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Anita de tus deseos (capitulo 17)

Es difícil de explicar lo que significo para mí la llegada de Blanquita. Por un lado tenía una amiga, que de ninguna manera dañaba la relación que tenía con papá, y por otro lado tenía a alguien sobre la que tenía cierto control, sin olvidar, que el control total, absoluto y sin discusión lo tenía papá.



Entró rápidamente en el rol de sumisión frente a papá, un hombre que exige control absoluto, y aceptaba de buen grado mi control, si se puede llamar así.



Lo que más me sorprendió de ella fue que no se sorprendió, valga la redundancia, cuándo se enteró de que éramos padre e hija: lo aceptó cómo si fuera lo más normal del mundo.



Durante la semana, vivía en su casa, sola, ya que no tenía familia en Madrid, pero los fines de semana se venía con nosotros, ya fuera a nuestra casa o fuera de la capital: desde entonces siempre nos acompañaba en nuestras salidas.



En casa siempre dormía con nosotros, por eso, papá cambió la cama de metro y medio por una especial de dos metros: quería tenernos siempre a mano. Los viernes llegaba con papá directamente del trabajo y lo hacia con muy poca ropa, solo lo básico: sabía que, salvo excepciones, no le iba a hacer falta.



Un día fuimos a su casa, un pequeño apartamento en la zona de Pacifico, a inspeccionar su ropero: pocas veces me he reído tanto, incluso papá lo hizo. Tiramos a la basura la mitad de lo que tenía y acto seguido nos fuimos a la Gran Vía de compras. Hicimos varios viajes al coche para dejar bolsas. Mientras íbamos de una tienda a otra, Blanquita y yo lo hacíamos cogidas de la mano, y en ocasiones nos besábamos en los labios mientras nos acariciábamos el trasero. Papá, un par de metros por detrás, nos miraba complacido mientras nos grababa con la GoPro que llevaba sujeta al cinturón del pantalón. Lo que nos pudimos reír cuándo regresamos a casa visionando la grabación. Quedó patente que Blanquita también le iba lo de exhibicionismo.



La fue introduciendo en el mundo del sado poco a poco y lo fue aceptando de buena gana. Primero con pequeñas ataduras, pero con el tiempo con toda la parafernalia del sótano. Finalmente, recuerdo que era sábado, después de comer, la hizo pasar por lo que yo llamo la “prueba de la mesa” y que por lo menos, a mi, me entusiasma. Papá me dejó prepararla, y feliz cómo una lombriz empecé atando los antebrazos por detrás de la espalda.



—¿Me va a hacer daño? —preguntó un poco asustada mientras la ayudaba a tumbarse sobre la mesa.



—Hoy no, pero una vez que empiece no hay vuelta atrás. Aunque supliques no parara hasta la hora de cenar.



—Me estás dando miedo, —dijo forzando una sonrisa para enmascarar los nervios.



—Te garantizo que jamás experimentaras algo como esto, —respondí terminando de atar las piernas, bien abiertas y flexionadas hacia arriba. Apreté las cuerdas, tal vez más de lo debido para impedir que pudiera moverse lo más mínimo.



—Ya está papá, —dije mirándole. Estaba tecleando en el ordenador portátil.



—Empieza tú que ahora estoy ocupado, pero solo lengua: ya sabes cómo hacerlo.



Coloque la silla junto a la mesa, me senté y contemplé con detenimiento la esplendida imagen de la zona genital de Blanquita, totalmente expuesta y a mi disposición. Me incliné y besé sus labios vaginales. Los separé con la lengua y recorrí su vagina en toda su longitud una y otra vez. Deguste un sabor que ya conocía perfectamente. Después de mucho insistir se abrió la caja de las maravillas y alcanzó el primer orgasmo. Insistí y al cabo de un rato llegó el segundo y así, con una cadencia espaciada fueron llegando, aunque ni mucho menos con la rapidez con que yo los alcanzo. Después me relevó papá y la saboreo hasta que se cansó, momento en el que el vibrador comenzó a actuar. Cuándo papá ocupaba la silla, me metía bajo la mesa y le chupaba la polla hasta que se corría. La cambio el plug anal que llevaba por uno mucho más grueso y comprendí que esa noche Blanquita dejaría de ser virgen por el culo, y me sentí feliz por ella.



Todo terminó casi cuatro horas después. La desaté las piernas y con una toalla la estuve secando el sudor y a continuación la hidrate con una bebida isotónica. Estaba tan agotada que cuándo se puso definitivamente de pie, las fuerzas la abandonaron y las piernas no la sujetaron: no cayó al suelo porque papá y yo lo impedimos.



