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Con cincuenta y dos años a cuestas, matrimonio tan solo en lo formal, dos ex parejas y un número no precisado de relaciones de corta duración, la experiencia es la herramienta más valiosa para seguir ganando mujeres.
Cualquiera que haya estado en un hospital alguna vez habrá podido comprobar que más del 85 por ciento de los trabajadores son mujeres, también habrán escuchado mil historias de sexo furtivo, sobre todo en las guardias nocturnas, ni que hablar de los fines de semana.
Una década trabajando en un hospital, los últimos cinco como jefe de personal, me sirvió para conocer vida y milagros de algunas de las mujeres que trabajan, algunos mal intencionados le llaman a este sector el muro de los lamentos, sobre todo después de mitad de mes, es decir cuando el dinero es poco y las necesidades muchas.
Durante el verano el “mujeraje” suele andar sueltito de ropas y más dispuestas al intercambio amistoso. Mi esposa dejó de interesarse por el sexo, lo hacemos cada mucho tiempo y como por obligación, gracias a este trabajo pude solucionarlo y pasarlo de diez.
La verdad es que merced a las prerrogativas del cargo y a la experiencia mencionada he podido “cepillarme” a una interesante cantidad de empleadas, pero la mejor de todas, es la que está por caer en la trampera del eterno cazador, como tal es conveniente estar siempre con el dedo en el gatillo por si se aparece alguna que necesita de un hombro donde consolarse.
Sarita era la hija de un dilecto amigo, siempre fui para ella como un tío en el afecto, aunque solía decirme cariñosamente “padrino”, por haberlo sido de su casamiento.
Sarita, fue una de las primeras en esta temporada de caza, más precisamente la primera en “pisar el palito” (caer en la trampera), vino buscaba un anticipo de sueldo, para solucionar un problema económico a espaldas del marido.
La pude ver caminando en la antesala, con ese ambo blanco de enfermera, que se le transparenta todo, se le marca la tanguita, buena cola, bien de gomas y mejor de piernas. Por un instante se olvidó la relación familiar, la estaba mirando con la misma lujuriosa intención y la lascivia a flor de piel. Solo verla y el “amigo” despertó de su letargo de dos semanas de abstinencia, el instinto de cazador furtivo me hizo perder la compostura, subirme indomable espíritu de cazador empedernido y salvaje cuando se me cruza una falda con tanto tiempo sin tener sexo. Eché mano a uno de los argumentos preferidos para justificar lo injustificable, que todas las mujeres son peras en el árbol del amor, y a mí me gusta mucho la fruta cuanto más si es fruta prohibida, Sarita, reunía las dos condiciones…
—¡Pasa! —Disimulo la erección como puedo.
—¡Sea bueno jefecito! ¡Sea bueno padrino!
Reviso la mercadería, como evaluando cuan buena está para una encamada, pero en verdad hacía esta pausa para poner en orden la testosterona excitada.
—Padrino tengo que pagar una deuda, por haber ido al bingo a jugar y comprarme unas ropitas sexys, y ahora no sé cómo afrontar ese pago sin afectar el ya ajustado presupuesto familiar. —seguía haciendo caritas de mimosa, para conseguirlo.
Rápida como el hambre, vio la mal disimulada erección, creo que también me leyó la mente, sobre todo los pensamientos sucios y lascivos.
—¡Padrino!... ¿qué te sucede? ¿No me digas que esto que veo es por mí?
—Hmm… Pescado infraganti, no tuve más opción que encogerme de hombros sin saber qué decirle, como mencioné es rápida de entendedera y directa para la respuesta.
—Padrino, acá esta su ahijadita, cuente conmigo… Yo le soluciono ese problema… si es buenito, y no se lo contamos a nadie (guiño mediante), esto (tocándome el bulto) lo solucionamos entre los dos. Sea bueno jefecito, ¡porfa!
