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Categoría: Maduras

Mi mamá y mi colega

Sigamos con la historia…



Después de nuestro primer encuentro sexual, mi calentorra madre y un servidor repetimos varias veces, siendo ciertamente placenteros todos nuestros encuentros.



Un buen día, mi madre me toma por banda y me dice mientras me pajea la polla entre sus formidables melones:



-Diego, ¿por qué no te compras una webcam para espiarme a escondidas mientras me masturbo para ti?



Yo esperé a soltar entre sus mamellas la lefa acumulada durante casi una semana entera y le dije que sí, que me parecía una idea cojonuda.



Y me compré e instalé no una, sino varias webcams, y ahí quedó la cosa por el momento… Mi madre y yo seguimos nuestra rutina de follar como animales cada vez que nos apetecía y, tal y como habíamos quedado, de vez en cuando, ella se masturbaba para mí ante cualquiera de las varias cámaras que yo había comprado a tal efecto, mientras yo la contemplaba desde un pisito que tenemos en propiedad unas calles más abajo de nuestro domicilio.



Pero un día, pasó algo…



Estaba yo comprando el pan en el supermercado, cuando alguien se acercó a mí por detrás y exclamó:



-¿¡Diego!? ¿¡Diego López!? -Y al volverme vi ante mí a Pepito Peña, mi viejo amigo de la infancia y adolescencia, al que hacía casi treinta años que no veía.



Pepito y yo de críos éramos uña y carne; él fue quien me enseñó a hacerme pajas para no correrme antes de tiempo, y a veces, nos juntábamos en su casa, y organizábamos competiciones de pajotes, a ver cuál de los dos se corría más y con más fuerza, quedando casi siempre empatados por los pelos.



Físicamente hablando, Pepito es algo más alto que yo, y por lo visto se cuida, porque el cabrón está lleno de músculos; según me contaría luego, dichos músculos los había conseguido machacándose a fondo en el gimnasio de la prisión, donde suele pasar alguna que otra temporada por algún que otro asuntillo turbio e ilegal. En cuanto a verga, la suya es algo más corta que la mía, pero aun así le mide algo más de veinticinco centímetros y, por lo que recuerdo de nuestra adolescencia en común, era bastante más gruesa que la mía. Tal y como le gustan a mi mamaita, vamos.



Y Peña y yo nos pusimos a hablar tomando unas cervezas, recordando nuestros tiempos de juventud, y en un momento dado, me dijo algo que no me esperaba:



-¿Tu madre sigue estando tan potente como cuando éramos críos?



-Vaya… No sabía que te gustase mi madre -le respondí yo, sinceramente halagado antes de que él siguiera hablando.



-¡Claro, tío! ¡No me la habré machacao yo veces pensando en sus formidables tetazas! Muchas veces, cuando competíamos, me la cascaba pensando en tu madre, en sus melones, y en esa carita de santa que tenía.



-Pues ya no es tan santa, eso te lo aseguro -le dije entonces, tras una sonora carcajada, lo que me dio pie a proponerle algo, que a él le pareció fabuloso.



Esa misma tarde, hablaba con mi madre, y ella me sorprendió diciéndome que a ella mi amigo Peña le parecía un chico muy guapo.



Así que organizamos una quedada entre los dos. Quedada que, sin que lo supiera Pepito Peña, íbamos a grabar con las webcams.



Y llegó el día de la gran cita.



Mi madre se puso un ajustadísimo top blanco sin sujetador, que marcaba cosa mala sus pezones, y una minifalda con una tanguita que apenas era un trocito de tela con dos hilillos.



Y llega Pepito, y mi madre lo recibe con un par de castos besos y lo invita a tomar una cerveza, que mi amigo de la infancia acepta encantado.



Y se sientan en el sofá de la salita, justo ante la webcam que yo tengo instalada en dicho lugar.



Y mi madre, ni corta ni perezosa, comienza a halagar los fuertes brazos de Pepito, mientras le refriega las tetazas por el vientre y el paquete, empezando éste a crecer cosa mala, lo que provoca la risa pícara y tonta de mi mamaita antes de decir, fingiendo escandalizarse:



-¿Mmm…? ¿Qué quiere decir esto, jovencito? -Al tiempo que palpa gustosa el tremendo bultaco de la entrepierna de mi amigo.



-Diego me dijo… -Comienza Pepito, mientras sus fuertes y rudas manazas comienzan a estrujar los melones de mi madre por encima del top, quedando gratamente sorprendido al ver que no lleva sostén y al notar la dureza de sus pezones contra la palma de sus manos.



-Mmm… Diego habla mucho -susurra mi madre, mientras desabrocha el pantalón de Pepito y saca su enorme minga, quedando visiblemente complacida ante la visión de tamaño trabuco de carne, que no tarda en llevarse a la boca y empezar a lamer y chupar como si de una furcia cualquiera se tratase, mientras yo me pajeo en la intimidad de nuestro piso alquilado, observándolo todo desde mi portátil.



-¡Bufff, doña Antonia! -Jadea Pepito sin poder contenerse del gustazo de sentir la experta lengua de mi mamaita en su enorme y durísimo pollón.



Y mi madre ríe y exclama, mientras sopesa complacida las gordas pelotas de mi colega:



-¡En esos cojonazos te debe caber un montón de leche! ¿Me la quieres dar toda en mi tetazas?



Dicho esto, mi madre agarra de nuevo la tranca de Pepito y se la coloca entre las mamellas, comenzando una cubana de infarto, provocando en mi colega una serie de gruñidos, jadeos y gemidos guturales, mientras se aferra con ambas manos a los cortos y teñidos cabellos de mi mamita, quien también gime y suspira mientras estruja entre sus melones el pollón de Peña:



-¿Te gustan mis grandes tetas, cariño? ¿Te gusta follármelas, semental?



Peña, por su parte, todo lo que acierta a emitir son gruñidos y berridos roncos, como si de un berraco en celo se tratase, hasta que por fin brama apartándose de mi madre y agarrándose la tranca a la altura de las pelotas:



-¡QUIERO FOLLARTE, ZORRA! ¡QUIERO METÉRTELA HASTA EL FONDO Y QUE LUEGO TE TRAGES TODA MI LECHE!



-¡OOOH, SÍ! -Responde mi madre, dándose la vuelta y ofreciendo a mi amigo su delicioso culito-. ¡FÓLLAME POR DETRÁS COMO LA PERRA VICIOSA QUE SOY! ¡CLÁVAME TU GRAN PICHOTE EN EL COÑITO! ¡VAMOS, SEMENTAL!



Y como es de esperar, mi amigo de la infancia no se hace repetir la orden, y de un solo empellón, ensarta a mi mamaita con su cañón de carne, provocando en ella un gemido de puro placer mientras Pepito le estruja los tetones desde atrás entre jadeos, bufidos y berridos más propios de un animal que de un ser humano.



-¡DIOSSS, CABRÓN! ¡ME VAS A PARTIR EN DOOOS! -Gime también mi madre, contoneándose como una perra en celo para sentir hasta el fondo la grandiosa verga de Peña.



-¡ME CORROOO! -Grita poco después Peña, sacando la polla del inundado chochito de mi madre y acercándolo a su boquita entreabierta para que se trague toda su lefa, espesa y caliente.



-¡VAMOS, CAMPEÓN! -Cosa que mi mamá hace encantada, engullendo toda el semen de mi amigo como si fuera el más dulce de los manjares, para luego dejar caer sobre sus mamellas los restos de esperma que quedan en su boca.



Es en ese momento cuando yo no aguanto tampoco más, y me corro también en la intimidad de nuestro piso alquilado.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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