¡Dios!, estaba empalmado como un garañón ante una yegua en celo, al ver como balanceaba sus adorables caderas de un lado a otro mientras bajaba caminado por el sendero de tierra que la conducía desde la taberna directamente hasta su casa.
Era una mujer irritable, casada y malditamente honesta. Pero él sabía que se debía a la agitación y tal vez incluso al temor que le había causado su presencia. Era instintivo de su parte ponerse así a la defensiva. Ella no lo sabía, pero sólo hacía que él la deseara más con su gruñona muestra de espíritu combativo.
Se movió silenciosamente, demasiado rápido como para que algún testigo pudiera rastrearlo; y había bastantes de ellos, tratando de observarlo detenidamente desde las ventanas oscurecidas. Siguió a la mujer hasta que llegó bien a su casa, desde una distancia en la que estaba seguro de que podría enmascarar su presencia, de sus sentidos realzados. Su pelo lo volvía loco de lujuria.
Era tan oscuro, tan rojo; como una cascada de sangre; colgando más abajo de sus hombros en capas que se rizaban ligeramente. ¿Era natural o teñido? Sus cejas eran más oscuras, casi negras, tal como sus pestañas. Su cutis era cremoso, pero no tan translúcido como lo tenían la mayor parte de las pelirrojas. Sin embargo sospechaba que ése era su color natural. Quería acariciarla con sus dedos, besarla, lamerla.
Quería saber si el pelo entre sus piernas era del mismo color. Quería besarla y lamerla allí también. Con un gruñido, Julián se acarició a sí mismo con la mano, apretando su marmórea y dura polla con un estremecimiento de perverso placer. Sabía que si ella le hubiera vuelto a mirar con esos deliciosos ojos azules suyos una sola vez más antes de alejarse, él se habría corrido en los vaqueros.
Era únicamente con un feroz autocontrol que había logrado no tomarla en ese mismo instante y delante de la muchedumbre curiosa que se había reunido para mirarlos. Sí, la deseaba. Y la tendría. Pero sería complicado cortejarla. Ella no iba a sucumbir y dejar que la tuviera sin luchar. El puto marido ausente, ahora era el momento, ahora o nunca.
Eso era aún más atractivo, el desafío que ella había puesto en su camino, más que cualquier clase de fácil rendición. Nunca sabría que él la seguía. Nunca sabría con qué facilidad se había convertido en su objetivo. Nunca lo sospecharía. Ella simplemente balanceaba aquellas caderas suyas, bajando por el camino, perdida en sus propios pensamientos. Lo había mirado una sola vez en la taberna, una mirada de despreciativo deseo. Lo sabía, podía olerla, como un perro huele a una perra en celo en la distancia.
Y una vez que su compañera hubo alcanzado su casa y cerrado firmemente la puerta detrás, ignorante de que la había seguido en cada paso, se detuvo. Cambió de dirección. Y se movió para andar con paso majestuoso silenciosamente hacia el borde del bosque, escondiéndose en las sombras, vigilando su casa. Esperando a ver lo que vendría después.
No había pasado ni una hora cuando oyó un golpe en la puerta. Lena abrió con un gruñido impaciente. Y jadeó al encontrarse mirando fijamente los hombros vestidos con franela roja y negra del hombre que se había encontrado esa mañana temprano. Sus hombros parecían más grandes ahora que hacía una hora escasa. Era desconcertante.
—¿ Qué fue eso?— exigió como si tuviera algún derecho a saber.
—¿ Qué?— ella se quedó muda de sorpresa al verlo tan nervioso.
— El hombre que acaba de salir de aquí,¿quién era?¿ Qué quería de ti?
Lena se tambaleó.
— Maldición, sal de mi propiedad, ahora mismo, psicópata— intentó cerrar de golpe la puerta.
Él puso su pie enorme y calzado en la entrada, impidiendo con eficacia que la puerta se cerrarse. Los dedos increíblemente largos de una de sus manos empujaron la gruesa madera otra vez, a pesar de su resistencia.
— Solo contesta a la pregunta – le brillaban los ojos de ira.
Lena giró a su alrededor, pisando fuerte en su frustración, sujetándose el pelo entre sus manos temblorosas.
— Maldición! Todo el mundo en este lugar está desquiciado, lo juro por Cristo.
Él la siguió por la habitación, y ella estaba demasiado enfadada, demasiado ofendida para reparar o preocuparse por él. Cuando finalmente lo hizo, ya era tarde para decir algo que cambiara la situación y él ya había cerrado la puerta encerrándolos juntos. La curva orgullosa de sus fosas nasales tembló, como si él oliera algo en el aire de su casa. Ella no lo sabía, pero podía él oler la humedad de su sexo, la humedad de su deseo.
-- Él no te tocó.