Como era casi la hora de cierre de la tesorería no quedaba otro empleado más que yo, sabía que había salido la última empleada así que no esperó respuesta, se pasó por mi lado del escritorio, giró el sillón y acaricia el problema, lo sacó a tomar aire, con confianzuda naturalidad.
—¡Qué buen pedazo tienes padrino!
Sarita tiene una reconocida fama familiar, de no hacerle asco a nada, más bien se dice que es una de esas mujeres que siempre está dispuesta a probar carne nueva, según dicen algunas primas envidiosas de su popularidad entre los machos.
Como si hiciera falta corroborar los antecedentes mencionados, Sarita comenzó a regalarme una paja muy especial. A la desesperada manoteé las tetotas, se liberan con facilidad y muestran una aureola grande y rosada, coronada por pezones, robustos y erizados como picas listas para el combate bucal.
Volaba de calentura, pedí que me hiciera algo urgente, para solucionarlo, me urgía una respuesta para evitar esos dolores de testículos que se nos produce cuando la calentura se extiende demasiado, como en esta situación.
Rápida como en emergencia, pero no descuidada, primero cerrar la puerta de la oficina por cualquier cosa, y luego demostró que ser enfermera la hizo experta en urgencias, sexuales en este caso, ¡ja!
—Dámela, pero porfa no me acabes adentro…
—Tengo condón, tranqui, lo saco del cajón del escritorio.
Presta, me colocó el preservativo, con el brazo hice lugar sobre el escritorio. Tendida sobre el escritorio, bien en borde, descalza y sin bombacha, piernas abiertas y elevadas haciendo la V de la victoria. Los talones apoyados en mis hombros. Me deshice de los pantalones, bóxer y zapatos todo en un patadón para mayor libertad de movimientos. Con sus manitos abre la vulva, dejando expedito el acceso a esa jugosa cueva, me mandé en ella de un golpe, rudeza justificada por la urgencia sexual, sabe cómo vaciar a un tipo de forma rápida y eficiente, acompaña el zarandeo, se impulsa con sus talones presionando mis hombros, ella maneja el ritmo y la penetración de la cogida.
Como es ducha en manejarse sobre los escritorios, puedo soltar una mano de su cadera para frotarle el clítoris, crece la humedad y la respuesta erótica hasta el tramo final, bien a fondo. Comienza el concierto de gemidos, está llegando a un orgasmo genuino, sin guardarse nada, generosa en la entrega de su placer.
La acabada fue más rápida de que acostumbro, pero fue suficiente para venirme con una profusa cantidad de semen, las ganas insatisfechas de dos semanas sin ponerla. Ahogó mis bramidos entre sus tetotas hasta que me sacó hasta la última gota de semen. Me sacó el preservativo, se admiró por tanta leche vertida.
—¡Gracias Jefecito! –le dio una gran lamida para dejarme la verga bien limpita. – ¿está bien de limpita, padrino?
—¿Te espero mañana? —ahora soy yo quien pide ¡Porfa!
Ese sábado, a punto de retirarme, llegó Sarita, se disculpó por que una emergencia le impidió venir antes.
—Te quedaste con ganas, ¿podemos ahora padrinito?
—¡Sí!! —Cerré para evitarnos ser sorprendidos.
Arrodillada sobre un almohadón, me pegó una mamada que me dejó las piernas temblando, una acabada de antología, después la seguimos con un polvo de sentado, ella se ahorcajo sobre mí, se empaló en el tronco de carne hasta los pendejos enruladitos. La venida en su boca y los años de experiencia me permitieron demorarme lo suficiente para hacerle gozar de un regio orgasmo, esta vez también ella tenía muchas ganas de llegar al final feliz.
Los corrillos de enfermeras son un clásico, los comentarios de las situaciones de sexo mucho más, y aún fue más allá, me hizo fama de buen cogedor y que la tengo gordota para más datos. Si hasta creo que me recomendó con las compañeras, puesto que desde ese sábado fueron varias las que arriaron la bombacha en mi escritorio.
