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ZORREANDO CON MIS COMPAÑEROS DE TRABAJO

"Me gusta calentar antes de comer"

Arturo era el encargado de enseñarme cómo iba el programa informático que se usaba en la nueva empresa en la que había empezado a trabajar hacía dos semanas. Tengo que admitir que la informática y yo no somos especialmente amigas, por lo que al pobre hombre le tocó armarse de paciencia para no estrangularme con el cable del ratón a la hora de enseñarme comandos básicos. Pero noté que a diferencia de los demás, él mostraba un especial interés en mí. No desaprovechaba ocasión para picarme, hacía comentarios irónicos para hacerme saltar y que le soltase la primera bordería que se me pasara por la cabeza en ese momento. También procuraba sentarse cerca de mí, si podía rozaba su rodilla con la mía, me miraba el escote con frecuencia y no desperdiciaba la oportunidad de recorrerme el cuerpo con la mirada siempre que podía.

Al principio no le di demasiada importancia. Incluso por un tiempo me convencí de que todo estaba en mi cabeza y que no eran más que ilusiones mías. Pero un día recibí un email suyo que me sacó de toda duda. Básicamente me decía que el vestido que había elegido ese día era muy bonito y me resaltaba las piernas. Me puse nerviosa. Noté cómo el calor me subía a las mejillas y se me alteraba la respiración. Una cosa es intuir que un hombre te encuentra atractiva y otra es que lo demuestre. Pero no sabía qué pensar. Los dos estábamos casados, y él era un orgulloso padre de familia, lo que me desconcertó más aún. Además yo estaba convencida de que no había hecho nada para alentarle de ningún modo, por lo que llegué a la conclusión de que ese comentario no iba dirigido a mí y borré el email. Tampoco iba a hacer una montaña de un grano de arena… 

Ese día había quedado para comer con una compañera que llevaba más tiempo que yo en la compañía y traté de sonsacarle toda la información que pude sobre Arturo. Estaba muy intrigada. Y celosa. Le pregunté por su familia, cuánto llevaba trabajando allí, con quién solía relacionarse… pero todas las respuestas que ella me daba le hacían quedar como el hombre perfecto, y no como el hombre que piropeaba con intenciones poco claras a una mujer que no era su esposa. Pero cuando volví de comer tenía otro email suyo en el que se disculpaba por el atrevimiento y esperaba no haberme ofendido. También lo borré. No sabía qué responderle. Eso no era un error. 

Deseé que la hora que quedaba para acabar la jornada pasase lo más rápido posible. Por suerte, mi horario era diferente al resto de mis compañeros de departamento. Yo entraba dos horas más tarde que el resto, por lo que él siempre salía dos horas antes que yo, lo que me daba tiempo a estar a sola y aclarar las ideas. Esto se lo tenía que contar a mi marido y al mismo tiempo no quería enrarecer el ambiente en la empresa donde estaba muy a gusto. Estaba hecha un verdadero lío. 

Llegué a casa hecha un manojo de nervios. No sabía por donde empezar a contarle la historia a mi marido. No quería que se llevase una impresión equivocada y que empezase a darle vueltas a la cabeza y ver fantasmas donde no los había. Lo último que deseaba era tener problemas con él, pero para mí sorpresa, cuando acabé de contarle lo que había ocurrido, me confesó que una de sus fantasías era saber que zorreaba por ahí. Me explicó que llevaba mucho tiempo queriendo pedirme que calentase a otros hombres, aunque era reticente a que me acostase con ellos. Demasiada información en demasiado poco tiempo. Llevábamos 13 años juntos y ahora me soltaba eso. Me costó un rato asimilar lo que me estaba diciendo y tratar de comprender las implicaciones que ese comportamiento por mi parte podría tener en nuestra relación, pero recordé el picor que sentí en la nuca cuando pensé que Arturo estaba piropeando a otra y no pude evitar pensar que si a mi marido no le importaba que tonteara con otros y si la situación se daba… podía intentar salir de mi zona de confort y tratar de pasármelo bien probando cosas nuevas. Tampoco pude evitar preguntarme si mi marido hacía eso mismo con otras, pero preferí no seguir por ese camino.

A la mañana siguiente me moría de vergüenza. No sabía cómo comportarme con Arturo, no había respondido a sus emails ni le había dirigido la palabra en todo el día, así que me había convencido de que con él no iba a pasar nada, de que esa puerta se había cerrado. Pero me daba igual, lo importante era saber a partir de ahora tenía vía libre para explorar. Entré en la oficina dando los buenos días sin mirar a nadie en particular y encendí el ordenador. No había terminado de conectarme cuando me entró otro email suyo. Por favor no te enfades conmigo, tu silencio me mata decía. Esta vez le respondí. Le expliqué que me había pillado por sorpresa y le conté una mentirijilla, le dije que como el día anterior había tenido mucho trabajo había visto el email a última hora. Y eso sirvió para pasarnos el día enviándonos correos como dos colegiales.

Durante los días siguientes el tono de las conversaciones se puso más caliente. Nos explicábamos nuestras fantasías, nos enviábamos fotos desnudos, nos decíamos guarradas… Todavía no reunía el valor para pedirle que me dejara hacerle una mamada, pero no podía tardar. Me moría de ganas de tocarle y comerme esa enorme polla que había visto en tantas fotos, pero no estaba segura de poder parar ahí porque lo que de verdad deseaba era que me pusiera a cuatro patas y me hiciera jadear como una perra. 

