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Siempre he sido un chico muy tímido, débil, inseguro… Esto se debe en parte a las burlas que sufrí en el colegio y en el instituto, sólo por tener aspecto de chica.
– ¡Sólo te faltan las tetas! – decía a menudo algún chico, y todos los demás se reían.
Incluso algunas chicas se metían conmigo porque mi cara resultaba más femenina que las de ellas. No tenía carácter suficiente para defenderme, de modo que no tenía amigos. Pasé unos años muy tristes y solitarios, pero resistí pensando que en la universidad la cosa cambiaría. ¡Y vaya si cambió!
–Mis nuevos compañeros serán adultos y no serán tan crueles– pensé, y no me equivocaba, pero eso no cambiaba el hecho de que soy tímido, así que tuve muchas dificultades para relacionarme. Apenas participaba en las conversaciones y los demás no tardaron en considerarme aburrido. Lo único que se me ocurrió para evitar que se alejaran de mí fue hacerles favores: invitarles a cervezas, hacerles los trabajos de clase, prestarles dinero… Así logré juntarme con un grupito de cuatro chicos: Pedro, Sergio, Juan y Alberto.
Durante un tiempo todo parecía ir bien, pero enseguida me di cuenta de que a menudo ellos salían para divertirse y nunca me invitaban. Sólo se aprovechaban de mí, pero eso era mejor que estar solo.
Un día Pedro me dijo:
–Este fin de semana mis padres se irán de viaje, así que estaré solo en casa y organizaré una fiestecita: beberemos alcohol, y pasaremos toda la noche allí. ¿Quieres venir?
–¿De verdad? ¿Puedo ir? –Contesté yo.
–¡Por supuesto! Llevamos tiempo pensando en hacer algo así… contigo… jejeje –Dijo él.
No podría describir la felicidad que sentí en ese momento. Por fin, tras mucho tiempo y esfuerzo conseguí ser aceptado. Entusiasmado, acepté la invitación de inmediato y esperé ansioso que llegara el fin de semana. Jamás habría imaginado lo que ocurrió en esa fiesta.
Estaba tan ansioso que llegué a su casa diez minutos antes de la hora acordada, por eso me sorprendió que todos los demás ya estuvieran allí, y debían llevar un rato porque cada uno tenía una copa casi terminada. No le di importancia y me fui a sentar en el sofá con los demás, pero Sergio me detuvo.
–Un momento –dijo– No te hemos invitado para que te sientes con nosotros.
– ¿Eh? Entonces… para que… –No entendía, ¿a qué venía eso?
–Ven, sígueme –Dijo Pedro.
Me llevó a través del pasillo hasta una habitación de chica.
–Ya hace un año que mi hermana se fue a trabajar a Alemania –Comentó Pedro mientras buscaba algo en el armario– Pero por suerte para nosotros ella dejó aquí bastantes cosas…–
Sacó del armario una minifalda de volantes rosa clarito, una camiseta de tirantes blanca, unas braguitas negras de encaje y un sujetador a juego, y lo arrojó todo encima de la cama.
–Vístete –Ordenó Pedro– Esta noche este será tu uniforme.
–Como que… No… No voy a ponerme eso… Es una broma, ¿verdad? –Yo estaba aterrado, su cara me decía que no era una broma.
–Todos estamos de acuerdo en que esto te quedará mejor que la ropa que llevas ahora. Esa es la única razón por la que te hemos invitado. Si no quieres ya sabes dónde está la puerta.
Podría haberme marchado en ese mismo momento, pero algo me decía que, si me iba, ellos nunca volverían a hablar conmigo. Volvería a estar solo. Todo el esfuerzo que había hecho hasta el momento habría sido en vano. A regañadientes, empecé a quitarme mi ropa. Pedro sonrió.
–Será divertido, relájate.
La ropa de la hermana de Pedro me quedaba pequeña. Las braguitas me apretaban y casi no podían contener mi pene, a pesar de que es pequeño. Si tuviera una erección, definitivamente se saldría, aunque estaba seguro de que eso no ocurriría en una situación así. Me costó trabajo abrocharme la falda, y era tan corta que solo cubría unos pocos centímetros por debajo de mis nalgas. Las copas vacías del sujetador colgaban ridículamente por delante de mis pezones y la camiseta dejaba al descubierto mi ombligo.
–¡Estás estupenda! –Exclamó Pedro– Mírate, mírate.
Cuando me miré en el espejo, sentí en mi interior un torbellino de emociones: vergüenza, miedo y… ¿excitación? ¿Por qué? Antes, cuando me miraba en un espejo odiaba lo que veía. Veía a un chico con cara de chica, pero esta vez era distinto… esta vez no era yo quien estaba al otro lado del espejo. Era una chica, y lo más extraño de todo es que aquella chica… me parecía guapa.
