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"El sexo con mi mujer y nuestra amiga-amante me gusta, tanto como que he olvidado las dudas que tuve en algún momento"
Pronto cumpliré cincuenta y seis años, vivo en una pequeña ciudad castellana en donde me dedico a la hostelería (soy dueño de un coqueto hotel situado en plena zona turístico-monumental y de un afamado asador especializado en cocina tradicional). Me llamo Mauro y estoy casado desde hace casi treinta años con Fabiola, guapa mujer de cuarenta y nueve años, fiel representante de la rancia burguesía local, centro de muchos de los saraos y acontecimientos sociales que por aquí se organizan, dueña del gimnasio más moderno y pijo de la zona y madre de nuestras dos hijas, ya mayorcitas, que viven en Londres y a las que prácticamente sólo vemos en las vacaciones navideñas.
Nuestra vida es bastante cómoda y fácil, para qué ocultarlo; los negocios nos van bien, aunque exigen atención directa y trabajo cotidiano, pero no excesivamente agobiante, por lo que, en los últimos años, mi mayor interés personal ha sido mi mujer, y el sexo, nuestra ocupación favorita. Cuando las niñas dejaron la casa para ir a estudiar, Bila (el diminutivo siempre me ha parecido horrible, pero así la llamamos todos) y yo nos descubrimos de nuevo, centrándonos aún más en follar. Si desde el primer día de casados nuestras relaciones sexuales fueron siempre bastante constantes y habitualmente placenteras, en los últimos años hemos conseguido recrear y mantener un estimulante ambiente de complicidad, diversión, deseo y muchas ansias de placer.
Quizás, sólo un pero puede ponerse a nuestra vida sexual: ya no soy un chaval y aunque no me defiendo mal, no siempre mi polla está tan tiesa y dura como quisiera y las ganas de Bila me exigen. Ya no me dura dura tanto como antes, por lo que me he hecho buen amigo de las pastillas de viagra y similares, y en nuestras folladas los juguetes sexuales tienen cabida como diversión, excitación y ayuda (para que la erección me dure más tiempo he aprendido a usar anillos de silicona y geles retardadores), pero aunque mi mujer nunca me ha dicho nada si doy gatillazo o me cuesta mucho correrme, salvo algún amable comentario o una broma ligera, creo que en algunas ocasiones ella echa en falta polla (no en tamaño, la naturaleza ha sido muy generosa conmigo en ese aspecto, pero sí en dureza) para calmar sus ganas y ardores.
Fabiola es una mujer guapa, atractiva y deseable. Siempre elegante y discretamente arreglada, los muchos años de gimnasio, equitación, piscina y vida cómoda se notan y el paso del tiempo se ha portado espléndidamente con ella: media melena castaña, rizada, aleonada, con mechas rubias y rojizas que resaltan su agradable rostro de bonitos rasgos y piel siempre tostada, con ojos de suave color verde, labios rojos finos enmarcando una sensual boca y cuello largo y estilizado. Alta, delgada, curvilínea, de preciosos pechos pequeños, duros, altos, como si fueran limones puestos de punta, con areolas circulares muy oscuras, rodeando pezones del tamaño de una avellana, de color beis; un culo redondo, alto, duro y prieto, que semeja un melocotón, piernas larguísimas con muslos musculosos y su sexo adornado por abundante vello púbico muy rizado, que cuando no se rasura por completo, también adorna con mechas rubias y rojas. En conjunto, el aspecto propio de una hembra madura, guapa, saludable, pija, que aún está muy buena y representa menos edad de la que realmente tiene. A mí siempre me ha gustado mucho, mucho, y me sigue poniendo un montón.
Cuando nos casamos, Bila y yo éramos muy inexpertos, se podría decir casi vírgenes. Tuvimos relaciones prematrimoniales, eso sí, con mucho miedo y total mutuo desconocimiento (nunca olvidaré la confusión que sufrimos el día que la desvirgué porque ambos creíamos que tenía que sangrar mucho y eso no ocurrió). Yo me había descargado las ganas alguna que otra vez en un burdel de la carretera de Valladolid, pero nada sabía realmente de sexo, salvo masturbarme muy a menudo. En poco tiempo Fabiola dejó de ser una joven casada mosquita muerta y pasó a ser una folladora cojonuda, liberada de prejuicios y siempre con ganas de gozar y darme placer. Aprendimos rápido y bastante bien gracias a practicar a menudo y, podemos decirlo en voz alta, hoy en día seguimos siendo apasionados practicantes de sexo.
