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"¿Qué podía salir mal? Ella sabía que los hombres borrachos piensan y hacen estupideces, así que si las cosas no salían bien, tendría mi excusa perfecta."
¿Qué podía salir mal? Ella sabía que los hombres borrachos piensan y hacen estupideces, así que si las cosas no salían bien, tendría mi excusa perfecta.
Era la posada de nuestro más íntimo grupo de amigos, 4 matrimonios con más de 15 años de amistad, hijos que se habían convertido en casi hermanos, y una confianza que cada día es más difícil de encontrar.
Habíamos rentado una cabaña en la montaña para ir solo los adultos, con el simple y precario objetivo de tomar hasta embrutecernos, dado que el frío no nos permitiría ni siquiera pasar un rato explorando el área.
Alfonso y María no pudieron acompañarnos, pero la presencia de Jaime y Gloria, Mario y Diana, Eladio y Graciela, mi esposa y un servidor, parecía suficientemente prometedor para una noche bohemia donde terminaríamos adoloridos de la risa y tirados de borrachos.
Cada quien tenía su rol en el grupo, pero me llevaría mucho tiempo detallarlo. Por ahora nos interesa Graciela, la más joven del grupo, pues mientras todos pasábamos los 40 años, ella tenía 38, y aun que no suene como una edad donde la mujer continúa atractiva, el ritmo de vida de millonarios que Eladio le daba le permitía tiempo para hacer mucho ejercicio, comer bien, y acompañarse de una o dos cirugías plásticas que la hacían por mucho la más atractiva del grupo.
En su comportamiento era la más parecida a mi: sarcástica, malhumorada e irónica; tal vez por eso siempre terminábamos aliándonos en las conversaciones grupales para irnos en contra de alguien con comentarios graciosos hasta que lo hacíamos enojar.
Tal como lo esperábamos la noche fue bastante divertida: Chistes, burlas, comida deliciosa y mucho alcohol.
Para la media noche se fueron los primeros: Mario y Diana, que sabíamos a la perfección que al tener 4 hijos se les dificultaba mucho intimar en casa, así que tomaron la habitación más alejada de la sala y se fueron aun en sus 5 sentidos a darle rienda suelta a la pasión.
La conversación se relajó y terminamos todos sentados en el piso de la sala, junto a la chimenea que nos proveía calor… y ese fue el primer problema de la noche.
Eladio estaba ya bastante tomado, así que entre tumbos abrazaba y se recostaba sobre Graciela, que en cada movimiento de su marido se olvidaba que frente a ella había otras personas, y abría las piernas mostrando más de lo que debía debajo del vestido que llevaba puesto.
No podía ser tan descarado con la mirada cuando sucedía, aunque en una de las ocasiones vi a Jaime, quien estaba aun más borracho que Eladio, con los ojos clavados entre las piernas de Graciela, disfrutando a plenitud el espectáculo de las torneadas piernas de nuestra amiga, y de lo que hasta ese momento parecía ser una diminuta tanguita blanca, o una pantie completamente metida entre sus nalgas.
Conforme avanzó la noche fue primero Gloria, quien avisó que iría al baño de su habitación y ya no regresó. Luego mi esposa, que en secreto me dijo que se iría a dormir pues no aguantaba más, y que me esperaba en la habitación, y por último Jaime, que entre su borrachera tuvo a bien avisarnos que se iría detrás de su esposa para ver “si quería coger”.
La conversación entre Graciela y yo continuó durante una media hora más, tiempo en el que Eladio se quedó profundamente dormido en el suelo de la sala de la cabaña, y entonces fue cuando tuve aquella idea que podía darme la mejor noche de mi vida, o meterme en un gravísimo problema.
Por alguna razón yo había decidido no tomar tanto aquella noche, así que aun estaba en mis 5 sentidos, similar a Graciela que todavía hilvanaba bastante bien una conversación.
No podía ser que Graciela no se hubiera dado cuenta en todo este tiempo que todos le estábamos viendo de más, así que tomé la decisión de fingir que estaba más borracho de lo que en realidad estaba, y tirarle una o dos miraditas más para ver su reacción ya que no había nadie más.
¿Qué podía salir mal? Ella sabía que los hombres borrachos piensan y hacen estupideces, así que si las cosas no salían bien, tendría mi excusa perfecta.
Entrecerré los ojos y colgué un poco mi cabeza, como si el sueño o la borrachera me estuvieran ya venciendo, y sin perder el hilo de la conversación con Graciela fijé la mirada a su entrepierna, en ese momento cubierta por el vestido que ella misma había acomodado entre ellas para no enseñar nada.
La conversación nunca se detuvo mientras todo esto sucedió.
Graciela se dio cuenta de mi mirada y su primera reacción fue bajar su mano para acomodar el vestido entre sus piernas, pero mi ahínco no cesó.