Pedro me cogió de la mano y me llevó de vuelta al salón. Los demás nos estaban esperando.
–Chicos, os presento a Paula –Dijo Pedro. “Lo que me faltaba” Pensé yo “Ahora me van a llamar por la versión femenina de mi nombre. ¿Hasta dónde llegará todo esto?”.
–¡Os lo dije! ¡Sólo le faltan las tetas! –Exclamó Alberto. Los demás se rieron.
Yo estaba completamente colorado por la vergüenza y paralizado por el miedo. Todos me miraban como nunca nadie lo había hecho antes. ¿Qué significaban aquellas miradas? Yo intentaba calmarme a mí mismo: “No pueden ser miradas lascivas, saben que soy hombre”. Pero había visto a muchos hombres mirar de la misma manera a mujeres hermosas.
–No te preocupes, Paula –Juan intentó tranquilizarme. Me dio un vaso con más ron que limón– Sé que estás nerviosa, pero esto te ayudará a relajarte. Intenta disfrutar, ¿vale? –Bebí medio vaso de un trago.
Creí que se pasarían la noche burlándose de mí, pero no, se limitaron a charlar de tonterías, como siempre. Yo me senté en una silla, callado, intentando sin mucho éxito que no se me vieran las braguitas. Pedro no paraba de mirarme, me hacía sentir incómodo, pero entonces vi el bulto de su entrepierna. “Se le ha puesto dura sólo por mirarme… ¿Soy… excitante?” De algún modo, ese pensamiento me hizo sentir un poco mejor, era como si me hubieran dicho un cumplido. Cuando Pedro notó que estaba mirando su pene se dirigió a mí:
–Estarás contenta, ¿no? Está así por tu culpa –Se desabrochó la bragueta y mostró su duro y grande pene.
–¡Wow! ¿Ya empezamos? ¡Por fin! –dijo Sergio, y todos los demás hicieron lo mismo.
–Ven aquí, Paula –Siguió Pedro– Ya sabes que tienes que hacer, ¿Verdad?
Supongo que fue por el alcohol que no dudé. Me acerqué hasta él y me arrodillé a sus pies. Primero acaricié suavemente su rabo, desde la punta mojada de líquido pre seminal hasta los huevos peludos. Después agarré el tronco y empecé a sacudirlo arriba y abajo.
–No te necesito para hacerme una paja, eso lo puedo hacer yo solo. Chúpamela.
Dudé un instante. ¿Chupar una polla? Me daba un poco de asco, pero ya que había llegado tan lejos, si me rendía entonces, todo habría sido en vano. Además, era la primera vez que alguien se excitaba conmigo, y eso se sentía bien, debía agradecerle de algún modo. Saqué la lengua y rocé con ella la punta de su glande. Tenía un desagradable sabor salado, pero no era tan horrible como me lo había imaginado. Continué recorriendo todo su glande con la lengua.
–Métetela en la boca, y cuidado con los dientes.
Obedecí. Primero introduje la punta mientras seguía moviendo la lengua alrededor de ella. Luego intenté metérmela toda, pero cuando rozó mi garganta aún quedaba un tercio de su pollón fuera. Después empecé a mover mi cabeza arriba y abajo, apretándola con mis labios, y Pedro empezó a gemir. Eso me dio confianza, le estaba gustando, lo estaba haciendo bien. Empecé a sentirme mejor y entonces, sin darme cuenta, mi pene empezó a crecer. Las braguitas eran pequeñas, de modo que cuando creció, ya no cabía, y se salió levantándome la minifalda.
Alberto fue el primero en darse cuenta.
–¡Mira! ¡Lo está disfrutando! –Dijo.
–Esto sí que no me lo esperaba, ¡Menuda guarrilla eres, Paula! –Dijo Sergio, los demás asintieron.
Yo no hice caso a sus comentarios y seguí a lo mío. Las caderas de Pedro empezaban a moverse. De repente y sin avisar Pedro agarró con fuerza mi cabeza en el momento en que su leche salía a chorros y golpeaba mi garganta. Casi me atraganto, pero Pedro no me dejaba moverme, así que me trague todo su esperma. Tenía un sabor fuerte que me hizo sentir sucio, pero a la vez excitado.
–Buen trabajo, nena. –Dijo Pedro sonriendo. Yo también sonreí al ver que los otros se habían estado masturbando.
–¡Me toca! –Exclamó Sergio.
El pene de Sergio era más pequeño que el de Pedro, y estaba cubierto por el prepucio. Cuando intenté retirar la piel hacia atrás él se quejó.
–¡No hagas eso!
–Jajaja, Sergio, deberías operar tu fimosis. –Se burló Juan.
–Si hombre, voy a dejar que acerquen un cuchillo a mi polla, no te jode… Venga Paula, Hazlo rápido.