Con el paso de los años nuestras sesiones sexuales han ido teniendo altibajos, claro está, pero creo que en los últimos años hemos ganado en variedad y, lo más importante, en mutua naturalidad y confianza para abordar nuestras necesidades, fantasías, ensoñaciones, y las ganas de satisfacerlas.
Habitualmente los preliminares no son muchos, comienzan con varios besos con lengua, intensos, apretados, con mucha saliva. Después de lamer sus pequeñas tetas durante un par de minutos —intento meterme en la boca la mayor parte de cada una de ellas, lo que excita mucho a Bila— terminando con mamarle sus agradecidos pezones, primero suavemente y poco después, mordisqueándolos con labios y dientes, acompañado de un lento masaje en su sexo con la palma de la mano y los dedos juntos, arriba y abajo, a todo lo largo y ancho, hasta que, totalmente empapada, pide que la penetre ("ya, amor, ya; métemela, por favor").
Es estupendo meterla en su coño suave, caliente, muy mojado. Me muevo lenta y pausadamente, lo que le pone muy cachonda y me permite recrearme escuchando los grititos, suspiros y jadeos que va dando cada vez un poco más fuertes ("qué bien, corazón, sigue; ahora empuja más fuerte, más, más; sigue, … ¡qué gorda la tienes, cabrón!"). Es mujer de dos o tres orgasmos por sesión y suele tardar poco tiempo en correrse la primera vez, descansa unos minutos durante los que no deja de acariciarme suavemente el rabo y después se arrodilla a mi lado de manera que pueda meneármela cómodamente, hasta que le digo que se la quiero meter de nuevo y se sube encima de mí diciendo: "que no se te baje, cariño; dame polla, no pares ahora; sigue dándome, sigue, hasta que yo te diga". Se mueve con ganas, con un gran dominio de la velocidad y el ritmo que a ambos nos gustan, hasta que la excitación le hace desmadrarse y menearse de manera descontrolada y convulsa, llegando a un intenso orgasmo que acompaña de un largo gimoteo en voz baja. Durante bastantes segundos sigo sintiendo sus contracciones vaginales y los leves golpecitos que da contra mi pelvis; me encanta.
Poco después de sacarse ella misma la polla y tras recuperar el resuello, besa mi boca ("ahora hay que ocuparse de ti, mamonazo") y de nuevo se arrodilla para meneármela y mamarla ("me encanta sentir tu polla morcillona dentro de mi boca y notar como se pone bien tiesa y dura") hasta que considera que ya vale y sin necesidad de indicarle nada, se tumba boca arriba con las piernas bien abiertas, los pies apoyados en la cama y el culo casi en el borde, ofreciéndome su bonito duro trasero ("encúlame bien, ya sabes que eso me gusta mucho y aún sigo caliente"). A pesar de sus prisas suelo meterle varias veces los dedos corazón e índice impregnados de suave gel lubricante, adelante y atrás, a derecha e izquierda, en círculos, e inmediatamente después no me cuesta ningún trabajo meterle el glande con un empujón constante y seguir lentamente, poco a poco, hasta que, cuando le tengo dentro casi toda la polla, empiezo a sentir que me la empuja hacia afuera y luego la absorbe hacia adentro; el jueguecito de succión y expulsión es tremendamente excitante y casi sin necesidad de moverme le pego una estupenda follada en el culo. Me corro en pocos minutos y en cuanto se me baja un poco, la retiro de golpe, tal y como a ella le gusta, momento que en bastantes ocasiones coincide con una nueva corrida de Bila, quien no ha parado de masturbarse el clítoris a gran velocidad durante toda la follada.
Desde hace ya algún tiempo, cuando no puedo mantener una buena erección durante todo el rato, hacemos uso de un pollón de silicona, más grueso y largo que la mía, que además es un potente vibrador capaz de arrancar de mi mujer abundantes gemidos y gritos de excitación, provocándole unos tremendos orgasmos y excitándome también a mí, una vez logré superar la frustración que durante algún tiempo me supuso utilizar "ayudas" para satisfacer a Fabiola.
