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A lo largo de mi vida he rodado y rodado, he hecho de todo y con todo tipo de gente. No es algo que me haga sentir especialmente orgulloso, pero pasó, y debo reconocer que lo disfruté, no lo puedo negar.
Hasta ahora les he hablado sobre cómo fue que me inicié en el sexo, a la corta edad de los 10 años, junto a mis amigos de toda la vida, David y Francisco, en las manos de Guillermo el "Chucho". Le decían Chucho porque era muy individualista en los partidos de fútbol, siempre quería iniciar y terminar todas las jugadas. Aquí en Guatemala, se les dice Chucho a ese tipo de personas, además, Chucho es un sinónimo de perro, y así le decían al padre de Guillermo.
El Chucho también fue el responsable de que Francisco y yo nos convirtiéramos en Diana y Felicia, respectivamente. Y con esas identidades nos volvimos amantes de varios otros muchachos, todos mayores que nosotros.
Luego les hablé acerca de cómo la vida nos va cambiando, a medida que maduramos las cosas ya no son como antes. A nuestros 16 años, David, Francisco y yo comenzamos a buscar otros caminos, algunos acertados, otros no. Yo me hice "novio" de un hombre casado de 33, Luis, esa fue mi primera relación homosexual como hombre y afuera de mi grupo.
Pero no solo soy gay, también me gustan las mujeres…
Eso lo descubrí a los 17 años, ya cumplía un año y meses al lado de Luis (a escondidas, claro), cuando ocurrió algo que no me esperaba.
("ding, dong") Buenos días, ¿estará Francisco?
No, no se encuentra… ¿quién lo busca?
Juan Carlos… es que venía por unos libros que le presté…
¡A sí, creo que los dejó!… pasá adelante…
Doña Berenice me abrió la puerta, era la madre de Francisco, el Piojo. Le decíamos Piojo porque era de pequeña estatura y muy delgado, además de canche. A mi ver, el Piojo era muy guapo, aunque un guapo muy al estilo de "hombre delicado". Piel blanca y ojos azules, cabello claro y rasgos finos, su cara aniñada combinaba perfectamente con su forma de ser tranquilo, aunque siempre alegre y juguetón. De los 3, el si continuó siendo su alter ego "Diana", pues su "novio" así le gustaba. La verdad, el se metió muy adentro de esa vida.
La señora me recibió con su cordial sonrisa de siempre, muy amplia y exhibiendo una hilera perfecta de dientes blancos. Su casa era preciosa, de estilo colonial con mobiliario de madera y piso de ladrillo. Las paredes blancas, algunas cubiertas de cuadros al óleo, y con diversos objetos antiguos dispersos por todos los rincones. Ella era una mujer de un gusto exquisito.
Doña Berenice se había quedado con esa casa luego de su divorcio, quedándose a carago de sus 3 hijos (Francisco y sus 2 hermanas mayores). Era una mujer muy hermosa todavía, tenía 40 años ya, pero todavía seguía conservando una hermosa figura. Delgada, sus senos eran más bien pequeños, pero elegía para cubrirlos, prendas que, sin ser vulgares ni nada por el estilo, la cubrían de un halo de misteriosa sensualidad. Su diminuta cintura se ensanchaba hasta redondearse y formar unas caderas imponentes, no por el grueso, sino por la manera como las llevaba… ella, inevitablemente, siempre hacía buches al caminar. Tenía una hermosa sonrisa nacarada que iluminaba todo su rostro enmarcado por una ondulada cabellera castaña, y hacía brillar sus pupilas verde amarillas, como un par de luceros. Era, simplemente, bellísima…
Me creerán idiota, sé que les acabo de decir que también me gustan las mujeres, pero jamás había caído en la cuenta de que la madre del Piojo ("Doña Pioja" como le decíamos nosotros) se estaba cayendo de buena. Creo que se debió en buena aparte a que siempre la había visto como una mamá de un amigo, además de que me hallaba metido dentro de un grupo orgiástico gay en donde yo era la mujercita. Por otro lado me consideraba totalmente homosexual, por lo que nunca me había puesta a contemplar la belleza femenina, ¿para qué?, si de todas manera no me iba a gustar (supuestamente).
Pues bien, ese día tuve ante mí una forma de sensualidad frente a la cual jamás había estado parado antes, la mujer exudaba feromonas… ¡y digo feroces feromonas!, por todo el cuerpo, era como si, tan solo con su presencia me tratara de seducir.
Hablamos de cosas sin importancia, del clima, de los estudios, de todo un poco. Me comentó que le preocupaba algo su hijo, que estaba actuando raro últimamente. Ella pensaba que tenía novia, pero le extrañaba que no le quisiera contar. eso era lógico, en aquellos tiempos, cuando un muchacho de nuestra edad se hacía de novia lo contaba a los 4 vientos, y más si esta era bonita. Pero bueno, ni modo que el llegara con su madre y le dijera "mamá, te presento a mi amor… el es Mario".
Bueno doña Berenice, ya me tengo que despedir…
¡Ay, no me digás doña! Berenice a secas por favor.