-- No era un violador o ninguna cosa parecida — resopló indignada — Es un amigo de la familia. No — se apresuró a corregir — esto no es de tu incumbencia.
Podía oler su miedo, incluso si era especialmente inteligente en ocultar esa emoción sobre su rostro. Por supuesto, ella estaba muy asustada por su comportamiento.
— Yo podría poseerte ahora, lo sabes.
— No, por favor, no lo hagas.
-- No lo haré, pero tú me deseas, como yo a ti, no lo niegues.
Había visto el calor en sus ojos. Había sentido la dura hinchazón de su pene, aun cuando seguramente todo ese bulto no había sido su pene, era demasiado enorme. Había oído su rápida inhalación mientras sus cuerpos se rozaban. Él la deseaba. Era una completa locura, no quería reconocer que lo deseó desde el primer momento en que lo vio.
—¿ Por qué estás aquí? — tenía que saberlo.
-- Ya lo sabes – respondió en tono brusco, enojado.
-- No, no le sé – deseaba verlo enfadado de verdad, lo deseaba y no sabía por qué, o sí, si lo sabía.
Él inhaló aire bruscamente y Lena no tuvo tiempo de regodearse por haber conseguido enfurecerle antes de que él la atrajera hacia sí y la besara. ¡ Maldito….!, pero sabía muy bien cómo besar a una chica. Sus labios eran increíbles. Suaves y duros al mismo tiempo, calientes, exigentes e increíblemente pecaminosos cuando se movían sobre los de ella.
Su lengua rozando la comisura de sus labios, unas veces halagando y otras demandando para que ella los separase. El calor húmedo de su boca y su lengua se hizo más potente y ella se abrió para él, permitiéndole rápidamente saborear más profundamente. Los dedos largos, ágiles se alzaron, enmarcando su rostro. Sus pulgares se acercaron a la comisura de su boca, forzándola a abrirla más.
Su lengua se deslizó a través de la de ella, contra el paladar de su boca, a través de sus labios, no dejando ningún resquicio inexplorado. El aliento de él fluyó en sus pulmones, calentándola, quemándola. Él se tragó su aliento a cambio, sorbiéndolo de ella así como sorbía de sus labios. Lena de repente lo empujó abruptamente, sintiéndolo en cada fibra de su ser. Ella era una mujer que apreciaba el autocontrol, aferrándose a ese convencimiento, alimentándolo hasta que estuvo segura de que había vencido esa debilidad.
Julián la hacía sentir débil, necesitada. Pero Julián no tenía ninguna intención de dejarla ir. Cuanto mas luchaba ella y mas se rehusaba, más ventaja sacaba él de su debilidad. Ella empujó sus manos contra su pecho. Tratando de apartarse pero en lugar de dejarla retirarse, él la sujetó más cerca. Su beso se endureció, castigándola. Devastándola. Sus brazos eran ahora una férrea muralla alrededor de ella, las manos de él se convirtieron en puños a su espalda para atraerla más cerca.
Su cuerpo estaba fundido con el de él, su erección presionaba contra su vientre, sus piernas eran duras y firmes como troncos de árbol, haciéndola sentirse frágil, necesitada. Pero Julián no tenía ninguna intención de dejarla ir. Cuanto mas luchaba ella y mas se rehusaba, más ventaja sacaba él de su debilidad. Ella empujó sus manos contra su pecho. Tratando de apartarse pero en lugar de dejarla retirarse, él la sujetó más cerca.
Su beso se endureció, castigándola. Devastándola. Sus brazos eran ahora una férrea muralla alrededor de ella, las manos de él se convirtieron en puños a su espalda para atraerla más cerca. Su cuerpo estaba fundido con el de él, su erección presionaba contra su vientre, sus piernas eran duras y firmes como troncos de árbol, haciéndola sentirse cada vez más frágil.
El calor húmedo de su boca se traspasó a la de ella, manteniendo su boca muy abierta con su lengua y sus dientes. Ella podía sentir el leve pellizco de sus dientes y sintió un fuerte latido, profundo, en su útero. Su corazón corrió a toda velocidad. Y todo lo que ella necesitaba para huir, para alejarse de esa intimidad, todo ello la esclavizaba a esto. Lo deseaba, más de lo que alguna vez había deseado a cualquier otro hombre. Era un sentimiento de lo más extraño. Fuera de control. Irracional. Completamente ajeno a ella.
Los últimos resquicios de voluntad para oponerse a él brotaron y murieron. Él era demasiado tentador. Se dio por vencida. Sus manos se movieron para abrazarlo firmemente y acercándolo a ella. Su lengua encontró la de él, deslizándose en su boca. El empuje de sus lenguas cobró un ritmo inmediato, primitivo. Una de las manos de Julián se movió hacia su trasero, cogiéndolo para atraerla contra su pene, meciéndola contra él. Se movió contra ella sinuosamente, restregando su cuerpo contra el de ella para que pudiera sentirlo todo de él. Lo duro y excitado que estaba de cuello hasta los muslos.