Fue él quien pidió dar un paso más allá. Por supuesto vía email, me dijo que necesitaba jugar con mis pezones y al leerlo estuve a punto de correrme. Decidimos que al día siguiente él pondría cualquier excusa para quedarse un rato más por la tarde y ver qué pasaba. Dicho y hecho. Después de que todos se hubieran ido, fui al baño de la planta de arriba, que estaba vacía, y esperé a que Arturo llegara. Oí sus pasos y se me aceleró el corazón, sabía que esa tarde me iba a ir a casa con el sabor de Arturo en la boca y que luego me follaría a mi marido mientras le contaba lo caliente que me ponía ordeñar a otro hombre.

Estaba muy húmeda, notaba los muslos empapados, y sólo podía pensar en arrodillarme ante Arturo. Él sabía cuales eran mis límites y por el momento los aceptaba. Antes de que me diera cuenta estaba empotrada contra la pared, con las piernas separadas e inmovilizada por el cuerpo de Arturo, que se había apoyado contra mí y frotaba su pelvis contra mi culo mientras me decía las ganas que tenia de correrse en mi boca. Me moría de gusto ¡Cuántas veces había deseado que me pusiera así! No pude cerrar las piernas cuando él metió la mano por debajo de mis bragas, a esas alturas completamente mojadas por el deseo y la espera, y tampoco pude evitar dar un respingo mientras que con una mano frotaba mi clítoris y con la otra me pellizcaba un pezón. Le debió gustar mi reacción, porque me susurró al oído que me girara ya que quería ver la cara de putita que ponía cuando me hacían un dedo. Dejé que jugase con mis pezones lamiéndolos, pellizcándolos, chupándolos… mientras me agarraba del culo y soltaba algún que otro gemido. Al mismo tiempo yo le tocaba la polla por encima del vaquero y le suplicaba que me hiciese un dedo porque estaba a punto de explotar. No me hizo esperar. Me sentó sobre el lavabo y me separó las piernas. Yo me retorcía de placer. Notar su lengua y sus manos recorriendo mis pechos era más de lo que podía soportar. Le necesitaba dentro de mí, necesitaba sentirle entrando y saliendo de mi coño, haciendo con él lo que quisiera, necesitaba perder el control y dar rienda suelta al placer hasta correrme. Mis caderas tenían vida propia y buscaban sus juguetones dedos que volvían a entretenerse con mi clítoris. Qué suerte tiene tu marido de tener una puta en casa, jadeaba, menuda zorra estás tú hecha. Quién iba a sospechar lo perra que eres con esa carita que tienes. Entonces noté dos dedos dentro de mí, moviéndose lentamente. Con la mirada le supliqué que no parase, estaba disfrutando como una loca y necesitaba tener un orgasmo que no tardó en llegar. 

Cuando abrí los ojos de nuevo tratando de recuperar el ritmo de la respiración todavía tenía sus dedos dentro de mí. Los sacó despacio y me hizo chuparlos, limpiándoselos de mis jugos. Sonreía satisfecho. Me recompuse lo mejor que pude y ya más aliviada decidí que era mi turno para jugar con él. Le cogí la polla, que se le marcaba en el pantalón, y se la froté hasta que comenzó a jadear, entonces me miró de una forma que dejaba muy claro que necesitaba vaciarse. No puso ninguna resistencia cuando le bajé la ropa lo justo para liberar su duro miembro y acariciar sus huevos. Echó la cabeza para atrás y soltó un gemido que hizo que me arrodillara ante él y lamiera su roja y reluciente puntita. Tenía la intención de hacerle una de mis mejores mamadas. Me sentía poderosa, haciendo que su cuerpo se tensase cada vez que le lamía los huevos. Me volvía loca oírle llamarme puta mientras tenía la boca llena con su nabo. Chupaba con fuerza mientras le hacía una paja, variando el ritmo en función de sus jadeos y gemidos. Estaba disfrutando como nunca, por un lado sintiéndome como una vulgar perra en celo y por otro con el riesgo de que el hombre de seguridad del edificio nos pillase en plena faena alertado por los jadeos de Arturo. Era mejor de lo que había esperado. Y estaba mojada otra vez, lista para follar. Entonces oí a Arturo decir que se había hecho muchas pajas fantaseando con lo que estaba pasando y eso me puso cachondísima. Sin saber cómo, mis dedos empezaron de nuevo a jugar con mi clítoris y noté que iba a tardar poco en volver a correrme, pero antes tenía que ordeñar a Arturo. Quería sentir su leche calentita bajando por mi garganta. Cuando quise darme cuenta, me había cogido la cabeza con firmeza y se estaba follando mi boca. 

Estaba a punto de llegar a mi segundo orgasmo cuando Arturo intentó sacar la polla de mí boca cogiéndome del pelo y tirando de él para atrás, pero yo le tenía muchas ganas a su leche y no estaba dispuesta a dejar que se corriera fuera de mí. Chupé con más fuerza mientras le hacía una paja lenta y le apretaba la polla contra el paladar. En cuestión de segundos noté su chorro caliente y su sabor salado llenándome la boca, lo que hizo que me corriera de gusto de nuevo.

Estuvimos unos segundos más así, yo arrodillada y con su verga en la boca y él sujetando mi cabeza. Quería pensar que le había hecho disfrutar, al fin y al cabo había hecho que se corriera, pero aún así me daba miedo romper el contacto y descubrir que no había sido tan morboso para él como para mí. Todas mis dudas se disiparon al alzar la mirada y ver su cara de alivio y sobre todo cuando al día siguiente recibí un email suyo confesando que le había hecho una de las mejores mamadas de su vida y que tenía ganas de repetir.

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