Como siempre, hice lo que me decían. La polla de Sergio si me cabía entera. Movía mi cabeza mientras con la mano le acariciaba los testículos. Él sacó una cámara y empezó a grabarme en vídeo mientras me decía guarrerías y me llamaba puta. Yo trataba de ignorar la cámara, pero él me mandaba mirarla y sonreír. Me sorprendió lo rápido que se corrió, los demás se burlaron de él por eso.
La siguiente polla que me comí fue la de Alberto. Tenía unas manchitas blancas de semen reseco que sabían bastante mal. Me hizo limpiárselas todas. Mientras yo chupaba la cabeza de su pene, Alberto se frotaba la base. Los demás decían que era tonto por no dejar que yo hiciera todo el trabajo, pero él respondió que así resultaba más placentero. A diferencia de los otros, Alberto no soltó su carga en mi boca, si no que sacó su polla justo a tiempo para llenarme la cara de semen. Con mis manos, llevé toda esa leche hacia mi boca y me la tragué. Los chicos me felicitaron por esa guarrería, sobre todo Sergio, que lo había grabado con su cámara.
Por último, Juan, que hasta entonces había sido el más amable conmigo, se convirtió en el más rudo: Me agarró la cabeza y empezó a sacudirla violentamente. Su polla era más o menos como la de Pedro de grande, pero me empujaba con tanta fuerza que lograba meterla entera. Me hacía daño en la garganta, no podía respirar bien y estuve a punto de vomitar. Se me saltaban las lágrimas, pero eso a él no parecía importarle, puede que incluso le gustara. Su semen salió directamente a mi garganta, y eso me hizo toser, con lo que parte del semen de Juan cayó al suelo. Él se enfadó, me agarró del pelo y me obligó a lamer la leche del suelo.
–¡Buena puta! –Exclamó Sergio, que aún seguía grabando. Los demás asintieron.
–¿Qué te ha parecido? –Continuó–¿Te ha gustado?
–No… yo… –La cámara me intimidaba y me robaba la confianza que con tanto esfuerzo había conseguido. De pronto me horrorizó la idea de que cualquiera podría ver ese vídeo.
–¿No? Y entonces, ¿cómo explicas esto? Dirigió su cámara hacia mi falda. Hasta entonces no me había dado cuenta, pero alrededor de la punta de mi pequeño pero duro pene había una gran mancha de líquido pre seminal, y de ésta colgaba hasta el suelo un hilillo espeso del mismo fluido.
–¡Mírate! Estás tan mojada como una perra en celo, y lo único que has hecho ha sido comer pollas. ¡Que guarra! Te gustan las pollas, ¿eh? Te ponen bien cachonda.
–Si…
–Dilo
–Me… me gustan las pollas…
¿Estaba diciendo lo que ellos querían oír? ¿O estaba diciendo lo que en verdad sentía? Ahora que todo había acabado me sentía más sucio que nunca, pero no podía ignorar lo excitado que estaba, notaba mi pene caliente, a punto de estallar. Los chicos salieron a la terraza a fumar y yo fui al baño a lavarme. A cada paso que daba, el roce de la falda en mi aún dura colita me encendía cada vez más. Cuando llegué al baño no pude evitar masturbarme y no tardé nada en correrme sobre mi mano. Me quedé un momento mirando mi propio semen, lo olí y finalmente lo metí en mi boca y lo tragué. Ellos no me estaban viendo en ese momento, no tenía por qué hacerlo, sin embargo, sentí un impulso… quería hacerlo. Me gustó.
Cuando volví al salón ellos estaban esperándome desnudos, meneándose otra vez las pollas. El cigarro sólo había sido una excusa para descansar un ratito y rellenarse los huevos con leche fresca. “No, esto no ha terminado” comprendí, “acaba de comenzar”.
–Paula, ponte a cuatro patas en el sofá –Ordenó Sergio.
Como siempre, obedecí. Apoyé mis codos encima del respaldo y las rodillas en el asiento, y puse el culo en pompa. Ya sabía lo que iban a hacerme, lo que me sorprendió fue que sentía más curiosidad que miedo.
–¡Bonito culo! –exclamó Alberto.
–Joder, esas bragas son demasiado sexys –Comentó Juan mientras levantaba la minifalda, aunque sin duda podía verlas incluso antes de levantar la falda.
