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Categoría: Incestos

Anita de tus deseos (capitulo 7)

Como todas las mañanas temprano, papá tiene su polla en mi boca mientras yo, como siempre, le dejó hacer: la utiliza para que se le ponga dura. Después, o me pone a cuatro patas y me folla desde atrás o me pone bocarriba y lo hace mientras me besa los pies. He notado que le gustan mucho, por eso, nunca uso calcetines en casa y siempre los llevo al aire. Cuando salgo con él por la calle, procuro llevar sandalias con mucho tacón y si hace mucho frío uso zapato cerrado. Nunca uso medias: papá las odia, aunque cuándo vamos de viaje las usa para atarme.



No soy activa en la cama, ni mucho menos: soy una sumisa total. Y lo soy, no por imposición de papá, lo soy por convencimiento: me encanta que me maneje cómo a una muñeca, y que haga conmigo lo que quiera. Todos mis agujeros son suyos y están a su disposición, y os puedo asegurar, que los usa y con profusión.



Ahora estoy aquí, con la polla de papá en la boca mientras con el móvil deja instrucciones a su secretaria, cómo todas las mañanas. Después me penetra y me folla con furia, sabedor de que hasta media tarde no me va a volver a tocar.



Ha pasado un año desde que papá y yo iniciamos nuestra relación de pareja. Ha sido un año muy intenso y estresante, y la verdad es que estoy hasta las tetas, pero ya ha acabado todo, y ahora, por fin tengo mucho tiempo libre para dedicárselo a papá. En este año nos hemos mudado a la nueva casa de Tres Olivos, he iniciado la carrera de Empresariales, he hecho un par de cursos de informática y empecé a ir a la autoescuela. Estamos a finales de junio, lo he aprobado todo y soy la flamante poseedora de un carné de conducir.



Soy extremadamente feliz con nuestra relación de pareja, y sé que papá también. Aquí nadie nos conoce, y cómo papá y yo no nos parecemos físicamente en nada, nos hacemos pasar por marido y mujer. Seguro que hay algún comentario mal intencionado a nuestras espaldas sobre la diferencia de edad, pero la verdad es que me da igual, y a él también.



Entre semana salimos juntos de casa: papá al banco y yo a la universidad. No regreso a casa hasta la noche, papá no quiere que estudie en casa porque si me ve por allí me mete mano y terminamos follando, por eso me voy a una biblioteca pública cercana y estudio allí.



Nuestras rutinas sexuales no son cómo al principio ni mucho menos. Follamos a primera hora y después de cenar: y nada muy complicado o elaborado. Eso sí, los fines de semana tiemblan las pareces: no paramos.



En cuanto al punto cuarto de las normas que me presentó papá y que firmé, lo he cumplido. Estoy siempre en torno a los 46 kilos, salgo a correr y hago un poco de musculación. Papá está encantado porque cómo ya conté, le encantan las mujeres muy delgadas. Muchas veces, cuándo me folla, pasa su mano por mi cuadriculado abdomen.



Cuándo recogí las notas de la universidad y le di la buena noticia, salimos a cenar por el centro de Madrid. Previamente habíamos asistido a una representación de teatro: uno de esos dramones de Shakespeare a los que me he aficionado.



— ¿Qué quieres que te regale por haber aprobado todo y haberte sacado el carné de conducir? —preguntó mientras nos servían los cafés.



—Un coche, —respondí sin titubear: sabía muy bien lo que quería.



—Vale, ¿has pensado en algún modelo en concreto?



—Sí, quiero un Dacia Dokker.



—Pero hija, eso no es un coche, es una furgoneta.



—Ya lo sé, pero es lo que quiero.



—Te aseguro de que nos podemos permitir algo mejor.



—Me da igual: es lo que quiero, —insistí.



—Pues ya esta: mañana nos vamos a un concesionario que conozco y lo compramos. Y ahora queda tu regalo de cumpleaños, —dijo mientras se sacaba del bolsillo de la chaqueta una cajita. La cogí y la abrí.



—Es precioso, —dije cuándo lo vi. Era un cronógrafo blanco con la esfera morada. Me encantó.



—Y por último…



—¿Más?



—… dentro de una semana nos vamos diez días a Marrakech, —me dieron ganas de levantarme y dar saltos de alegría—. ¡Ah! Y no son vacaciones: son días que me deben. De vacaciones nos vamos en agosto: vete pensando dónde quieres ir.



—A la playa con la autocaravana, y me da igual el sitio mientras haga calor y calor.



—Hasta en eso te pareces a tu madre. Vale, pues ponte a buscar camping. Te haré una lista con los que visitaba con tu madre, lo que pasa es que algunos son nudistas.



—¿Nudistas?



—Sí, de esos íbamos a dos: uno en Cartagena y otro en Málaga, en Almayate. ¿Te interesa?



