Siempre he sido muy dormilona. Me cuesta despertar por las mañanas. Por eso le pedí a mi Pepe que me echara una mano. Si, eso que pensáis exactamente, ya que él se despierta con una erección formidable cada día.
Son las seis y cuarto de la madrugada. Una leve luminosidad se cuela entre las persianas de la habitación. Mi mente dormida percibe una leve caricia en mi vientre. Son sus dedos acariciándome. Mis ojos siguen cerrados y yo inmóvil.
Una caricia húmeda surca mi cadera deslizándose hacia mis pechos, pero no los toca. La vuelvo a sentir en mis pezones muy sutil, lamiendo las rosadas puntas y erizando la piel de ambos.
Mmm, ¿ya es hora de despertar? —pienso, sin poder articular palabra todavía. Pepe acerca su boca a mi cuello y chupa insistente el hueco entre la cabeza y el hombro. Mmmm, esta vez el ronroneo sale de mi garganta, todavía con los ojos cerrados.
Sus manos acarician todo mi lateral y después desaparecen. Siento entonces un tacto cálido que se sitúa en mi entrepierna. Hago un esfuerzo enorme por mover una pierna y dejar espacio a su verga, que viene crecida y dura. Mi interior empieza a notar los pequeños pinchazos que me van despertando, pero esta vez es la lengua la que se pasea por mi chochito, en lamidas lentas y largas.
Por fin puedo mover los brazos mientras siento que la humedad va mojándome por dentro. Con un gemido lastimero muevo las caderas y agarro con las manos su cabeza, indicándole que suba hacia mí. Así su pene queda a la altura de mi vagina, que es lo que estoy deseando sentir ya.
Lo coloca en su punto de entrada y poco a poco lo introduce, resbala con mi humedad y en ese momento empiezo a abrir los ojos, y le veo, mirándome con tal deseo que mi sopor acaba despareciendo. El duro miembro acaba de penetrar en mí, haciéndome respirar profundamente y me agarro a su espalda y levanto las piernas para que en sus embestidas pueda penetrar hasta el fondo.
Primero me regala con unos pases de entrada y salida, lentos, largos, que hacen que la sienta en toda su longitud y firmeza y que me devuelven totalmente a la vida, y poco a poco los va aumentando de velocidad, la justa, porque estando tan relajados no hace falta mucho para que el orgasmo estalle entre nosotros.
Nos quedamos abrazados unos momentos y entonces con sonrisas en nuestros labios, nos damos los buenos días.