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Apasionados

Aquella fuerza desconocida que es obra sobre los hombres y los sucesos, se inició con una tormenta muy fuerte, tal cual fue la creación del mundo, el resplandor de los truenos y relámpagos cobijaban el firmamento, aquellos árboles firmes, mudos testigos de esa noche tormentosa, la tierra fértil acompasaba el goteo, la noche cómplice de la fuerza tenía en su seno el halito de vida, los animales de la granja se inquietaban al fuerte estruendo, aquella casita campestre tenía en su interior a una mujer que pujaba, una partera que la estimulaba, una chiquilla portando frazadas, un hombre sentado y sobre su regazo una pequeña dormida que los relámpagos describían su carita, pasos de allí, acostadas en su cama dos gemelas con sueño profundo, recostado en la puerta, un señor con días de no hacerse la barba, su compañero un puro de tabaco artesanal, del que salía el humo describiendo figuras amorfas, minutos antes había salido por la emoción de la incertidumbre porque era preso de las probabilidades, mirando al infinito de la noche tormentosa exclamaba … será otra chancleta, el tiempo transcurría, algo dentro de su instinto le decía que estaba equivocado e irónicamente eso le reconfortaba, pero a la vez se desanimaba de solo pensar lo otro, de repente de un brinco se puso de pie, le estimuló el ruido de llanto, se olvidó de su compañera la tormenta y sus recuerdos con temores, de un impulso abrió la puerta, su mirada instintiva buscó las líneas sudorosas del rostro de su esposa agotada por la faena del parto, pasó por entre su amigo Eleuterio que seguía sentado con su hijita hasta entonces la menor de todos, Margarita, las gemelas Renata y Carlota ya estaban cerca de la cama viendo limpiar a un bebé ensangrentado, la partera Tomasa limpiaba las pates intimas de una cansada Baltasara que cerraba los ojos con respiración desacelerada, la chiquilla ayudante de partera sostenía ese pedacito de carne humana, Mateo la hurgó entre la tela con ansiedad y angustia, aún así ensangrentada aquella criatura, la respuesta a su inquietud fue contemplar con satisfacción el penecito del recién nacido, fue tanta su alegría que pegó un fuerte grito de placer, besó a su esposa y a todo cuanto podía saliendo alentado y lleno de júbilo a la lluvia que lo recibía presurosa de humedad recorriéndole su cara iluminada por la felicidad del momento, no era para menos, era su primer varón y se llamaría… Luis Mateo, como su padre y como él.

Esa misma noche de tormenta, un niño de cinco años se sobresaltó por el miedo que le ocasionaba los truenos y relámpagos, se imaginaba figuras grotescas impregnadas en la ventana que alternaban con el fragor del viento, cubrir su cuerpo con la sábanas no era suficiente, su respiración aceleraba dejando salir gritos de ayuda, sus potentados padres habían salido pese a ello los llamaba en su desesperación, era el engreído de la casa, la puerta de su cuarto se abrió, sólo se presentó el mayordomo que al encender la luz del cuarto emitió una sonrisa brillante de oro salido de entre sus dientes frontales, le dijo al inocente que tranquilo, frotando su dulce cabecita de pelo lacio castaño típico de los niños blancos, ya tenía casi dos años laborando de mayordomo en la casa grande y gozaba de mucha confianza del pequeño, la yema de sus dedos pasaba suavemente por aquellas inocentes mejillas, le decía al infante tranquilo, tranquilo, sólo estamos tú y yo, no hagas ruido, ya tus hermanos mayores se durmieron, faltas tú chiquitito, así que un ratito te haré compañía, verás que lo vamos a pasar bien porque estando yo aquí te protegeré y no tendrás miedo, el pequeño Miguel sonrió y se hizo a un extremo de la cama corriéndose entre las sábanas de su blanda cama mientras el mayordomo ponía seguro a la puerta; la luz se apagó y los relámpagos delataban de forma intermitente la figura de Rogelio que se quedaba con ropa interior, las sábanas cubrieron los cuerpos, después de un buen rato de moverse las sábanas, hubo una quietud en la cama, pasaron unos cortos minutos, la figura de un hombre salía de la habitación infantil, la tormenta reflejaba la cara pensativa con mirada al infinito del chiquillo, rato después cerraba sus ojos turbados por la experiencia del momento.

La fiesta estaba en todo su apogeo, Don Clotario y su prestante dama doña Odalia, gozaban bailando al compás de la música de la orquesta del pueblo, tenían satisfacción sin límites, colmados de siemprevivas y reverencias de los presentes, de pronto se acerca un mojado Eleuterio a la mesa de los ilustres esposos le llama la atención al prestante caballero para conversar en privado, al rato el informante se despide y se sienta a la mesa un palidecido hombre lleno de sentimientos encontrados… su fiel empleada había parido a un varón, sabía ya el nombre del recién nacido, por su garganta corrió mucho aguardiente, alzaba su copa en señal instintiva de brindar por los inefables Mateos.

Un camión se detiene a un lado de la carretera, hay troncos cruzados, los dos acompañantes del chófer se bajan presurosos a retirarlos, son emboscados, mueren al instante por efectos de los tiros calibre 45, el chófer sale en presurosa carrera, es perseguido, se lanza por el despeñadero alcanzado por dos tiros pero eso no le impide caminar con dificultad luego de despistar a los maleantes entre la tupida maleza, a lo lejos observa el camión incendiado, se toma la cabeza, cae al piso, con angustia balbucea… el maletín, lo perdimos todo, deambuló hasta llegar al filo de una bifurcación de la carretera, para luego desfallecer.

Aquella tormenta en la madrugada de domingo sería en verdad inolvidable para todos.
Datos del Relato
  • Autor: Cuentero
  • Código: 22738
  • Fecha: 26-05-2010
  • Categoría: Gays
  • Media: 5.52
  • Votos: 29
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3267
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