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Juan Camilo desde muy temprano fue un hombre promisorio y por ende de esos chicos admirados por las señoras mayores. Era el típico joven que todas las suegras quieren como novio para sus hijas y al que todas las mamás quieres que sus hijos sean. Tendría que pasar mucho tiempo, hasta que él adquiriera la madurez suficiente como para entender las razones de ese hecho. Lo cierto es que la vida lo llevo a navegar en el mundo de las mujeres maduras aunque en muchas ocasiones él intentó con muy pocos éxitos conquistar chicas mas o menos contemporáneas a él. Con el tiempo fue acostumbrándose a esa circunstancia hasta llegar a admitirse a sí mismo que definitivamente había en él un magnetismo natural hacia las damas mayores. Con los años no solo dejo de ver eso como un problema, sino que empezó a comprender que tal vez se trataba de una virtud como cualquier otra de la cual fue aprendiendo a disfrutar con mucho acierto y sensatez.
Todo comenzó desprevenidamente algunas semanas después de cumplir los dieciséis años cuando la señora Noemí le empezó a quitar a pedacitos su virginidad en un día de noviembre que ya no recordaba con precisión. Sabía que era noviembre porque ese día coincidió con el último de clases en el colegio de ese año académico. Era una tarde lluviosa. Noemí lo había citado a su casa, como lo había hecho ya desde hacía algunos días para que la ayudara a dibujar sobre unas telas ciertos motivos de animales silvestres. Ella era una modista consagrada y personalizada que trabajaba en su propia casa con una máquina de coser que su difunta hermana le había regalado. Cocía para una clientela reducida pero fiel. Como ella carecía de talento para trazar dibujos, recurría a los servicios de su joven vecino Juan Camilo, que ya tenía fama en el vecindario de ser un tipo colaborador, noble y talentoso para las artes. Juan Camilo disfrutaba de sentirse útil tan joven. La idea de que la gente adulta valorara su arte y solicitara sus servicios para cosas serias le agrandaba su modesto ego.
Pero ni por asomo Juan Camilo se imaginó que esa tarde novembrina empezaría a probar las delicias del cuerpo de una dama que le resultaba agradable y alcanzable tan solo en borrosas cavilaciones eróticas que culminaban casi siempre en sendas pajas desbocadas, sentado sobre el inodoro de sus confesiones. Desde que empezó a compartir algunas tardes a solas con su vecina Noemí, descubrió cierto encanto en ella del cual él mismo se avergonzaba. Nunca antes se había permitido un mal pensamiento con una señora que le llevara tantos años de diferencia. Se había sentido siempre como un hombre respetuoso, pero lo cierto es que tan solo algunos días después él mismo se sorprendió durante sus habituales masturbaciones fantaseando con los senos blancos de su vecina Noemí. De todas maneras, él sentía que había ya llegado muy lejos con una señora mayor que por demás era amiga de su madre, pero a pesar de no sentirse cómodo con la situación, le era difícil evitar desearla. Lo mas cumplidor que hasta entonces él había logrado para con una mujer era robarle unos cuantos besos a su ex - vecina Susana en una oscura sala de cine un día antes de que ésta se marchara con sus padres a vivir a otra ciudad. La había invitado insistentemente a salir para hacerse novio de ella, pero la bonita chica tímida y poco atrevida le resultó esquiva hasta que ella, más por compasión que por amor decidió no dejar de darle una oportunidad, aunque fuera una sola vez, de salir con él.
Pero lo que ocurrió en la casa de la señora modista meses después de esa inocente cita en el cine, hizo que los besos y caricias que Juan Camilo logró heroicamente arrancarle a la bella y quinceañera Susana, fueran cosa de niños. Noemí con mucho sigilo había decidido desde varios días atrás seducirlo al sentir que no aguantaba más sus deseos hacia el chico que muy amablemente le ayudaba pese a ser éste tres lustros menor que ella. "En el amor no hay edad", se decía ella frente al espejo como para justificarse frotándose tímidamente su vulva peluda con su mano y pensando en lo erótico que debía resultar tirarse a un chico tan bien parecido y varonil como Juan Camilo. Y es que ella estaba convencida de tener todas las razones del mundo para pretender semejante propósito: era una mujer casada con un marido infiel y que poco o nada la tocaba, estaba resignada a pensar que su vida sexual con su marido había muerto y que entonces tenia un matrimonio decadente, se sentía bonita aún, el deseo acumulado la exasperaba, deseaba sentirse mujer, le fascinaba la jovialidad combinada con la madurez de Juan Camilo, sabía que a él, ella no le era indiferente, él estaba en la edad de desear y merecer, era un chico discreto y reservado, no avistaba amenaza para su reputación de mujer decente, tenía privacidad de sobra con él todas las tardes y sin sospechas sobre todo ahora que su hijo se había ido a pasar vacaciones en casa de sus primos; en fin, ella sentía que todas las condiciones estaban a su favor. Entonces ¿porqué no intentarlo? ¿Acaso no lo merecía? Y es que no deseaba de momento a otro hombre. Simplemente terminó por aceptar que le gustaba Juan Camilo.
Ella había observado como de vez en cuando Juan Camilo le lanzaba miradas discretas directo a sus escasos escotes. Así que pensó que esa tal vez podría ser una buena carnada para atrapar al pez. Se colocó entonces esa vez una falda larga de color vivo como de costumbre y buscó en su perchero una blusa ajustada de tirantas que tenía un escote bastante atrevido que hacía muchos años no se ponía. Se colocó debajo su muy poco usado sostén blanco a media copa que le exaltaba aún más sus ya abultados senos a punto de verse casi desbordados por entre el escote ovalado de la blusa. Se miró en el espejo y sintió que aunque atrevida, así estaba bien para empezar. Se sentó en su máquina de coser y simplemente esperó a Juan Camilo que como siempre llegó puntual pese a la llovizna. Lo primero que éste divisó fue el entre seno hermoso por el cual hacía menos de media hora se acababa de masturbar. Ni en las tantas fantasías los había imaginado así de voluptuosos y hermosos. Solo unos segundos después, él se dio cuenta que tal vez estaba siendo impertinente. Quitó la vista de los senos y se estrelló con la mirada seductora de su vecina. Se sintió delatado al percibir que los expresivos ojos marrones de ésta le decían: "se lo que me estabas mirando". Sintió vergüenza y simplemente inició su trabajo. Ella, complacida supo que el pez había mordido el anzuelo, ahora solo era cuestión de tener paciencia y de no asustar al pececito.
