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El chico la estaba esperando sentado y puntual en uno de los bancos del, a esa hora, solitario patio de la facultad. Las clases se encontraban llenas, así que no había más que alguna pareja de alumnos charlando o algunos que habían pensado hacer otra cosa que entrar. Llegó cargada con su maletín caminando desde el fondo del pasillo. Se saludaron con un simple hola y una sonrisa que indicaba montones de cosas. Abandonaron el edificio, cruzando la plaça Universitat a buen paso. Bajaron por Pelai, adentrándose en el bullicio de la gran urbe. Giraron por calle Jovellanos hasta acabar en Tallers que aparecía llena de gente. Extranjeros y turistas como solía ser corriente. Estuvieron mirando discos y Orlando compró dos de Charlie Parker de oferta y otros dos de Bob Dylan que llevaba tiempo buscando. Adela le regaló uno de Getz pese a las quejas de su acompañante. Sabía que le entusiasmaba el jazz, en realidad toda la música en general.
Pasearon por la ciudad, mirando escaparates y hablando de cualquier cosa sin importancia. El joven se atrevió a darle la mano y ella no la rechazó. Se sentía a gusto en su compañía. Escudados en el anonimato de la gran ciudad todo resultaba mucho más fácil. Ya no era raro como antes ver a una mujer madura acompañada por un muchacho joven, los tiempos iban cambiando de forma lenta. Se sentía feliz, como en los primeros años en que festejaba con su difunto esposo. Con los dedos jugueteaba con la amplia palma de la mano para luego enlazarlos con firmeza junto a los del chico. Reía como una boba por cualquier cosa que le dijera, las mejillas sonrosadas y la mirada de enamorada. Paseando por las Ramblas, sacó dinero de un cajero y entraron en la primera cafetería que se toparon. Pidió un café con leche descafeinado y el joven un café solo. Hablaron de ellos claro y de cómo les había ido la vida. Hablando y hablando el tiempo se les echó encima, buscando ahora un pequeño restaurante que la mujer conocía. Un lugar discreto y de buen gusto en pleno Born. Cenaron sin decirse nada, solo contemplándose bajo la débil luz de la lámpara. Se devoraban con los ojos, el deseo volviendo a crecer poco a poco en ellos.
¿Vamos a casa? Estoy cansada –comenté sintiéndome realmente cansada de todo el día.
Vamos sí, me gustará volverla a ver.
No ha cambiado nada, está prácticamente todo igual –dije mientras notaba los pies dolerme por los malditos zapatos.
Bien, nos vamos… pero deja que pague yo.
Está bien, tú invitas –musité lanzándole una sonrisa de condescendencia.
Ya de noche, tomaron calle Argenteria arriba hasta llegar a Via Laietana donde pararon un taxi. El taxista era un hombre que iba a lo suyo así que les dejó tranquilos durante el resto del trayecto, una vez le indicaron la dirección de destino. Estuvieron todo el viaje hablándose en voz baja, susurrándose tenues palabras de manera cómplice. Las manos enlazadas desde largo tiempo atrás, desde la primera vez que él se la cogió. Era como un signo de mayor confidencialidad entre ellos. Iban superando semáforos a velocidad de vértigo, deteniéndose de vez en cuando en alguno de ellos. La ciudad se veía viva pese a la hora que era, empezando a recogerse la gente en sus casas. Luces de neón una tras otra, iluminando los escaparates de amplias lunas. Subieron por Roger de Llúria una vez superada plaça Urquinaona, el hombre buscando Diagonal. Se introdujo en Gràcia, ya cerca de la casa de Adela. Un poco más y llegarían enseguida. Llegaron frente a la casa, estacionando a unos metros de la puerta. Era la casa familiar desde los abuelos de la mujer. Orlando pagó al taxista y la ayudó amablemente a que bajara. Encontró la casa igual que siempre, no le había engañado. La misma fachada señorial, la misma verja desgastada y desvencijada por el uso y los años. Traspasaron la misma para entrar al pequeño jardín con la fuente de piedra en medio. El jardín se veía abandonado, las plantas mal cuidadas y secas. ¿Cómo había caído todo aquello en aquel estado? Entraron a la casa, encendiendo la mujer la luz para dejar las llaves en la repisa junto a la puerta.
Ufff, estoy rendida… tengo los pies destrozados –indiqué mientras me seguía hasta el salón de la casa.
Siéntate, voy a cambiarme y enseguida vengo –le dije viéndole tomar asiento siguiendo mi pedido.
Tenías razón, no ha cambiado nada. Todo sigue igual –confirmó Orlando sentado en el sofá.
Ya te lo dije, el tiempo parece no haber pasado para la vieja casa. Desde la muerte de José Manuel cada vez me apetece menos hacer cosas, ni fiestas, ni reuniones, ni nada.
Bueno, no hablemos más de eso… voy a cambiarme. Estás en tu casa, prepárate algo mientras vuelvo –dije abandonando el salón camino del dormitorio.