Después de cenar, estuvimos un rato largo charlando mientras tomábamos una copa. Las preparé yo, y antes de servirlas, papá tumbó a Blanquita bocabajo sobre sus piernas y la extrajo el plug, después de estar un rato metiendo y sacándolo. La puso al borde el infarto. Finalmente, lo sustituyó por otro más grueso, tanto que solo se podía sentar de lado. La veía feliz, consciente de lo que esa noche iba a ocurrir. Sabía que la iba a doler, pero veía en su cara la determinación por ser usada por papá, algo que entendía perfectamente porque yo sentía lo mismo.



Terminamos las copas después de muchas risas: papá cuándo se lo propone es muy gracioso. Mientras lo hacíamos iba jugando con nosotras, hasta que finalmente subimos a la habitación. Blanquita lo hizo despatarrada porque casi no podía andar por el calibre del plug. Me indicó que la inmovilizara y lo hice atando sus brazos a la espalda. Nos tumbamos sobre la cama y por indicación de papá comenzamos un sesenta y nueve apasionado: ¡cómo me gusta su vagina! Aunque sé que las dos le pertenecemos, y en eso no hay duda posible, tiendo a considerarla de mi propiedad. He desarrollado un cariño muy especial hacia ella, y tengo la certeza, sé, que a ella le pasa lo mismo. ¿Puede ser amor? Creo que si, aunque por encima de ese sentimiento esta el amor incondicional que profesa a mi padre.



Mientas nos chupábamos mutuamente los genitales, papá, tumbado a nuestro lado, nos miraba complacido mientras se acariciaba la polla.



—Sepárala las piernas y átaselas, —ordenó papá y mientras lo hacia la metió la polla en la boca mientras la decía—: la has chupado muchas veces y sabes lo grande y gorda que es. Dentro de un momento la vas a tener metida en el culo y por fin vas a ser consciente de todo el placer que eres capaz de proporcionar a los que te quieren.



Blanquita no dijo nada, porque entre otras cosas seguía con la polla de papá en la boca, pero noté que su cuerpo se estremecía de placer ante esa perspectiva.



—Lubrícala el ano y estimúlala, pero que no se corra: ponla a cien.



Mientras lo hacia, se lubricaba la polla con detenimiento. Después, se tumbó sobre ella, la rodeo con los brazos y a unos centímetros de su rostro, le coloque la polla en la entrada: papá no quería perderse nada de las sensaciones que experimentaba Blanquita. Poco a poco fue presionando y su lubricada polla entró sin dificultad deslizándose en su interior. Empezó a bombear mientras Blanquita empezaba a gemir con más intensidad. Mucho antes de que papá se corriera ya había llegado al orgasmo.



—Cabalgara la boca y que te coma el chocho, —ordenó papá y rápidamente lo hice. Me sentí tremendamente feliz de que me dejara participar en la utilización de mi segundo amor. Después de que las dos alcanzásemos varios orgasmos más, papá se salió y vació su polla en la boca de Blanquita.



—¡Chúpala y límpiala bien! —ordenó taxativamente y ella obedeció sin rechistar. Finalmente, la ayude en esa tarea.



Mientras la desataba, papá sirvió unas copas de vino y nos relajamos mientras descansábamos para continuar un poco más tarde: fue un fin de semana muy intenso.



EPILOGO



Nuestro maravilloso trío duró varios años, hasta que un estúpido accidente de tráfico, causado por un gilipollas, me lo arrebató. Entonces me di cuenta fehacientemente de lo mucho que estaba unida a él. Después de los primeros días de estupor, en los que las dos no parábamos de llorar, decidí afrontar la realidad de su ausencia y reconvertir nuestra situación.



Llegó el primer fin de semana y bajé a Blanquita al sótano. Ella ya había estado innumerables veces en él, pero nunca a solas conmigo: siempre estuvimos supervisadas por papá. Lo hice después de ponerla un collar de perro en el cuello y atarla las manos a la espalda. La conduje tirando de la correa, y una vez abajo, la coloque sobre el potro bocabajo y con un látigo suave estuve descargando mi frustración, y la de ella.



Somos pareja desde ese día. Blanquita dejó el banco después de negociar una baja muy interesante. Se trasladó a vivir a mi casa y pusimos en alquiler la suya. Vivimos de los que nos renta las casas de alquiler que tenía papá y de lo que heredé a su muerte. Por cierto, que pleiteamos contra el que la causo y conseguimos que fuera un par de años a la cárcel, después de un largo y desesperante juicio.



 



He asumido el papel de dominante en nuestra relación. Una situación totalmente asumida por Blanquita. Las dos somos extremadamente felices, salvo en los momentos en los que recordamos con cariño y añoranza a mi padre: pese a su ausencia, una presencia permanente en nuestras vidas.


Datos del Relato
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