Trabajaban y charlaban imprecisiones sobre el excelente balance académico de Juan. Ella, atenta a coquetearle tácitamente, él, incómodo y sorteándose entre dibujar y aprovechar cualquier descuido para ojear en ese par de pechos asomados tratando de hacerlo mientras ella cocía la ropa con su rostro gacho para que no lo notara. No podía creer que su vecina le estuviera dando el placer de recrearse con esas tetotas casi al desnudo. Él no quería que esa tarde culminara. De repente y luego de un silencio solo perturbando por el sonido de la lluvia sobre el techo, ella le preguntó sin mas preámbulos por su novia.
- ¿Quien le ha dicho que tengo una? - respondió él extrañado y sonriente. Ella le sonrió y luego dijo.
- Bueno simplemente lo supongo así, tú eres un chico encantador. Me parece un desperdicio que no tengas una compañera y estas en la edad de las noviecitas- agregó Noemí maniobrando su máquina y sin mirarle a los ojos.
- Gracias por el cumplido señora Noemí, pero no la verdad es que no tengo novia. A las mujeres no le gustan casi los tipos callados, estudiosos y tímidos como yo - dijo con su ego por las nubes y con el interés de dar largo a la conversación que para él se tornaba expectante.
- Pues a mí me gustan así – se lanzó ella aún sin mirarle como si dijera cualquier otra cosa, pero consciente del impacto que esas palabras podrían cuasar en el jovencito.
Juan Camilo quedó petrificado en su asiento de enfrente y sin levantar si quiera la vista. No sabía que decir o que no decir. Su timidez crónica le entumecía las palabras, cerró los ojos un momento y escuchó la lluvia, pero lo que acababa de oír de la boca de la señora Noemí no lo podía dejar pasar por alto. De eso si estuvo seguro.
- Lástima que soy un niño para usted – fue lo único que se le ocurrió expresar con el corazón dando tumbos en su garganta.
- Bueno, ¿y tan vieja te parezco? – preguntó ella aguantando una risotada irónica en la comisura de sus labios gruesos.
- No, no, no, no perdón señora Noemí, no quise decir tal cosa…no me interpreta mal por favor. Por el contrario, usted es…es…está – no sabía que decir para enmendar su falta – digo…me parece muy…muy…bonita – Esa última palabra no pudo evitar pronunciarla con una entonación de profundidad. Sonó como un poeta y ella, emocionada, así lo percibió.
Noemí sintió complacida que una corriente de emociones recorrió su espalda erizándole los poros y generando una profunda palpitación en lo más escondido de su sexo guardado bajo la saya larga de colores vivos. Se sintió querida, el corazón sensible de mujer en desuso la puso a soñar de inmediato con un instante erótico al lado de ese joven que la contemplaba con ojos de deseos. Juan Camilo simplemente simuló continuar con su trabajo, pero lo cierto era que su corazón daba pálpitos fuertes, y él estaba sorprendido de pronunciar tal osadía a la mujer que se había convertido en su sueño sexual. Hubo un silencio que ambos sintieron largo y bello.
- ¿Bonita? Juan Camilo, no exageres por favor – le dijo ella maquinándolo psicológicamente.
- De veras señora Noemí. Discúlpeme que le diga piropos, pero la verdad es que usted es tan…bonita – Esta vez se lo dijo mirándola a los ojos.
- No me digas de a mucho, porque me lo voy a terminar creyendo y…-
- ¿y? – la exhortó él
- y bueno me puedo volver peligrosa como una gatita feroz – dijo ella en gesto seductor moviendo sus hombros y balanceando sus pechos ante la tonta mirada de él que empezaba a sospechar sobre las intenciones de ella.
Juan Camilo notó algo de atrevimiento inusual en su vecina. La cabeza le daba vueltas, el corazón le latía rápido y entre sus piernas un sabroso calor de morbo empezaba a surgirle. Era incrédulo e ingenuo y se resistía pensar que la señora Noemí le estuviera insinuando algo. Pero de todas maneras el deseaba seguir esa conversación. Eso lo seducía aunque fuera de mentiritas, así que se las arregló para que la conversación siguiera en la misma tónica.
- ¿Y cómo se amansa a una gatita…feroz? – le dijo siguiendo el juego y permitiéndose tal osadía. No se sentía propio, pero eso le regocijaba. Esa pregunta le abrió las puertas a Noemí. Ésta no desaprovechó la oportunidad. Sabía que el chico parecía ya sintonizado con ella en la misma frecuencia.
- Bueno…hmmm…hay varias formas Juan: acariciándola, sobándole la cola, dándole besitos o dándole lechita caliente – se quedó en silencio y sonriente.
- ¿ah ja…y cual de todas esas formas le gusta mas? – preguntó lentamente y sin poderse escuchar porque los latidos de su corazón lo ensordecían.
- Todas…pero para empezar: unos besos estaría bien para mí – le miró seductoramente a los ojos con una expresión perversa en su boca. Ella era consciente que se la estaba jugando el todo por el todo.
- Usted es bonita – le volvió a decir ahora seguro de las intenciones de ella.
- Me lo estoy creyendo Juan Camilo -
- De veras es bonita – insistió él siguiendo el juego.
- Me voy a volver peligrosa como sigas -
- Es muy bonita -
- Ya siento que me convierto en una gata –
- Si que es bonita señora Noemí – Seguía y ahora ya más seguro de sí mismo sabiendo a donde llevaría este juego increíble.
- Te voy a atacar Juan Camilo, así que amánsame si puedes – dijo ella levantándose de su mesa y dirigiéndose a él con gestos de felino simulados en sus manos dispuestas como garras. Parecía una niña traviesa. Se sentía así y le gustaba serlo.