No se qué pasaría por su cabeza en ese momento, si lo haría por ego, por calentura o por darle a su amigo el espectáculo que estaba buscando, pero de pronto se acomodó mientras hablaba, des-cruzó las piernas y las levantó solo lo suficiente para dejarme el panorama abierto.
Si era una tanga, en color blanco, que marcaba apenas sus labios vaginales y luego entraba de lleno entre esas dos pequeñas pero bien formadas nalgas que tantas veces me había comido con la mirada y, que hoy, las tenía frente a mi.
¿Ya te estás durmiendo verdad? Me preguntó Graciela, a lo que respondí que no, que solo estaba divagando mirando hacia la nada. ¿Hacia la nada? Preguntó mientras soltaba una ligera risita, y cerró diciendo en tono sarcástico que esperaba que “la nada” me estuviera pareciendo interesante.
Fingí aun más mi voz de borracho, y le respondí que a pesar de que estábamos en una hermosa montaña, esa era la mejor vista que había tenido desde nuestra llegada.
De reojo la vi sonreír. A fin de cuentas, tanta importancia que le daba a su forma física y a su apariencia seguramente no era pensando solo en su marido. A Graciela le gustaba despertar algo en otros hombres, y decidí aprovecharlo.
Metía frases en doble sentido entre la conversación. Mientras hablamos de comida usé la palabra “riquísimas” varias veces mientras volteaba a ver su entrepierna o sus tetas; me referí a la “maravillosa vista” cuando hablamos de la montaña, y varias veces dije “ojalá y termine aun mejor” cuando hablábamos de lo bien que la habíamos pasado esa noche.
Graciela se notó nerviosa por momentos, y en otros me siguió el juego respondiendo a mis comentarios con frases en doble sentido que alimentaban aun más su ego.
Aproveché una de las ocasiones en que ella se levantó al baño y me fui a la cocina de la cabaña, muy cerca de la sala pero lo suficientemente alejada para que si Eladio despertaba no escuchara nuestra conversación, y mientras Graciela salía del baño estuve maquilando mi siguiente movimiento, echando a volar la imaginación con tanto realismo que me causó una tremenda y visible erección.
Salió del baño y me vio recargado junto a la estufa. Vino hasta la cocina y apenas entró, notó la erección en mis pantalones.
Se detuvo en seco y se recargó en la barra frente a mi, mirando un segundo mi rostro, y un segundo mi pantalón, sin decir nada.
¿Y a ti que te ha parecido la vista?, le pregunté, lo cual causó un silencio de unos segundos, y luego un: pues no me la esperaba, pero se ve bastante bien.
Comencé a caminar muy lentamente hacia ella, y ella permaneció inmóvil mirándome fijamente a los ojos. Cuando estuve a centímetros de ella me detuve; ella dejó pasar un par de segundos y luego simplemente sonrió.
Entendí perfectamente aquella sonrisa y estiré mi mano para ponerla en su cintura y comenzar a acariciarla hacia arriba hasta toparme con uno de sus senos, el cual apreté suavemente arrancándole un pequeño suspiro y la reacción inmediata de voltear hacia la sala para ver si su marido no se había despertado.
Entre suspiros se fue girando para quedar de espaldas a mi, recargada en la barra de la cocina, y mirando directo hacia la sala por el miedo a que su marido nos viera; pero poco me importó.
Sin dejar de masajearle las tetas presioné mi cuerpo contra el suyo dejándole que sintiera entre sus nalgas mi erección. Ella inclinó un poco su cuerpo y se recargó con sus manos en la barra.
A como pude le levanté el vestido hasta dejar sus nalgas al aire y continué tallándole mi bulto entre ellas mientras la sostenía de su desnuda cintura.
Graciela se entregó en ese momento a la lujuria, y sin descuidar la vigilancia de su marido, pasó una de sus manos hacia atrás para comenzar a pegarme de pellizcos y agarrones en las nalgas y la cadera.
Me separé entonces de ella y metí una de mis manos entre sus nalgas. Sentí un calor que hubiera derretido la nieve que rodeaba la cabaña. Hice a un lado la tanga y deslicé mis dedos por toda su rajita arrancándole un suspiro ahogado, y ella se afianzó de una de mis nalgas tan fuerte que temí que me dejara un tremendo moretón.
Durante unos segundos la masturbé a placer mientras con mi mano libre mi iba desabrochando el pantalón a tumbos hasta que logré sacarme el miembro y ponérselo sobre una de sus nalgas. Ella lo sintió y giró rápido la cabeza para mirarlo un segundo antes de regresar a vigilar a su marido, y luego llevó su mano hasta él.
Con una habilidad que no me esperé en ese momento comenzó a masturbarme “a mano cambiada” con un ritmo fenomenal, mientras yo continuaba tallando su raja, cada vez más húmeda y caliente por la fricción.
Entre pequeños pujidos comenzó a zafarse de mi mano y a soltar mi pene; por un momento pensé que se arrepentiría, pero no fue así.
