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HABITACIÓN 103 –ALMAS GEMELAS-

"Dos almas gemelas que se encuentran en un sueño..."

 

CAPÍTULO I

 

Perdida en el borde del vaso, observando las huellas que iban dejando por las paredes del cristal los restos de licor que sus labios habían dejado con el último sorbo; desde el límite del dibujo del carmín rojo fuego, por todo lo largo del vidrio se dibujaban caprichosas formas que a ella y su estado de ánimo les parecían fascinantes.

 

Al otro lado del local, no muy lejos de allí, porque el local no era muy grande, alguien la observaba, en realidad la escrutaba, parecía querer aprenderla de memoria. Se había fijado de arriba a abajo en ella, en el tono canela de su piel; no le había pasado desapercibido el color de su cabello, que podría asegurar que era teñido, ni el corte de su rostro, triste, acomplejado, melancólico pero bonito, muy bonito a su parecer.

No había dejado pasar por alto sus senos, de alguna talla superior a los de su esposa, bien enhiestos, quizás producto del sujetador o de la cirugía, pero de cualquier manera apetecibles, muy apetecibles. En su cintura no aparecía ni una marca de grasa, su blusa estaba totalmente pegada a su cuerpo y no se apreciaba nada que sobresaliera de su vientre plano y, pensó, seguro nunca ha pasado por la preñez.

Vestía un pantalón que marcaba de manera impecable unos perfectos y torneados muslos; no parecía muy alta y lo primero que llamó su atención fue su calzado, en realidad eso fue lo que le hizo no poder dejar de mirarla desde que entró en el local; usaba unas sandalias negras de cintas de charol y tacón alto que dibujaban unos pies de dedos perfectos y uñas arregladas y pintadas en el mismo tono que sus labios y las uñas de sus manos. No parecía vestida para este lugar de la selva, sin embargo pasaba desapercibida para el resto de clientes del local que estaban a lo suyo sin prestar atención alguna a aquella mujer.

 

 

Como todos los viernes había estado supervisando los trabajos de siembra y recolección de cacao que tenía por aquellas tierras, así como la correcta distribución y envió de café del que era uno de los principales acopiadores de la zona. Un hombre adinerado de fortuna acumulada con el trabajo de años y saber aprovechar las oportunidades y, ahora tenía una oportunidad a pocos pasos que no le aportaría dinero pero, si la fortuna de conocer a una mujer como hacía tiempo no había visto.

 

 

 

CAPÍTULO II

 

Como cada mañana él despertó antes que ella, como cada mañana desde hacía seis años, cinco criaturas y un aborto a causa de una de las palizas recibidas, él despertó antes que ella y con ganas de sexo; como cada mañana en las que él despertaba antes que ella porque ella no pudo acostarse pronto como él, porque no pudo descansar toda la noche de un tirón como él, porque tuvo una vez más que ocuparse de la profunda tos de uno de los pequeños, no como él, que nada de eso le preocupaba, sólo su trabajo como capataz en el fundo del señor, el alcohol, las putas y el sexo con ella, si es que tenía ganas, si antes no había estado con putas.

 

Como cada mañana, exigente, sin más preámbulos, sacó desde el interior del calzoncillo, bajándolo solo lo suficiente, su pene erecto, sudoroso, con restos de orín y semen, se coloco detrás de ella y bajándole un poco las bragas comenzó a tratar de penetrarla; con toscos movimientos de cadera empujó entre sus nalgas buscando un hueco para su deseo.

 

Por alguna razón a ella esa mañana ya no le pareció buena idea dejarse hacer, no había dormido bien, en realidad no había dormido ni bien ni mal pendiente de la tos de su pequeño, con el sonido ronco, que casi parecía bramido, de los ronquidos de quién aún ni era su esposo, pasó toda la noche pensando si esta vida era lo que ella merecía, si a sus veintiséis años merecía cinco partos, un aborto y nada, absolutamente nada de cariño, ni una caricia, ni una sonrisa, ni una mirada cómplice, sólo eso, cinco hijos de los que incluso en ocasiones pretendió olvidar sus nombres, como para negarlos, los amaba sí, pero en su interior los creía culpables de la vida que llevaba.

 

Tomó con la mano el pene erecto desde atrás, violentamente lo sacó de entre sus nalgas y retorciéndolo le hizo saber lo que no le apetecía en este momento y quizás ya en ninguno otro.

 

Era de esperar la reacción violenta de aquél hombre violento de por sí; incorporándose aún con el dolor que sentía, como animal herido sacó fuerzas y comenzó a golpearla de una manera salvaje; con sus puños cerrados propinaba tantos golpes como podía en aquél frágil cuerpo de color canela, sobre sus riñones, en su estómago, bajo el pecho, en la boca del estómago, allá donde parecía no haber golpeado buscaba para golpearla, ella solo se protegía, no se defendía, sabía de antemano que con su acción se iba a provocar esa reacción, no era una sorpresa, no era la primera vez, era algo habitual desde hacía seis años, cinco partos y un aborto.

 

Zafándose de él, salto de la cama y corrió tanto como pudo alejándose de la casa; volvería cuando ya el no estuviera en ella, volvería esta vez para coger algunas cosas, pocas y a sus hijos, porque en el tiempo que llevaba pariendo para él, solo eso había conseguido acumular, hijos.

 

Volvió pasadas dos horas y se encontró el escenario de siempre, el de sus últimos años, cinco criaturas reclamando comida y limpieza y una casa casi vacía de muebles y enseres en la que había pasado los últimos años de su vida.

En un atado que hizo con las sábanas de la única cama que en la casa había, puso ropa suficiente para ella y sus hijos y se marchó con ellos.

 

Caminaron cerca de cuatro horas por entre la selva, bajo un calor aplastante y una humedad que en ocasiones ni respirar les permitía. En una choza amplia del interior, a las afueras de un poblado bastante más grande del que ella venía, vivía su única hermana, hija eso sí, de su padre, que no de su madre, con ella siempre tuvo una buena relación desde que se conocieron, y es que eran exactamente de la misma edad con unos pocos días de diferencia.

Ella, su hermana, también tenía cinco criaturas, aunque no una por año como ella, además eran fruto del profundo amor que su esposo la profesaba, el mismo que ella a él.