–Como es mi casa, yo voy primero –dijo Pedro mientras me bajaba las braguitas hasta las rodillas. Luego escupió en su mano y esparció su saliva por mi trasero. Primero introdujo un dedo. Me causó una sensación extraña, más agradable de lo que había imaginado. Así, no tardé en relajarme y Pedro pudo meter un segundo dedo, y luego un tercero. Los movía dentro de mí con energía, de una forma un tanto placentera. Cuando consideró que mi culo se había aflojado bastante, Pedro sacó sus dedos y escupió directamente en mi agujero. Noté como untaba de saliva su pollón frotándolo entre mis nalgas y por fin puso su glande justo en mi ano. Empezó a empujar suavemente. Sentí como mi culo se abría para dar paso a ese enorme rabo. Dolía, pero era un dolor dulce. Cuando estuvo completamente dentro, se me escapó un gemido y mi pequeña colita volvió a ponerse dura. Pedro empezó a mover sus caderas, despacio al principio y cada vez más rápido. Juan y Alberto se pusieron de pie sobre el sofá, cada uno a uno de mis lados, y acercaron sus pollas a mi cara. Agarré las dos a la vez, y me puse a chuparlas por turnos, pero era un poco difícil con el rabo de Pedro golpeando mi interior. Sus embestidas sacudían mi cuerpo y agitaban mi pene, haciéndolo golpear mi vientre. Mientras tanto Sergio grababa con una mano y con la otra se pajeaba.
Estuvimos así unos minutos, hasta que Pedro se corrió en mi interior. Entonces cambió de sitio con Alberto y me mando limpiarle la polla con la boca. Es curioso, el pene de Pedro es enorme cuando esta duro, pero después de correrse se encogió hasta hacerse sorprendentemente pequeño. Aun así, lo lamí con voracidad. Alberto por su parte se quejó de tener que meterla en un agujero tan sucio, así que, cuando terminé de limpiar a Pedro, usé mi mano para sacar su semen de mi culo y llevármelo a la boca.
Entonces fue el turno de Alberto. Su polla era más pequeña que la de Pedro, por eso sus embestidas eran menos dolorosas y más placenteras. Ya sólo tenía para chupar la polla de Juan, que se puso cómodo sentándose en el respaldo del sofá justo delante de mí. Así podía mantener su polla en mi boca y estar más cómoda. Yo estaba extasiada, gemía como una puta y notaba mi líquido pre seminal brotar otra vez. Empecé a mover mis caderas adelante y atrás para dar fuerza a las embestidas de Alberto y a la mamada de Juan. No podía aguantar más: me corrí. Me corrí sin tocar mi pene, un orgasmo de próstata, una sensación increíble. Todos comentaban lo puta que yo era, especialmente Sergio, que no se perdía detalle con su cámara. Me sentía feliz.
Poco después, Alberto inundó mis entrañas con su leche y se acercó para que limpiara su colita arrugada. Juan ocupó su lugar y nuevamente fue el más rudo de todos. Por suerte, a Juan no le importaba que mi culo estuviese manchado de semen, de modo que esta vez estaba más lubricada. Además, como ya me habían follado dos veces, mi culo ya estaba suelto y aunque la polla de Juan era tan grande como la de Pedro, no me dolía tanto como antes y pude disfrutar mucho más. Mi colita, pequeñita otra vez desde que me corrí con Alberto, se sacudía violentamente con cada fuerte embestida de Juan. Sergio, que seguía masturbándose mientras grababa, acercó su pene a mi cara y con un gemido vertió su leche sobre mi frente y mi mejilla derecha. Esta vez no me limpié, me gustaba la calidez de su semen, me gustaba sentirme sucia. Eso hizo que mi colita se levantara otra vez. Limpié con mi lengua el pene de Sergio mientras él me felicitaba por ser tan puta. Juan seguía follándome cada vez más fuerte hasta que por fin se corrió. Su carga era mayor que la de los demás, de algún modo pude notarlo, se sintió genial.
Cuando sacó su polla de mi culo, Juan me volvió a subir mis braguitas.
–Quiero que te quedes con eso dentro –dijo.
–¡Mira cómo has puesto mi sofá! –Gritó Pedro señalando la mancha de semen de mi corrida– ¡Límpialo ahora mismo!
Mi pene era el único que aún se mantenía firme, así que mientras lamía el frio semen que derramé sobre el sofá, froté mi colita hasta que una pequeña corrida saltó sobre mi vientre.
–¿Cómo te sientes? –Sergio seguía grabando.
–Satisfecha. –contesté– Satisfecha y feliz.
–Entonces, ¿lo harás otra vez? ¿serás nuestro vertedero de semen?
–Siempre que queráis.
Desde aquella noche, los chicos siempre me invitaron a salir con ellos, a condición, por supuesto, de que acudiera vestida de mujer y dispuesta a ser usada a placer.
Y así fue, damas y caballeros, cómo descubrí los placeres de ser observada con lujuria por desconocidos, de ser tratada como una mujer y de ser la putita de mis amigos. Deseo de corazón que este relato os haya entretenido y me excitará saber que mi historia te ha servido para masturbarte. Con cariño, Paula.
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