Bueno… Berenice…
Pero no te vayás todavía, hay mucho sol allá afuera. Mejor quedate un rato más y tomate algo conmigo.
Emmmmm… estemmmmmm… bueno…
La verdad es que me sentía algo raro y cohibido quedándome solo con ella, aunque solo fuera tomándonos un refresco. Y es que también me sentía un poco desubicado, pues no me esperaba sentir todo lo que su presencia me hacía sentir. Me preguntaba "¿qué demonios hago babeando con ella si a mi solo me gustan los hombres?". Por otro lado era la madre de uno de mis mejores amigos, y entre los amigos, existen ciertas reglas que deben respetarse, como por ejemplo "la mamá de tu amigo es sagrada" o que "la hermana de tu mejor amigo es un hombre" y cosas por estilo.
Doña Pioja se tardó un poco más de la cuenta, no sabía qué tanto hacía, si tan solo tenía que buscar un vaso y llenarlo con agua. Pero cuando pareció, me dejó más mula de los que ya estaba. Berenice también se había cambiado de ropa. Ahora salía con un atuendo muy ligero, un vestido suave de verano, de algodón, blanco, suelto, pero ciñéndole cada recoveco y circunvalación de su escultural cuerpo.
Me entregó el vaso con la bebida, que, ¡sorpresa, era licor! Una cuba para ser más exacto. Jamás una mujer madura me había ofrecido un trago, mucho menos la madre de un amigo. Aun nos consideraban muy pequeños para compartir en la mesa de los hombres adultos. Claro que no era la primera vez que probaba el dulce néctar de Pan, Luis ya me había dado antes y había tomado en un par de ocasiones con mis amigos. Pero ese trago era diferente, como podrán comprender.
Se sentó a mi lado y nos pusimos a platicar alegremente sobre… cualquier cosa, el tema era lo de menos. De hecho, ya ni me acuerdo de qué hablábamos. Pero lo que si recuerdo es que ella se me acercaba un poco más cada vez, platicándome más cerca de la cara a cada minuto, bajando el tono de su voz hasta que, al final, era casi un susurro, el susurro más sensual que había escuchado. Esa voz dulce, aguda y melodiosa me calaba profundo en los oídos.
Recostaba su cabeza sobre mi hombro y mi mano estaba apoyada sobre su muslo, el de la pierna que tenía sensualmente cruzada. ¡Qué piel tan suave y tersa! ¡Las ganas que tenía de ver lo que guardaba bajo el vestido! Esa mujer era una sádica, yo me estaba muriendo por besarla y tocarla, y ella, sabiéndolo perfectamente, alargaba más y más la situación.
Ya no pude más, era imposible continuar conteniéndome y la agarré con fuerza de la cintura y ella, como una gata experimentada, se trepó sobre de mis piernas, sentándose sobre de frente a mi. Me pude dar cuenta con muchísima claridad lo caliente que estaba, me sorprendía esa mujer, de verdad que si.
Yo me aferraba a sus redondas y firmes nalgas, metiéndolas debajo de la ligera tela del vestido. Su boca buscaba ansiosamente mi lengua, chupándomela y entrelazándola con la suya, se movía dentro de mi cavidad oral boca como una serpiente. Era una mujer ardiente de verdad.
Le saqué el vestido, pasándolo por encima de su cabeza y dejándola con no más que un brasier blanco de encajes y un calzón del mismo estilo, bastante femenino por cierto (como los que me gustan usar a mi). Con mis dedos trataba de entrar adentro de sus delicadas y turgentes carnes, hundiendo las yemas sobre sus glúteos y en medio de estos. Ella se aferraba con mucha fuerza de mi cuello, mordisqueándome el cuello y arañándome la espalda.
Se separó un poco de mi, empujándome la cabeza hacia atrás, que iba en busca de la cálida humedad de sus labios. Me clavó sus ojos avellanados en los míos, diciéndome no con un gesto pícaro, mientras desabotonaba mi camisa. Pronto se había quitado también el sostén, mostrándome unos senos pequeños, pero rosados, con delicadas y graciosas pecas esparcidas por toda su superficie y un pezón puntiagudo y apetitoso. Comenzó a restregarlos contra mi pecho, ¡qué sensación!, jamás había tenido pegado a mi piel, el suave y caliente tacto de un par de senos, carne trémula que esperaba ser devorada.
No me hice del rogar, levantando un poco el torso me puse a chupar como un demente esos dulces pezones, que me supieron a cielo. Había una gran diferencia con los pezones de un hombre, adheridos directamente sobre los músculos pectorales, y no a una suave y esponjosa sustancia, llamada glándula mamaria, pero conocida como gloria por todos sus admiradores. Recordé lo mucho que me gusta que me laman a mi en ese punto de mi anatomía, por lo que hice exactamente lo que a mi más me satisface. Les pegaba suaves mordiditas al mismo tiempo que los succionaba y los acariciaba con la lengua. También lo jaloneaba con una fuerte succión, Berenice estaba enloqueciendo.