Mientras los primitos congeniaban, charlaron de lo acontecido y su hermana le brindó todo lo que tenía hasta que pudieran encontrar alguna solución; lo primero que le propuso es que se aseara y le consiguió un poco de ropa elegante, de esa que se usa para ocasiones contadas en esta parte del país. Le aconsejo que en la noche saliera a divertirse, ella cuidaría de sus hijos, debía tratar de olvidar al menos lo ocurrido en el día de hoy, porque tanto infortunio como llevaba vivido le sería difícil olvidar.

 

 

 

 

CAPÍTULO III

 

Aquella mañana de jueves le costó despertar como casi todas las mañanas de jueves en que debía viajar; no se acostumbraba a los continuos viajes inter diarios y, cada vez más, se le hacían más pesados. La carretera cada vez le parecía más larga y tortuosa, a pesar del auto que conducía, una camioneta “todo terreno” de las más altas prestaciones y con todas las comodidades, a pesar de ello, cada vez le apetecía menos hacer este tipo de viajes. A su lado, su esposa se desperezaba y solicitaba de él, como gata en celo, el repetido polvo antes de salir a cada viaje; su humor no estaba para arrumacos y se la quitó literalmente de encima con modales muy bruscos, hasta el punto de lastimarle seriamente una mano al tratar de quitársela de su pene con la que lo tenía asido fuertemente.

 

No era ella una mujer de mucho aguante y con un humor muy poco fino, además en los últimos tiempos aquellas escenas se repetían con más asiduidad de la deseada; se levantó de la cama como empujada por un resorte invisible y parada frente a él le dijo que para su vuelta tendría preparada una demanda de divorcio para que la firmara.

 

En realidad a ella, le traía sin cuidado el amor, lo que la motivo a unirse a él fue lo emprendedor de ese hombre, su pequeña fortuna de por aquél entonces, eso y el tamaño de su pene, un pene hermoso, muy hermoso a su entender y eso que había conocido ya varios.

Algo muy repetido por parte de ella en los primeros años de pareja era quedarse extasiada mirando por horas, mientras él dormía, aquella barra de carne y disfrutar del recuerdo de su último encuentro con ella en su interior, mientras no paraba de acariciarla o besarla, tal era su obsesión.

 

Una pequeña bolsa de viaje en bandolera donde puso algo de ropa de cambio, cosas de aseo, un pequeño reloj despertador y las últimas palabras de ella, firmar la demanda de divorcio a la vuelta de su viaje, era todo lo que llevaría para éste. Iba a ser el más pesado de todos los viajes hasta ahora, se dijo entre sí.

Con un conocido "chuic-chuic" desbloqueó las puertas de su auto con el control remoto, abrió la del lado del conductor y con una desgana que acariciaba la rabia, lanzó la bolsa al asiento trasero cayendo después de un rebote en el suelo de la camioneta, solo faltaba que alguno de los frascos de loción se hubiera roto y se manchara la ropa o estropeara el despertador, masculló, pero su desgana y enojo eran tal que no se detuvo a mirar si así había sido. Se sentó al volante, dio media vuelta a la llave de contacto, puso la palanca de los cambios en modo D y salió del garaje del edificio a encontrarse con la marabunta de vehículos que era el tráfico de la ciudad a esas horas de la mañana.

 

A mitad del recorrido, donde lo hacía siempre, se detuvo a tomar una coca-cola y a orinar; estaba en esto último, con su pene en la mano y, se le vino a la cabeza la escena de horas atrás y, de nuevo recordó que se encontraría con la demanda de divorcio para firmar a la vuelta de este viaje.

Se prometió olvidarlo y dedicar sus pensamientos a otras cosas más livianas. No pudo.

 

No habían tenido hijos en estos seis años, y nunca se preocuparon de saber la causa, se limitaban a copular como animales los martes, jueves y sábados en las mañanas y domingos a cualquier hora, ella siempre quería tenerlo dentro, daba igual dentro de dónde, pero dentro y a él, siempre le apetecía, pero últimamente esa mujer estaba resultándole demasiado cargante, ahora más desde que le prometió que le tendría la demanda de divorcio para firmar al regreso de su viaje.

 

 

 

CAPÍTULO IV

 

Entre sorbo y sorbo de su trago, las huellas de los restos de licor que quedaban en el borde del vaso junto al carmín de sus labios, se desparecían hundiéndose en el resto de licor que quedaba en el vaso; estaba tomando con una tranquilidad increíble, absorta en sus ideas, en sus dolores, en los dolores físicos que, desde debajo de sus ropas los moretones le devolvían a su cerebro; un dolor intenso en su riñón derecho, en su nalga, en su estómago, todos aquellos lugares donde él la masacró en la mañana con su puño cerrado.

Quiso ponerse a prueba y recordar el nombre de cada uno de sus cinco vástagos y lo hizo, los recordó todos ellos y además le puso carita a cada uno de los nombres según los recordaba. Suspiro de alivio, no, no los odiaba, no, no los aborrecía como alguna vez pareció temer, ellos no eran culpables de nada.

Quiso olvidar lo ocurrido en la mañana y dedicar sus pensamientos a otras cosas más livianas. No pudo.

 

Había tenido cinco hijos y un aborto en seis años, nunca se preocupó por tomar nada que lo impidiera y no sabía por qué, se limitaba a dejarse hacer siempre que a él se le apetecía y no había estado de putas; penetrada violentamente fuera donde fuera, fuera por donde fuera, fuera el día que fuera, estuviera ocupada en lo que estuviera, en realidad, nunca nadie le enseñó cómo debía de ser, siempre pensó que así debía ser.

 

Estaba en sus pensamientos cuando notó como un escalofrío en su columna, uf!, un chasquido en cada una de sus vértebras, como un relajo agradable que le recorrió todo lo largo de su espalda, desde la nuca hasta la rabadilla y desde allí deslizándose por entre sus nalgas alcanzó, apenas acariciando su ano, su sexo; sintió en él como si una pluma tibia se paseara entre sus labios y se preguntó por esa sensación, por una sensación tan placentera que no recordaba desde los primeros encuentros con el que hasta hace unas horas había vivido; sintió que se humedeció, su sexo se humedeció, sus manos comenzaron a sudarle de una forma agradable, con una picazón sutil y fresca, estaba teniendo un orgasmo?, se preguntó; algo así recordó que le contó una de las pocas amigas de su edad que algún día le visitaron en casa, presumiendo de encuentros con varones.