Con sus manos se impulsó para subir “de panza” a la barra de la cocina y que su culo quedara a la altura adecuada para atacarlo.
Me hice hacia atrás un paso para contemplarla. Aquel par de nalgas que tantas veces se me habían antojado mientras caminaba de un lado a otro en las reuniones, estaban hoy a mi disposición. Su rajita se veía enrojecida por la fricción de mi mano, brillante por el reflejo de la luz con la humedad, y lista para vivir un episodio de infidelidad inesperado mientras su supuesto dueño dormía a pocos metros.
Tomé mi verga con la mano derecha y la embestí sin pensarlo hasta que mi cuerpo chocó con el suyo. Graciela dejó escapar un gemido suave y ahogado antes de dejarse caer de lleno sobre la barra, casi colgando su cabeza del otro lado de la misma.
La tomé de la cintura y la jalé hacia mi dejando la mitad de su cuerpo en el aire, y luego comencé a bombearla tan fuerte como la situación me lo permitía.
El choque de pelvis con sus nalgas sonaba en cada embestida y mi miedo por ser descubiertos crecía. Sus pujidos ahogados se iban haciendo más fuertes en cada golpe y no faltaba mucho para que el ruido hiciera que alguien en la cabaña sospechara.
Cerré mis ojos para concentrarme en el momento, no preocuparme por lo que pudiera suceder y le di a mi amiga desde hacía 15 años, a la esposa de mi amigo, una sesión de sexo por detrás que en mi mente duró mucho tiempo, aunque en la realidad no se cuanto sería.
En poco tiempo sentí que Graciela estaba teniendo un orgasmo. Todo su cuerpo se endureció, soltó un suspiro reparador y con una de sus manos me alcanzó la cadera para ponerme un rasguño que más tarde tendría que ver cómo explicaba.
Me disponía a dejarle ir toda la leche que pudiera cuando en la sala se escuchó la voz de Eladio junto con el ruido que hacía al removerse en el piso.
De alguna manera Graciela saltó de la barra y me empujó hacia atrás tan fuerte que casi caigo. Se acomodó el vestido y salió disparada a la sala al encuentro de su hombre mientras yo me escondía a un lado del refrigerador todavía con la verga de fuera.
Segundos después Graciela estaba de vuelta, con una sonrisa en la boca y caminando hacia mi mirando fijamente mi verga, que no había tenido oportunidad de analizar.
Sin detenerse en su camino me dijo en voz muy baja “falsa alarma” y se dejó caer de rodillas frente a mi.
Se hizo de mi verga en su mano derecha, la miró un segundo, y después se la metió a la boca, así como estaba, todavía llena de sus fluidos.
Mientras me recargaba en el refrigerador para aguantar el embate, me di cuenta que aquella mujer no solo tenía buenas habilidades con las manos, sino también con la boca.
Lamía mi verga de arriba abajo mientras con su mano sobaba mis bolas. Daba una pequeña mordidita en el glande y luego se la metía hasta la garganta dejando caer saliva en el piso de la cocina.
Realmente me hubiera gustado alargar aquel momento, pero el camino que ya tenía recorrido me hizo aguantar poco tiempo y comenzar a soltarle leche dentro de su boca en cantidades que no soltaba desde hacía mucho tiempo.
Graciela la recibió toda y la tragó, tal vez para evitar dejar rastro, tal vez porque ella así acostumbraba. Pero al final del momento mi verga quedó tan limpia como si acabara de salir de la ducha.
Graciela se quedó en el piso unos segundos y luego se levantó. Se acomodó la tanga debajo del vestido, me miró todavía con una sonrisa en su boca y me dijo en voz muy baja: Pues tuviste razón, si terminó aun mejor. Luego hizo un silencio y me dijo que me fuera a mi habitación con mi mujer.
Entré en mi habitación de puntillas y me tranquilizó ver a mi mujer dormida, pero tenía mucho que esconder, así que con las luces apagadas la desperté a besos y la puse caliente todavía a medio dormir.
Como si fuera un adolescente, a mis plenos 43 años, tuve que cumplirle a dos mujeres con unos minutos de diferencia, procurando que mi esposa se pusiera tan cachonda que me rasguñara y pellizcara, tapando los rasguños y pellizcos que nuestra amiga me había propinado momentos antes.
La mañana siguiente me desperté molido, le di los buenos días a mi esposa que me miraba con una sonrisa en la boca y salimos de la habitación a ver qué nos deparaba el día. En la sala nos encontramos a un Eladio aun tirado boca abajo, y a una Graciela acomodando las colchas sobre las cuales había dormido.
Buenos días, ¿durmieron rico? Nos preguntó. Y cuando mi esposa le respondió la pregunta, ella se limitó a contestar: Pues no estuvo muy cómodo, pero pasé una de las noches más ricas en mucho tiempo.
Ambas rieron y se fueron a la cocina a comenzar a preparar el desayuno para todos.
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