Orlando sabía a lo que habían ido. Aunque llevaran rato sin decirlo, se acercaba el momento de profanar el domicilio de la mujer. Un estremecimiento corrió entre sus piernas recordando lo de la mañana, el primer encuentro junto a la madura mujer en el despacho de la Universidad. Se dirigió al mueble bar agarrando la cubitera y la botella de bourbon. Dos cubitos y dos dedos de alcohol fueron suficientes. Echó un pequeño sorbo una vez vuelto al sofá. Un rápido vistazo fue buena muestra del estado de las cosas. Estaba todo igual si no fuera por el evidente abandono que la casa mostraba. El salón era amplio y de altos techos como el resto de habitaciones que recordaba. Una librería de roble y llena de erudición cubría toda la pared principal, frente a las grandes ventanas que ofrecían buena iluminación durante la mañana y gran parte de la tarde. Una puerta en un lado daba paso al balcón sobre el jardín. Allí pasaban las largas noches de bohemia en los tiempos felices del matrimonio, a la luz de la luna y debatiendo entre cigarro y cigarro. Ahora, el salón que había sido el centro neurálgico de la casa, aparecía horriblemente dejado y decadente. Volvió a tomar un sorbo, ahora más largo, sintiendo el alcohol correrle por la garganta. Escuchaba a la mujer canturrear en la habitación, podía haber ido junto a ella pero pensó que mejor era esperar su vuelta. Al fondo del salón descansaba la mesa donde José Manuel se entregaba al estudio y a sus trabajos. La madera se veía ahora desgastada y sin cuidados. La barroca lámpara y claramente demodé colgaba del techo dando amplia iluminación a la estancia. Junto al televisor un retrato de José Manuel y Adela de muchos años atrás. Se les veía jóvenes, sonriendo y retratados junto a la mayor de sus dos hijas a las que Orlando había visto corretear por las habitaciones con frecuencia. Al joven le dio apuro la mirada del hombre que parecía clavarse en él. Desvió los ojos con urgencia para otro lado.
La mujer apareció nuevamente, quedando el muchacho mudo ante la imagen que presentaba. Vestía una bata negra de gasa fina, corta muy corta y que dejaba más de medio muslo a la vista. Viendo el éxito obtenido y con las zapatillas de mínimo tacón que calzaba, cruzó el salón hasta quedar sentada junto a Orlando. Ya a su lado, se descalzó haciendo ruido las zapatillas al caer al suelo. Tomando el mando de la tele la encendió, encontrándose con las primeras imágenes de la película que daban en ese momento. Estirando las piernas, las dejó a la vista de su joven acompañante que no perdió detalle de ellas. Los cabellos cayendo por encima del hombro ofrecían un perfil informal y natural en ella. Durante un rato no dijeron nada, aunque esperaban que el otro lo hiciera. La mujer no hacía caso a lo que veía sino a los brazos que la tenían abrazada. Lo había llevado a casa para estar junto a él, ningún sitio mejor que aquel para estar tranquilos. Se sentía segura junto al muchacho, sabía que marcharía pero no quiso pensar en ello. Solo quería disfrutar de su compañía todo el tiempo que fuera posible. Las imágenes seguían pasando frente a ella sin que les hiciera ningún caso. El chico no paraba de mirar las piernas de la mujer, deseando tocarlas. Pero al mismo tiempo el retrato le cortaba sin remedio. No tardaría en disfrutar de la mujer, estaba seguro de ello. Lo había llevado para entregarse a él una vez más, los dos lo sabían. El silencio se apoderó del salón, solo roto por las voces de la película. Alargando la mano, alcanzó el interruptor de la luz quedando la habitación a oscuras. Solo la luz de la pantalla y la del exterior alumbraban mínimamente el cuarto. Adela buscó la mano del chico apretándola con fuerza, dándole a entender la ansiedad que la embargaba. Sentándose en el sofá con las piernas cruzadas, dejó caer la cabeza sobre el hombro de su acompañante. Fue aquel el gesto que el muchacho necesitaba.
¡Bésame cariño, bésame… necesito tanto que lo hagas!
Echándose sobre ella, la besó con todo su deseo. Haciéndola tumbar, se apoderó con las manos del sinuoso y aún apetecible cuerpo de la madura. Adela le abrazó atrayéndolo sobre ella, dejándose vencer hacia atrás. Apenas se veían, los rostros en sombras y llenos de pasión. Las manos por encima de la bata, subiendo y bajando hasta encontrar los torneados muslos, duros como piedras. Aquella mujer estaba muy bien para su edad, lo había podido comprobar bien aquella mañana. Echado sobre ella la besó con delicadeza y con la mano buscó el inicio del muslo que acarició por dentro. Los primeros gemidos de ella pudieron oírse nada más notar la mano por encima. Se besaron mezclando las salivas, las lenguas enredadas en un combate feroz, golpeándose luego con ellas hasta volver a enredarlas en el interior de la boca del hombre. Se removían inquietos, teniéndola él enlazada por la cintura. Se desnudaron con premura, a la mujer no costó demasiado soltándole el cinturón que le mantenía la bata cerrada para enseguida deshacerla de ella ayudando Adela en la tarea. Se encontraba desnuda debajo por lo que Orlando pudo saborear los senos rotundos y de buen tamaño de la madura. Los chupó y lamió entre los jadeos descontrolados que ella emitía.
Ella era pequeña y fácil de manejar, lentamente fue descubriendo las formas de su bello cuerpo desnudo. No llevaba sujetador, los pechos al aire quedaron frente a él que los miró con gesto alterado. La hermosa cuarentona, alterada también, le pidió que los chupara cosa que hizo sin recato alguno. Succionó el pezón tirando del mismo, lamiéndolo y chupándolo hasta ponerlo duro. Besó el pecho que tenía cogido con la mano, arrancándole palabras de abatimiento y desenfreno. Adela, tumbada sobre las almohadas, le tomaba de la nuca jugando con los dedos por encima de la misma. Llevaba toda la tarde deseando tenerlo junto a ella, amándola nuevamente, mostrándole todo su entusiasmo de macho joven.