 

 

 

CAPÍTULO V

 

Aunque no pudo dormir demasiado en la noche del jueves, aún cansado del viaje de casi once horas, no pudo casi conciliar el sueño, la demanda de divorcio pendiente para la firma, aunque no le preocupaba, se estaba dando cuenta que no le preocupaba, si le molestaba, sobre todo le molestaba que le había robado el sueño, la tranquilidad.

Todo el viernes lo había pasado recorriendo, como siempre hacía, sus tierras y comprobando los acopios de café para la exportación y distribución, ahora estaba disfrutando como casi todos los viernes desde hacía ya seis años, de un trago; no tenía sueño, el cansancio no le había hecho mella y además a diferencia de todos esos viernes anteriores, estaba a punto de aprovechar, así creía, una buena oportunidad.

 

Con sus ojos penetrando en ella; ella a escasos metros de él distraída, triste, melancólica, acomplejada, linda, muy linda, así le parecía.

Sintió de repente como una descarga eléctrica en su pene, una de esas descargas de pila de un voltio y medio, algo agradable, que recorrió toda su longitud partiendo desde su escroto, como la cosquilla agradable de unas uñas femeninas paseando por él, uf!, tuvo que removerse en su asiento para no tocarse, cosa que era lo que más le apetecía en ese momento; justo estaba en esos pensamientos pero sin perder la vista de aquella mujer, se percató de un extraño movimiento de ella, como si quisiera acomodarse en su silla después de que alguien le hubiera pasado un dedo desde abajo a arriba de la columna, como si hubiera sufrido un escalofrío. Curioso gesto se dijo, pero encantador por otro lado.

 

De repente ella, como avisada por un golpecito en el hombro, volvió la cara hacia donde él estaba y se dio cuenta de su mirada, de su mirada y de su gesto, como un recomponerse en la silla donde estaba sentado, como un escalofrío, ese gesto a ella le hizo gracia y sin querer esbozó una sonrisa que se cruzó con la de él, en el momento que calificó de encantador el gesto de ella.

 

El hombre que aprovecha cualquier oportunidad en busca de fortuna no lo pensó una segunda vez y se levantó de su silla para acercarse a ella; ella estaba sintiendo que se acercaba, que no estaba lejos, pero se le hizo eterno sin saber porqué, deseaba sin explicación alguna que ese hombre se le acercara, deseaba escuchar su voz, necesitaba inexplicablemente sentir su aliento cerca y se estaba haciendo una eternidad la llegada de ese momento; hasta pensó que no era tan larga la distancia entre ellos, para una tardanza tal, le parecía que él se estaba tomando demasiado tiempo.

 

Conforme se iba acercando a ella sentía que la distancia que les separaba no era tan pequeña, que quizás las luces tenues del local le habían engañado, se le estaba haciendo demasiado largo el recorrido, demasiado tiempo en el camino de conocer su voz, de oler su aliento aun disimulado por el trago, era inexplicable el deseo que sentía de sentir, de oír, de oler; incluso llegó a pensar que además de tener que usar lentes para ver bien de cerca, ahora debería de hacerse unos para ver bien de lejos, no le había parecido tanta la distancia entre ellos cuando la escrutaba desde su silla.

 

Dos manos se posaron sobre los hombros de ella casi desnudos hasta la mitad; pudo notar perfectamente unas manos grandes, fuertes, calientes, algo sudorosas pero agradables; desde su garganta y sin control se escaparon dos palabras, por fin!, audibles no sólo para ella y, hasta sus oídos llegaron perfectamente audibles, como un eco de las suyas, otras dos palabras, por fin!, que no, no eran un eco, habían sonado roncas desde los labios de él, estaba segura.

 

Los labios de él lo traicionaron y dejaron ir más allá de ellos dos palabras, por fin!, que fueron devueltas casi al unísono por un eco más agudo, más femenino.

Por segundos eternos, ninguno de los dos dijo nada más, solo se limitaron a sonreír sin ni siquiera mirarse de frente, él a la espalda de ella y ella delante de él solo se veían de manera difusa en los espejos biselados del interior de la barra del local.

 

 

 

CAPITULO VI

 

De camino, lo hicieron caminando despacio, casi sin dirigirse la mirada, solo se comunicaron con alguna sonrisa nerviosa.

Hasta ahora ni sus nombres conocían, aun no se habían presentado formalmente; en el local, él se limitó a poner un billete de cincuenta sobre el mostrador, hacerle una seña con los ojos a la camarera para que ésta retirara el billete y, cuando venía de vuelta con el cambio, otro gesto le indicó que todo estaba bien así.

 

Una pequeña caricia en el brazo derecho de ella fue suficiente para hacerle entender que debía seguirle.

Se levantó, o mejor dicho, se bajo de su asiento con tranquilidad y parsimonia y, mientras él daba sus primeros pasos en dirección a la puerta del local, trato con un gesto de oscilación de sus piernas de recomponer a su estado más o menos habitual su sexo que aún notaba húmedo.

Aceleró sus pasos, dando pasitos rápidos, para no perderle tras esa puerta que él ahora estaba sujetando para darle paso.

La sonrió con un gesto tranquilo, dándole a entender que estaba dispuesto a esperar una eternidad si fuese necesario, pero que de allí no se iría sin ella.

Caminando despacio, bajo una luna caliente de madrugada recién estrenada, notaba como su pene estaba por saltar al exterior, algo en esa mujer le ponía en ese estado. No se atrevía a hacer ningún comentario, ni se atrevía a brindarle su brazo para que ella no tuviera que caminar con pasos rápidos para no perderle, aunque tenía la sensación que con esas sandalias ella iría al suelo en cualquier momento.

Al pisar una de las piedras sueltas de la calle trastabilló, entonces sí, se puso en el lugar de ella y le brindó por fin su brazo para que caminara más segura.

 

Caminando aún con pasitos rápidos para poder mantenerse a su lado y cuidando mucho donde ponía sus pies, se preguntaba si él no se había dado cuenta de que calzaba sandalias con tacones, que la calle no estaba afirmada y que podría tropezar en cualquier momento y en un traspié caer. Se preguntaba por qué no le ofrecía su brazo para darle mayor seguridad. Se arrepintió de haberse calzado esas sandalias pero sentía que le quedaban tan lindas que, merecía la pena tal sacrificio.