Sus músculos eran acero, su piel tan caliente como una fragua incluso a través de la ropa. Lena gimió, sintiéndose ardiente y mojada entre las piernas. Julián pareció sentir esa necesidad en ella y resbalando una pierna entre las suyas empezó a golpear contra su sexo con una aspereza deliciosa.
-- Móntame— gritó él.
Él no esperó que ella obedeciera. Sus manos cogieron sus caderas, sus dedos agarraron sus nalgas y la movió hacia él. Lena se quedó sin aliento y gimió nuevamente. Su lengua continuaba en su boca, sus dientes la rasparon y ella los exploró. Sus dientes eran perfectos y afilados. Ella lamió un colmillo y fue malvadamente placentero para ella oírlo gemir en respuesta.
Ella lanzó su pelvis contra él, ansiosa por el placer exquisito que él le proporcionaba. Su cuerpo se movía y presionaba contra el de ella. El latido de su corazón debía ser lo bastante fuerte como para que él lo oyera, estaba segura. Sus alientos jadeaban el uno en la boca del otro, ambos henchidos con el sabor y el perfume de los dos.
Su sexo estaba pesado y duro. Julián apretó su eje con fuerza, bombeando. Ardió. Transpiró. El tacto de la piel satinada de ella le hizo quedarse sin aliento. Su sabor era tan dulce que como el caramelo. El olor de su jabón, su champú, y la humedad de su vagina se habían entremezclado en un perfume exótico e intoxicante. Se habría ahogado feliz en ese perfume maravilloso. Había querido lamerla allí, entre las piernas. Había querido joderla con su descomunal sexo dentro de ella. Latiendo sobre su sexo espasmódicamente.
Él lamió sus labios y la saboreó. Acarició su pene y la sintió. La sintió cabalgando sobre su pierna, su pequeña y delicioso vagina golpeando contra su erección con cada movimiento. Gimió, echando hacia atrás la cabeza, levantando sus caderas con su mano. Con un estremecimiento y un aullido se corrió, inundando su útero y su estómago. Su semilla blanca y cremosa estaba caliente y pegajosa, quemándola. Su clímax fue intenso, robándole el aliento, y duró un largo, largo tiempo.
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En su cama, sola, bajo la seguridad de las colchas, Lena aún sentía la intensidad sexual del abrazo furioso que Julián le había dado. Se sentía salvaje, con su útero tenso y lista para abalanzarse sobre él al menor aviso. Sus pechos se sentían pesados, sus pezones duros y sentía el hormigueo de la excitación. Su vagina estaba hinchada y húmeda latiendo con el flujo de su sangre, todos y cada uno de los latidos de su pulso generando un bombardeo exquisito de presión en sus ingles. Todavía podía saborear su beso en su boca. Todavía sentía la textura de sus labios y su lengua en ella.
Su perfume todavía la envolvía, más pesada, y en cierta forma mucho más real que el algodón que la cubría ahora. Apretando sus piernas, sintió una serie de explosiones a todo lo largo de su cuerpo.¿ Habría tenido que dejarle acabar lo que había comenzado y luego haberlo dejado Salir? Sí. Un sonoro sí.
Lena dejó que su mano vagara hacia abajo a su sexo, bajo la cinta sedosa de sus bragas. Estaba tan mojada. Tan aletargada por el deseo. Su otra mano se movió bajo su camisa de dormir y acarició sus endurecidos pezones, que parecía hechos de duro diamante, con largas caricias con sus dedos. Quería que él la tocara ahí. Que la besara ahí. Su vagina tembló. Su clítoris se inflamó como un frágil brote que lloriqueaba de necesidad.
Frotó círculos diminutos con dos de sus dedos, presionando con fuerza y luego ligeramente, su aliento entrando en rápidos jadeos. Lena quería que él la lamiera entre las piernas. Quería que él la lamiera entre las piernas. Quería que él mordisqueara y chupara su clítoris como una fruta. Quería que él la inclinara y la penetrara con un golpe largo, con fuerza en la vagina. En el trasero. Quería que él la hendiera con sus empujes.
Quería que él la mordiera una y otra vez, mientras sus pelotas chocaban contra trasero con cada empuje Sus pezones se hincharon aun más. Su clítoris se sentía cerca de explotar, tan apretado, pesado y exigente bajo sus dedos, los que se movían cada vez más rápido. Su vagina se sentía tan vacía. Habría dado lo que fuera por tenerlo allí ahora, encima de ella llenándola, con sus dedos o su mano o su lengua o, sobre todo, su pene.