- Definitivamente es usted la gata mas bonita que he visto – le dijo él desde su silla giratoria que ahora había separado de la mesa de trabajo y había girado en dirección a su vecina quien se acercaba lentamente. Sus ojos se veían excitados.
Ella se le acercó. Le puso su femenino rostro seductor a escasos centímetros del de él. El no lo podía creer. Estaba muy emocionado. Afuera la llovizna continuaba y creaba una atmósfera más íntima.
- Te voy a morder Juan – le susurró ella.
- No…porque la voy a amansar – le dijo
- ¿Qué esperas para hacerlo? – le volvió a susurrar esparciéndole su aliento de seducción.
Juan no volvió a dudar nunca más. Acercó su rostro y sus labios toparon suavemente, casi en una insinuación maravillosa, los labios de esa señora mayor a la que deseaba con locura. Quedaron quietos y pegados con sus bocas estáticas escuchando el sonido de la lluvia. Ella de pie e inclinada para alcanzarlo y él postrado en la silla con una erección fulminante en su pene. Fue ella quien hizo un leve movimiento en sus labios gruesos. El lo interpretó como un permiso para proseguir la obra. Los cuatro labios empezaron una danza suave como de reconocimiento. El se fue levantando lentamente de la silla y ella volvía a su posición normal sin despegarse del joven de sus fantasías eróticas. Estaba feliz de sentirse todavía fresca y capaz de seducir y tener para sí al hombre que ella deseaba. Su vulva empezaba a generar lubricantes y los pezones rosados y apetitosos estaban convertidos en puntas agudas. Quedaron de pie. Él era delgado y medio palmo más alto que ella. Sus labios no se despegaron ni un ápice. La danza del beso sellador continuó tras un abrazo seductor. Él la tomó por las caderas y ella a él por la espalda. Juan sintió ese par de pechos grandes y calurosos aplastarse contra sus costillas. Él, su erección descomunal, la tenía pegada contra el ombligo cubierto de ella. Las lenguas fusionaron más el beso que se tornó apasionado e instintivo, casi voraz. Parecía eterno. Ella tras largos minutos sutilmente lo detuvo. Se miraron a los ojos por largo rato. Ya algo nuevo e irreversible había surgido entre ambos. La edad no era importante. Se deseaban simplemente y no necesitaban de palabras para consagrarlo. Juan Camilo experimentaba un temblor novedoso en su cuerpo y tenía la ansiedad del chico que sabe que está a punto de experimentar sexo de verdad por primera vez, pero ella tenía la madurez y paciencia que le confieren los años a una mujer amante de la seducción.
-¿Te gustó mi beso? – le preguntó ella. El asintió con un ademán sin dejar de mirarla con sus ojos negros desorbitados de sorpresa.
- Tengo mas cosas que seguro te van a gustar - agregó ella. Luego lo recorrió con la mirada de abajo arriba. Notó el bulto agreste bajo su pantalón. Se saboreó los labios, pero quería ir despacio. Ella sabía que Juan jamás había estado antes con una mujer. Luego le dijo – Prométeme que esto será un secretito de los dos no más –
- Lo prometo – le afirmó con voz quebrada mientras con sus ojos se atrevió por primera vez a mirarle fijamente el escote tremendamente seductor.
- Te gustan mis tetas ¿verdad Juan? – le preguntó mientras las sacudía ante él con un movimiento abrupto sacudiendo sus hombros. El sintió vergüenza y simplemente asintió.
Ella despacio le tomó la mano derecha y se la dirigió justo a sus pechos. Juan sintió desfallecer cando su mano se poso sobre la carnosidad de esos senos asomados. Los tentó como a una escultura. Calibró la textura suave y tibia de esa piel blanca y tierna. Se tomó confianza y posó su otra mano al lado de donde ya tenía la otra. Cada una sobre un seno. Acarició lentamente con movimientos imprecisos pero lentos. Ella miraba gustosa el trabajo manual que él le hacía sobre los senos mas comentados del vecindario mientras de forma atrevida, segura y muy sutil fue buscando con su mano necia el montículo deseado. Le agarró con firmeza pero sin apretar más allá de lo adecuado el par de huevas y luego calibró el falo hecho piedra por encima de la tela del bluejean. Él sintió por vez primera esa sensación inolvidable de una mano ajena manoseando su virilidad. Fue la locura. Ambos se deleitaron con ese juego de tacto.
- ¿Quieres verlas desnudas? – le preguntó ella quebrando el silencio.
- Es lo que mas quiero – dijo él con ansiedad pueril en su voz.
Ella se bajó una a una y con una lentitud exasperante las tirantas delgadas de su blusa resbalándolas cadenciosamente por sus hombros y sus brazos. El cuello y sus hombros redondos quedaron al desnudo. A Juan Camilo esa imagen le resultó tremendamente erótica y se limitó a contemplarla allí de pie separado de ella por medio metro. Luego Noemí fue bajando la blusa lentamente hasta que ésta quedó hecha un trapo a modo de faja alrededor de su abdomen de algunos kilos de más. Ahora solo el sostén de media copa cubría sus grandes senos. Hizo una serie de gestos seductores con su mirada y su boca. Le dio la espalda al chico. Juan, temblando de pura emoción, con torpeza y tras varios intentos fallidos, por fin deshizo el broche de la prenda y aprovechó para mirar de reojo el gran culo que se asomaba allá mas abajo. Vio como las tirantas del espaldar del sostén salieron disparadas como cauchos a lado y lado mostrando una espalda suave y tersa, muy blanca con pequitas y lunares hermosos. El olor del champú de mujer que emanaba del negro y corto cabello lo encantaba. Noemí se giró nuevamente con una parsimonia de hicotea y una mirada de seducción sorprendente. Tenía esa capacidad de actuar como puta cuando lo quería. Ni ella se explicaba el porqué su marido se había aburrido de esos encantos. El sostén no se había caído tan solo por que se lograba sostener en lo abultado de sus senos que ahora lucían un poco caídos, pero no por ello menos atractivos. Juan estaba muy ansioso. Iba a cumplir la fantasía de su vida. Podía morir tranquilo si Dios ahora así lo disponía. Intentó halar la prenda por la tiranta suelta y colgante, pero ella se lo impidió retrocediendo un poco.