Se percató que él le estaba ofreciendo su brazo derecho, doblado por el codo y despegado de su cintura, para que ella se asiera y, lo hizo.

 

Caminaron apenas media cuadra más y advirtió que su caminar ahora era un tanto tosco, menos delicado, se detuvo y sin decir palabra, se agachó ante ella y la invitó con un gesto a recoger primero su pierna izquierda, sacando su sandalia y limpiándola de arena, luego, tomó su pie e hizo lo mismo, pasando la palma de su mano por la planta y sus dedos entre los dedos del pie de ella. La luz de esa luna caliente de madrugada, le devolvió la imagen de cómo su pantalón ceñido dibujaba perfectamente sus labios vaginales y pensó, o no lleva bragas, o está muy depilada, que maravillosa oportunidad no voy a perderme. Luego repitió la misma operación con el pie derecho.

 

Si su sexo estaba poco a poco volviendo a su estado normal, ahora con ese hombre casi arrodillado ante ella, sobándole con tanta ternura sus pies, su sexo se reveló y comenzó a emanar dulces fluidos que de seguro estaban empapando sus bragas y hasta el pantalón que llevaba bien ceñido; tuvo que asirse del hombro de él para no caer, y no solo por el equilibrio de su pierna recogida, sino también porque le flaquearon las fuerzas al sentir esa ola de placer en su sexo.

 

Temió que ella se diera cuenta de su excitación, al sacar su pie izquierdo de la sandalia y tomarlo por los dedos para poder limpiarlo de arena, su pene parecía querer romper el pantalón, comenzó a crecer a lo largo de su pierna, por la pernera del pantalón se podía apreciar un bulto difícil de esconder, la tela liviana para poder soportar el calor de este rincón del país, no era suficiente para poder soportar la tremenda erección que estaba teniendo. Menos mal, pensó, que la iluminación de la calle es escasa, pero la luz de esa luna caliente de madrugada le estaba delatando.

 

Cuando ella se asió de su hombro para no caer ante el flaqueo de sus piernas, instintivamente lo miro de abajo a arriba y deteniéndose en la pierna que menos doblada tenía, la derecha, pudo apreciar algo que la lleno de temor, orgullo de sí misma, secreta alegría y expectativa a la vez, ese hombre tenía una erección perfectamente visible a través de su pantalón de tela liviana; a su entender, debía ser el doble de largo y grueso que el único que hasta ahora había probado. Por ello y por las caricias que estaba recibiendo en sus pies es que su sexo no pudo sino responder con tal secreción de fluidos.

 

Sin decirse palabra, solo dirigiéndose idénticas sonrisas nerviosas, retomaron camino.

 

 

 

CAPÍTULO VII

 

El edificio era un anticipo de lo que en su interior les esperaba. La madera que a modo de adorno cubrió sus paredes en un tiempo pasado, era ya algo casi inexistente, el cemento se hacía más evidente por la falta de madera y, el calor y la humedad, lo habían cubierto de un color entre verde mohoso y marrón sucio.

Solo un cartel luminoso, con algún fluorescente fundido, daba idea de lo que se trataba, un hotel, Hotel El Edén.

 

En la recepción un hombre tirado en una silla, apoyada en la pared, que ya tenía marcas de haber recibido más de un respaldo con el paso de los años, miraba televisión con los pies puestos sobre una pequeña mesa en la que descansaba un cojín donde él tenía los pies apoyados.

 

Se limitó a girar la cabeza con desgana por perderse parte del programa que miraba y con un, y? como mensaje de bienvenida, bajando los pies de sobre la mesa, arrastrando con ellos el cojín que cayó al suelo, adelantó un poco su espalda de la silla y ésta se colocó en posición vertical sobre las cuatro patas. Se levantó y acercándose hasta el mostrador, les fue comunicando como letanía los precios de las habitaciones, haciéndoles saber que el pago era por adelantado.

 

La estancia era casi oscura, solo había una pequeña lámpara de estudio detrás del mostrador sobre una mesa donde estaba el libro de registro de huéspedes y un bolígrafo con publicidad de una empresa maderera dejado caer sobre el centro del libro abierto. La televisión con sus movimientos de imagen daba en ocasiones una iluminación de claro oscuros a la recepción de tonos gris azulados. Cuando las imágenes eran claras a través del pequeño televisor, las paredes de la recepción se iluminaban y podían verse todo tipo de almanaques comerciales con señoritas de escasa ropa en pose insinuante, cachorros de perro, pollos, gatos y otro tipo de animales que se mezclaban con imágenes de santos, del propio Cristo, paisajes de ensueño, casas, carne de pollo, etc., todos ellos con los consabidas cuadrículas de papel con la numeración diaria en colores semanales.

 

Ciento tres era el numero toscamente grabado en el tarugo de madera del que pendía, con una cuerdita sucia, la llave que les dejó el recepcionista sobre el mostrador después de recoger el dinero y contarlo, comprobando uno a uno, que no había ningún billete falso.

 

 

 

 

CAPÍTULO VIII

 

Conocía de sobra que todos los hoteles del mundo numeran de la misma manera sus habitaciones, así es que sin indicación del recepcionista, él sabía que la habitación ciento tres se encontraría en la primera planta.

Con un gesto le invitó a ella a que pasara delante en dirección a la escalera; con un movimiento casi mecánico el recepcionista accionó el interruptor que daba luz a la escalera que hasta ese momento estaba en la penumbra como una pieza fantasmal más del edificio.

 

Desde su posición, unos escalones por delante de él, el culo de ella se le apetecía fresco, duro, delicado; sus instintos animales ahora ya comenzaban a pugnar por sustituir a sus modales de caballero. Una vez más pensó como hacía una hora escasa en el local, que ella seguro no había conocido la preñez. Tuvo que respirar hondo y apretar sus puños para poder apaciguar las ansias de poner las palmas de sus manos sobre cada una de esas nalgas perfectamente dibujadas a través del embutido pantalón que a cada movimiento para alcanzar cada escalón, parecían enmarcarse aun más.

 

Buscando el número ciento tres en las puertas de aquél pasillo pobremente iluminado, parecían dos chiquillos a punto de hacer una travesura, se les podía notar nerviosos, expectantes, excitados, sobre todo, excitados.

 

Tuvo casi que hacerse espacio para poder poner la llave en el pomo de la puerta, ella, como un perro que por fin a encontrado la presa, se quedó allí, parada mirando fijamente el numero ciento tres de la puerta, pero tan pegada a ella, que él tuvo que hacerse sitio para poder abrir.