Tratamos con mucha gente, no sólo por la naturaleza de nuestra actividad empresarial sino porque en una ciudad pequeña todo el mundo se conoce y la hipocresía social es muy grande entre "la buena gente de toda la vida", así que tenemos siempre presencia en los distintos actos sociales que se organizan, lo que también nos sirve de publicidad para nuestros negocios. Amigos de verdad, pocos y escogidos, pero entre todos destaca la socia de mi mujer en el gimnasio: María de la Alegría.
Alegría o Ale, para los conocidos, es un par de años mayor que Bila y está considerada en la ciudad como si fuera la oveja negra de las mujeres de su generación: soltera tras divorciarse dos veces, sin hijos, con fama de progre, no se corta a la hora de exhibir sus ligues, casi siempre mucho menores que ella, y día sí día no de fiesta en fiesta, escandalizando a los muchos hipócritas biempensantes que por aquí tenemos. Por encima de cualquier otra consideración, es una buena amiga, inteligente mujer y estupenda persona. Desde hace unos dos años es nuestra amante, de Fabiola y mía, de los dos, juntos casi siempre y por separado de manera esporádica, en mi caso, porque con Bila sí tiene actividad sexual de pareja bastante más a menudo.
Para mí todo este asunto comenzó tras uno de los cíclicos fracasos sentimentales de Alegría, lo que le provocó un bajón de autoestima y la peregrina idea de que ya era vieja, nadie la quería y su cuerpo no despertaba pasiones. Al igual que en muchas otras ocasiones se vino a vivir a nuestra casa y durante un par de semanas no dejó de auto compadecerse, derrumbada en un sofá, al mismo tiempo que se consolaba viendo telenovelas mejicanas en la tele y con copazos de ginebra holandesa con tónica y un chorrito de limón, su bebida preferida.
Una noche de viernes, ya bastante tarde, en la que los tres nos hemos pasado de gintonics, sintonizamos en la tele una peli porno para que no nos dé el muermo y no quedarnos dormidos. Según se desarrollan en la pantalla las distintas escenas sexuales vamos haciendo comentarios jocosos y chistes que poco a poco van languideciendo hasta que tras una supuesta brillante broma por mi parte que no despierta ningún eco en las dos mujeres, me vuelvo hacia el sofá en el que están sentadas y veo como se están besando, comiéndose la boca con ganas, con juegos de lengua y labios, moviendo la cabeza para conseguir mejor postura, con los ojos semicerrados, con una tremenda expresión de lujuria en el rostro y respirando cada vez con más fuerza. Durante unos momentos Fabiola me mira directamente a los ojos con expresión tímida, como disculpándose, con ciertas dudas ante mi posible respuesta, e inmediatamente vuelve a enterrar su lengua en la ansiosa boca de su amiga.
Ni siquiera me supone una sorpresa. Me gusta lo que hacen, me parece natural (es lo primero que me viene a la cabeza en esos momentos) y ver a Bila y Ale besarse con deseo y, poco a poco, meterse mano y acariciarse mutuamente las tetas, las caderas, los muslos, me excita un montón. ¡Joder, me estoy poniendo muy cachondo! Saco de los pantalones mi rabo, ya tieso y duro como en las grandes ocasiones, comenzando a meneármelo al mismo tiempo que las dos mujeres se desnudan quitándose la ropa a tirones, con mucha prisa.
En el gimnasio, en la piscina, en la playa e incluso en casa, he visto a Alegría con muy poca ropa y siempre me ha parecido una tía buena en el pleno significado de la expresión, aunque nunca la he visto completamente desnuda hasta este momento y me dedico a admirar su cuerpo mientras mi excitada polla me exige que siga cascándomela en un lento y constante sube-baja.
