiera. Y mientras yo me debatía entre la cordura y la locura ese hombre seguía allí, de pie impasible, sin mover un solo musculo, sin exhibirse, pero sin esconderse. Finalmente se agachó y se enrolló una toalla a la cintura, mis ojos tras seguir atentamente toda la acción volvieron a los suyos y vi como sonreía abiertamente. Aparté la mirada, ya a esas alturas avergonzada, y me obligué a mirar el teclado.

— ¿A que no te atreves? –oí un voz bajo el balcón

Cuando me asomé le vi, aun con la toalla liada a la cintura, y me puse roja como un tomate

— ¿Que?

—Te decía, que si eres de las que solo mira, o de las que se atreven a probar…y darse un buen chapuzón –hizo el parón aposta, hablando entre líneas.

—El agua debe estar helada

—Lo está, muy fría, pero tú no tienes mirada cobarde y sé que te gustara. ¿Vienes?

—Si –hostia puta ¿Quien había contestado? ¿Había sido yo? pues sí.

—Bien –dijo antes de volver al rincón donde estaba.

Joder me temblaba todo cuando entré y busqué el sencillo bañador negro que había puesto por si acaso, no quería pensar donde me estaba metiendo, me puse un caftán repitiéndome una y otra vez que solo era un chapuzón, pero mis pezones duros, mi coño caliente y mis nervios decían lo contrario, recordando su frase y su voz.

Llegué donde estaba casi con la esperanza de que se hubiera ido ya, pero seguía allí, de pie, mirando al mar.

—Ya creí que te habías arrepentido

—En el fondo llevo dos días con ganas de probar –dije casi tartamudeando cundo el dejó caer su toalla al suelo

Y pesar de saber a ciencia cierta que nada cubriría su sexo, mis ojos volvieron a mirar y esta voz no solo vi su sonrisa, sino que la oí y se me antojo de lo más sexi que hubiera oído jamás.

—Me gusta tu mirada nada cobarde, pero si no la apartas de ahí, no vas a probar el agua –dijo acercándose, plantándose ante mí y me pareció aún más grande que de lejos.

—Lo siento, perdona soy una mal educada, no sé qué…pensaras…

—Vuelve a mirar, y te darás cuenta, que ahora mismo tengo poca capacidad para pensar –y volví mirar

Madre mía, su polla estaba dura, muy dura, casi rozaba mi tripa…

— ¿A que no te atreves? –volvió a repetir la frase, esta vez agarrando los tirantes de mi bañador

Volví a mirar su polla y asentí, entonces el deslizo los tirantes por mis hombros, sonriendo, jugando a un juego del que conocía bien las reglas, jugaba a seducirme.

—Una vez tomadas ciertas decisiones, las cosas hay que vivirlas sin frenos, ni barreras, ¿No crees mujer de ojos valientes? –pidió en cuclillas ante mi deslizando el bañador por mis muslos

Hablaba tan cerca de mi pubis, que podía notar la calidez de su aliento en mi piel contrastando con la brisa que endurecía mis pezones…y entonces se incorporó, me cogió de la mano y me guio entre las rocas, llevándome al borde.

—Ahora no pienses en nada, confía en mí porque no voy a soltar tu mano, tu solo lánzate conmigo. ¿Quieres? –se giró y me miro muy pegado a mí, haciendo que su polla ahora si rozar mi piel.

—Quiero –le dije más cachonda de lo que recordaba haber estado nunca, ese grandullón sabia jugar a ese juego

Me agarró la cara entre sus grandes manos, y se inclinó para besar mis labios, fue tan suave e inesperado que casi creí que lo había imaginado, cuando un segundo después me sumergía de la mano de ese hombre en el agua helada. Y como había prometido no solo no soltó mi mano, sino que una vez que el agua nos envolvió, tiró de mi cuerpo y me acercó, pegándome al suyo.

—Está muy fría, creo que es mejor… –le dije temblando

Y mi cuerpo a pesar del frio solo era consciente de su cercanía, del calor que percibía del suyo.

—No seas cobarde, ven… –y me abrazó, pagándome más a su cuerpo.

Me abracé a su cuello, mientras intentamos flotar en el agua y eso hacía que nuestros cuerpos se rozaran aún más y que su polla a pesar del frio volviera a ponerse dura con el vaivén de nuestros cuerpos.

— ¿Eres consciente de lo que estás haciendo? –preguntó acercándonos al borde para agarrarse a una roca

—Si –le dije buscando su boca

Sus labios calentaron los míos al instante, su lengua buscó cobijo en mi boca y mientras el agua nos movía sin cesar, nuestras bocas se devoraban hambrientas.

—Apoya tu espalda en mis manos, preciosa –dijo agarrándose a la roca con ambas manos abiertas para que me sirvieran de apoyo y yo en medio de sus brazos

Apoyé la espalda en sus manos para no rasparme, y seguimos besándonos me aferré a su cuello y enredé mis piernas a sus caderas, busqué su polla con mi sexo y trepé su cuerpo hasta que esta encontró el camino, colándose entre los labios de mi sexo, un nuevo empellón, el glande presionó, un solo movimiento de sus caderas, de las mías y su polla fue llenando mi coño mientras yo lamia su lengua salada. El apenas se movía, solo empujaba, yo trepaba y el agua hacia el resto, haciendo que nuestros cuerpos se balanceaban y nuestros sexos se sintieran, sin prisas.

A pesar del placer de tener su sexo dentro, de sus besos y lamidas, el frio del agua hacia mella en ambos y mi cuerpo temblaba cuando dijo:

—Preciosa hay que salir, el agua está demasiado fría… –dijo mirando como mis labios temblaban bajo los suyos.

