Amanecer entre las calles, el camino hacia el mismo lugar cada vez se hacía mas infinito, era un día común, era un día rutinario... era.
Cuando llegué a aquel paraje, el olor a motores deslucidos y grasas viriles provocaba rebeldía en mi interior. Nada había cambiado, las mismas personas, las mismas oficinas, los mismos saludos, los mismos materiales, pero yo podía ver mi instinto carnal entre ellos, un ardor lujurioso y reprimido que vagaba de forma fantasmal entre los muros de aquel taller.
Entre los pasillos sonoros de chismes y teclas me encontraba, rodeada de perfume blanco y cristalino, lejía aclarada y fregonas usadas. La sala de espera se hacia interminable, nada quedaba limpio y la suciedad aumentaba a la vez que lo eliminaba, allí mirando hacia el suelo en silencio, febril e inquieta. De repente una niebla densa y calurosa se colaba por debajo de aquella puerta cerrada, el límite de lo prohibido, la puerta de la perversión. No podía respirar y me frotaba la piel sudorosa débilmente, la niebla me arrastraba hacia la puerta, la visibilidad se hacia cada vez más defectuosa y entré aterrizando en un mundo extraño, un lugar que no había percibido nunca pero que me resultaba familiar. Los antiguos baños allí situados eran distintos, el suelo era de mármol y el mobiliario de un color vino intenso, había espejos por todas partes y se adentraba una brisa de rosas primaverales. Notaba como las rosas me invadían dentro y desprendía un olor suave y sensual. Algo me había poseído, un especie de hechizo libidinoso; salí de aquel lugar y caminé lentamente hacia delante entre el pasillo estrecho cubierto de piezas mecánicas, dejando alrededor huellas perfumadas. Allí estaba él, mirando papeles silencioso y concentrado apoyado sobre la alargada mesa de recepción. Me deslicé hacia él lentamente quedando al frente de sus ojos oceánicos, su mirada se clavó en mí sorprendido y extrañado por mi rostro lascivo. Mientras nos mirábamos coloqué mi mano derecha en la mesa y empecé a rozarla suavemente con la yema de los dedos mientras caminaba en dirección a mi hogar, aquel mundo extraño, aquel baño pecaminoso. Mientras lo hacía, cerraba los ojos e impulsé mi cabeza hacia atrás de forma sensual , dejando caer mi cabello largo por la espalda. La niebla de rosas salía de mi interior hacía su piel, su olfato, sus ojos. El no dejaba de observarme pero su mirada esta vez era distinta, perversa, apasionada y deseosa.
Cuando estaba en aquel insólito baño, oí un ruido detrás de mí, me volví apresuradamente sabiendo quien era. Era él, no decía nada sólo me miró en silencio durante unos segundos; tras éstos rompió la insonoridad sujetando mis brazos fuertemente y empujándome contra la pared. Mi rostro se inundó de deseo mientras su alma salvaje se apoderaba de mí. Mis brazos estaban sujetados hacia arriba, mientras con la mano derecha apretaba mi pecho endurecido. Sus labios acariciaban mi cuello mientras sus dientes resbalaban sobre la piel ascendiendo hasta mis labios mientras le provocaba con movimientos lúbricos. Mi vestido antes blanco, se transformó en un color rojo intenso de forma sobrenatural, y se resbalaba entre el cardo de la pasión, dejándome húmeda y sedienta. Con los ojos cerrados y el pelo sobre mi cara me dejaba tocar mientras me mordía el labio; él agarró fuertemente el vestido a la altura de los hombros y lo desgarró dejando entrever uno de mis pechos, le empujé hacia atrás separándolo de mí, y él se quedo quieto observándome. De mi rostro salió una sonrisa maliciosa y empecé a acariciarme el cuello, bajando lentamente hacia el pecho, rodeando los pezones con la yema de los dedos, seguí hacia abajo apretando en vestido mientras mis caderas se pronunciaban hasta la zona púbica. El olor a rosas se desprendió como un manantial de pasión por toda la zona penetrando en las personas que allí, en aquel paraje se encontraban; era una conexión traída del infierno, un virus de perversión que agonizaba a todo ser vivo que se hallaba alrededor de mí. En otras zonas del taller, la gente parecían diablos movidos por hilos de deseo, se aglutinaban entre ellos, se miraban, se tocaban, experimentando el cuerpo, la carne, la sangre caliente, guiados por ese extraño olor primaveral. La niebla cada vez se hacía más densa y el tacto más necesario, hasta provocar el éxtasis, cuerpos desconocidos adoptando una forma innata de placer, eran animales, lobos hambrientos acechando a la presa, una orgía sangrienta liberada para saciar toda represión contenida en ellos por una vida rutinaria; se observaban ellos mismos, sus cabellos se extendían, y sus cuerpos se transformaban en seres tenebrosos emitiendo aullidos entre sangre, mordiscos y sexo.