Lamió sus labios resecos y lo saboreó otra vez, y era como si él realmente estuviera allí con ella. Lo sentía, grueso, duro y caliente en la apertura de su vagina. Sentía la auténtica realidad de su peso abrumándola, inclinando sus caderas sobre ella Sentía el canal mojado, inundado en toda su extensión, listo para acomodar su grueso pene cuando entrase en ella.
Con un estremecimiento que sacudió la cama, se fragmentó en mil pedazos. Su vagina apretada alrededor de la fantasía de su pene llenándola, estirándola, aporreándola hasta que vio estrellas. Su propia y dulce humedad inundó su mano y su gemido hizo eco a todo lo largo de las solitarias habitaciones. Lena se prometió que la próxima vez sentiría la liberación, mientras el pene grueso y duro de Julián la llenaba de verdad. No más fantasías para ella, sólo algo verdadero la satisfaría ahora.
Con un gemido comprendió que se había olvidado traer ropa al baño. No quería volver a ponerse su camisa arruinada y los pantalones vaqueros, así que envolvió una segunda toalla alrededor de su cuerpo y esperó que Julián tampoco se preocupara al verla mientras se dirigía desde el vestíbulo
Cuando abrió la puerta, casi tropezó con él. Estaba sentado en el vestíbulo, esperando verla aparecer.
—¿ Qué demonios haces aquí?
— Asegurándome de que no te resbalaras y te desplomaras en la tina— le mintió descaradamente, mirándola con lascivia de arriba abajo.
— Sal de aquí— le dio puntapiés en el muslo con su pie desnudo.
Él la tomó antes de que pudiera apartarse, haciéndole cosquillas con sus dedos en el arco de la planta del pie. Ella intentó darle una patada pero perdió el equilibrio y cayó encima de él. Él se rió, apoyándose hacia atrás para que ellos quedaran apoyados juntos sobre el suelo.
— Sal de encima… pervertido.
Él acarició con la nariz la curva de su cuello y hombro, sosteniendo sus caderas contra él y retorciéndose sugestivamente, juguetonamente.
— No — murmuró, rozando su piel. Lena se rió a pesar suyo.
Él estaba haciéndole cosquillas, respirando en su oreja, lamiendo su garganta.
— Sí.
— No— le repitió y rápidamente quitó la toalla de su cuerpo, arrojándola más allá de alcance. Él gruñó, mientras pasaba sus manos de arriba abajo por su trasero, gozando de la percepción de su piel que se puso de carne de gallina, y no era porque tuviera frío.
— Sí — respiró ella, olvidándose de lo que realmente estaban diciendo. Suspiró.
— No— Julián puso un beso en su mandíbula, bajó sus manos a sus muslos, y extendió sus piernas para que ella pudiera montar sobre sus caderas.
Sus dedos probaron el cojín de su trasero, mientras le apretaba las nalgas. Separándolas para que el aire la hiciera cosquillas deliciosamente. Lena buscó sus labios por voluntad propia, lamiendo las comisuras de su boca hasta que él la abrió y encontró su lengua con la de él. Julián fastidió la hendidura de su ano con los dedos, ahondando, y acariciándolo cada vez más profundamente. Ella se removió, lo golpeó con su mano con fuerza en un intento de alejarlo y levantarse.
— Detente—jadeó. — Eres una amenaza.
Él se puso de pie con ella en brazos, levantándola. Lena chilló y corrió lejos de él, hacia el vestíbulo. Su risa oscura la siguió a la alcoba un segundo a la alcoba un segundo antes de que él lo hiciera. Ella intentó cerrarle la puerta. Él ni siquiera lo notó, ingresando como si fuera el dueño del lugar. Como si la poseyera.
— Te deseo— le dijo innecesariamente.
— Márchate— No había querido decirlo. Nunca se había sentido así, tan excitada y mojada, en toda su vida.
Ella también lo deseaba. Él la alzó, echándola hacia atrás, colocándola sobre la cama. La sentó a horcajadas encima de él, sosteniendo sus muñecas fácilmente encima de su cabeza con una mano. Su otra mano se movió hacia abajo, sobre sus pechos y vientre. Acunando su vagina.
— Así que eres una pelirroja natural. Lena escupió saliva indignadamente e intentó alejarlo de sí. Él la sujetó fácilmente.
— Me preguntaba de qué color sería — Parecía decírselo a sí mismo más que a ella.
Su voz era tan suave, tan sexy, bailaba por sobre ella como lo hacían sus dedos. La excitaba, como todo lo demás que hacía. Él atrajo sus manos hacia su boca chupando eróticamente cada uno de sus dedos. Lamiendo y mordisqueando las yemas de los dedos hasta que ella casi estuvo gritando de deseo, era tan mágico. Él gruñó, puso sus manos alrededor de su cuello, y se movió hacia delante para robarle un profundo beso, chupando su lengua, usando sus largos dientes para raspar eróticamente sus pezones.