Después, llegó Elisa, regente de pediatría, venía por el ingreso de una sobrina suya, pidiendo que la favoreciera con unas vacantes que se habían producido precisamente en su sector, fue tan directa como efectiva al momento de pedir por la sobrinita:
—¡Mirame! Me puedes hacer un favor a cambio de otro para ti. —Dio una vueltita para mostrarse— Mi sobrina está mejor y tiene veinte añitos. ¿Qué hacemos? ¿Tomamos mate o.…? Yerba no hay… (es un juego de palabras común en Argentina que significa que alguien te invita a tomar mate o coger, pero entonces dice yerba (para el mate) no, pues entonces… solo queda coger)
—Entonces... hazme el favorcito. ¡no seas malo!
Desnudó sus intenciones y sus carnes, me acercó a sus tetas para que le saque jugo… Elisa gustaba de la golosa mamada, jadea a destajo, frotándose en la calentura urgente. Apoya las caderas sobre la mesa, levantó una pierna para que tuviera el tajo bien expuesto, rosado y jugoso, corrió la tela de la bombacha mostrando la raja brillante de jugos.
Me tragó la pija de una sola estocada, recaliente y diciendo guarradas como incentivo para el polvo, cogimos con ímpetu y fragor, quedó casi acostada sobre el escritorio liberado para hacer las veces de cama, volcado sobre ella, con urgente violencia, en el frenesí alocado del polvo en un metisaca equivoqué la puerta y entré por el marrón (el culo) y dio un grito, mezcla de dolor y sorpresa.
—¡Ah, ah! —Los ojos como platos, por la brusca sorpresa y la boca llena de puteadas.
Nos miramos, sin sacársela, ni ganas de hacerlo, me gustaba la sorpresa de hacer ese buen culo. Entendió fácil y rápido que no pensaba salirme, pidió menos brusco, más suave.
—¡Porfa! Despacio, suave porfa…
Accedía a todo lo que me pidiera con tal de no salirme de la vaina rectal, aguanta en silencio, acalla las embestidas mordiéndose el labio inferior y clavando sus uñas en mi espalda, que por suerte me protege la ropa. Intento seguir por más tiempo, pero me lo impide:
—Si sacas no me la metes más. ¡Dale despacio!, ¡seguí bombeando no pares!
Acompañaba la entrada por el orto con el frotamiento del clítoris para distraerla, volvió al nivel de excitación y así pude seguir dándole por el culo. Tanto se fue calentando la guacha que con la ayuda del frotamiento de clítoris también pudo acceder al necesario orgasmo.
Bufa en ruidoso orgasmo, después del suyo, era mi turno. Me largué a fondo y la leche fue bálsamo caliente para el culo dolorido y rastros de un pequeño desgarro porque la poronga salía con un color rosado.
Quedé en que pasaría por su casa, el domingo, para conocer la sobrinita y llevar algún croissant para el desayuno. Como boy scout, “siempre listo” en el tiempo acordado para cumplir la promesa de “conocer íntimamente a la sobrinita”.
—Jefecito, ¿qué te parece Marina, mi sobrina?
—¡Está bueeena! —Me salió gracioso y natural.
Marina trajo café, Elisa la presenta y le ordena:
—Una vueltita para que el señor te pueda mirar todita.
—¡Está re-re-buena!
—¿De verdad, jefecito? —No me engaña, haciendo conejito con la naricita. – Me vas a hacer “entrar” … en el hospital?
—El jefecito te puede hacer entrar, si… lo dejas “entrar…” —¿En dónde jefecito?... Decía Elisa a Marina, un guiño de ojos compartido y una sonrisa.
—¡Ven y me explicas! —Marina me toma de la mano, me conduce a su cuarto, le sigo el juego a ver hasta dónde llegamos con este juego tan cachondo.
