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Teniendo en cuenta que mis textos los escribo como confesiones, voy a contar una de esas situaciones de las que no estoy orgulloso, y que transcurrió durante la fiesta de las Fallas de 1999.
En esa época contaba yo con 23 años, y llevaba un año con la que en aquella época era mi actual novia.
La relación iba bien. No es que fuera un tiovivo de emociones, como se suele decir, pero teníamos nuestros momentos, cosa que nos hacía disfrutar y seguir adelante con nuestra relación.
En Valencia, en Fallas, es costumbre ir a ver los monumentos que van a ser quemados en breves días, comer unos cuantos churros o buñuelos con chocolate, ir a ver los castillos artificiales, y, sobretodo, tener paciencia entre la gente, pues esos días la ciudad está tan llena y las Fallas más famosas tan concurridas que en algunas zonas tienes que apretarte e ir avanzando despacio para poder disfrutar de los monumentos.
La Cremá es el momento álgido de las fiestas. El día 19 de marzo se queman todas las fallas, y a su alrededor los falleros, tras días de fiesta, de dormir poco y de tirar muchos petardos, notan como algo por dentro termina, emocionados y cansados.
Ese día fue el día que mi novia decidió que fuésemos junto con sus amigas, a hacer la visita obligada por la ciudad. A mí no me apetecía demasiado. Llevaba días sin dormir bien por la fiesta, y de la noche de antes arrastraba una resaca que no me dejaba pensar muy bien. Asi que tenía ganas de irme a casa, ver la Cremá por la tele y acostarme pronto. Aún así, quedamos en ver la mascletá juntos y luego ya veríamos.
Recuerdo meternos en un Pans&Company, y sentarnos a comer unos bocadillos rápidos. En el grupo éramos mi novia, cuatro amigas más y yo, cosa que me hizo pensar, irónicamente, que la cosa iba a mejor. Conversaciones aburridas sobre novios que no llev…
– …así que como ya lo habíamos hecho, no se le ponía dura y no lograba que me entrase por detrás.
Claro, al escuchar eso, se me abrieron los ojos como platos. La conversación había comenzado con un encuentro en el que una de las amigas contaba como había sido el encuentro con un novio que había conocido en internet y que se habían encontrado hacía unos días. Pero los giros en la conversación me habían sorprendido. No me esperaba que se pusieran a hablar de estas cosas. Yo tenía 23 años, y un concepto bastante anticuado de cómo actuaban las chicas.
Por suerte, nadie se dio cuenta de mi sorpresa, excepto una de las amigas, Marta, a la que no pude esconder mi sorpresa. Sin embargo, en lugar de comentarlo, simplemente sonrió mientras disimulaba. No caí en ello hasta más tarde, ya que yo también tuve que disimular otra cosa más preocupante en el caso en el que me pillase mi novia.
La verdad es que la erección no se me bajaba, y cualquier cosa que hacía solo lo empeoraba. No sé si era por el amodorramiento de esos dias, la conversación o mis intentos en cruzar las piernas, cada vez la notaba más dura. Así que cuando llegó la hora de ir a ver las fallas, yo ya no sabía dónde meterme.
Por suerte, pude colocarme disimuladamente la polla hacia arriba. No la tengo muy larga, pero en una época de pantalones ajustados como era aquella, esto se notaba en seguida, y con la camisa por fuera aún se veía menos.
El problema fue cuando llegamos a la primera falla importante. La afluencia de gente era tal que era casi imposible avanzar. Nosotros nos agrupamos y comenzamos a dar la vuelta alrededor para contemplar todos los detalles, y a nuestro alrededor la gente nos apretujaba. Detrás de mí se encontraba mi novia, delante Marta, delante de Marta la del novio de internet y detrás de mi novia la amiga que quedaba.
La cuestión es que al ir tan apretados, no tarde en, sin querer, empujar a Marta con mi paquete. No fue algo premeditado. Ella se paró, yo no estaba mirando en su dirección, di un paso, y noté como su culo y mi polla se encontraban. Intenté separarme y fue cuando mi novia, que tampoco miraba hacia delante, me empujó sin querer, haciéndome perder el equilibrio y que tuviera que adelantar la mano para no golpear a Marta con la cabeza, llevando, otra vez sin querer, mi mano a su culo.
Marta se giró y me miró. Yo estaba rojo como un tomate, pero nadie mas parecía darse cuenta. Y ella estuvo a punto de decir algo, pero por alguna razón sonrió y continuo.