Trató de separarlo, lográndolo al fin para quitarle la camisa casi a tirones. Sus labios se hicieron dueños del pecho masculino, besándolo, recorriéndolo con la lengua con desvergüenza. Orlando le tomó el cuello, comiéndoselo entre los gritos que ella daba. Ahora sí podía entregarse sin miedo a gritar, estaban solos y nadie podía molestarles. Aquella boca sobre su cuello la ponía enferma, un estremecimiento se apoderó de su cuerpo corriéndole de la cabeza a los pies. Mientras, la mano del joven la acariciaba sin recato, tan pronto encima de los pechos como bajando a la barriga y mucho más abajo. Las caderas y los muslos fueron visitados por aquellos dedos que se pegaban a ella como lapas, clavándose en su piel. La mujer gimoteaba débilmente, sollozaba suplicando más, sin poder defenderse del furibundo ataque del hombre mucho más fuerte que ella. Las risas y los gritos de queja eran en ella uno solo, combinándose en su actitud el ardiente deseo con la falsa apetencia de presentarse como la mujer burguesa y que debía mantener a buen recaudo su feminidad. Era un simple juego para excitarlo más.
¡No no, déjame… déjame por favor…! ¿estás loco? –le pedía con voz entrecortada sabedora que no era lo que quería.
¿Quieres que te deje? –me preguntó sintiéndolo alocado sobre mí.
Mucho más fuerte que ella se dejó caer, llevándolo encima para una vez más acabar en un beso que los dejó sin aliento. Ambos eran fogosos y ardientes en su actitud. La besó, lamiéndole la lengua, el rostro, la oreja. La bata abierta permitía el contacto de la mano por encima del cuerpo tembloroso y febril. Volvió a tocarle las tetas, enloqueciendo Orlando con aquellos pezones duros y elevados. La excitada hembra lanzó un largo suspiro con los ojos completamente en blanco del gusto que sentía. Metiendo la mano por debajo alcanzó la nalga escandalosamente sensual de la mujer. La acarició como si de algo sagrado se tratara mientras ella se agarraba al brazo masculino como si le fueran a fallar las fuerzas. Apretó los dedos sobre aquella hermosa parte de la anatomía femenina. Un culo que lo hacía poner malo solo de pensar poder hacerlo suyo.
Acaríciame muchacho, qué cachonda me tienes.
Me vuelves loco… me vuelven loco tus pechos, tus macizos muslos, tus nalgas y tus piernas…
¡Oh cariño, bésame… hazme el amor hasta morir.
Sí Adela, te besaría a todas horas… me vuelve loco tu boca de labios húmedos y carnosos.
Ummmmmmmmmmmmm.
Adela apoyó la cabeza en el respaldo del sofá poniéndose cómoda, se le cerraban los ojos sin que pudiera impedirlo. Su joven amante ardía en deseos de besarla, de comerle la boca de manera imparable, de llevar las manos hasta el último rincón de su encantadora figura. Empezó a acariciarle el muslo, masajeándolo delicadamente para sentirla removerse bajo su mano. Estaba hermosa, gimiendo con cada roce sobre la piel, reclamando mayores caricias por su parte. El rostro cubierto de pelo, resoplando ella entre continuos jadeos y palabras de súplica. Unieron las miradas, los ojos vidriosos y la mirada perdida. Mirada que al hombre llenó de júbilo sabiéndola ya suya. Ella se dejaba hacer. Orlando hizo resbalar su mano notando la grasa de la flácida barriga mientras la otra descansaba en la cadera moviéndola en pequeños círculos. Quería ponerla aún más caliente y para ello las caricias eran un ingrediente totalmente necesario. La mujer no pudo evitar exhalar un gemido de profundo placer. Se notó muy caliente entre las piernas, cada vez lo estaba más y notaba las bragas empapadas en su ardor. Esperaba que llevara las manos ahí, que la acariciara atormentándola hasta gozar un nuevo orgasmo. Lo sabía inevitable nada más la rozara.
Le miraba provocándole con la mirada, con sus gestos obscenos de mujer que sabía lo que quería. Y en ese momento le quería a él, sentirlo en su interior moviéndose una y otra vez, follándola entre sus gritos de delirio. Sacaba la lengua, se acariciaba el cuerpo con sus manos, cerraba y abría los ojos de un modo procaz y que a Orlando le excitaba sin remedio. Aquella mujer era puro fuego, fogosa y complaciente tal como le había demostrado. Removiéndose sobre el sofá, la bata se subió dejando al aire una buena porción de muslo. Aquel muslo le excitaba sobremanera, era un muslo firme y robusto que daban ganas de probar igual que las piernas torneadas y el culo redondo y paradito de carnes prietas. Incorporándose el hombre, quedó en pie pudiendo ella devorar toda la figura masculina. El miembro se hacía evidente bajo el ajustado pantalón. Suspiraba por hacerlo suyo de forma que acercándolo, se hizo con el pantalón bajo el que se notaba un bulto más que considerable. Formó una sonrisa de triunfo mientras emitía unas palabras que el muchacho no llegó a comprender.
Dámela cariño, la quiero toda –la entendió ahora sí perfectamente en su tímido susurro.
Soltándole el pantalón, el mismo cayó a los pies junto al slip. La polla saltó como un resorte, orgullosa en su libertad. Frente a la mujer, quedaba a la altura de su bello rostro, ahora turbado por el deseo. Sujetándola inició un lento movimiento con la mano, masturbando el tallo aún no completamente erecto. Oprimió los labios con fuerza para después pasar la lengua por encima, humedeciéndolos hasta verse brillantes. Orlando la animó a continuar. Abriendo la boquita, la mujer la llevó al pene dejando caer sobre el mismo toda la calidez de su aliento. Seguidamente fue la lengua la que tocó la inflamada cabeza provocándole un delicioso temblor. Cerrando los ojos comenzó el tormento del hombre. Con la lengua fue lamiendo el tronco desde la cabeza hasta la base, ayudándose al tiempo de la mano con la que lo tenía bien agarrado. Arriba y abajo para volver a subir y así varias veces cubriendo la sensible piel con su saliva. El miembro se fue empingorotando sin remedio gracias a las delicadas caricias con las que le obsequiaba. Orlando se dejaba llevar por aquel placer infinito, por aquella maliciosa lengua que tanto le excitaba. Giraba la cabeza al ritmo de la mano, devorando el pene con furibundo apetito. Lo notaba palpitar bajo sus labios, las venas cubriendo toda la superficie del largo instrumento.