- Ah..ah…solo contempla chico. No te apresures. Ya habrá tiempo para todo – le expresó divirtiéndose al verle tan ansioso y caliente. Lo tenía atrapado.
Él obedeció. Ella hizo una halada certera a la prenda como la que hacen los magos al retirar el pañuelo para sacar palomas blancas de la nada. El sostén cayo como una hoja al piso. El par de senos grandes saltaron por fin a la vista. Juan los miró con atención. Había en su mirada, curiosidad, asombro y muchas ganas. Tragó saliva abundante cuando su boca se le hizo agua pura. Nunca antes había podido contemplar un par de tetas de verdad. Y mucho menos un par de tetas tan redondas, generosas, grandes y deseadas por todos. Eran las mamas más hermosas y provocativas que conocería por mucho tiempo hasta que llegaran mas adelante los tiempos insospechados de la profesora Raquel y mucho después la de queridísima profesora Isabel. Le fascinaba mirar las venas verdosas bien definidas que se dirigían como arroyitos perdidos hacia los pezones. Éstos eran a su vez rosaditos, de un color novedoso para él; rodeados de unas aureolas amplias y circulares como del tamaño de una galleta con dulce de vainilla. Intentó acercarse y quiso tocarlos, pero ella ágilmente lo detuvo con sus manos, luego se agachó, tomó el sostenedor y rápidamente volvió a colocárselo ante el desencanto Juan Camilo.
- No te preocupes bebé. Mañana vienes y harás con ellos lo que quieras. Por ahora ya la gata está amansada – le dijo no sin sentir ella misma ganas de continuar. Pero era paciente y pensó que seduciéndolo poco a poco no solo resultaba más divertido, sino más contundente para un joven virgen como él. Por ahora se sentía feliz de saber que lo tenía todo en su red para ella.
Juan Camilo sonrió. Se sintió complacido. Había visto más de lo que jamás imaginó. Había llegado más lejos que mucho de sus charlatanes amigos de colegio. Y lo mejor de todo era que él sabía que todo esto apenas comenzaba. Habría un mañana. Se fue feliz sin insistirle a ella con su erección sin remediar no sin antes estamparle un beso profundo en la boca que ella bien correspondió. Se sintió un hombre grande y verdadero y no cabía de la felicidad. Se masturbó en la soledad de su baño con una intensidad nunca antes experimentada desde aquellos trece años cuando lo hizo por primera vez exhortado por su primo Edgardo al prestarle una revista pornográfica. No pudo dormir bien de la dicha esperando con un anhelo desbordante a que ya fuera el día siguiente.
Cuando el reloj marcó las ocho de la mañana. Juan Camilo se levantó casi sin haber dormido. Se bañó y fue a atender unos compromisos que le había prometido a su madre en su primer día de vacaciones. Los hizo siempre pensando en todo lo que había vivido el día anterior. En los senos mágicos de Noemí. Casi no desayunó y poco o nada almorzó. Parecía absorto en un mundo alejado y su expresión era sonriente. Su madre en repetidas ocasiones le preguntó si le pasaba algo. Él reaccionaba y negaba que algo pudiera estar ocurriéndole. No parecía concentrarse en nada. Así que luego se encerró en su alcoba con el corazón en la garganta esperando con su mirada fija en el reloj de su mesa de noche como la aguja giraba eternamente cada minuto. La llovizna reinició. Parecía que noviembre iba a ser lluvioso éste año, tras haber tenido un octubre pasado por agua.
Por fin llegó la hora. Se colocó su mejor calzoncillo y se bañó bien su zona erógena, incluso se aplicó cremas que antes poco atención le prestaba. Se aseguró de oler bien en cada palmo de su piel. Estaba listo para su primer acto de sexo. Partió con sus utensilios de dibujo. Caminó la media cuadra que lo separaba de su objetivo y se perturbó cuando vio que la puerta de la casa de Noemí estaba abierta. Eso indicaba que había visitas. Mala suerte pensó. Entró con el corazón en la mano y un sudor frío que le recorría las pantorrillas. Se emocionó al verla y se tranquilizó de inmediato al darse cuenta de que quien estaba allí era la vecina Teresa. Una mujer casi anciana que había ido a reclamar un vestido que Noemí le había prometido tenerle listo esa tarde. No tardó más de diez minutos que sin embargo para Juan Camilo parecieron eternos. Contempló a Noemí de reojo. Tenía puesta una camisa blanca de botones con un estrecho cuello en "v" muy reservada con respecto a la blusa de ayer y ésta vez no tenía falda. Se había colocado un pantaloncito corto a cuadros que se ajustaba bien a sus potentes muslos y a sus abultadas nalgas. Le cubría hasta poco más arriba de sus rodillas. Lucía jovial. La señora Teresa se despidió satisfecha, salió y cerró la puerta. Ahora la privacidad los embargaba.
- ¿Y cómo amaneció mi amansador? – le preguntó con tono erótico.
- Bien…y ¿cómo amaneció la gatita hoy? – le replicó él sonriente y ya sintiendo que su pene reaccionaba con tan solo oírle la voz.
- hmm…bueno un poco traviesa – le dijo ella mientras lo miraba de pies a cabeza con una mirada de puta que estudia a su cliente.
Juan Camilo no esperó a que ella tomara las iniciativas. Se le acercó y simplemente la besó. Ella correspondió con gusto y firmeza. No hubo tanto preámbulo ésta vez. Ella lo tomó de la mano y le condujo a su alcoba matrimonial. Juan nunca había entrado allí. La alcoba era pulcra y sencilla con una ventana que daba a la calle, pero que estaba cuidadosamente protegida con una persiana totalmente cerrada. Había una cama doble bien arreglada, un tocador con un espejo grande, una mecedora que tenía un cojín, un closet que cubría la pared opuesta a la de la ventana y dos mesas de noches a lado y lado de la cama en la que había una fotografía del matrimonio, un reloj despertador y una lámpara. Olía a un ambientador agradable. El piso brillaba. Noemí lo hizo sentar en el borde de la cama mientras ella se postró en la cómoda mecedora en actitud pasiva y contemplativa.
