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Paquita (2)

P R I M E R D I A
- 2 -
Hoy, temprano, preparo lo necesario para una estancia tan corta, el verano ofrece la ventaja de permitir viajar con exiguo bagaje, basta dos o tres cómodos "bermudas" y otros tantos niquis, para alternar, y calzado cómodo que excluya los calcetines, sin olvidar el imprescindible bañador, todo lo cual introduzco en accesible bolsa. En estos momentos visto pantalón largo.
Busco a mi esposa, que está como siempre atareada en las faenas de la casa, y le reitero la invitación a acompañarme. Contesta --¡como no!- con un bufido. No insisto. A pesar de todo, al despedirme lo hago con un beso en la mejilla.
--Que te diviertas, --se limita a decirme con tono áspero.
--¡Gracias, lo intentaré! --contesto alegremente, sin darme por enterado de su rabieta.- ¡Bueno, hasta la vuelta! --le digo al trasponer la puerta de la calle que cierro tras de mí.
Voy al garaje por el vehículo.
El viajar siempre despierta en mí una exultación embriagante, como si flotara; representa adentrarme en lo desconocido intuyendo la aventura, con el olvido liberador de cuanto dejo atrás.
Por las familiares calles de Barcelona me encamino a buscar a Paquita.
- 3 -
Puntual llego a su domicilio a la hora convenida. La llamo por el interfono de portería y no tarda ni diez minutos en reunirse conmigo. Va provista de un pequeña maleta y el estuche de aseo, de lo que me hago cargo y acomodo en el maletero del vehículo
Después del tiempo que llevo sin verla, al contemplarla de nuevo no puedo por menos que felicitarme de la elección: ¡Paquita es una mujer hermosa con aspecto elegante y desenvuelto que derrocha juventud y simpatía! Viste blusa holgada y falda corta, que realzan y ponen en evidencia apetitosos encantos, unos a simple vista perceptible, y otros, aunque vedados, que se presienten y adivinan. Su atuendo veraniego, informal y suelto, al permitir que el cuerpo se manifieste libre, hace que se muestre sexualmente excitante; en fin, ¡qué esta cómo para comerla!
Nos saludamos amistosamente, pero sin demostrar excesiva efusión; nos asusta el "cuchicheo aleve" --que escribió el poeta-- del vecindario.
Instalados en el coche, partimos por el Paralelo a coger el cinturón de ronda para entrar en la A-7, que en La Junquera enlaza con la autopista francesa.
Paquita se demuestra envarada y tensa, como si estuviera avergonzada de la decisión que adoptó; no me resulta raro, pues en puridad apenas nos conocemos, nuestro trato hasta ahora, como ya dije, ha sido circunstancial, con motivo de un pleito en el que siendo ella parte yo intervine.
Desde el encuentro mantenemos un trato circunspecto, igual que lo tuvimos antes de embarcarnos en esta aventura. Me afano en ganar su confianza conversando de temas intrascendentes, y con premeditación soslayo cualquier cuestión que incida con el viaje, para evitar que su planteamiento predetermine comportamientos futuros, como puede ser el hecho de pedir en los hoteles una o dos habitaciones.
Pasamos la Junquera, y nos acercamos a la capital de los Pirineos Orientales franceses sin que ocurra nada digno de mención.
Ya en Perpiñán hacemos un alto para comer en la Brasserie du Palais, donde nos sirven gambas flambeadas, cock maison y, de postre, tarte tatin; como mientras conduzco no tomo bebidas alcohólicas, pido una cerveza y Paquita, más sobria, simplemente agua mineral.
El café lo tomamos en la Plaza de Aragón, en la terraza al aire libre que hay debajo del restaurante.
Un mechón de pelo rebelde cubre los ojos de Paquita. Me tomo la libertad de ponerlo en su sitio y luego paso la mano dulcemente por su mejilla, lo que agradece con una afable sonrisa. Ha sido un gesto. ¡Simplemente un gesto! Pero este gesto tiene para ambos la virtud de crear una atmósfera de confianza que da cabida a un nuevo clima de intimidad, que al levantarnos de la mesa se manifiesta en cogernos del brazo para pasear por los Quai, la Promenade des Platans hasta los Jardines, y regresar, pasando por delante del Castillet, al punto de partida, para instalarnos de nuevo en el coche y reemprender la marcha.
Llevamos juntos medio día y nuestra relación sigue imbuida por ese distanciamiento consustancial a personas extrañas. Es cierto que existe trato muy cordial, pero sin que en él afloren todavía síntomas de familiaridad.