Chupa Adela, chupa… qué placer me das.
La avezada mujer siguió lamiendo el sexo del joven, pasando la lengua con la maestría que da la madurez. De forma lenta pero continua, la lengua disfrutaba la debilidad de aquel músculo al mismo tiempo tan duro y poderoso. Al fin terminó por introducirse buena parte de la polla en el interior de su boca. Al menos la mitad la había hecho suya, envolviéndola con los labios para hacerle gemir entregado a ella. Chupó el glande empezando a moverse a buen ritmo, metiéndola y sacándola entre las miradas que le lanzaba. Le gustaba verle gozar y sufrir con cada uno de los movimientos de su boca. Aquel músculo horrible le llenaba la boca obligándola de vez en cuando a sacarla para poder respirar. Estaba ahora enorme gracias al tratamiento con el que lo había hecho excitar. Lo sacó de la boca para mirarlo en todo su esplendor, tenso, elevado y brillante de sus babas.
¡Qué polla tienes muchacho… nunca pensé que fuera así!
Chúpala nena, chúpala… me encanta que lo hagas.
Sí claro, no quiero perderme esta maravilla que tienes. Nos queda mucho que disfrutar…
Y cerrando de nuevo los ojos, se puso a chupar el instrumento de forma frenética y sin descanso. Lo notaba en el interior de la boca, llenándole los carrillos cada vez que los golpeaba. Una buena mamada le dio, le gustaba hacerlo y con Orlando aún más. La tragó hasta la garganta, metiéndola poco a poco hasta notar los huevos junto al labio. Él acompañaba el movimiento con la mano encima de los cabellos que aparecían revueltos entre sus dedos. Adela paró para dedicarse ahora a los huevos que chupó entre los labios, lamiéndolos y jugando con las uñas de modo insano. El joven agradecía los roces con débiles gemidos, acallados en el silencio de la noche. Estaba a punto de correrse y la avisó con su voz ronca y cansada. Sentía la garganta reseca y le costaba aguantar el orgasmo que estaba a punto de apoderarse de él.
Me voy a correr Adela, eres buena chupando.
¡Sí cariño, córreteee… dame toda tu leche, la quiero todaaaa!
Le masturbó mientras continuaba chupando y moviendo la cabeza adelante y atrás. El tan deseado desenlace estaba ya cercano, quería verlo reventar gracias a sus cuidados. El glande se mostraba inflamado y espléndido. Lo envolvía con la lengua repasándolo con auténtica devoción, metiéndolo y sacándolo de manera furiosa, casi diabólica. Las fuerzas abandonaron a su joven amante que sintió las piernas doblársele mientras un escalofrío le corría todo el cuerpo. Notó un sudor frío por encima del rostro. El orgasmo le llegó en violentos espasmos que le hicieron gritar gruñendo de forma desesperada. Ella sacó el pene y quedó con la boca abierta y a la espera del feliz momento. El primer disparo escapó cubriendo sus labios, una buena cantidad de semen que trató de saborear cuando un segundo arranque no se hizo esperar yendo este sobre la nariz. Adela cerró los ojos con rapidez evitando así el nuevo disparo que buscaba uno de ellos. Acabó en su frente, resbalando con fuerza irrefrenable. Tras estos tres disparos iniciales, notó algo más de semen brotar esta vez con menor potencia. Todo tiene su final y así fue mezclándose las palabras de la mujer con los gemidos entrecortados del chico. Ella se metió la polla en la boca, saboreando los últimos estertores del miembro masculino que aún parecía querer más. De forma lenta fue perdiendo buena parte de su vigor hasta que la mujer lo dejó ir viéndolo derrotado entre sus dedos. Tragó la leche de sus labios degustando el sabor amargo de la masculinidad. Le gustaba aquel sabor, con su marido solía hacerlo cada vez que acababan sus disputas.
¿Qué tal te encuentras? –pregunté viéndole relajado y resoplando su placer.
De maravilla, menuda mamada me has pegado.
¿Te ha gustado? –volví a preguntar con una sonrisa en los labios.
¡Joder claro que me ha gustado, ha estado genial!.
Gracias –exclamé sintiendo parte del semen correr por la barbilla para acabar cayendo sobre mis pechos.
A mí también me ha gustado, eres un buen muchacho, un muchacho agradable y amable –dije cerrando aquel corto diálogo al ver como caía a mi lado.