- Hoy te toca a ti mostrarme tus encantos – lo sentenció
- ¿Y qué quiere que le muestre? – le preguntó intrigado
- Pues todo…todito – le respondió zarpando una mirada justo en su paquete como para que a él no le quedara ninguna duda – pero hazlo lento -
Juan Camilo iba a despojarse de su bluejean, pero ella le pidió que empezara por la camiseta. El se la quitó lentamente y pronto quedó con su pecho al desnudo. Ya pintaba algunos vellos. Un camino espeso de pelos que nacía en su pubis ya se dibujaba definido hacia arriba atravesando por su abdomen y llegando hasta su pecho en el que apenas empezaban a desarrollarse. Eso le encantaba a Noemí que se saboreo al ver ante sí un torso tan joven y fresco. Sintió que una corriente agradable de flujos le humedecía su cueva. Se saboreaba los labios. Camilo lo hacía con calma. Ya había aprendido que a su vecina le gustaba el juego de la seducción e intentaba no decepcionarla. Pronto se levantó y tras bajar lentamente la corredera de su pantalón en actitud provocadora, se lo deslizó poco a poco a través de sus piernas largas y velludas. Noemí lo contemplaba con emoción controlada. Se divertía con todo esto y ahora ni le importaba si lo que estaba haciendo estaría bien o no. De todas maneras ya era un hecho consumado. Juan se despojó totalmente de su pantalón que lanzó sobre el regazo de su pareja. Ella lo tomó como si fuera un trofeo. Le miró como su pene se dibujaba tan agrestemente en forma de punta sobre el algodón blanco de su calzoncillo. Se volvió a saborear los labios. Le pidió que se volteara y le contempló el dorso y las nalgas. Lo hacía mientras comenzaba a tocarse los pechos sensibles y erectos por encima de su camisa.
- Anda bebé quítatelo – su voz fue quebrada
Juan Camilo, se sentía extraño. Era la primera vez que se desnudaba todo ante una mujer. Se quedó de espaldas hacia ella y de pie junto a la cama. Muy calmadamente, pero emocionado, se quitó la última prenda que le quedaba. Sus nalgas velludas salieron a la vista y se quedó así de pie con sus manos apoyadas en sus caderas en actitud varonil. Ella lo contempló con ya muy excitada. Luego se fue girando hacia ella que jugaba a pellizcarse sus bien endurecidos pezones. El clavó su mirada en el juego que ella hacía con sus pechos tapados todavía por la camisa y ella se detuvo de un sobresalto cuando tuvo a un metro de distancia ese mástil jovial y fresco en potencia máxima cuyas palpitaciones se podían percibir. Quedó anonadada. Se había acostumbrado por años al pene de su marido; gordo, corto y blanco. Éste, por el contrario era moreno, algo delgado, pero dotado de una longitud mayor y una esbeltez agradable. Incluso tenía una ligera curva hacia abajo como si no pudiera con su propia longitud. Ella se quedó en silencio como detenida en solo contemplar el juego de colores tan contrastante: un tallo moreno y una cabeza tan roja como una fresa. Además le resultó curioso como una vena inflada se discurría a lo largo de ese miembro tan seductor del cual colgaban un buen par de huevos peludos. Lo miró todo de arriba abajo varias veces. Juan Camilo se quedó allí impasible, complaciente y esperando instrucciones viéndola como ella se saboreaba de morbo los labios.
Le hizo un ademán con su dedo indicándole que se le acercara. El dio dos pasos hacia delante. Ella le colocó su mano necia e inquieta en las caderas Empezó a acariciarlo sentada en la mecedora y mirando hacia arriba directo a los sus ojos. Las manos de Noemí, suaves y tibias se desplegaban como mariposas por el pecho de Juan Camilo, pellizcaba sus tetillas, luego descendía por su abdomen y justo debajo de su ombligo se extendía de par en par hacia sus caderas en un juego seductor y exasperante como casi todos los de ella. Su rostro estaba a pocos centímetros de la punta de la verga enhiesta y su nariz podía percibir el olor suave, pero penetrante de sexo masculino que tanto ya extrañaba. Su boca estaba hecha agua con unas ganas enormes de chuparlo, pero se aguantaba. Quería jugar un poco más. Así que lo miraba y le acariciaba todo su pecho, su espalda y sus nalgas, pero evitaba tocarle el pene. Luego de varios minutos exhortó a su hombre a que le ayudara a retirarle su camisa. Juan Camilo se emocionó.
Se agachó frente a ella. Y botón a botón fue deshaciendo esa camisa blanca. La abrió y un sostén color blanco, clásico y conservador de encajes saltó a su vista. Le pareció muy erótico. Ella se quitó la camisa que lanzó sobre la cama quedando solo en sostenes. Noemí se levantó y se sentó al borde de la cama con sus piernas en el suelo y su torso inclinado hacia atrás apoyándose con sus manos en el colchón. Así le ofrecía totalmente sus encantos al desesperado y desnudo Juan.
- Haz lo que quieras con ellas – le dijo al tiempo que deshizo el broche de la prenda que luego hizo resbalar. Sus pechos estaban al aire.