—Sí, me mola la idea de estar en pelotas y que la gente vea lo buena que estoy, —papá casi se atraganta con mi afirmación—. Lo que pasa, ahora que lo pienso, que la gente te va a mirar la polla y van a pasar de mí.



—¡Joder! ¿Y qué quieres que haga? No me la voy a cortar, —dijo papá siguiendo la broma.



—Ni se te ocurra.



Una semana después aterrizamos en el aeropuerto de Marrakech. Inmediatamente noté ese calor tremendamente seco de primeros de julio. Un vehículo del hotel nos estaba esperando y en él nos dirigimos al corazón de la ciudad.



El hotel era grande, tipo riad, con una gran piscina en el centro, spa, estaba situado en el interior de las murallas de la medina, y a un par de minutos escasos de la plaza de Yamaa el Fna. Llegamos sobre las diez y media de la mañana, nos registramos y papá cambió moneda en la misma recepción. Después nos acompañaron a la última planta dónde papá había reservado una suite.



—¿Vamos a la plaza? —dije antes de plantearme deshacer las maletas.



—No, a esta hora no está la plaza, —y ante mi cara de incredulidad se echó a reír—. Ahora mismo solo está la explanada. Todas las noches se desmonta todo para que los de la limpieza pasen con las mangueras.



—¡Ah! ¿Sí?



—Sí mujer, —y mirando el reloj, añadió—. Te cuento cuál va a ser nuestra programación diaria: nos levantamos moderadamente pronto, desayunamos, visitas turísticas, regresamos al hotel, comida y piscina. Luego spa o gym, o las dos cosas, cómo quieras. Y a eso de la siete de la tarde, salimos a la plaza y a cenar.



—Son las once y cuarto: ¿y ahora?



—Ahora te voy a echar un polvo que te vas a cagar, —dijo papá abrazándome y levantándome con una mano en mi trasero—. Y luego a comer.



Me llevó al sofá de la suite y me depositó en él para empezar a quitarme la ropa. Una vez desnuda, me giró dejándome la cabeza colgando por el borde. Mientras se desnudaba me miró con detenimiento y ya solo con su mirada me excité. Se arrodilló, me metió la polla en la boca e inclinándose me separó las piernas y comenzó a chuparme el chocho. En mi es una reacción instintiva cerrar las piernas, o al menos intentarlo, pero papá las mantiene bloqueadas con sus brazos y soy incapaz. No me aprieta con la polla la garganta, solo la mantiene en su interior mientras me chupa el chocho. En eso es incansable: puede estar mucho tiempo, el que sea necesario mientras voy encadenando orgasmos con la facilidad que solo él consigue. El no bombea, pero yo beso, chupo, saboreo, y muerdo en ocasiones su poderosa polla de la que me reconozco esclava. Finalmente, después de tres cuartos de hora, con interminables hilillos de babas saliendo por los laterales de mi boca, papá me la llenó con su semen. Aun así, siguió insistiendo con la lengua hasta que me arrancó un último orgasmo.



Me ayudó a incorporarme y con su camiseta me limpio la cara de babas y semen. Me entrego mis gafas de sol y salimos al exterior de la suite y nos apoyamos en el muro de la enorme terraza. De frente, el impresionante minarete de la mezquita de la Koutoubia. Papá me abrazó por detrás mientras miraba el reloj y apretaba la polla contra mi trasero. Si me asomaba un poco veía el trasiego de la calle que empezaba a ser incesante rumbo a la plaza. Y entonces ocurrió: nítido, potente, escuché un sonido procedente de la mezquita.



—¿Están llamando a la oración?



—Sí, —dijo papá mirando otra vez el reloj. Permanecimos en silencio escuchando respetuosamente el canto del Muadhin.



—Pues la gente sigue andando por la calle, —pregunté con ingenuidad cuándo terminó.



—¿Qué te crees, que la gente se tira al suelo cuándo lo escucha? —dijo papá riendo—. Los musulmanes viven el Islam de una manera mucho más natural de lo que pensamos.



—Y ¿Cuántas veces llaman?



—En total cinco, y este ha sido el segundo: el primero es de madrugada.



Nos dimos una ducha rápida, nos pusimos los bañadores y una camiseta, y bajamos a comer. Nos sentamos en una mesa muy agradable, rodeado de planta y muy cerca de la piscina. Pedimos dos ensaladas y dos cervezas. Estuvimos en la piscina hasta las cinco de la tarde y subimos a la habitación, dónde papá, sin ningún tipo de preámbulo, me quito el bikini, se puso sobre mí y me penetro. Al principio empezó de una manera frenética, pero luego, poco a poco, se fue calmando hasta adoptar su parsimonioso ritmo habitual. Después de un par de mis orgasmos, se corrió y cómo siempre, estuvo un buen rato cubriéndome de besos.