Estuvieron besándose largo rato, diciéndose palabras dulces, continuando con el deseo de aquella primera noche. Se acariciaban los cuerpos con las manos cálidas y presagiando nuevos placeres. Él la estuvo acariciando, moviendo las manos por encima del cuerpo femenino. Las piernas y muslos para acabar cayendo sobre la entrepierna bañada en jugos. Adela le ayudó quitándose las bragas al levantar las piernas. Ahora sí toda su feminidad quedó a la vista del chico que la miró con cara de embobado. El pubis con algo de vello y el coño abierto y carnoso que apetecía comer a mordiscos. Acercó la cara al mismo abriendo con la lengua los labios vaginales. La mujer gimió de forma lastimosa, sufriendo la caricia de aquella lengua áspera y ofensiva. Levantó las piernas, doblándolas para permitir el ataque de su amigo. Las primeras emociones empezaban a crecer en ella, la lengua vivaracha y húmeda se apoderaba de su ser. Orlando abrió la flor que tan amablemente se le ofrecía, chupó con los labios y la lengua la raja tratando de introducirse en la vagina rosada. Empezó a lamerla, pasando y repasando la lengua por encima de la abertura mágica, humedeciéndola para resbalar mejor. Adela gemía y sollozaba envuelta en su desconsuelo. Gritó y reclamó al notar los labios apoderarse de su más íntimo botón. Se lo comió de forma delicada, lamiéndolo con la lengua y cubriéndolo con los labios para hacerle el placer mayor. Gemía, se removía alterada con cada roce sobre el clítoris. Él lo tomaba con calma, abandonándolo para entregarse ahora a llenarle el muslo de besos. Lo besó de arriba abajo, pasando la lengua a todo lo largo, lamiéndolo de forma completa. Mientras, con la otra mano la tenía tomada de la otra pierna para luego hacerse con uno de los pechos que apretó entre sus dedos notándolo fuerte y de agradable tacto.
Cómemelo cariño, có…memelo entero no pares…
El muchacho lo hizo elevando la calentura de la mujer con cada una de sus caricias.
Me enloqueces, me enloqueces diossssssssssss.
El tormento continuó y cada vez de forma más insistente, abriéndola por completo hasta conseguir meter la lengua en su interior. Se abrazaba a la cabeza del joven, pataleaba sin control y se mordía el puño para no declarar su placer. Los jadeos se ahogaban con la mano tapándole la boca, no lo resistía, no lo resistía más. Orlando jugó con su hambrienta lengüecilla, provocándola hasta el desmayo. Chupaba el clítoris, mordiéndolo hasta arrancarle gritos de total desesperación. Se corrió entregándole todo el elixir de sus jugos que el hombre bebió degustándolo con fervor, devorando y lamiendo la flor empapada y abierta. Ella se retorcía con los ojos en blanco y gimoteando como una gata herida. Gritó de nuevo, agarrándole de la cabeza para estrecharlo contra su sexo. Lloraba de gusto, jadeando y temblando toda ella por aquel orgasmo dulce e intenso.
¿Cansada? –me preguntó viendo como me iba recuperando de forma lenta.
¡Oh no seas malo Orlando! –respondí sonriendo levemente mientras resoplaba de puro gusto.
Ha estado bien. Te has entregado por completo.
Ha estado bien, sí. Eres perverso muchacho, realmente perverso… Ven abrázame con fuerza –le pedí alargándole la mano para que me acompañara.
Se besaron y acariciaron, dejándola él que recobrara las fuerzas perdidas tras el orgasmo disfrutado. Juntaron sus bocas, apretando los labios con fruición, notándolos trémulos y húmedos de pasión. Rozaba sus labios silenciando el aliento vacilante e irregular. Las manos la tomaban con nervio, haciéndola sentir su deseo por ella. Se habían encontrado después de mucho tiempo y quería aprovecharlo todo lo posible. La veía entregada y dichosa, dejándose seducir por sus palabras y caricias. Le apartó el pelo caído por encima del ojo. La mirada de la mujer fulguraba implorando mucho más, implorando todo lo que pudiera darle. Nuevamente se miraron sin decirse nada, solo contemplándose en la oscuridad de la habitación. Las sombras ayudaban en sus gestos, en sus voces débiles y apenas susurrantes, la noche caída escuchándose a lo lejos el ruido de algún coche.
Ven mi amor, vamos a la cama –dije cogiéndolo de la mano para ponernos ambos de pie.
La siguió por la casa, ella descalza y resonando sus pasos a través del parquet. Subieron al piso de arriba donde Orlando sabía que estaba el dormitorio. Al muchacho le daba morbo pensar en poder amarla en la cama que en otro tiempo fue de otro. El lecho matrimonial iba a ser testigo de su amor, de sus suaves caricias por encima de aquel cuerpo maduro y bello. Alcanzaron el dormitorio sintiendo los dedos femeninos temblar junto a los suyos. Se la veía excitada, seguramente para ella también era un paso importante. Adela encendió la luz de la mesilla donde pudo ver un nuevo retrato del matrimonio. Era una imagen de la pareja en la playa con el mar embravecido tras ellos. Nuevamente la presencia de José Manuel le hizo creerse usurpador de algo que no le pertenecía. El hombre atractivo y de cabello canoso echaba el brazo por encima del hombro de su esposa. Ambos sonriendo a la cámara en los tiempos felices de su matrimonio. Ajena a los pensamientos que le rondaban, la mujer se tumbó en la cama animándole a que la acompañara.
¿Te quedas a dormir no?
¿Eso quieres?
Me gustaría, ya lo sabes. ¿Tú no quieres? –pregunté casi suplicando.
Hazme un sitio –pidió el muchacho tirándose a mi lado.
Se estiró junto a él dejándose abrazar por el brazo fuerte del hombre. Lo cogió en sus manos, se sentía tan fuerte y masculino entre los dedos. Dejó que la tomara entre ellos, dejándose mecer como cuando de niña lo hacía con su padre. Recordaba aquellos tiempos pretéritos, los años felices con sus padres paseando los domingos por el barrio o yendo al parque del laberinto que tanto le gustaba. Se levantó viento en la calle fijando los dos la vista en la ventana, golpeando el aire contra el cristal de forma brusca.