Juan Camilo los contempló y su erección se volvió más fuerte. Se agachó en el suelo frente a ella metiendo su esbelto cuerpo entre las piernas de Noemí. Su cabeza quedó a la altura de los pechos. Lentamente los acarició por varios segundos con sus manos sudadas. Se sentía nervioso. Vio que los pezones se endurecían. La miraba a sus ojos y ella le lanzaba expresiones seductoras acompañadas de gestos con su boca. Camilo se inclinó lentamente y cerró sus ojos. Quería que ese momento mágico quedara bien guardado en su memoria. Su lengua salió de su boca y luego; contacto. Sintió la blandura y tibieza deliciosa de la piel corrugada de la aureola del seno izquierdo. Fue tentando como serpiente hasta que tocó el pezón. Saboreó con actitud exploratoria. Las sales del sudor de mama pronto las registró en sus papilas y después de saborear fue que dio su primera chupada. Su boca se hizo agua chupando como ternero el pezón carnoso de Noemí. Se sintió en la gloria chupando con frenesí su primer par de senos. Ella lo animaba con gemidos y peticiones de continuidad azuzadas por caricias tiernas en su cabeza, cuello y espalda. Juan Camilo con sus ojos cerrados veía un mundo de colores de fantasía formados a partir de los sabores tan diversos que emanaban de ese par de tetas que no se cansó nunca de chupar y lamer. Ella no lo detuvo. Fue condescendiente con el desaforo de ese chico virgen. Le dio rienda suelta y él subía y bajaba las lomas de carne arrastrando su lengua exigida como queriendo arrancar al aroma puro e impregnado de mujer. Lo hizo insistentemente un y otra vez en cada teta hasta que por su propia iniciativa, agotado y extasiado se detuvo. Noemí por su parte de regocijó en unas sensaciones deliciosas y que creyó nunca volver a sentir. Un marasmo de placeres caminaban por su cuerpo cada vez que su joven mordisqueaba juguetonamente los pezones y resbalaba esa lengua cálida por la superficie sensible de sus senos.
Solo entonces se dieron un beso de agradecimiento. Él por haberle permitido hacer realidad una fantasía y ella por volverle a regalar ese mar de sensaciones deliciosas que solo un hombre es capaz de despertar en la piel sensible de los senos de una mujer necesitada de sexo y cariño. Ella lo conminó a levantarse. Otra vez su pene quedó apuntando a su rostro. Ésta vez no hubo devaneos. Casi sin avisarle lo trago de un tajo. Empezó a chupárselo con unas ganas retenidas de años atrás. Noemí lo hacía con una entrega pornográfica como si fuera la última y única verga de su vida. Metía y sacaba lo que físicamente le era posible de ese pedazo de carne caliente y tremendamente provocador. Jugaba dando lengüetazos en su glande inflado y luego lo recorría en su longitud de extremo a extremo; así, pegaba su nariz contra el pelaje abundante de su joven amante y luego se extendía con su lengua mojada como si se tratara de un helado de fresas hasta culminar en la punta rojiza de la cabeza. Juan Camilo anonadado y entregado a tantos placeres novedosos solo contemplaba a esa mujer comerle su pene. Toneladas de sensaciones nuevas e intensas le recorrían el cuerpo. El morbo se había apoderado de los dos. Ella se lo mamaba con una maestría para la cual el no estaba preparado. Sentía que su corrida era inminente. Sabía que pronto estaría en el punto de no retorno.
- Señora Noemí, estoy que me termino - le alcanzo a decir con cierto apremio y con el culo apretado.
Ella simplemente dejó de mamarlo sin apresurarse y luego lo metió entre sus senos y lo masturbó con sus masas apretujándolas la una contra la otra formando una cueva cálida y muy erótica ante los ojos atónitos del chico que no esperaba tanto. No pudo contenerse y por primera vez su semen fue a parar sobre la piel de otra persona y no al fondo del inodoro. Los ingentes chorros de semen acompañados de un grito ahogado se estrellaron en el entre seno acogedor, en la garganta y mas tarde en el mentón de esa mujer agradecida No paró de amasar sus senos hasta que el pene no dejó de vomitar sus últimos chorritos. Exhaustos y satisfechos se tiraron en la cama. Se dieron un beso y fue entonces cuando ella le prometió para mañana enseñarla su tesoro escondido. Juan Camilo estaba loco de excitación, pero tuvo la paciencia para esperar hasta el día siguiente. Noemí se estimulaba regando el semen de Juan por sobre sus amplios senos. Él la miraba sorprendido. Pensaba que eso nada mas lo hacían las putas de las películas porno y jamás pensó que su decente vecina alguna vez fuera a terminar lamiéndole la verga sucia aún de restos de leche. La puerta sonó y Juan Camilo se asustó. Corrió a vestirse, pero Noemí lo calmó luego de mirar a través de la persiana al decirle que era otra vez la señora Teresa que tal vez había vuelto para ajustar algo al vestido. Le pidió que se quedara en silencio y se vistiera con calma y ella paciente atendió a la señora. Camilo esperó satisfecho e incrédulo de todo lo que acababa de ocurrirle a que la señora Teresa se despidiera para poder salir de su escondite. Luego apenas si pudo concentrarse una hora en los dibujos. Solo esperaba que el reloj corriera para probar la vulva por primera vez y poder afirmar que se había cogido a una mujer.
Noemí estaba un tanto ansiosa por que llegara ese momento. Tenía paciencia. Sin embargo le pidió esta vez que volviera por la mañana. Igual ya el estaba de vacaciones y ella iba a estar sola en esa casa. Juan Camilo no dudó ni un minuto en aceptar la propuesta. Claro ella le puso la condición de que después volviera en la tarde para ponerse al día con los dibujos que ahora ya estaban atrasados. Juan se marchó a casa muy liviano. Se sentía un reposo muy regocijante no antes vivido que le recorría su cuerpo. Se acostó pensando en lo deliciosas que habían sido todas esas sensaciones orales de mordisquear esos senos y sobre todo esa experiencia única y tan intensa de eyacular entre ese par de tetas. Era un privilegio que muy pocos chicos de su edad puedes contar. Era un hombre feliz, tal vez el chico mas feliz del mundo. A diferencia de la noche anterior, en ésta no experimentó tanta ansiedad, mas bien pudo dormir como una piedra con la convicción de que al día siguiente seguramente consagraría el triunfo de ese juego tan seductor y que tanto agradecía de parte de Noemí. Todo lo hizo con calma y hasta pudo esperar sin ansiedad a que fueran las nueve de la mañana. A esa hora, muy puntual y con todo el aplomo acostumbrado se presentó bien perfumado a la casa de su vecina amante.