—No salgas… –susurré mordiendo sus labios salado

—No lo haría por nada del mundo, pero te vas a poner mala –dijo moviendo las caderas, empujando mi cuerpo contra las rocas, mi espalda contra sus manos grandes, llenándome…

—Ummm –respondí extasiada y salió maldiciendo

En un rápido movimiento abandono mi cuerpo, salió del agua y desde arriba tiró de mí, sacándome del agua, casi en volandas me llevo por las rocas, hasta las toallas y me lio en la suya que era la más grande, abrazo mi cuerpo que temblaba compulsivamente por el frio.

—Tienes que entrar en calor, en que estaría pensando has estado demasiado tiempo en el agua… –dijo agarrando mi car entre sus manos prr volver a besarme.

Y yo abrí la toalla a modo de invitación, el pegó su cuerpo al mío y yo le abrace intentando abarcar lo que pude de su cuerpo, pegando mi piel a la suya, mientras seguíamos lamiéndonos, mordiendo…

—Vamos preciosa –y de nuevo tiró de mí llevándome entre las rocas

Bordeamos la pared del hotel hasta llegar a una puerta y tras varios intentos la abrió, entramos dentro de un habitáculo en el que había una barquita boca abajo, tumbonas, mesas de plástico…

Agarrándome de la cintura y como si no pasara nada, me subió a la barquita sentándome en ella, abrió la toalla y mientras yo abría las piernas él se colaba entre ellas.

—Uff que rica estas…preciosa, ¿Tienes mucho frio aun? –dijo acariciando mis labios, con sus palabras, con su aliento

—No

Y su boca fue bajando por mi cuello a mis tetas, su lengua, sus labios y finalmente sus dientes se encargaron de endurecer aún más mis pezones, antes de seguir camino abajo, por mi torso, para lamer mi ombligo y llegar a mi pubis.

—Sabes a mar, y es una delicia saborear el mar en tu coño, preciosa –dijo colando su lengua entre los pliegues de mi vulva

—Cómeme –le pedí subiendo los pies a la barca, abriéndome bien para él.

Su labios y su lengua, recorrieron cada rincón de mi sexo, hasta que temblé y esta vez no tenía ni pizca de frio, más bien el calor se apoderó de mi cuerpo, cuando su lengua golpeó mi botoncito y luego se encargó de rebañar cada gotita de mi orgasmo, casi con avaricia.

—Jodeer…podría correrme lamiendo tu coño dulce y salado

—Preferiría que te corrieras follándotelo –le dije extasiada, con ganas de mas

—No hables así…

— ¿Te molesta?

—Me pone aún más cachondo de lo que y esto

—Entonces fóllame, necesito otra vez tu polla en mi coño –le dije

El gimió mirando como me colocaba más al borde de esa barquita, abriendo las piernas ofrecida…

Con un gruñido, paseó su dura polla entre mis pliegues húmedos, yo gemí y moví más el culo hacia el borde, apuntó, presionó y con las manos tras mi culo, de un solo empujón, me penetró hasta los huevos. Los dos gemimos de placer, mi coño abrazó esa polla dentro, él volvió gemir y empezó a mover las caderas, a follarme a reventar, sin control, con furia, hasta el fondo, saliendo casi por completo, volviendo a entrar la mitad, hasta el fondo, fuera, a la mitad, fuera, hasta el fondo… dios me raspaba el culo en cada arremetida, me encendía el coño de placer…

—Voy correrme… –susurré enfebrecida

Y sus arremetidas se tornaron más profundas y cadenciosas, llevándome a un largo orgasmo que estalló en un último empujón y cuando lo notó se mantuvo quieto, frotándome por dentro, mientras me volvía loca de placer entorno a su polla y solo cuando mi coño dejó de palpitar, volvió al ataque, se inclinó a lamer mi piel, a morder mis tetas, aferrado a mis caderas no dejó de follarme ni un momento, salió y entró, aceleró, desaceleró y volvió a prender las ascuas, subió de nuevo y me dejo caer por el precipicio de un nuevo orgasmo, sin parar de follarme y entonces le oí entre la neblina de mi placer:

—Puedo… –pido entre jadeos

—Puedes

—Pues vuelve a correrte preciosa, vuelve a hacer eso con tu coño en mi polla, porque antes casi he muerto en el intento de sobrevivirte, ahora quiero morir contigo…

Y no sé si quería morir pero sí que iba a matarme de gusto con esa follada, pero ni salió, siguió rozándome por dentro, con pausa, con fuerza, hasta el fondo, acariciando mi piel con sus grandes manos, besándome, lamiéndome… ese hombre besaba como nadie, fue lo último que pasó por mi mente antes de volver correrme como una loca y en mitad de mi delirio, un potente chorro caliente se estrelló en el fondo de mi vagina, se quedó quieto y sentí otro y otro…joder era la hostia, su corrida, su quietud, sus jadeos y aullidos, seguidos del chapoteo en mi interior, hacían subir la intensidad de mi propio orgasmo, de mi placer, hasta casi el desmallo, tumbada en esa barca, con la espalda arqueada mientras el sobaba mis tetas, y terminaba de vaciarse en mi interior.

Mi cuerpo volvía a temblar de frio tras el intenso ratito…

—Debería irme a dar una ducha caliente –dije cuando salió y se quedó mirando como su semen escurría de mi sexo

— ¿Eso es una invitación, preciosa?

—Por supuesto, grandullón… ¿vienes?

—Al infierno si hiciera falta

¿Iremos a la ducha? ¿Seguimos?

Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
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