 

La bofetada de humedad y el hedor que les salió a recibir al abrir la puerta, para cualquier otro habría sido insufrible pero en ellos, es como si les hubieran cerrado las fosas nasales, nada les perturbó, ni siquiera el color desgastado de las paredes o las manchas que en ella y el suelo había.

La sordidez de la habitación carecía de importancia para ellos, la humedad densa que emanaban cortinas, paredes y ropa de cama no parecía importarles en absoluto; para ella era algo común, estaba acostumbrada a ese olor húmedo; él sólo unos días a la semana tenía que padecer de esa ingrata humedad, y no lo hacía pues, en esa parte de la selva tenía un pequeño departamento que una señora de edad y su hija le mantenían ventilado y limpio para cuando viajaba.

 

No habría sido buena idea utilizar el apartamento para su encuentro, la señora de edad y su hija eran familia de su esposa y por otro lado amantes del chisme. Recordó enseguida que a su regreso tendría para la firmar la demanda de divorcio y no quería sumarle a esa una infidelidad manifiesta, así que esta habitación de hotel de bajos recursos, que además era el único que disponía de habitación libre, era más que suficiente para la oportunidad que se le presentaba para aprovechar.

 

Cuando tras ellos cerraron la puerta de aquella habitación, sabían perfectamente lo que allí estaba por ocurrir.

 

El baño era el perfecto reflejo del resto del edificio, el lavabo tenía bajo el grifo marcas de óxido de agua goteada por años. El inodoro parecía de la misma marca y modelo que el lavabo, pues tenía las mismas marcas que aquél. El resto era una ducha sin cortinas y una ventana por la que entraba un haz de luz blanca de esa luna caliente casi recién amanecida. Las paredes estaban cubiertas por pequeñas baldosas blancas, que perfectamente se podían contar porque cada una de ellas tenía a su alrededor un color gris oscuro de cemento hongueado por el paso del tiempo.

 

Pensó en lavarse pues su sexo estaba empapado, pero cayó en la cuenta de que no había toallas y se dijo, él lo ha provocado, él ha de disfrutarlo.

 

Una mano en cada hombro, casi desnudos hasta la mitad, fue lo que percibió en ese momento y la sacó de esos pensamientos; como en el local, pero esta vez inaudible, se dijo, por fin!. Notando además sin volverse a mirar, como entre sus nalgas se apoyaba algo duro que inmediatamente intuyó lo que era, no solo no dijo nada, con toda naturalidad soltó el botón de su pantalón para dejarlo caer con un pequeño vaivén de piernas y bajó sus bragas justo hasta la mitad de sus muslos; se apoyó en el lavabo un poco agachada y espero con ansia sentir aquél pene que había percibido segundos antes.

Deseaba ser penetrada urgentemente por aquél hombre, le daba igual por donde fuera, solo quería tener aquél pene dentro de ella. Como esos segundos se le estaban haciendo muy largos decidió tomar la iniciativa y, en esa posición en la que estaba, sacó un poco más sus nalgas hacia él, dio un corto paso atrás buscando ese trozo de carne que ansiaba y lo encontró.

Con certera puntería y más probablemente por la dureza de ese miembro, con una lentitud exquisita comenzó a notar como su vulva recibía centímetro a centímetro aquél ansiado trozo de hombre; era capaz de notar como aquél miembro se iba despojando de su piel a medida que entraba en ella, en las paredes de su sexo notaba como la cabeza de ese ariete se deslizaba acariciando cada poro. Sin remediarlo, se corrió, fue un orgasmo silencioso que solo se dejó notar en la cadencia de su respiración que se convirtió por un momento en resuello.

 

No era capaz de encontrar un porqué, pero ese miembro desconocido hasta ahora, ese segundo miembro en su vida, ese ariete de carne, le estaba dando todo el placer de su vida pero además sentía como al mismo tiempo en cada movimiento lento y cadencioso, le estaba aportando ternura, amor, cariño y calor; no era posible pero podría asegurar que ese miembro estaba enamorado de ella como ella de él. Habían sido cinco partos y un aborto en seis años, habían sido para ello, muchas, muchas penetraciones para alcanzar tanto parto y en ninguna ocasión había tenido tantas sensaciones como en esta ocasión, bueno, en realidad, ni tantas, ni ninguna como estas. Sensaciones de lascivia, ternura y amor, eso, amor, esa era la sensación que sentía; a pesar de la postura, a pesar del tórrido encuentro, estaba sintiendo que hacía el amor, que le hacían el amor; no estaba follando como hasta ahora, se sentía amada aún sin conocer casi el rostro de su enamorado.

 

Estaba en todos estos pensamientos, con todas esas sensaciones cuando de repente, otra vez sin poderlo evitar, de nuevo se corrió, otro orgasmo la alcanzó, le ayudaban sus pensamientos, sus sentimientos, su deseo, pero sobre todo la cabeza de ese miembro que la estaba transportando a las más altas cimas del placer; se preguntó para sí, y eso le hizo escapar una sonrisa y un suspiro, será por esto el nombre del hotel?. El paraíso para ella.

 

Aprovechando que ella se acercó al baño nada más entrar en la habitación, él sin más comenzó a desnudarse, no le prestó atención alguna a las cortinas de color beige indefinido que colgaban en las ventanas abiertas, no le dio mayor importancia a que eran escasas para esos ventanales y que permitían que cualquiera desde fuera pudiera verle, necesitaba comenzar a aprovechar la oportunidad que se le brindaba en bandeja de plata y no iba darle mayores preámbulos.

Desnudo se encaminó despacio hasta el cuarto de baño y por el camino pudo fijarse una vez más en las proporciones de su miembro, acaso un poco flácido ahora, dibujaba un ángulo de sesenta grados sobre su muslo, se vanaglorió de un pene tan hermoso y lo tomó en su mano acariciándolo como se acaricia a un gato, desde la cabeza al lomo, dejando al descubierto aún más la cabeza rosada y brillante y, sonriendo se presumió asimismo.

Ella estaba de espaldas a la puerta, miraba el lavabo que tenía una mancha de oxido debajo del grifo como de años de goteo y parecía pensativa.