Ella tenía puesta una bata corta pese a que ya se había bañado. No tenía sostenes y bajo la tela clara de la bata amarilla se adivinaba un calzón negro algo pequeño. El se excitó al verla así. Siempre la había visto vestida de manera muy recatada, pero era evidente que lo estaba esperando para el sexo. Noemí caminó a la alcoba y él la siguió. Cerró la puerta y un beso largo y romántico sentó la pauta de lo que vendría. El la abrazó fuertemente de la misma manera de cuando se dieron el primer beso y se excitó mucho al sentir ese par de senos grandes aplanarse contra su cuerpo. Su pene reaccionó y su erección era inmanejable. Noemí rompió el beso y de un solo movimiento se quitó la bata enteriza. Quedó solo en su calzón negro. Juan Camilo le miró sus piernas blancas y limpias. Eran un poco gorditas pero bien torneadas con algunas vellosidades muy delicadas y escasas en los muslos. Se sorprendió de lo linda que era la señora Noemí. Nunca se lo hubiera imaginado. La visión de ella con tan solo su calzón le llenó la cabeza de morbo incontrolable. Ella lo calmó con otro beso. Se volvieron a pegar y el le acarició lentamente con sus manos por sobre su espalda desnuda hasta por fin acariciar ese culo tan prometedor. Noemí, a su vez le bajó los pantalones y pronto daba caricias sobre el paquete que tanto la seduciría por muchos meses más. Ella luego se acostó boca abajo en su cama matrimonial extendida a lo largo como en posición de dormir. Él se quedó contemplándola fascinado con su mirada clavada en ese par de nalgas tan amplias y respingadas. Se desnudo totalmente antes de zambullirse a la cama. Estaba ansioso. Lo primero que hizo fue recorrerla con su lengua desde sus pantorrillas hasta el cuello una y otra vez. Ella se excitó sorprendida de que el joven tomara esa iniciativa tan erótica que algunas veces había soñado como caso perdido. Camilo quiso entonces bajarle el calzón para desnudar las nalgas, pero ella se lo impidió al voltearse boca arriba. El se balanceó sobre ella, la beso brevemente y luego se detuvo a hacer lo que se convirtió en su adicción favorita: devorar los senos de Noemí. Lo hizo sin prisa, con entrega y fortaleza. Ya se había ganado confianza. Los lamió uno a uno desde la base hasta la punta y en toda su geografía. Arrastró su lengua por la tibieza de esas carnes blancas y luego se concentró en chupar cada pezón hasta hacer que Noemí gimiera y se contorneara en movimientos sugestivos con de su pelvis provocados por la excitación exasperante. El sentía que su miembro viril se agitaba contra la tela de ese calzón y ese roce lo excitaba de solo saber que estaba cerca al hueco de la gloria. Era consciente que estaba solo a minutos de sentir por vez primera la sensación de inundar su verga con las mieles de una vagina de verdad.
- Anda, quítamelo y veras el tesoro que hay en mi rajita – le dijo desesperada
Él se detuvo y tomó los laterales de la seda negra y arrastró por los muslos con la ayuda de ella el calzón oscuro. Ella sin embargo no abría las piernas mas allá de lo necesario para que la prenda pudiera deslizarse. A Noemí le gustaba la sorpresa, la intriga y la seducción. Las piernas las tenía dobladas. Así que cuando el calzón estuvo en la cima de las rodillas, apenas se permitió una abertura mínima para que el desesperado Juan Camilo pudiera terminar de deslizarlo a lo largo de sus pantorrillas pero sin darle posibilidades de mirar la desnudez de su sexo. Luego Juan tenía ya el calzón en sus manos. Lo olió por instinto como lo había fantaseado otras veces y el olor del sexo de mujer le resultó atrayente de inmediato. Sintió que su pene dio una palpitación enfurecida cuando el pudo respirar ese aroma silvestre. Noemí lo contempló por más de un minuto sin hacer nada. Tenía las piernas cerradas y quería verlo desesperado, luego muy, pero muy lentamente ella como alas de mariposas fue abriendo poquito a poquito sus piernas hasta explayarlas completamente ante él. Juan Camilo tenía los ojos bien despiertos mirando justo en la encrucijada postrado con su pene enhiesto entre las piernas de esa mujer que tanto morbo lograba producirle. Vio como lentamente ese precioso tesoro se le fue develando. Era un triángulo hermoso de vellos finos bien negritos y muy tupidos que abrigaban unos repliegues rosados que solo pudo ver cuando Noemí explayó todas sus potentes piernas. Él estaba indeciso sobre que hacer. Deseó penetrarla, pero no estaba seguro de si eso era lo que quería su amante. Ella lo miro a sus ojos y le sonrió con actitud perversa.
- ¿Y? ¿Acaso me vas a dejar con las ganas muchacho? ¿Qué esperas para meter tu pepino en mi chochita? No le tengas miedo, ella no muerde - le dijo jocosamente.
Él inseguro apuntó su pene, pero sintió que éste se estrellaba con repliegues cálidos, suaves y húmedos de carnes. Embestía pero no parecía lograr entrarlo. Noemí lo miraba impasible. Se divertía de la ingenuidad del joven virgen. Juan Camilo lo intentó varias veces. Lo apuntaba por arriba o más por abajito, pero no lograba encontrar el supuesto hueco que tanto anhelaba. Sintió vergüenza y entonces decidió tentar con su mano la vulva de su vecina. Tocó sus pelos y luego arrastró sus dedos índice y medio juntos como buscando el hueco. Halló mas debajo de lo que esperaba un orificio no muy definido, así que con timidez hincó sus dedos y sintió que éstos fueron entrando en una cavidad muy mojada, caliente y carnosa. Había descubierto la raja de la felicidad. Ella aplaudió muy excitada del logro del joven. El se avergonzó. Apuntó entonces su pene y cuando iba a penetrarlo por fin, Noemí se incorporó poniéndose de rodillas en la cama.
- Acuéstate boca arriba bebé. Te voy a enseñar lo sabrosa que es una chuchita – su voz sonó algo desesperada.