Es una mujer guapetona, con rostro de rasgos duros, con bonitos ojos de color gris claro, gruesos labios rojos carnosos, estatura mediana, piel morena de sol sin marcas de bañador; rellenita, un poco pasada de quilos, con pechos grandes ya algo caídos pero tremendamente llamativos: picudos, muy juntos, dibujando un sugerente apretado canalillo, con oscuros pezones rugosos, gruesos y largos situados en una areola rojiza muy grande; estómago abombado, algo de tripa, caderas anchas que albergan un estupendo culazo en forma de pera, quizás demasiado grande; piernas torneadas, muslos fuertes y completamente depilada, excepto el cabello y las negras cejas y pestañas. Sí que está buena, sí; con el impactante añadido de un morboso corte de pelo más propio de un soldado: muy corto, con flequillo y raya a un lado y teñido de brillante negro azabache. Coño, es lo que por aquí llamamos una "verdadera hembra camera". Qué excitante es ver desnudas a ambas mujeres acariciándose en busca de su orgasmo. ¡Tengo la polla más dura que un cacho de hierro!
Fabiola ha tomado la iniciativa y lleva ya algunos minutos comiéndole el coño a su amiga: sujeta con ambas manos las rotundas caderas de Alegría a la altura de la cintura y lentamente, sin prisa pero sin pausa, lame con su lengua, además de con labios y dientes, todo el rasurado y empapado sexo de la guapa morena, quien con los ojos cerrados gime y habla sin parar en voz todavía baja. ¡Me resulta tan excitante ver a mi mujer enterrando la cara en el coño a su amiga! Pasados algunos minutos, Ale se incorpora y cambia su postura lo suficiente como para poder mamar golosamente los pezones de su amante, mientras sigue recibiendo de ella caricias en el mojado sexo. Yo estoy muy excitado y me acerco para ver mejor, además de desnudarme completamente, lo que provoca una exclamación por parte de Alegría: "¡qué polla más grande!, qué callado os lo teníais los dos; ven, dámela, la quiero para mí". Dicho y hecho, logro sentarme en medio de las dos mujeres en el sofá en el que están y me convierto en un pulpo hiperactivo que no deja de tocar, besar y lamer a las dos mujeres.
Creo que nunca hasta ahora había mamado unos pezones tan gruesos y duros como los de Alegría, son verdaderamente espectaculares, parecen dedales de oscuro color granate, y se los muerdo y estiro con los dientes (a mí me encantan los pezones de mujer, me gusta disfrutar de ellos suave y cariñosamente, pero también, cada vez más, me pone a mil castigarlos algo más de la cuenta). La morenaza hace un amago de queja ("me haces daño, cabrón, pero me excitas") y yo decido que ya quiero follar: pongo a la mujer a cuatro patas mirando hacia una risueña Bila que me anima en voz baja ("tíratela ya, vamos, mi amor; te va a gustar mucho"), me coloco detrás y con un constante fuerte empujón inserto la polla en su sexo caliente y acogedor ("qué pollón tienes, cómo me llenas") empezando un lento y profundo metisaca ("síííííí, fóllame; dame gusto, estoy muy cachonda").
Mi mujer se coloca tras de mí, se dobla por la cintura, con sus manos separa mis nalgas y lame mi culo arriba y abajo en la raja, profundizando en mi ojete. Su lengua se ensancha y engorda o se hace fina y larga según dónde esté chupando; es algo que sabe que me vuelve loco y me pone cachondo como un verraco en celo. Fabiola, si está alegre y contenta conmigo, me lo hace de vez en cuando como si me diera un premio por buen comportamiento. Es una maravilla, y hoy parece estar especialmente motivada.
Ale lo nota rápidamente porque la follo con más rapidez y fuerza. No quiero correrme aún e intento hacerlo durar, pero me da miedo que se me baje antes de tiempo y apenas duro adelante-atrás una docena de pollazos más y me corro soltando varios potentes chorros de lefa e intentando mantener el rabo dentro de la mujer ("sigue, sigue, no la saques") hasta que noto unas fuertes y rápidas convulsiones vaginales en el momento en el que Alegría se corre sonoramente ("aaayyyyyyy, aaahhhhhhh"), gritando de manera verdaderamente escandalosa.