Caliente como estaba, doña Pioja tomó mi mano y la llevó hasta el tesoro oculto entre sus piernas. Estaba completamente mojada, empapada literalmente, su sexo le pedía a gritos por alojar un miembro guerreador, tal y como se hallaba el mío.
Como una tigresa ávida de carne, Berenice bajó con rapidez desesperada mi bragueta y sacó a la luz mi miembro caliente, palpitante y húmedo, con una habilidad digna de verse. Frotándolo un par de veces sobre su vulva anegada, me hizo ver estrellas. Yo, que siempre había sido pasivo hasta ese día (excepto cuando tenía relaciones con el Piojo), jamás me imaginé el placer tan grande que se siente cuando tu pene está a punto de ingresar al interior de una gruta tibia, húmeda, de paredes suaves y movimientos delicadamente ondulantes.
Y cuando Berenice se sentó sobre ella y se la metió, fue como sentirse ordeñado, literalmente me estaba ordeñando con los músculos de su vagina. Aquello era la cosa más dulce y agradable que había sentido hasta entonces. Ella, tirando hacia atrás la cabeza, lanzó un profundo y ansioso grito de placer, seguido por una serie de movimientos ondulantes de su cuerpo que me volvían todavía más loco, ¡aquella mujer era un monstruo en la cama! Apreté sus nalgas con mas fuerza mientras sentía como ella subía y bajaba, metiéndose y sacándose mi extasiada verga, combinando con movimientos de atrás hacia delante, restregándose sobre mi vientre, lo que hacía que mi paloma se rozara por todo lo largo de su vagina, como lo haría un pistón.
Aquella cabalgata era más de lo que podía imaginarme y esperar, doña Berenice, la madre de mi amigo Francisco, me estaba desvirgando heterosexualmente, ¡y de qué forma! De repente comencé a sentir que los músculos de su vagina se contraían cerrándose alrededor de mi pene. Aquello formaba un deliciosísimo efecto de succión que yo sentía me iba a arrancar la verga. Y con su aliente hirviente sobre mi oído, me repetía una y otra vez que ya iba a acabar.
Aquello era demasiado para mi también, mi respiración se agitó, mi corazón amenazaba con salirse de mi pecho. Empecé a moverme como un salvaje dentro de ese ser hermoso y perfecto, arrancándole prolongados jadeos al mismo tiempo que me clavaba las uñas en la espalda.
No me pude contener ni un segundo más. Del meato de mi enrojecido e hinchadísimo falo, inmediatamente después de que cada músculo de mi cuerpo se contrajo en un poderosos espasmo, una larga y poderosa descarga de semen salió disparada a mojar, más todavía, el interior de la gruta del amor que aquella señora. Aquella vagina parecía aguardar ansiosa el elixir que le obsequié con mucho placer. Berenice, gritando tan fuerte como yo, me apretó la verga con su sexo para exprimirle hasta la última gota de esa leche.
Fueron como 4 o 5 descargas, que, al final, nos dejaron tirados sobre el sofá, cubiertos de sudor. yo tenía a una calentísima mujer desnuda sobre mi cuerpo, ni me di cuenta de cuando se quitó el calzón, así como tampoco me di cuenta de cuando me bajó el pantalón y el calzoncillo. Mi pecho desnudo se adhería al de ella, nuestros sudores se mezclaban, así como nuestros alientos y respiraciones. Poco después Berenice se puso de pié y se fue al baño a limpiarse.
¡Sos bueno, todo un garañón! – me dijo.
Je, je, je… – reía como un idiota, sin saber realmente qué decir para no sonar tan tonto.
Juanca, ya va a venir Francisco… creo que es mejor que no te vea aquí. – asentí, aunque sabía bien que el Piojo no iba a llegar sino hasta 1 o 2 horas después, ya que su novio, hasta entonces lo iba a soltar.
Desde ese día mi sexualidad quedó en tela de juicio, dejé de tenerla clara, no sabía qué era lo que en verdad me gustaba una buena verga o una cálida vagina… o ambas. Esa pregunta no la lograría contestar sino hasta años después, aunque esa duda no me privó de continuar disfrutando del sexo.
Aquello no se volvió a repetir con doña Berenice, a pesar de que ambos lo deseábamos. Poco después supo la verdad de su hijo, cuando este llegó a verla y le dijo, "mamá, me voy con mi novio". Fue una tragedia aquello, tanto para ella como para David y yo, nuestro amigo de toda la vida se iba como Diana, para vivir para siempre al lado de un hijo de puta.
No pudimos hacer nada para evitarlo. Por un lado era su vida, por otro temíamos que nos fueran a descubrir, aunque a pesar del gran escándalo el fue muy discreto y nos dejó a los 2 afuera de todo aquello. Nadie nunca se enteró de las aventuras que teníamos desde los 10 años, ni de Felicia tampoco. Pero igual, nuestro bienestar no nos hacía sentir mejor. Con el tiempo, la vida nos daría la razón…
Continuará…
Garganta de Cuero.
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