No pasa nada, las ventanas aguantan bien –exclamé notando las manos del hombre rodeándome.
Se besaron morreándose sin reparos, metiendo ella la lengua en la boca de su amigo, notando crecer el deseo en ellos una vez más. Lentamente continuaron las caricias y roces excitándose a cada segundo que pasaba. Un hormigueo sintió, recorriéndole las entrañas con cada caricia de aquellos dedos en su cadera. A él le gustaban, le gustaban aquellas caderas anchas de mujer cuarentona. Le pellizcó una nalga, haciéndola gritar riendo divertida por la osadía del joven. Luego se la apretó, los dedos hundidos en ella para hacer el contacto más profundo. Adela notó la lujuria aumentarle de forma irrefrenable, la entrepierna ardiéndole y nuevamente desprendiendo fluidos. Le pidió que la acariciara y él lo hizo cayendo encima para apoderarse del cuello que lamió con lentitud pasmosa. Sabía excitarla, trabajándola sin prisas, conociendo cada paso y el ritmo adecuado que debía tomar. Los preliminares eran lo más importante en cualquier relación y a ello se dedicó jugando con la piel tierna y delicada de su compañera. Subió por el cuello muy lentamente, sintiéndola gemir con el roce de la lengua a través de tan sensible superficie. Fue subiendo y bajando escuchando los gemidos aumentar de volumen. Ella le hablaba sin saber bien lo que decía. Eso a Orlando le excitaba. Llegó a la oreja y un corto sollozo brotó de los rosados labios de la mujer. La chupó y comió devorándola con los labios, pasando la lengua para envolverla con su saliva. La madura se sentía en la gloria.
Sigue mi amor… no quiero que acabe esto nunca… es tan hermoso…
Tú sí eres hermosa… me pones loco viéndote tan caliente.
Ummmm, no me digas esas cosas mi amor –exclamé cogiéndome más a él.
Aquellas palabras de Orlando eran música celestial para la atractiva hembra. Sin prisa pero sin pausa fueron poniéndose a tono, listos para un nuevo encuentro. Ella quería tenerlo dentro y el agradable muchacho no pensaba en otra cosa.
¡Hazme el amor, fóllame hasta morir de gusto cariño!
Los labios la hicieron callar, besándola mientras las manos le corrían arriba y abajo. Subiendo por los costados para caer en los pechos que aparecían palpitantes y sedientos de sus manos. Una mano en un pecho y la otra en la nalga, besándose con enorme angustia. El uno junto al otro, los ojos enfrentados y vidriosos bajo la tenue luz de la lámpara. Ella le agarró la polla empezando a mover los dedos despacio. Masturbándole al tiempo que el chico la acariciaba buscando la excitación de ambos. Se puso a chupársela para volver a ponerlo a tono. El pene no tardó en mostrarse elevado y orgulloso a su vista. Ella se relamió imaginando todo lo que la esperaba. Se mordió el labio, la pasión la dominaba. La chupaba y lamía, enterrándola en la boca hasta la garganta. Tosió teniéndola que sacar pero enseguida la metió iniciando los movimientos de la felatio. Su joven amante recuperó el pulso gracias a las artes empleadas por la madura mujer.
Orlando se incorporó hasta quedar sentado a los pies de la cama. Ella se puso en pie dándole la espalda para que viera su trasero prominente y de marcado carácter. Estaba espectacular –pensó él disfrutando el cuerpo desnudo que se le ofrecía. Contoneándose y pasándose las manos por las caderas, el cabello cayéndole sobre la espalda curvada que acababa en aquel par de redondeces rotundas y firmes. Ella se mordió el labio inferior soportando así la lujuria que la embargaba. Se volvió de cara, hermosa en su completa desnudez y de forma maliciosa se llevó un dedo a la boca enganchándolo entre los dientes. Lo chupó entrecerrando los ojos y metiéndolo y sacándolo de la boca hasta dárselo a probar. Orlando lo saboreó, chupándolo del mismo modo que lo había hecho la mujer. Ella se unió a su joven amante que le cubrió el vientre de cálidos y suaves besos, haciéndola temblar al lanzarle el aliento por encima. Le pasó la mano por la cabeza, llevando la otra al pecho para acariciarse el pezón. Nuevamente se volvió de espaldas, echando el culo hacia atrás y permitiendo que Orlando buscara con los dedos su coñito. Tras acariciarlo brevemente, la madura quedó sentada sobre su compañero para iniciar un lento movimiento oscilante y de arriba abajo. Las manos de su amigo se plantaron raudas en los muslos presionando la piel con decisión. Los acarició rozándolos con los dedos para luego llevarlos entre las piernas de la mujer. Adela facilitó la caricia al elevar el culo en el mínimo cabalgar que llevaba.
Fóllame mi amor, estoy ardiendo… apaga este fuego que me quema.
Él empujó acompañando el lento movimiento de la experta hembra. El miembro grueso y ya en forma se deslizó entre las paredes del estrecho canal. Ella, bajando la mano entre sus piernas, rozó levemente los duros y cargados testículos.
Clávamela muchacho… la quiero toda dentro vamos.
Se dejó caer sintiéndose penetrada por aquella barra de carne, llena hasta el fondo y con la razón perdida. Gimió largamente con los ojos en blanco y quieta mientras gozaba de aquel intenso placer que le corría el cuerpo.
¡Aaaahhhhh síííííí… métemela toda, todaaaaaaaaaa!