Yo no sabía dónde meterme. Tenia una vergüenza enorme, y además parecía que Marta buscaba que nos volviésemos a encontrar, o esa era mi impresión. Por suerte acabamos de ver la Falla y nos dirigimos a la siguiente.
En esta ocasión, mi novia iba delante, y Marta se puso detras de mi. Y en el momento de más afluencia, noto de repente una mano en mi culo. Comenzó siendo algo disimulado por encima del pantalon, pero cuanto más apretados estábamos, más valentía tenia esa mano, apretándome los glúteos, acariciándome entre ellos, magreandome y buscandome. Yo tenía una erección que con el rocamiento del pantalon estaba poniendome cada.vez más caliente. La mano de Marta me acariciaba hasta los testículos por detras, me daba un placer inmenso apretandome entre las piernas, y encima, había comenzado a notar sus pechos, con unos pezones duros como piedras, clavándose en mi espalda.
Cuando terminamos de ver la falla, yo no sabía dónde ni como meterme. No podía pensar en nada, y tan solo buscaba la manera de relajar algo que me iba a explotar en el pantalón. Cualquier roce de más haría que me desmayarse de placer, así que necesitaba o correrme o aire fresco.
Fue entonces cuando entre todas las chicas decidieron ir a ver quemar la Falla del ayuntamiento. Pero sabíamos que tendríamos que ir pronto o las calles estarían tan llenas que quedaríamos muy lejos, así que nos dirigimos hacia allí. Dos horas antes de la quema nos encontramos al principio de la calle Las Barca. Todavía había espacio para poder tener una conversación, y por suerte, para tener algo de aire que respirar. Pero con el paso del tiempo más y más gente fue llegando, y nos fuimos teniendo que apretar cada vez más, hasta llegar a un punto en el que volvíamos a estar unos junto a otros.
Llegó la hora de la Cremá, y todos nos giramos hacia la falla. No caí hasta ese momento, pero me di cuenta de que volvía a tener delante a Marta, que de hecho se encontraba delante de mí y de mi novia, la cual estaba a mi izquierda.
Y comenzó la Cremá. Primero la fallera mayor dijo unas palabras, y ahí ya no escuché nada. Estaba notando como la mano de Marta recorría mi paquete. Al igual que antes, en el culo, comenzaba lentamente, para luego ir apretandome cada vez más la polla, recorriendo el tronco por fuera del pantalon.
Yo notaba su mano, y mi erección estaba en pleno apogeo. Nervioso, miraba a mi alrededor, pero entre la postura de Marta, ya ropa que ambos llevábamos, y lo apretados que estábamos, era imposible que nadie se diese cuenta de lo que pasaba a cerca de ellos. Y cuando la fallera major dejó de hablar y encendieron el castillo previo a la quema en si, noto como los dedos de Marta comienzan a meterse entre los botones de la bragueta, la abertura de mis boxers y alcanzar la piel de mi polla, que recorría lentamente, notando la suavidad de la piel y el calor que, seguramente, desprendía.
Yo estaba en la gloria. Esas caricias duraron, entrando más y buscando mas miembro, hasta que se acabó el castillo y el monumento comenzó a arder. Los dedos de Marta decidieron llegar a más y fueron abriendo, lentamente, los botones de la bragueta, hasta que pudo sacarme la polla y seguir con más espacio.
Yo no me lo podía creer. Junto a la plaza del ayuntamiento, entre miles de personas, con mi novia al lado, y estaba recibiendo una paja exquisitamente lenta y deliciosa. Delante de nosotros la falla ardiendo y yo notando como unos dedos desplazaban la piel hasta descapullar el glande por completo para luego taparlo. Una y otra vez. Lentamente. Y de vez en cuando, acariciar la punta para extender la humedad de mi placer.
Y entonces fue, tras un cuarto de hora con ese movimiento lento, exasperante, y placentero, cuando me corrí, en la mano de Marta. Tuve que apoyarme en ella para no caerme, mientras de mi polla salía tanto semen que me costaba creer que algún día terminase de correrme, y se derramaba sobre sus dedos, que me rodeaban el capullo como si en lugar de una mano fuese su boca recibiendo mi corrida.
Y cuando parecía que ya había terminado de correrme y podía aguantarme sin apoyarme, un poco desconcertado por no haber hecho el espectáculo, vi como Marta dejaba caer mi semen al suelo. Y le pedía, a mi novia, un pañuelo de papel para sonarse… Qué en realidad utilizo para limpiarse los restos que le quedaban disimuladamente.
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