El delicado momento pasó mientras sus manos la acariciaban de nuevo. Él abrió sus piernas fácilmente, acomodándose entre ellas. Las puntas de sus dedos le hicieron cosquillas en su abertura ligeramente, fastidiándola implacablemente. Él se detuvo diabólicamente cuando ella extendió sus piernas aún más y se onduló contra su mano, buscando un toque más profundo. El suave calor de la lengua de él jugó sobre la suya, resbalándose profundamente en su boca. Ella empujó la suya contra él, degustándolo.
Él gimió en su boca, mientras sus dientes vibraban. Sus dedos se hundieron en su abertura, en su calor, y ella contestó cada uno de sus gemidos con uno propio. Él la retiró hacia atrás.
—¿ Estas bastante mojada?— le susurró.
¿ Bastante mojada?¿ Estaba loco?¡ Nunca había estado tan mojada en su vida! Los largos hilos de seda de su pelo hicieron cosquillas sobre ella, ocultándole el rostro cuando él se deslizó por encima de su tembloroso cuerpo. Ella sabía lo que él quería. La asustaba como el infierno, pero al mismo tiempo la aturdía de lujuria. La piel de sus manos parecía tan oscura contra sus muslos cremosos cuando él los extendió de manera increíble para acomodarse. Su oscura cabeza se inclinó hacia abajo, sobre ella.
Lena oyó que él respiraba su aroma profundamente en sus pulmones, temblando ante su terroso apetito. Su boca cubrió su vagina, y su lengua la apuñaló profundamente hasta el corazón. Lena chilló. Se arqueó hacia atrás casi hasta quedar fuera de la cama, las manos de Julián moviéndose hacia sus caderas, fijándola sobre la cama apretándola con fuerza, mientras su boca se movía contra ella.
La longitud larga y pecadora de su lengua se introdujo en ella. Él movió una mano desde sus caderas para tirar de sus labios vaginales, y exponer su clítoris a sus labios. Él la mordisqueó allí, mientras permitía que sus dientes rasparan suavemente contra su carne, contra su piel hinchada. Húmedos sonidos llenaron el cuarto mientras él la chupaba tiernamente con su boca. La humedad inundó su sexo. Su cuerpo tembló y se agitó.
Desvalidamente su cabeza se azotó contra la almohada, sus ojos se cerraron con fuerza e involuntariamente cuando el éxtasis la sofocó. Julián sentía su creciente locura, su escalada hacia la liberación, y usó su lengua con furia contra su clítoris. Dos dedos largos se introdujeron en ella, empalándola. Su dedo pulgar bajó para sondear su ano suavemente. Sus hombros sostenían sus piernas abiertas, abriéndolas cuando ella intentaba cerrarlas espasmódicamente sobre él.
Lena clamó, sus caderas realizaban pequeños círculos pequeños bajo su exigente boca. Él movió su mano dentro de ella, toda la suavidad abandonada. Su lengua dio un golpecito contra su clítoris, presionándolo con fuerza, frotándolo despiadadamente Las paredes de su sexo se apretaron alrededor de su mano, sobresaltándolos a ambos, y ella gritó cuando el clímax la recorrió con una violencia inimaginable. Sus lamentos se mezclaron, uno después del otro, sonando en sus oídos.
Estrellas bailoteaban ante sus ojos, su piel se sentía caliente y e hinchada hasta casi estar cerca de explotar, como si sus mismos huesos pudieran brincar sin su piel Y cuando ella montó la ola exquisita de placer, la boca de Julián y su lengua estaban allí, sorbiendo hasta la última gota del tributo de su cuerpo a la hambrienta demanda. El último de sus temblores la dejó extenuada, desmadejada sobre la cama.
Julián apretó un beso duro en su vagina y se irguió. Mientras él se quitaba su ropa desgreñada, Lena sintió la quemadura hormigueante de la mordedura, permaneciendo allí, como un beso eterno encima de su pecho.
Julián la alzó, tan fácilmente que la hizo sentir ligera como una pluma, luego la cubrió por la espalda con su cuerpo. Agarró una de las almohadas de la cama, levantó las caderas femeninas, y la deslizó bajo ellas, levantándola para que descansara sobre sus rodillas. Un dedo la probó, hundiéndose en su goteante y húmeda vagina, empujando dentro y fuera una, dos, y hasta tres veces. Su cuerpo entero temblaba. Nunca había estado tan desnuda, tan expuesta.