Los movimientos empezaron a cobrar vida, moviéndose ambos de forma acompasada y ágil. Mientras ella empujaba hacia abajo tratando de sentirse más llena, el chico lo hacía en sentido contrario con lo que la copula resultaba de lo más placentera para los amantes. Ella echaba la mirada atrás para verle, como pidiendo un ritmo más vivo. La imagen del rostro descompuesto del otro era de lo más estimulante para cada uno de ellos. Cogida de las caderas, Adela no paraba de jadear convirtiéndose al momento los jadeos en lamentos desconsolados. Él paró unos instantes cediendo al empuje de la madura. Fue un momento pero suficiente para que las quejas aparecieran.
Sigueeeee… sigue, no te pares.
Orlando volvió a la carga golpeándola con fuerza para hacerla gritar de manera escandalosa. Empezaron a follar con rapidez, hundiéndose hasta el final y saliendo una y otra vez y cada vez con mayor ímpetu. Los gritos envolvieron el silencio de la habitación, enredados en la locura de aquel polvo apasionado y candente. Ella se masturbaba con los dedos mientras gritaba pidiéndole que siguiera. Se arqueaba, echando el pecho hacia delante para volver a caer sobre el eje duro y ardiente que la consumía. No paraba de pedir más y más moviendo la cabeza a los lados, rugiendo y reclamando mayor interés por parte del macho. El hombre la tenía firmemente cogida de los costados y empujaba traspasándola hasta lo más profundo. Adela jadeaba entrecortadamente notándose cansada con aquel continuo cabalgar. El orgasmo le llegaba. Se corrieron de forma explosiva, primero ella pidiéndole que la acompañara echándole todo en su interior.
Córrete, vamos córrete… no te salgas, dámelo todo dentro… quiero sentirlo dentroooo.
Apretándose a ella, explotó sintiéndose perder las fuerzas. Enganchándola de las nalgas, la leche escapó para ir a regar el coño hambriento y deseoso de su masculinidad. La mujer seguía cabalgando, soportando aún las postreras fuerzas de aquel tormentoso encuentro que habían disfrutado. El torrente descontrolado la colmó yendo a parar al último rincón de su vagina.
¡Me corro mi amor, me corrroooo sí… dios qué gustoooo! –anuncié elevada en todo mi poderío sensual
Tomándose el cabello entre los dedos lo revolvió aún más de lo que estaba. Necesitaba algo para calmar la desazón que la envolvía. Había sido un buen polvo, uno de los mejores que recordaba tras mucho tiempo de no gozar aquellos placeres. El líquido masculino le corría entre las piernas, quemándole las entrañas y haciéndola sentir afortunada.
Qué polvo muchacho, qué polvo… ha sido tremendo, me ha encantado –aseguré girándome hacia él para sonreírle con cara de viciosa.
Eres una guarrilla –me dijo con total confianza.
Sí una guarrilla para ti cariño –respondí con la misma sonrisa.
Aquel muchacho tenía un buen rabo. Un miembro de buen tamaño y que sabía utilizar tal como había comprobado segundos antes. Ya por la mañana había sido consciente de ello pero ahora habían podido explayarse mucho más en sus caricias y arrumacos. El rostro de la mujer desprendía morbo en cada uno de sus gestos, los ojos brillándole de un modo especial y la sonrisa perenne en los labios.
Descabalgó cayendo al lado de su hombre. La besó echando los cabellos atrás y pasándole luego suavemente la mano por la cara. Respondió al beso con un sonoro gemido, la ponía mala con cada uno de sus besos y caricias. Descansaron un buen rato charlando de lo ocurrido, de la pasión que les había entregado al ardiente encuentro. Se levantó ella camino de la cocina en busca de unas bebidas. Orlando fijó su atención de nuevo en la espalda desnuda y el culo deseable de la madura. Tuvo que llevar la mano a la polla para tranquilizarse levemente. El grueso animal descansaba ahora sobre su muslo, flácido y con restos de la batalla mantenida. Quería más, deseaba volver a follarla hasta acabar con sus últimas fuerzas. Adela volvió a la cama con dos vasos de zumo que bebieron de un solo trago. Se encontraban sedientos y no solo de líquido reparador. Cayó junto a él gateando en la cama. Se la veía hermosa y con el mismo morbo de instantes antes. Con un gesto de profunda admiración pudo ver el miembro aún altivo y de tamaño más que respetable.
¿Aún quieres más? –reí excitada por la pasión que demostraba.
¿Y tú quieres más guarrilla? –respondió él cogiéndose el sexo con los dedos.
¡Oh, eres insaciable muchacho! ¿Acaso quieres acabar conmigo?
La continuación a sus palabras fue abrazarse con desesperación a su joven amante. De nuevos los besos y los roces de sus cuerpos les fueron aumentando la líbido. Ella no creía que aquello fuera posible, la recuperación del hombre parecía asombrosa. Entre risas nerviosas rodaron por la cama hasta quedar la mujer encima. El rostro congestionado por una nueva necesidad, los cabellos tapándole sus bellas facciones, el corazón latiéndole a mil por hora.
Vuélvete cariño –me pidió el joven cogiéndome de la cintura para hacerme separar.
Ella entendió rápidamente lo que quería y se giró para acabar en posición inversa a la del chico. El sexo húmedo de semen y descansado reclamaba nuevas atenciones por su parte. Y ella también quería aquello, le gustaba chupar aquella polla que tanto placer le había dado. De ese modo enfrentados cada uno al sexo del otro, los roces se hicieron inevitables comenzando las tareas de las lenguas. Él acarició la carnosa almeja, pasando la lengua tras haber separado los labios con los dedos. Chupó empapándose de los jugos que ya comenzaban a destilar. Adela gimió de forma exagerada con cada roce de aquella lengua maldita. Los gemidos se hicieron más continuos según se hacían más profundos los roces. Los labios atrapando ya el clítoris sensible. La mujer se hizo con el regalo que se le ofrecía. Succionó devolviendo lo que él le hacía. Metiéndolo en la boca para irlo chupando hasta notar como el miembro crecía. Le costó algo pero no mucho, sus artes resultaban de lo más agradables y difíciles de soportar. Así pronto mostró el estado deseado. Se relamió, observando las dimensiones de aquel coloso que la hacía sentir empequeñecida. Viéndolo de tan cerca resultaba aún más amenazante. Se corrió una vez más con la lengua que tan amablemente la trabajaba.