Él cada vez más invadido por el ansia se dirigió hacia mí, me cogió en brazos y me sentó sobre el lavabo, yo luchaba contra algo que me poseía, sentía un impulso agresivo que me asfixiaba, mis colmillos estaban afilados y mi piel enrojecida, deseaba saborear su ser, su sangre, su piel, su olor. Mis uñas se endurecieron y las caricias se convertían en arañazos suaves y profundos. Me abrió las piernas lentamente, y me penetró, estaba dentro de mí, podía sentir su corazón, su alma mortal. Me incliné hacía él, y empecé a beber de su pecho la sangre derramada, era dulce y caliente, los movimientos eran mas intensos y alarmantes, el calor vaporizó aquella habitación y casi era imposible la visibilidad, no hacía falta ver solo sentir, deseaba absorberle, alimentarme de él, me agarró del cabello mientras yo permanecía con los ojos cerrados, empecé a gritar, a aullar, a gemir; el me besaba los pechos, nuestras piernas chorreaban gotas de excitación, vi su cuello caliente, de piel fina y débil y mi lengua la rozaba suavemente saboreando su ardor, mis colmillos chocaron con su piel y apreté sutilmente, el gimió bruscamente al llegar al éxtasis delirante y abestiado, yo abrí los ojos mientras le lamía y pude ver que a nuestro alrededor había centenares de lobos oscuros hambrientos observándome, yo sonreía derramando un pequeño hilo de sangre entre mis labios y ellos empezaron a aullar, aquel extraño ritual, aquel acto de brujería libidinosa se transformó en una comilona masiva de pecado.
Cerré de nuevo los ojos, él estaba abatido y débil, lo abracé y coloque su cabeza en mi pecho mientras le acariciaba el cabello, miré hacia la luna escondida y sonreí entre esa bella melodía nocturna.
Cuando abrí de nuevo los ojos, me encontraba en otro lugar, el punto de partida, perdí la noción del espacio y del tiempo, ¿dónde estoy?, observé a mi alrededor confundida y pude ver que el baño ya había perdido su transformación, que el olor a rosas se había convertido en un posesivo bálsamo de lejía y jabón; el bello cántico de los lobos habían sido absorbidos por voces humanas, estaba sentada en el suelo, me sentía cansada y tenía frío, me di cuenta de que todo había sido una alucinación o una fantasía que profundizó en las raíces de mi conciencia. Me levanté asustada, corrí hacía el pasillo y pude verle a él apoyado en la mesa de recepción trabajando, me di la vuelta y me dirigí hacia las oficinas, las bestias hambrientas ahora eran humanos estresados y vacíos. Me quise marchar de allí, huir de aquel mundo previsible, así que en silencio guarde los materiales de nuevo mientras mi mente navegaba entre recuerdos y melancolía. Pretendía salir de allí por la puerta de recepción para verle de nuevo a él y poder guardar sus bellos ojos; anduve despacio entre los pasillos mirando hacia el suelo avergonzada y temerosa, cuando iba a salir, me paré frente a él, le dije adiós, él me miro fijamente durante unos pocos segundos, nunca lo había hecho de aquella forma y me pareció extraño, sonrió y dijo: llévate a tu amigo contigo. Yo no sabía que significado tenía aquella frase y me quedé en blanco, señaló con su mirada penetrante hacia mi derecha. Cuando me volví impulsivamente vi a un lobo negro, calmado, dócil, tranquilo pero con ojos salvajes e infernales mirándome.
El cuento de una imaginaciòn increible.Me gustò pero me sentì contrariada por su final.Mi enhorabuena Kitiara.Un saludo Paloma