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Estaba en el centro comercial haciendo algunas compras cuando me dieron ganas de ir al baño. Antes de entrar me observé en el espejo y vi una imagen que me agradó. A mis cuarenta y cinco años aun conservaba casi intacta mi figura de los treintas. Quizás me sobraban unos cuantos kilitos que se albergaban en mi abdomen, pero por lo demás, no envidiaba a ninguna jovencita. Mi cutis se mantenía terso, con las mínimas arrugas indispensables, y las partes del cuerpo que tienden a caerse con la edad, se mantenían aun firmes en su lugar.
En cuanto entré al baño vi a tres jovencitos, ninguno de los cuales debía de sobrepasar los diecisiete.
-Oh, disculpen, me equivoqué. Pensé que era el de damas – dije al verlos parados frente al lavamanos.
Uno de ellos corrió hacia la puerta, para impedirme salir, mientras que los otros dos se me acercaron.
-Es el de damas – contestó con una sonrisa uno de ellos, el que parecía ser el líder.
-¿Y entonces por qué estan ustedes...?-Interrumpí mi pregunta por encontrarla demasiado idiota. Era obvio el por qué estaban ahí. Yo la verdad era que tenía ganas de ir al baño, no de tener sexo, pero una cosa sí era segura, a mi ningún niñato me iba a hacer gritar.
-Está bien – dije quitándome las manos de encima de estos dos pulpos- pero primero me dejan ir al baño.
Ellos aceptaron. Cuando terminé los dos se me abalanzaron, sin dejar que me bajara la falda.
-A ver, tú- le dije al de la puerta- vigílala bien para que nadie entre, y ustedes bájense los pantalones
Ellos me miraron con cara de asombro y la boca abierta
-Pero...señora – dijo el líder
-¿Qué, no me van a salir con que los violadores del tocador son unos mansos corderos? – contesté divertida al ver que era yo la que tomaba el mando
-No.. pero es que...- dijo el otro, que se había quedado helado
-Es que nada, papacito. Bájate el pantalón – le dije mientras le desabrochaba el pantalón y se lo bajaba.
Su verga quedó a mi vista, le di unos cuantos apretones, para que se le terminara de parar toda y me la metí en la boca, no sin antes decirle al otro
-Andale tú, no me irás a salir con que a tus diecisiete años ya eres impotente ¿o será que eres maricón y te gusta alguno de estos dos?
Mi provocación surtió efecto, ya que el otro se puso detrás de mi, bajó mis medias y empezó a tocarme mi conchita. Mientras sus dedos exploraban mi interior yo me metía el miembro de su compañero. Con una mano sostenía la verga de uno y la iba metiendo y sacando de mi boca, mientras que con la otra quité las manos del de atrás, le agarré las nalgas, y de un fuerte empujón, lo jalé para que su paquete chocara contra mis nalgas, las cuales le restregué, y pude sentir cómo le iba creciendo.
-Parece que a la zorrita le gusta – dijo recargando su paquete contra mi culo
-Pues no tanto – dije sacándome la verga del de enfrente, pero sin dejar de masturbarlo- Me gustaría más si me la metieras, así que desabróchate de una vez el pinche pantalón y métemela.
El se bajó los pantalones, separó mis piernas, y de un golpe me la metió. Yo sólo emití un gemido, no tanto de placer o dolor, sino porque me tomó desprevenida. Después de la sorpresa inicial, me acoplé para, por un lado chupar, y por el otro mover las nalgas. Volví mi vista hacia el espejo y el reflejo provocó que me excitara. Ahí estaba yo, una mujer madura, con dos jovencitos, que podrían ser mis hijos.
Oí la respiración entrecortada de tipo al que se la chupaba y deduje que ya no aguantaría más. Sentí que su verga se hinchaba y después su semen caliente invadió mi boca. Yo me lo tragué todo y se lo seguí chupando hasta que ya no salió más. Mientras el de atrás seguía bombeándome. Una y otra vez su estaca entraba en mi cuevita y él emitía gemidos de placer, mientras me agarraba de la cadera.
-Ahora tú ve a cuidar la puerta – le dije, sin perder el ritmo, al que acababa de correrse en mi boca.
Cuando llegó a la puerta, su compañero se acercó a mi, ya con el pantalón abajo y su pene bien arriba. El estiró las manos, por debajo de mi blusa y sujetador para tocarme las tetas. Pero en eso se oyó que alguien tocaba la puerta, y unas voces que se preguntaban por qué no abría la puerta.
-Lo siento chiquillos, tendrán que apurarse, porque parece que afuera hay algunas damas que desean usar el baño- les dije antes de meterme el instrumento del tercer chico a la boca.
Moví más rápido las nalgas para acelerar el orgasmo del de atrás, mientras que al de enfrente le metí más presión a cada chupada que daba, así como al movimiento de mi mano. Los golpeteos eran cada vez más fuertes, como si a las primeras dos mujeres se le hubieran unido más. Claro que esto no facilitaba las cosas, ya que ambos chicos se ponían más y más nerviosos cada vez. Empecé a gemir, muy quedito, por supuesto, para excitarlos un poco. Hasta que al fin ambos se corrieron dentro de mi. Al de enfrente, que me llenó de leche la boca se la chupé hasta dejársela completamente limpia, mientras el de atrás me taladró hasta que ya no le salió más.
Yo me limpié mi conchita, me subí las bragas y las medias, y me arreglé la falda. Los ruidos de afuera eran cada vez más ensordecedores, parecía que las usuarias estaban de verdad molestas.
-¿Y ahora cómo vamos a salir, señora? – preguntó temblando el líder. Los otros dos también tenían cara de asustados.
-¿Yo?, por la puerta, naturalmente – contesté con una sonrisa cínica
-Pero ¿y nosotros? – volvió a preguntar
-No lo sé. Recuerden que están en el tocador de damas, y ahí afuera hay al menos una docena que están furiosas por entrar. Me gustaría saber qué excusa darán para justificar su presencia en este lugar.
Después me dirigí a la puerta, y de un empujón quité al chico que la cuidaba. Cuando abrí me topé con una turba de enardecidas señoras que estaban urgidas por entrar al baño
-Ups, perdón- les dije con una sonrisa inocente- es que creo que se atora un poco
Después me alejé mientras que todas entraban al baño. Me hubiera gustado haberme quedado para ver qué pasó con los chicos.
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