Me sentó sobre la cama y comenzó el espectáculo, un desnudo total para mí, falda, blusa, y nada debajo… El papo juvenil cubierto por vello trigueño, de aspecto aniñado, me amenazó con sus tetas, una en cada mano, ofrenda de buena voluntad para un maduro ansioso.
Me puso en bolas, acarició el miembro, mamar parecía ser una de sus mejores cualidades, casi me hace acabar, siente las vibraciones previas, aprieta con intensidad en la base del pene para contener los impulsos, entonces me pide que no le acabe en la boca.
Se tiende sobre la cama, piernas flexionadas y colgando fuera del lecho, me llama:
—¡Vení, entrá! ¡Tengo ganas! ¡Estoy ardiendo! ¡Cogeme!!!
Entré en el terciopelo vaginal, ajustado trayecto, hasta el fondo. Había resultado buena cogedora, sabía y podía manejar los labios vaginales como lo hacía con los labios al mamarme, una consumada experta. Cambiamos, ella quiere arriba para expresarse en libertad y comodidad, regula penetración y presión sobre el choto, tan joven y tan experta en lides sexuales. Quiere más, me coloca una almohada bajo mis caderas, necesita elevarse todo lo posible y dejarse caer, empalada en la poronga, gusta sentir el golpe de la cabeza del miembro golpeando sobre el fondo vaginal, sentir como el útero recibe el golpe del macho, la hace vibrar como la cuerda de un arco bien tensado.
Masaje clitoridiano con los dos pulgares mientras me galopa, resopla sin parar hasta prorrumpir en un grito de guerra, ojos cerrados gozando en silencio del orgasmo, el shock la hace vibrar, los tendones se tensan y los músculos estremecen, toda ella es una convulsión.
Seguidamente otras dos llegadas, ardorosos bramidos la dejaron medianamente satisfecha.
Yo seguía sin haber acabado, sabía cómo manejar a estas pendejas calentonas, todo fuego y toda urgencia, por eso se dice que el diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo. Experiencia es mí segundo nombre, ahora era mi tiempo de aprovecharme y hacerme valer dentro de su ardorosa juventud.
Aproveché el relax para jugarle en el marrón (culo), más atrevido cada vez, solo abrió los ojos cuando sintió que la caricia era un paso antes de una franca penetración. Acostada, de lado, en una perfecta cucharita, pierna levantada favorecía entrarle por el ano y bien sujeta por la cintura impedía que se volara la paloma, desde atrás es más fácil entrarle y menos doloroso, sé que la tengo gordota y algunas esquivan el culo cuando lo intento, no fue este el caso, tampoco le di mucha oportunidad de hacerlo.
—¿Vas a meterme tooo...dooo? —La entrada interrumpió la pregunta obvia.
Froto el piquito mientras le doy “para que tenga y guarde”. Ensartarla profundo es inigualable, las ganas de eyacular se gestan en los riñones, avanza como alud arrollador hasta el glande, chorro fuerte espeso y caliente baña el recto dolorido de Marina. Ella se ayudó con sud dedos para no quedarse a mitad de camino y poder arribar al final feliz.
Esa mañana le robé la virginidad anal, un triunfo sin duda alguna, una buena faena para colgar en el tablero de las proezas de macho cogedor, ¡ja!
Nos duchamos juntos, se agregó Elisa al juego bajo la tibieza dela lluvia. La seguimos en la cama en un improvisado trío, hasta el mediodía estuvimos recorriendo algunos capítulos del Kama Sutra y cambiando de monta.
Marina consiguió trabajo. También preparó a su primita para que el jefecito la probara en el examen preocupacional, ¡ja!
En este trabajo, y toco madera, nunca me falta carne fresca. Los que han trabajado en hospitales saben que mujeres sobran y como dice el viejo adagio del cazador, favor se paga con favor. Soy de hacer muchos favores.
Nazareno Cruz
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