Me levanto satisfecho del sofá aún con la respiración agitada y en lo que tardo en prepararme una copa antes de sentarme en uno de los sillones, las dos mujeres ya se están comiendo la boca, se dan besos y bocaditos a lo largo del cuello, los hombros, el lóbulo de la oreja y, poco a poco, van acercando las bocas a los respectivos tiesos pezones que, por turno, lamen, chupan y mordisquean, obteniendo gemidos y exclamaciones de excitación por parte de ambas.
Es estupendo ver tan cachondas a estas dos atractivas maduras, que se comportan con el ardor y el deseo que se les supone a las jovencitas. Por desgracia mi polla no da de momento señales de vida a pesar de que me acaricio intentándolo, pero aun así me resulta tremendamente gratificante ver a Ale encima de Bila y observar como ambas se abrazan enfrentando las tetas y moviendo las caderas restregándose el pubis con urgencia. Están excitadas, mucho, y tras acomodarse sobre el sofá, ambas llevan su mano a la búsqueda del clítoris de la otra para buscar el placer de su amante. No dejan de hablarse, aunque no logro entender nada de lo que dicen hasta que mi mujer empieza a correrse ("no pares, sigue; más de prisa, más") y durante bastantes segundos se queda quieta y en tensión con los ojos cerrados apretando fuertemente los párpados y la boca muy abierta, hasta que tras dar un largo sonoro sollozo, se ríe y sujeta la mano de Alegría para que deje de acariciarle el sexo ("ya vale, ya; ya no quiero más").
Ale se desploma sobre el sofá y sigue tocándose el sexo suavemente hasta que Bila se despereza ("qué gusto me das; te vas a enterar tú ahora") y se lanza como una loba a lamer, chupar y mamar el rasurado coño de su amante. Alegría aguanta poco rato el ritmo tremendo que impone mi mujer y se corre durante muchos segundos en los que no deja de gemir y dar grititos en voz alta. Al poco, después de dar un suave beso a mi mujer en los labios, se levanta, me hace una leve caricia en la mejilla y marcha con prisa camino del cuarto de baño ("no aguanto, me hago pis").
Después de encender un cigarrillo y compartir unos tragos, me confiesan que llevan algo más de un año follando entre ellas y que nada me habían dicho porque pensaban que quizás no sabría entenderlo. La verdad es que el asunto, al principio, no me gustaba especialmente, es más, me veía a mí mismo como si fuera una especie de cornudo consentido, además de tener la sensación de ir haciéndome viejo y no valerle, sexualmente hablando, a mi mujer. Está claro que de vez en cuando un excitante y gratificante trío conmigo presente, vale, pero otra cosa más seria o duradera y sólo para mi mujer, no sé, no me agrada o quién sabe, quizás me de miedo que a Fabiola le guste demasiado y pueda pasar de tener sexo conmigo.
Poco a poco he ido asimilando el asunto y como sentimentalmente me siento más unido que nunca a mi mujer, considero que su satisfacción y placer son más importantes que unos supuestos principios personales más o menos impuestos por motivos de edad. Además, es que esta situación me complace, me excita y obtengo gran placer de ambas mujeres, lo que ya es motivo más que suficiente para estar contento y no comerme la cabeza con tonterías. Lo que tenga que venir ya llegará.
Las sesiones sexuales que nos montamos suelen ser siempre muy parecidas: los tres nos besamos, acariciamos y metemos mano durante un buen rato y cuando mi rabo está convenientemente tieso y duro, una de las dos mujeres me lo suele mamar hasta que, ya con muchas prisas, se lo meto a la otra. Después de mi corrida las mujeres se lo hacen entre ellas mientras las miro y, si logro una nueva buena erección, penetro a la que antes dejé sin polla o, si la cosa no prospera y les apetece, utilizo algún consolador para darles gusto. Más o menos, con algunas variaciones dictadas en cada momento por las ganas o el capricho de las mujeres, que son las que suelen llevar la iniciativa, siempre nos lo hacemos así.
Últimamente el guión es algo distinto porque mi culo se está convirtiendo en la estrella de nuestro show sexual
No recuerdo cuando fue la primera vez que me dejé penetrar el culo por Fabiola, lo más probable es que accediera en alguna desenfrenada noche de fin de semana y dado que me gustó, desde entonces siempre me excita que mi mujer juegue con mi culo y, sobre todo, me penetre con su lengua, con los dedos y con alguno de los juguetes con los que a menudo acompañamos nuestras sesiones de sexo. El calentón que nos pillamos se traduce en tremendas folladas y gratificantes corridas.