Se acercó a ella por detrás y le puso sus manos en sus hombros desnudos hasta la mitad. Teniendo en cuenta las dimensiones de su miembro, este enseguida entró en contacto con las nalgas de ella y en ese instante, comenzó a tomar una mayor dureza, quedo entre sus nalgas, sobre la tela del pantalón tan ajustado de ella.

No hubo palabras por parte de ninguno, solo en su cabeza sonó un por fin!.

 

Antes que ella procediera a desabrochar el botón del pantalón y lo dejara caer con un casi infantil vaivén de piernas, él se fijó cómo sobre la tela negra del mismo había quedado una mancha de líquido pre seminal. Pensó, una huella más que voy a dejar sobre ella.

Estaba embobado en sus pensamientos y mirando cómo esa mujer se movía para poner un dedo medio en cada uno de los costados de sus bragas y bajarlas hasta la mitad de sus muslos, sacando para ello un poco hacia él ese maravilloso culo que ahora veía en toda su plenitud, limpio, sin granos y de un tono canela claro que le provocaba.

Pasmado como estaba no se percató que la mujer dio un pequeño paso hacia él y puso aún más a su disposición esa parte de su cuerpo, la dureza que su miembro había tomado lo había puesto a noventa grados, por lo tanto y con el retroceder de ella, enseguida se llegó el encuentro, solo hizo falta que él avanzara un poco hacia ella con sus caderas y la penetración fue inmediata.

Desde esa posición disfrutaba de ver como poco a poco su pene comenzaba a perderse en busca de las entrañas de ella; lo hizo despacio, con parsimonia, disfrutando de como la piel de su polla iba poco a poco retrocediendo ayudada por las paredes de la vulva de esa mujer. La cabeza de su pene estaba ahora libre para sentir todo tipo de sensaciones en ese cálido interior, lo iba a disfrutar, por eso su lenta penetración, muy lenta.

Hasta sus oídos llegaba solo la respiración, cada vez más agitada de la mujer, que en un momento se convirtió en resuello. Estaba convencido, se estaba corriendo.

Repentinamente, se le vino a su cabeza una frase lapidaria, firmar la demanda de divorcio a la vuelta de su viaje; trató de comparar, solo por molestarse asimismo, si alguna vez había sentido así, si después de seis años, alguna vez había sido capaz de sentir como cada centímetro de su polla era acariciada con tanta ternura, con amor incluso.

Cada centímetro nuevo que introducía de su ariete en aquella mujer, era un nuevo pensamiento. Pensamientos que comenzaron a hacerle sentir en la gloria, en el paraíso, por eso se llamaría así este hotel?, se preguntó.

Sintió que ese miembro desde el que sentía tanto, ese miembro de cabeza rojiza que estaba, aparentemente, haciendo disfrutar a esta mujer, estaba haciendo lo que estaba haciendo por amor.

Habían sido seis años de sexo casi diario, recordaba, sin el casi, se dijo, pero ahora sentía, sin saber el porqué, que estaba haciendo el amor, no estaba follando como en tantas ocasiones en los últimos seis años.

 

No le pasó desapercibido un nuevo estremecimiento de ella, era señal inequívoca de un nuevo orgasmo.

 

Aun no era su momento pensó, necesitaba eyacular, pero prefería esperar, más le apetecía seguir viendo disfrutar a esa mujer, más necesitaba conocerla más íntimamente, más necesitaba sentirse necesitado, imprescindible para el placer, más necesitaba sentir amor, dar amor.

 

Casi se le desorbitan los ojos cuando sintió como con la misma parsimonia que fue penetrada comenzaba a sentir que aquél miembro pretendía abandonarla, se preguntó si sería para darle una nueva arremetida que deseaba o, ya había acabado todo; centímetro a centímetro notaba como iba vaciándose su vulva, como en dirección inversa sentía la cabeza de aquella polla acariciarle las paredes de su sexo. Una mueca de disgusto se dibujó en su rostro, pensó que había acabado todo cuando oyó desde atrás como un descorchar de botella al perder contacto con su tan deseado miembro.

Estaba casi por incorporarse cuando sintió que las mismas manos que habían estado aferradas a sus hombros, asidas en el hueco de sus clavículas durante todo el coito, ahora se posaban sobre sus nalgas y con una increíble delicadeza las separaron. Notó perfectamente el aliento cálido de la nariz de él buscando los labios de su sexo; una vez más le temblaron las piernas, trataba de colaborar con aquél hombre manteniendo con sus músculos abierta la cueva del deseo y lo consiguió.

La sensación de sentir la lengua recorriendo despacio desde su ano hasta los labios de su coño, le provocó un intenso orgasmo que casi lleva al traste esa incursión, porque sin quererlo apretó instintivamente sus glúteos aprisionando con ellos la cara de su amante. De nuevo un intenso suspiro la relajo y siguió dejándose hacer.

Sus pezones estaban por romper la camisa que llevaba, el roce de estos sobre la tela de la camisa, era casi un escozor, por eso es que pasó su mano entre los botones del escote y comenzó a acariciarlos en un intento de relajarlos y darles un respiro de placer.

 

Cuando se agachó tras ella pudo comprobar un perfecto depilado en toda la zona, ni un solo vello alrededor de su ano y unos labios de tono dorado y brillante, le daban la bienvenida entre esos maravillosos muslos que escasas horas antes había admirado aun vestidos con un pantalón negro ceñido.

A su nariz alcanzó a llegar un aroma embriagador a maderas de oriente que provenía de su sexo. Era la primera vez que experimentaba algo así. Estaba tan absorto y embriagado por ese aroma que ni se percató de que su rostro por unos segundos quedo atrapado entre las nalgas de ella, aunque sí tuvo consciencia de ese orgasmo que en ella había provocado nuevamente. Hasta se dio cuenta de cómo ella cambio la posición de sus brazos, seguramente para acariciarse los pezones.

 

Se sonrieron una vez más al encontrarse uno frente al otro. Se zafó de él y volteándose le tomó la cara, así agachado como estaba delante de ella y aunque pugnaba por pasar su lengua una vez más por todo lo largo de su coño ahora frente a él, ella fue más firme y consiguió levantarlo de esa posición y sonriendo acercó sus labios a los de él y le regaló con un largo y lascivo beso, buscando con su lengua la de él para probar también ella alguno de sus fluidos.