Su cabeza se encontraba presionada contra el colchón, sus caderas arqueadas y alzadas, sus rodillas completamente abiertas. Julián presionó un dedo en su fruncido ano, la humedad de su cuerpo aliviando un poco el camino para su gentil asalto. Él se inclinó hacia ella, lamiendo el lugar donde su dedo la presionaba y ella gimoteó. Su cuerpo despertó con una renovada inundación de necesidad. Un gemido tembló de sus labios cuando él presionó su dedo más profundamente en su interior, luego se retiró, abandonándola. Pero no la privó de su atención mucho tiempo. Julián empujó sus caderas más hacia arriba, moviéndose tras ella. Lena contuvo el aliento, sintiendo el golpeteo de su corazón.
Con una larga y mojada embestida él empujó dentro de ella, enterrando su pene profundamente en su adolorida vagina. Era tan grande, tan grueso. Ella no tenía ni idea de lo grande que era hasta ese mismo momento. Casi la desgarró, estirándola completamente, llenándola y envolviéndola mientras que ella casi lo sentía en la parte de atrás de su garganta. El aliento sollozó en sus pulmones, salvándola de perder el conocimiento en ese mismo momento. Estás tan apretada. No tenía idea de que podría sentirse así — apretó los dientes ferozmente. Su cuerpo se dobló sobre el de ella, su boca atrapando su boca atrapando su hombro.
La posición de sus cuerpos proclamada la dominación de él sobre ella, en una forma que gritaba en alta voz la presencia de su lado animal. La gruesa y caliente longitud de él se movió dentro de ella, lentamente al principio, como si estuviera tratando ser lo más gentil posible. No tendría que haberse molestado. Cualquier incomodidad que su impresionante tamaño pudiera haberle causado no era nada comparado con su necesidad.
Se movió atrás, hacia él, forzándolo a empujar más profundo, más duro. Él aulló contra su piel, sus dientes mordiéndola con más fuerza. Una de sus manos se movió para sostenerle la cabeza, para enredarse en su cabello. Su otro brazo se movió alrededor de ella, sosteniéndola contra él estrechamente mientras aumentaba sus embates; ya no delicados; sus caderas golpeando con las de ella. Lena gimió, pequeños sonidos rotos que tenía la seguridad de que no sonaban a algo que hubiera emitido antes, permitiéndole tomarla.
Su miembro golpeteaba dentro de ella, llegando más y más profundamente. Su boca se sentía como una llama en su hombro, su mano como una tenaza en su cabello. La furia elemental de su apareamiento la atravesó. Su pasión la dominaba y la sometía, a la vez que la ahogaba en una bramante tormenta de exquisito placer.
Las garras del éxtasis rasgaron a través de su carne. Temblaba bajo la fuerza de sus emociones, su cuerpo era de él para lo que ordenara. El grueso peso de él la empalaba una y otra vez, sus caderas trabajando rítmicamente contra ella mientras ella contestaba cada movimiento con uno propio. Lena nunca había sentido esto. No entendía como podía haber perdido tanto su autocontrol. Como podía de ese modo consumida. Y no le importó. La cabeza de Julián se alzó, quedando al lado la suya. Su lengua le lamió la mejilla, su aliento acarició su oído. La cabeza de su pene resbaló fuera y ella jadeó. Él gruñó y movió su mano para acomodarse, hundiéndose en ella otra vez. Su mano estaba húmeda con los jugos de ella cuando la alzó para acariciarle pelo fuera de su cara.
— Tan hermosa. Tan perfecta— La última palabra se elevó en un aullido suave y fue un sonido dulce, desnudo en su oído.
Bombeó en ella, aumentando el paso de sus embates, galopando hacia su fin.
— Córrete para mí— ordenó, elevándose detrás de ella para agarrar sus caderas y empujarla más duro en sus embates.
Lena chilló, mordiendo la almohada junto a su cabeza en desesperado abandono. Su vagina se apretaba. Su corazón revoloteaba en algún sitio en los alrededores de su estómago. Cada aliento que lograba aspirar en sus pulmones estaba condimentado con el gusto y olor de su coito. Una mezcla de sudor y lágrimas picó sus ojos y sollozó su necesidad, rogándole con palabras que no estaba segura de que tuvieran algún sentido en absoluto, en cualquier idioma que existiera.
— Vamos, nena— él la estimuló, gruñendo las palabras.
La fuerza de su liberación casi lastimaba. La llenó con luz y oscuridad, con placer y dolor. Julián bramó, lanzando su cabeza hacia atrás, permitiendo que el sonido cantara hacia los cielos. Su pene se deslizó en ella, más profundo que nunca, atragantándolos a ambos. Un caliente chorro húmedo la llenó, llegando hasta su útero. Él se estremeció sobre ella, sus músculos tensándose.