—¿Qué ha pasado hoy? —mientras le acariciaba el pelo, le pregunté interesada ante un cambio tan evidente en su costumbre.



—¿Te ha molestado?



—En absoluto: estoy a tu disposición.



—Pues no sé, es la primera vez que te veo en bikini en público, y me estaba poniendo borricote. Si quieres seguir en la piscina podemos bajar otra vez.



—Yo lo que quiero es que hagas conmigo lo que quieras: estando a tu lado lo demás me da igual. Pero… la verdad es que tengo muchas ganas de ir a la plaza.



—Pues entonces… —dijo papá mirando el reloj—, nos duchamos y nos vamos.



La plaza de Yamaa el Fna me impactó más de lo que me había imaginado. Miles de personas deambulando de un lado a otro por entre los puestos, o en los corros de charlatanes, o esquivando a los de las serpientes. Una gran humareda de fritanga se elevaba de la zona de los restaurantes al aire libre y por detrás aluciné con los puestos de dientes y dentaduras postizas.



Cenamos en un restaurante y después paseamos con mucho agobio por los zocos. No te podías parar a mirar porque literalmente te asaltaban. Aun así, compramos algunas cosillas y papá me dejó muerta: cómo regatea el tío. Hubo uno que incluso se cabreó con él. No me gustó el no poder entrar en una mezquita: no me parece justo. En las iglesias y catedrales cristianas puede entrar todo el mundo, incluso los no creyentes.



Antes de regresar al hotel dimos una última vuelta por los corros de charlatanes. Ya en el hotel, nos tomamos una copa de vino en el bar que tienen junto a la piscina. No me gustan los licores fuertes ni los combinados, por eso, fuera de casa siempre tomo vino.



Mientras subíamos en el ascensor, papá me tenía abrazada y me comía el cuello. Cuándo se abrió la puerta una pareja mayor se quedó sorprendida al pillarnos en actitud poco decorosa.



Sorry, —dijo papá poniéndome la mano en el trasero y sacándome del ascensor—. Bye.



Riendo nos encaminamos a la suite mientras presentíamos la mirada de la pareja en nosotros. Seguro que pensaban: «mira el viejo verde con la cría».



Entramos en la habitación y rápidamente papá me fue quitando la ropa. Lo hizo en el mismo recibidor y de la mano me llevó a la terraza. Se quitó la ropa y se tumbó en una tumbona y tirando de mí me puso encima. Sujetó con las manos mi cara y me morreo apasionadamente mientras me derretía. Me enloquece esta nueva faceta de papá, hasta el momento desconocida para mí: la de amante. En Madrid es mi dueño, mi amo, mi maestro y yo soy su perra fiel. Vivo para eso: en mi no hay dudas. Si es cierto que papá ha aflojado el control psicológico que mantenía sobre mí desde el principio, pero lo ha hecho porque estoy totalmente entregada y rendida. Repito: en mí no hay dudas. Aquí es más amante, tenemos una relación más “normal”, más de pareja.



En ocasiones pienso que la parte de mi cuerpo que más le gusta son mis labios. Aunque nunca ha llegado a hacerlo, creo que podría estar horas morreándome. Hay veces que solo utiliza mi boca: primero la morrea y luego me introduce la polla y se corre en ella. Yo tengo suficiente con eso: siento un gran placer en sentirme utilizada de esa manera, ser penetrada. De todas maneras, papá siempre me recompensa, me estimula la vagina y me lleva al éxtasis.



Cuándo papá se cansó de morrearme y chuparme los pezones, me hizo cabalgarle y me penetró. No hizo nada, todo lo hice yo. Bajo la inmensa luna llena y a la vista del imponente alminar de la Koutoubia estuve cabalgando la polla de papá mientras sus manos me acariciaban las piernas hasta los pies. Esa es otra parte de mi cuerpo que sé que le gusta mucho. Solo dejaba de cabalgar cuándo me llegaba un orgasmo y todo mi cuerpo de descontrolaba crispado por la ola de placer. Después seguía hasta el siguiente, y así hasta que papá se corrió y me dejé caer sobre su pecho exhausta, sudorosa y muy feliz.



Fueron diez días muy intensos. Recorrimos de cabo a rabo Marrakech e hicimos varias visitas fuera. Pasamos a la zona sur del Atlas y visitamos las casbas de Ait Ben Haddou y Ouarzazate. También fuimos a la costa, a Essaouira, la antigua Mogador.



Finalmente, regresamos a Madrid e inmediatamente me puse a planificar las vacaciones. Buscar los emplazamientos de los campings naturistas me excitaba mucho. Los otros, los normales, los deseché desde el primer momento.



Papá no intervino en nada, me dejó hacer sin ningún tipo de recomendación. Me sentía segura teniendo el control de la organización de las vacaciones. Solo esperaba ansiosa el día que saliéramos de Madrid.


Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
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