Qué tremendo muchacho, qué tremendo… vas a matarme de gusto –confesé notando su boca saboreando el manantial de jugos que mi sexo producía.
Gimoteando y separándose con dificultad, consiguió al fin quedar arrodillada en la cama. Orlando se unió a ella tomándola de las tetas y haciéndola sentir su polla morcillona pegada a las nalgas. La madura lanzó un suspiro de satisfacción al sentir la presencia masculina acosándola. La envolvió con las manos, aprovechando su debilidad para comerle el cuello entre los lamentos que emitía. Los pechos de pezones puntiagudos fueron atormentados por los dedos que los pellizcaban y tiraban de ellos hasta provocarle un grito desgarrado. Mientras, le hablaba al oído llenándola de palabras de fuerte carga erótica. El grueso instrumento la golpeaba de modo insolente, removiendo ella el culillo con pérfida procacidad.
Quiero follarte…
Uffff, ¿otra vez? –dije con la cara descompuesta, tirando el brazo hacia atrás para atraerlo y que me besara.
Orlando le llevó las manos sobre los muslos, clavándolas de manera fuerte y autoritaria. La hizo abrir las piernas para una mejor entrada. Ella las abrió echando el cuerpo hacia delante, quedando así con el culo elevado y preparada para lo que vendría. Apoyada en la cama y de espaldas, quedaba a la altura perfecta para que la penetrara. El muchacho le buscó el coño, notándolo dispuesto y empapado. Lo masturbó, pasándole los dedos arriba y abajo para meterlos en dos ocasiones haciéndola vibrar. Finalmente se cogió la polla y, poniéndole la mano en el hombro, apuntó la entrada húmeda y abierta para penetrarla de un solo golpe dejándola sin respiración. De su boca salió un grito de desconsuelo. Ahora sí podía gritar y explayarse en su placer, no como por la mañana teniendo buen cuidado de que alguien la pudiera oír. El movimiento lento volvió a iniciarse, acelerándose a los pocos segundos para hacer la copula más intensa. Echado sobre ella, la tenía enganchada del pecho sin dejar de empujar una y otra vez. La cama sonaba con los movimientos del hombre, moviéndose adentro y afuera, adelante y atrás y cada vez de forma más brusca y seca. Los huevos se clavaban en ella llegándole hasta lo más hondo de su vagina. Ambos jadeaban con el control perdido, cerrando Adela los ojos para disfrutar la tremenda follada con la que la complacía. Era incansable, se había corrido dos veces y aún pretendía más. Las tetas se balanceaban a los lados y de arriba abajo con el movimiento acompasado y continuo que imprimían. El atractivo muchacho le acariciaba el culo y ella hizo lo propio con su polla y sus huevos metiendo la mano entre las piernas. El cuerpo de ella le calentaba, con sus redondeces de mujer madura y en la plenitud de la vida. La celulitis en los muslos y glúteos, la grasa en la barriga hacían que hubiera donde agarrar.
Fóllame… fó… llame duroooooo.
Se enterraba los dedos entre las piernas, masturbándose ella misma sin cesar en sus lamentos y con una cara de vicio que le animó en sus acometidas. Gritaba de dolor y placer, notaba su sexo irritado de tanta caña como le había dado y le daba. El ritmo se hizo insoportable para los dos, moviéndose él en un mete y saca de vértigo envueltos en la vorágine de aquel encuentro formidable y audaz. Adela creyó desmayarse, pidiendo que siguiera con voz débil y entrecortada. Con la mano en los huevos del muchacho, los apretó con fuerza provocando en él un grito aterrador. Se corrió ahora sí saliendo de ella y descargando la poca vitalidad que le quedaba. Este último orgasmo fue poco abundante. Apenas pudo soltar lefa. Se sentía derrotado y cayó sobre su pareja, necesitaba dormir…
Un chispazo eléctrico estalló en la mujer alcanzando también su éxtasis. Notaba los miembros agarrotados, le costó recuperar la posición elevando el cuerpo mínimamente para acabar desplomándose sobre la cama. Una sonrisa de oreja a oreja le cubría el rostro al permitir que su amigo la atrapara entre sus brazos. Se notó ahora sí cansada, muy muy cansada por todo el día que llevaba. Las emociones habían sido muchas desde la mañana y se sentía como mucho tiempo atrás. El muchacho había sido un soplo de aire fresco para ella.
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El último día de su estancia en Barcelona, el muchacho pasó por la facultad para ver a la mujer. Tuvo que esperar a que saliera de clase. Sentado en un banco, estuvo viendo pasar a chicos y chicas camino del bar. Era media mañana y encendió un cigarrillo aspirando con fuerza la primera de las bocanadas.
Llámame cuando vengas a Barcelona. Anótate mi móvil, hace tiempo que lo cambié así que no lo tendrás. No dejes de llamarme, ¿lo harás? –pregunté con un hilillo de duda.
Lo haré –contestó sabiendo que mentía.
Ella también lo supo pero agradeció la mentira piadosa del muchacho. Quizá cambiaba de idea, ¿quién lo sabía?
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