Oyó como sus dientes rechinaban. Un sollozo áspero, un sonido adorablemente crudo, se le escapó. Pulsó en ella otra vez, llenándola con su cremosa eyaculación. Casi la quemó, estaba tan caliente, y su carne estaba igual de ardiente cuando presionó su pecho contra la espalda de ella. Sus dientes chirriaron de forma audible otra vez y los últimos restos de semen borbotearon para inundar su todavía espasmódica vagina.
Se derrumbaron sobre la cama, aún unidos. Julián parecía haberse hinchado aún más grande dentro de ella, atorándolos juntos de momento. Una burbuja de emoción hizo que sus ojos se inundaran con lágrimas. Palabras espontáneas salieron de sus labios.
— Creo que te amo— susurró ella, horrorizada al darse cuenta que era verdad.
Nunca había amado a nadie antes. Ni a su marido. No así. Julián gimió en su oído, presionándola pesadamente en el colchón. Sus manos como garras;¿cuando había ocurrido eso?; regresaron a cubrir los pechos de ella
— Descansa— susurró, su voz casi tierna.
Pero ella no podía. La tarde se estiraba mientras él la sostenía. Y todo en lo que podía pensar era en como demonios podría haberse permitido a sí enamorarse de un hombre como él. El aliento de él era estable y profundo en su oído y ella se preguntó si acaso dormía. Se movió bajo él, sintiéndose aún encerrada con él, aún unidos.
Sus manos le apretaron los pechos con cuidado y supo que sólo dormía la siesta ligeramente, si acaso eso. Desearía poder ver su cara.¿ Había quedado él tan afectado como ella al hacer el amor? Si fuera así, él debería haber estado inclinándose a sus pies en ese momento, su esclavo de por vida. Ella seguramente parecía su esclava ahora, y con mucho gusto se habría hundido de rodillas antes de él. ¿Pero doblegarse?
Lena nunca se doblegaría, no ante ningún hombre. Pero encontraría otras cosas que hacer mientras estuviera de rodillas. Mejores cosas. Cosas perversas y pecaminosas diseñadas para volverlo salvaje y loco por ella. ¿Era su miembro tan grande que no pudiera envolver sus labios alrededor de él? Él se sentía así de grande, todavía enterrado tan profundamente dentro de ella, realmente la hacía gozar sentirlo en todas sus fibras.
Su corazón latía tranquilizadoramente contra la espalda de ella. El corazón de ella seguía el mismo ritmo. No había vuelta de hoja ahora y ella lo sabía, malditos sus ojos. Estaba enamorada de él. No importaba que apenas lo conociera, ya sabía que quería estar con él para siempre. Y estaba determinada a hacerlo sentirse de la misma forma hacia ella. Así tuviera que golpearlo, lo haría amarla también.
Con un objetivo claro en su mente y corazón, de pronto se sintió mucho mejor. De nuevo en control de sí misma y sus emociones. Así que lo amaba, así que moriría por él, eso no la hacía débil. La hacía fuerte. Y cuando él finalmente llegara a amarla a cambio estaría entera por fin. Sabía ahora que nunca había estado entera, ni siquiera un momento en toda su vida. El amor de Julián la completaría. Su amor por él ya tenía un camino largo recorrido para completarla, romper la pared de hielo que ella había construido alrededor de su corazón cuando sólo era una niña pequeña en una familia embotada y sin amor. Su corazón se hinchó con la emoción.
Se acurrucó más profundamente en los brazos de Julián, dando la bienvenida a su peso sobre ella, convencida que podría hacer que la amara, eventualmente. Debió haberse dormido durante unos momentos, porque la siguiente cosa que supo era que yacía sobre su espalda con la cabeza de Julián entre sus piernas. Él la lamía suavemente, jugando con sus dedos sobre su hendidura como si estuviera fascinado con esa parte de ella.
— Eres mi primera. Mi única— creyó oírlo decir, aunque no podía haber sido.
Y si él había dicho esas palabras, seguramente no eran verdaderas. Él hacía el amor con mayor habilidad y pericia que ningún amante que ella hubiese conocido. Debió haber mascullado alguna otra cosa allí, contra ella, y ella estaba tan ebria con el placer que se despertaba que se había imaginado una cosa nada que ver. Él era el primer hombre que la hacía correrse. Había tenido incontables orgasmos desde la pubertad, siempre con su vibrador o sus dedos, pero nunca había experimentado uno con un tipo antes. Ningún hombre nunca le había provocado uno, usando su boca o sus manos o su pene para hacerla correrse, pero Julián lo había hecho, como si simplemente fuera natural que ella tuviera una reacción tan explosiva a su toque.
— Te necesito dentro de mí— susurró ella y era verdad. Se sentía vacía. Perdida sin él llenando todos los sitios vacíos dentro suyo.