Beso a beso fue recorriendo toda la cara de él, beso a beso y paseando su lengua, fue buscando todos los rincones de su cuerpo, beso a beso se encontró con sus axilas y las beso, las humedeció; beso a beso lamió sus pezones, beso a beso y agachándose un poco pudo poner su lengua en el interior de su ombligo, percibiendo en la punta de su lengua un agradable sabor salado. Beso a beso paseó su lengua por el vientre de él hasta topar con su barbilla en la polla de él, húmeda, pegajosa y suave.

Olía a él, olía a ella misma, una mezcla extraña que le hizo recordar el aroma de maderas del oriente. Le dio un pequeño beso a su cabeza con los labios bien cerrados.

Tomando aquella polla con su mano derecha pudo comprobar cómo había polla para otra mano, entonces abrió su boca y con delicadeza puso dentro la cabeza de ese pene que tanto amaba, porque sentía que lo amaba. Lo saboreó y degustó por un buen rato mientras con su otra mano acariciaba los testículos perfectamente depilados. Forzó la piel de la polla sin más movimiento que hacia abajo y se entretuvo un rato más en saborear la cabeza rosada de ese miembro. De vez en cuando levantaba la mirada y esbozaba una trémula sonrisa mientras sin quererlo ronroneaba como gata en celo. Con los ojos le estaba pidiendo que se corriera, que se corriera en su boca, que se corriera descomunalmente dentro de ella. Con sus ojos le estaba diciendo que quería el manjar de aquél ariete, que quería de su néctar blanco.

Sus ojos estaban en blanco, era síntoma inequívoco de un inminente orgasmo, no quería dejar de mirar su rostro, sus ojos; quería mirar su cara y notar su leche llenarle la boca, así comenzó a frotar su lengua con la punta de esa cabeza, dibujando con ella con pequeños toques el ojito de esa cabeza.

Como disparos, una, dos y hasta tres descargas llenaron su boca del semen de él, un sabor picosito llenó su boca tragándolo inmediatamente, como esperando más y sin quitar sus ojos del rostro de él, para ver por primera vez en su vida un hombre disfrutar de ella, para ver por vez primera en su vida, un hombre lanzando amor a través de su miembro.

 

Sintió sus manos en la cara, se había volteado casi sin él darse cuenta y vio ahora de frente ese coño pulcramente depilado que quiso acariciar nuevamente con su lengua, pero las manos que se habían aferrado a su cara fueron más fuertes y se vio obligado a incorporarse.

Con una pícara sonrisa le acercó los labios y los posó en los suyos, con un lascivo beso buscaba su lengua como queriendo probar también su saliva. Con pequeños besos recorrió toda su cara, con su lengua iba buscando y humedeciendo todos los rincones posibles de su cuerpo, se detuvo en sus axilas y las humedeció, buscó su pecho y lamió sus pezones, bajó por su panza y metió la lengua en su ombligo, recorriendo su vientre parecía buscar el manjar más deseado y lo encontró.

Casi desfalleció cuando le plantó un beso justo en lo alto de la cabeza de la polla, pero cuando creyó de verdad que se desvanecería fue cuando ella puso la cabeza de su miembro en el interior de su boca. Hacia abajo tiraba de la piel de su polla, parecía querer saborear aun más intensamente la cabeza de su miembro, él se dejaba hacer. Algo que de verdad le estaba matando de placer era verla mirarle a la cara, a los ojos, verla sonreír; estaba seguro que en sus ojos podía leer, córrete, córrete ya! acompañado de un perceptible ronroneo.

No hizo falta mucha más intención por su parte, notó como desde el interior de sus testículos, que ahora ella tenía entre sus dedos, un calambre detonaba un orgasmo violento. Pudo contar tres espasmos que dispararon la leche que ella parecía reclamar y que con avidez tragó. Hasta sus ojos llegaba la mirada de ella, orgullosa por saber que le había hecho disfrutar, como si hubiera sido su primera vez, como si le hubiera lanzado amor a través de su miembro; lo más curioso es que así es como él lo estaba sintiendo también.

 

 

 

 

CAPÍTULO IX

 

En algún momento el claro de luna dejó de iluminar tímidamente el cuarto de baño y todo quedó en una mayor oscuridad.

La luz que provenía de la habitación iluminaba con un fuerte contraluz el rostro de él; ella podía aun así distinguir que tenía la mirada penetrante pero tranquilizadora, de ojos grandes, nariz prominente pero perfectamente enmarcada en su rostro; de labios gruesos y mentón poco afilado. El vello de su cara denotaba un duro día de trabajo que le devolvía a ella una imagen un tanto salvaje que le gustaba.

Estaba por primera vez ante el rostro de él, estaba a escasos centímetros del rostro del hombre que la había hecho mujer por vez primera después de cinco partos y un aborto; así lo sentía.

Tomando de nuevo su cara entre sus manos comenzó a besar sus parpados, su nariz, sus carrillos, sus labios, su mentón, su cuello, esta vez con ternura, con agradecimiento, con bendiciones y alabanzas a ese hombre; así lo sentía.

Desde su cuello y paseando su rostro por el de él, sintiendo como su barba incipiente le raspaba la piel de una manera que le gustaba, comenzó nuevamente con sus besos, pero esta vez casi sin sentirlo comenzó a ronronear nuevamente como hacía unos momentos. Era evidente, incluso para ella, que estaba en celo.

En su muslo sintió algo que aun recordaba, la cabeza del miembro de él estaba de nuevo turgente, sus besos y sus ronroneos de nuevo habían puesto en pie de guerra el ariete de sus placeres; así como estaba, en pie junto a él, piel con piel de sus rostros, bajó su mano izquierda para agarrar de nuevo con deseo ese pene que la había enloquecido hace un rato escaso. Lo apoyó entre sus piernas y entre ronroneos, besos y arrumacos en la cara de él, lo paseaba de abajo a arriba de sus labios vaginales, poniéndolo entre ellos y apretándolo contra su clítoris para una caricia mutua, clítoris y pene se estaban regalando suaves y deliciosas caricias.

 

Cuando ella se levantó, la luz que provenía de la habitación se reflejaba de una manera suave sobre su piel canela. Estaba teniendo la oportunidad de ver completamente de frente el rostro de ella, la tenía frente a él y disfrutaba de aquella visión. Una carita ovalada de ojos rasgados, apenas maquillados, de un color caramelo encantador, su nariz justamente ñata y unos labios que habían perdido por completo el carmín, dejando aparecer su rosado tono natural, voluptuosos, que invitaban a ser besados.