Como ambos le cogimos gusto al asunto y quedó incorporado a nuestros juegos y prácticas sexuales habituales, fue lógico que más pronto que tarde Alegría también quisiera darme por el culo. Lo hace a menudo.
Ambas mujeres me calientan acariciando, besando y lamiendo todo mi cuerpo, hasta que Ale se levanta en busca del consolador con el que quiere penetrarme. Yo me tumbo boca abajo en la cama y durante bastantes minutos Fabiola utiliza labios y lengua para comerme el ano, además de penetrarme un par de centímetros con sus dedos, impregnados de lubricante. Poco a poco va entrando cada vez más dentro, con los dedos juntos, intentando que se produzca una fácil apertura. Como ya estoy muy empalmado, me pongo boca arriba para recibir unas cuantas chupadas en la polla mientras espero a ser enculado por Alegría, quien desnuda, calzada con elegantes sandalias negras de afiladísimo alto tacón y llevando puesto un arnés de suave tejido elástico que más bien parece una braga tanga, lleva varios minutos observando sin dejar de acariciarse el sexo y poniendo lubricante sobre un corto y grueso consolador (de tres dedos de ancho) de silicona, de color carne, rugoso, con hinchadas venas en el tronco, que se introduce en la vagina ("guau, cómo me llena este gordito") y sujeta por dentro del arnés. Después coge otra polla más larga, más estrecha y levemente curvada hacia arriba, que sujeta por fuera de la braga, pone en su cara una curiosa expresión morbosa, me cambia de postura ("ponte a cuatro patas, maricón, como las buenas putas"), me da un par de fuertes sonoros azotes y acerca la punta de la polla a entrada de mi ano ("qué ganas tengo de romperte el culo; no sabes lo cachonda que me pones").
Miro al espejo y observo como la mujer sujeta el consolador con la mano derecha, apoya su mano izquierda en mi cintura y empieza a respirar sonoramente al mismo tiempo que empuja intentando penetrarme. Tras uno o dos intentos noto la presión continuada de la cabeza de la polla contra mi ano, que se abre sin problemas y poco a poco entra en mí la lubricada tranca de silicona. Me gusta, vaya si me gusta, y a Ale también, quien no deja de decirlo a gritos según su costumbre ("es estupendo; cabrón, cómo me pone darte por el culo").
Mi mujer se mete mi polla, cuando está ya palpitante, grande, tiesa y dura, en la boca para darme una mamada cojonuda, de las de verdad, chupando, lamiendo, ensalivando, mordisqueando, marcando la mordida, aspirando, metiendo ruido, buscando mi orgasmo sin que Alegría pare ni un solo momento de follar mi culo dándome unos tremendos pollazos, llegando muy dentro, con un ritmo rápido y constante, que me lleva a explotar de gusto en una corrida larga, fuertemente sentida y compartida, pues durante toda mi suave y blanda eyaculación, Bila bebe mi semen y mama mi polla hasta que le pido que se detenga.
Alegría suele parar en ese momento de follar mi culo, saca de prisa la polla de silicona, rápidamente lo limpia con una toallita higiénica, le pone un condón y ansiosa, con la respiración entrecortada, urge a Fabiola para que se tumbe en la cama ("vamos chocho, ahora vas tú"). Se la mete de un solo golpe y le pega una tremenda follada durante bastantes minutos durante los que no deja de gritar frases que a ambas excitan aún más ("qué caliente estoy, zorra; qué puta me ponéis los dos") hasta que se corren, primero Ale, con sus habituales escandalosos gritos y poco después Bila, quién no ha dejado ni un momento de acariciarse el clítoris y pellizcarse los pezones.
No me aburro, desde luego que no. El sexo con mi mujer y nuestra amiga amante me gusta, tanto como que he olvidado ya las dudas que tuve en algún momento y en más de una ocasión pienso que me hubiera gustado probar años antes. Bueno, como se suele decir: "nunca es tarde si la picha es buena". Que el cuerpo aguante.
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