Él se elevó encima de ella, besándola con su propio sabor en los labios. Entró en ella tiernamente, profundamente. Su dureza era tan gruesa como ella recordaba y jadeó, estrecha aún y su gentil cuidado.
— Estás tan mojada— dijo él soñadoramente. — Tan apretada. Podría quedarme así para siempre.
El aliento de Lena salió en un sollozo. Sus manos fueron a las nalgas de él, sintiéndolas tensarse y relajarse mientras él se mecía encima de ella, dentro de ella. Ella envolvió sus piernas alrededor de su cintura y él se deslizó más profundo en su interior con un grito ronco. Su pelo le hizo cosquillas en la cara cuando él levantó la cabeza, sosteniendo su peso sobre ella con sus brazos extendidos, los puños apoyados a los lados de su cabeza. Sus dientes rechinaron de forma audible, su mandíbula moviéndose.
— Sí. Así. Tan jodidamente bueno— gruñó entre sus afilados dientes, su fija mirada marrón encendiéndose en la de ella.
La cama chirrió con sus lentos y lánguidos empujes. Si su acoplamiento había sido un torbellino de pasión antes, esto era ahora una lluvia dulce y apacible. Sus alientos jadeantes se mezclaron. Su sudor cubrió a uno y otro en una película húmeda hasta que se deslizaron sensualmente uno contra el otro en las enredadas sábanas. Él rodó con ella, sin romper el ritmo, hasta que ella terminó sentada encima de él. La nueva posición le permitió la oportunidad de acariciar y sostenerle los pechos mientras se movían.
Sus pulgares frotaron hacia adelante y atrás sobre sus pezones mientras sus amplias palmas levantaban y probaban el peso de sus tiernos globos. Lena se apoyó con sus manos sobre el pecho de él. Él era tan densamente musculoso allí que era impresionante. No se veía tan desarrollado bajo las capas de ropa. Su tamaño, el de todo su cuerpo la abrumó. Se sintió positivamente delicada, frágil y perdida.
Un quejido cosquilleó en su garganta, burbujeó en su boca. El sonido encendió a Julián. Sus dientes destellaron un gruñido, sus manos se extendieron desde las puntas de sus dedos para arañar peligrosamente sobre sus saltarines pechos, y su pene se hinchó alarmantemente dentro de ella.
— No me correré sin ti— gruñó.
El sudor perló su frente y sus caderas saltaron con más fuerza contra ella. El tacto de él, de cada movimiento suyo, era tan increíble. Pero se sentía demasiado en carne viva, demasiado deliciosamente consumida, para siquiera pensar en tener otro orgasmo.
— No puedo— gimió. Julián gruñó y se sentó bajo ella, acomodándola en su regazo exigentemente.
La fuerza de sus manos la movió sobre él, levantándola y bajándola con aterradora fuerza. La fricción de sus esfuerzos la hizo gritar, hizo que su cuerpo enloqueciera con la necesidad. Desesperada, lanzada a la deriva en un mar de líquido placer, se agarró de él. Sus brazos lo rodearon, bajándole la cabeza, enredando sus dedos en el pelo de él. Él besó su garganta, luego la mordió, hundiendo sus dientes en su piel, sacando sangre por segunda vez.
No dolió esta vez, o si lo hizo, Lena no lo notó o no le importó. Estaban sudorosos, pegajosos, calientes. Sucios. Y era hermoso, maravilloso. Absolutamente perfecto. Una de sus manos se movió alrededor de ella para hacer presión en la parte baja de su espalda, trayéndola imposiblemente más cerca con su abrazo.
Él empujó dentro de su vaina, bajándola con dureza, se estremeció y explotó dentro de ella. Su semilla la escaldó en lo profundo. Ella lo siguió hacia el cielo, gritando otra vez; aunque su voz se había enronquecido por el uso excesivo. Sus uñas rastrillaron la piel de los hombros y espalda de él, y él empujó con fuerza en ella en respuesta a aquel dolor exquisito, llenándola con su crema.
Lena volvió en sí varios minutos más tarde y estaba llorando. Sollozando abrazada a la fuerte columna de su cuello. La mano de él recorrió hacia arriba y abajo de espalda de ella, calmándola, dejándola llorar.
Fue el momento más hermoso. Y fue destruido por el sonido de la puerta principal rompiéndose.
Los dos estampidos retumbaron en la casa casi seguidos. Sólo una de las dos escopetas de postas humeaba.
Te lo dije – comentó el más alto – Era una zorra. Conmigo no lo consiguió, porque eres mi amigo. ¿Por qué no has disparado?
No pude matarla…-- sollozó el otro hombre – ¡Estaba llorando!
También él lloraba en silencio, mirando los dos regueros de sangre
que fueron acercándose hasta fundirse en uno, formando un charco.
Muy buen relato, ya hacia falta que publicaras alguno no dejes de seguir publicando