Juan Camilo se acostó boca arriba con su cabeza apoyada en una almohada y su verga larga y dura apuntando al techo. Sintió un estímulo fuerte al tener la visión completa desde debajo de esa mujer tan bella totalmente desnuda con esas tetas desparramadas y ese nido oscuro tan bello entre sus piernas. Ella se fue acomodando lentamente. Tomó con su mano el pene de Juan y lo enfiló con certeza justo en la boca de su hueco cálido. Se acomodó y le sonrió. Le dio un beso y le dijo que nunca olvidaría éste instante. Se dejó caer lentamente y Juan Camilo sintió esa sensación dulce y agradable de su verga hundiéndose en una blandura deliciosa y tremendamente excitante. El calor de la vagina le resultó mayor del que esperaba y la humedad le parecía deliciosa. Había dejado de ser un chico virgen. Él se quedó pasivo viendo cómo su anfitriona se meneaba lentamente de arriba a bajo o de atrás hacia delante con movimientos pélvicos muy atrevidos. Estaba en la gloria misma embebido en una onda de sensaciones placenteras sin presidentes. Cerraba los ojos y los abría y veía a Noemí como toda una Diosa agitarse cadenciosamente. Luego empezó a sentir más fuertes las sensaciones cuando Noemí se tomó confianza y poco a poco fue aumentando la intensidad del meneo. Ya producía un ruido cuando sus carnosas piernas y nalgas galopantes golpeaban contra los muslos de Juan Camilo entregado al goce novedoso de la primera vez. Noemí sintió un placer intenso emanado de su sexo. Sentía con lujuria un deseo que se aumentaba al sentir el pálpito de ese miembro largo, joven e hinchado en lo más profundo de su sexo mojado. El roce de esa verga perfecta hurgando en sus vagina la estimulaba hasta el punto de creer no pertenecerse y sentirse totalmente perdida. Él estaba montado en una nube viendo como su hembra se sacudía con locura agarrando sus tetazas de fantasía para que no bambolearan tanto. Juan Camilo, allí pasivo, no podía creer cuando miraba como su verga se asomaba hasta la mitad y luego se perdía en las brumas de esa selva negra. Supo en un instante que ya nada podía evitar para su primer orgasmo que se anunciaba con precipitación.
Me vengo, me vengo, m-m-e…vengooooo – atinó a balbucear
Ella nada hizo para impedirlo, por el contrario, continuó meneándose con movimientos pélvicos cortos y muy disciplinados agitando sus caderas hacia atrás y adelante y cuando en la expresión de su amante pudo mirar el éxtasis se quedó quieta para disfrutar del placer de un orgasmo al unísono. Le gustaba sentir las palpitaciones de una verga cuando se vomitaba en lo más profundo de su sexo. Se concentró tensamente con sus músculos bien contraídos para sentir cada palpitación de ese pene joven, fresco y tan cumplidor vomitando ingentes cantidades de espesura liquida y cálida. Nunca antes había tenido una pinga tan larga en su chocho. La sintió palpitar como seis veces y eso le generó una descarga orgásmica que le devolvió la vida después de varios años de ausencias. Terminaron de momento porque luego de veinte minutos de recuperación ambos sentían los mismos deseos del principio y los cuerpos aún tenían energía.
Juan Camilo aprovechó para hacer exploraciones y matar curiosidades. Le pidió que se colocara de espaldas en posición de perrita. Ella lo complació y él se excitó más de lo esperado con la sola visión de ese culo tan precioso explayado a su merced. La penetró en la vagina desde atrás con algo de torpeza. Las embestidas no eran tan continuas al principio, pero luego el joven ex virgen pudo hallar una buena movida para un continuo mete y saca que le divertía cada vez más. Le excitaba sobremanera experimentar esa posición y sobre todo sentir que su pubis se golpeaba contra ese par de nalgas tan deliciosas. Descubrió una gran carga de erotismo así y psicológicamente fue imposible no sentir nuevamente que se venía otra vez. Ésta vez no lo anunció a su pareja que gozaba y gozaba con ese movimiento rítmico que el joven había logrado encontrar. Juan Camilo deseaba experimentar cosas que él había fantaseado. Sacó su pene y dejó que su leche caliente y ahora no tan abundante se estrellara en el canal de las entre nalgas blandas y hermosas de Noemí quien se sorprendió al sentir que el semen le corría por el por afuera de su culo rosado y luego por las piernas. Estaba complacida. Habían descubierto algo maravilloso, juntos en la cama. Se deseaban mucho definitivamente. Ella estaba feliz y él no menos que ella. Ya era un hombre. Ahora si entendía la expresión machista "ya me hice hombre".
Juan Camilo no sospechó ese día que la vida en lo sucesivo la abrigaba una lista nutrida de compañeras sexuales casi todas mayores. Noemí fue la primera y tal vez la mas importante porque fue su maestra. Le ayudó a encontrar confianza en si y a sentirse mas seguro. Sin embargo él siguió siendo el chico sencillo, amable y dulce de siempre, cualidades que tanto perseguían mujeres como Noemí. Fue amante de su vecina casi un año hasta que dieron fin a sus andanzas de manera civilizada cuando Noemí empezó a asistir a una iglesia evangélica que la llevó a un arrepentimiento dañino según el concepto de Juan Camilo. Él, simplemente respetó esa decisión y por ello, con mucha madurez aceptó las cosas. No volvió a molestarla, pero no por fortuna para él, no tuvo que esperar mucho tiempo para que la vida le presentara otro angelito inesperado caído del cielo: su profesora de historia. Pero esa será la próxima narración. Espero les halla gustado y por favor les agradezco encarecidamente sus comentarios. De veras que son los que me alientas a seguir escribiendo. Un abrazo.
LocoXmaduras 23-07-2019 00:02:30
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invitado-Juan camilo 20-07-2019 12:04:49
Dejese comer tia |
invitado-invitado 22-05-2018 02:04:36
Excelente relato. Bien llevado y con morbo total. Se espera el próximo |
invitado-invitado 07-10-2016 06:35:27
me gusto mucho tu historia, yo tambien tuve mi primera experiencia sexual con una mayor que yo , tenia 15 años y ella 40, y jamas puede olvidar esos momentos , espero tu proximo relato |
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Muy bueno tu relato. Me gustó mucho . Adelante con los próximos