Le tomó como momentos antes la cara con sus manos y comenzó a besarle despacio, sin dejar ni un solo lugar de su cara por besar; le encantaban los besos en sus parpados, los pequeños besos que ponía en sus labios, en su cuello; se sintió idolatrado, bendecido e incluso alabado por aquella hembra de la que todavía no conocía ni su nombre.

De nuevo algo desconocido para él, ella le paseaba la cara por su rostro, dando la sensación de disfrutar de refregar su tierna piel por la barba a medio crecer, de vello duro y rasposo.

Comenzó nuevamente con una sesión de besos cortos y repartidos por su cara, pero esta vez los acompañaba de ese ronroneo de gata en celo; era evidente, estaba encelada.

Como autómata comenzó a dejarse hacer hasta que encendido por sus besos y ese sonido gatuno, provocaron que su miembro tomara poco a poco dureza y, de frente como ella estaba, quedara apoyado en su muslo.

Se posiciono perfectamente frente a él, tomó con su mano izquierda aquél trozo de carne y lo paseaba de abajo a arriba por su vagina, poniéndolo entre los labios humedeciéndolo con sus humores. Lo apoyaba contra su clítoris y lo frotaba para hacer disfrutar, clítoris y pene de suaves caricias.

 

Sin dejar de besarle, sin dejar de proporcionarle y proporcionarse placer en el sexo, le miraba con ternura, con deseo, como si toda una vida se conocieran, como una enamorada.

La divina cabeza estaba bien apretada sobre el clítoris y ella la paseaba así, bien apretada, conformando pequeños círculos que aumentaban su ronroneo hasta que no pudo o no quiso aguantar más y la puso un poco más en su interior para regalarle con un orgasmo que empapó de líquidos el glande de aquél falo. Notó que entre sus dedos se hinchaba un poco más aquella carne caliente y suave y sintió el líquido cálido que disparaba hasta dos veces, la primera con tal fuerza que salió por entre sus piernas y la segunda resbalaba desde su sexo hasta sus dedos y por el interior de sus muslos.

Nuevamente dirigió sus ojos a los de él y en ellos pudo ver amor. De nuevo había sentido que con su orgasmo le estaba diciendo, te amo.

 

Estaba acariciando la gloria, después de seis años de sexo, tantas sensaciones no había tenido ni siquiera en días alternos, cuanto menos juntas. En cada mirada que ella le dirigía, él leía ternura, deseo, confianza, tal le parecía la mirada de una enamorada. No cesaba en sus besos y no dejaba que su polla se le escapara de entre las piernas, de vez en cuando él bajaba su mirada para ver tan lujurioso espectáculo, hasta que ella apretando un poco más su miembro sobre su sexo y aumentando la cadencia de sus ronroneos, le regalaba con masajes circulares sobre su sexo, hasta que un poco más lo introdujo entre los labios de su coño y se corrió sobre él.

Al unísono él no pudo o no quiso y se dejó sucumbir en el placer, regalándole con dos chorros de esperma que se unieron a los jugos que ella le obsequiaba.

Quiso hacer notar otra vez sus sentimientos y al mirarle de nuevo ella, él le devolvió una mirada de ternura, una mirada enamorada.

 

 

 

 

CAPITULO X

 

Las cortinas de color beige indefinido no cubrían del todo las ventanas, era evidente que habían pertenecido a otra habitación, a otro dueño. El sol de la mañana comenzó a filtrarse entre los huecos en los que no había cortina y amenazaba con posarse sobre los amantes que desnudos yacían en un sopor húmedo y caliente.

La luz en la habitación era ya muy intensa a estas horas de la mañana y el calor que el sol aportaba unido a la humedad de la estancia, hacía que el hedor suave de moho, se estuviera convirtiendo en una emanación irrespirable para cualquiera, que no para ellos.

Como ninguna otra mañana, ninguno de ambos se despertó antes que el otro. Lo hicieron a la vez, como si estuvieran conectados por hilos eléctricos invisibles.

Con un abrazo se desearon buenos días, se besaron con ternura y abrazados quedaron de nuevo dormidos.

 

 

 

CAPITULO XI

 

Aquella mañana despertó antes que él, lo miró a su lado, roncando y bufando como siempre hacía después de haber estado de putas y alcohol; trató de desperezarse un poco y mitigar el calor de esa hora de la mañana y se vio con las bragas bajadas a la altura de sus muslos, esta noche otra vez este hombre me ha follado, ojala no me haya  preñado de nuevo, se dijo; tomó un poco de papel higiénico de cerca de la cama y limpió su sexo, cuando comenzó a subirse las bragas advirtió los moretones en su cadera, en su estómago, sobre su pecho y pensó si eso era vida para ella, después de cinco partos y un aborto de vida en pareja con el animal que yacía a su lado. Sus lágrimas un día más le dieron los buenos días como casi todos los días de estos últimos seis años, cinco partos y un aborto. Se prometió no dormir, no volver soñar.

 

Aquella mañana a diferencia de otras mañanas de jueves despertó con su cuerpo aterido de frio, estaba casi destapado del todo, trato de arroparse pero algo lo impedía; la mano de su esposa estaba aferrada a su miembro erecto.

Así las cosas, se dijo, aprovechemos y, tomando la mano de su esposa, comenzó a moverla abajo y arriba de su pene, apareciendo una cabeza brillante y rosada amenazante.

Mecánicamente, después de soltar su mano, ella continuó con los movimientos que él había comenzado; cada vez más rápido movía su mano bajando y subiendo la piel del miembro, hasta que sin abrir los ojos se incorporó un poco, acerco a él su boca, abrazo con sus labios la cabeza y poco a poco comenzó a chuparlo.

Sin dejar los movimientos de su mano y acompañándolos con los de su boca, aceleró el ritmo hasta conseguir la descarga de semen que pretendía, su primera leche de la mañana como ella decía a sus amigas. Con su lengua, con sumo cuidado y celo limpió cualquier resto que quedara en toda su longitud y sin soltarla, de nuevo se acostó para seguir durmiendo.

 

Como cada mañana de jueves él pensó lo poco que le apetecía viajar; cada vez menos. Se prometió no volver a dormir con el estómago lleno para no soñar.

Datos del Relato
  • Categoría: Fantasías
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