- 4 -
Viajamos por la autopista A-4 del itinerario europeo. Conduzco distendido, sin prisa. Después de comer, como si la ingestión de los alimentos renovara mis energías, indefectiblemente soy proclive a una verbosidad incontenible. Tal vez mi elocuencia carezca del trivio, es decir, de las artes de la gramática, retórica y dialéctica, pero ello no constituye freno a mi locuacidad, que fluye de modo incontinente en cuanto tomo el uso de la palabra; hablo sobre lo divino y lo humano de modo indiscriminado sin que me atenga en absoluto a tema o cuestión preconcebida; es como si soñara en voz alta, y cabría decir me ocurre lo que a Salvatore Rosa, poeta italiano del siglo diecisiete, que afirma:
Esté sentado o recto
vaga mi mente en feliz desgaire,
y sin ser arquitecto
labro siempre castillos en el aire.
En estos momentos, en que la comodidad y seguridad de la autopista relajan mis sentidos, el paso por Perpiñán actúa como un detonante de la memoria, despertando en ella efemérides dormidas. Mi facundia se desata trayendo a colación el recuerdo de escapadas que hace unos años, durante la dictadura de Franco, nos traía a estas tierras para gozar de la libertad que se nos prohibía en casa. Sin que me aperciba de que hablo en voz alta, explico:
-En la mente aparece nítido la imagen de una joven casada que vive en el piso de encima de mi despacho, que un buen día decidió con su tía ir a Perpiñán a ver la película Emmanuelle, cuya fama transcendió las fronteras, adquiriendo en España una resonancia inaudita. Es Ella la que sugiere la idea de reservar una habitación en el hotel Delseny, en donde nos reuniremos una vez pueda zafarse de la tía.
El recuerdo se hace vivo, exigente, al punto que en el pensamiento se esfuma la presencia de Paquita. Hablo para mí, en soliloquio. Las palabras adquieren interesencia al momento que la memoria revive.
-Entro en el cine, donde, no obstante la obscuridad, veo a tía y sobrina enfrascadas en la contemplación de la película. Me sitúo unas filas detrás y, al acabar la sesión, procuro hacerme presente, pero sin que se aperciba la tía; una sonrisa casi imperceptible de Ella acusa la complacencia le causa mi presencia.
"Para evitar ser descubierto por la tía, escabullo del cine y voy directo a la habitación del hotel, en donde, a fin de obviar la espera, procedo a ducharme y a friccionar el cuerpo con loción de colonia.
"Al no disponer de ninguna clase de lectura, tendido desnudo en la cama entretengo el tiempo con lúbricos pensamientos, que tienen la virtud de despertar al aguerrido paladín que se alza de mi cuerpo enhiesto y retador para evidenciar su existencia.
"Oigo discretos golpecitos, y adivinando quién es corro raudo a abrir la puerta, guareciéndome detrás de ella para evitar que alguien, que esté en el pasillo, descubra mi desnudez. Una vez Ella dentro, cierro, y sin mediar palabra o gesto de salutación sujeto por los hombros y doblego hasta que hinca de rodillas. En esta posición, le presento al belicoso guerrero.
"¡Qué acogida!, ¡qué entusiasmo! Ella lo aprisiona entre sus manos, con mimo lo acaricia dulcemente, besa con manifiesta ilusión y apasionada lo introduce en el estuche jugoso de su linda boca. Así entrelazados retrocedo, Ella lo hace de rodillas, hasta alcanzar la cama en la que me acuesto con las piernas fuera, abiertas en compás.
Mientras hablo, la mano izquierda sujeta el volante y la derecha subraya con gestos las palabras. En un momento dado doy cuenta de la existencia de Paquita. Negligente dejo sobre su muslo posar esa mano volatinera. Paquita no la rechaza. Y ahí queda la mano inerte, testimonial.
Sigo el soliloquio:
-Engarzada entre mis piernas, Ella sigue entregada a la vorágine de rendir las mayores zalemas con la lengua al egregio prisionero aherrojado por los prietos labios. A la legua se advierte el cúmulo de incentivos que le mueven: las escenas escabrosas de la película Emmanuelle; hallarse en ciudad extraña; la ilusión de la aventura que protagoniza, todo influye para que exacerbada intente, hasta que lo logra, alojar al voluminoso húsar en el receptáculo exquisito de aterciopeladas y cálidas paredes. Me pregunto, admirado, ¿como es posible sin atragantarse quepa todo en su boca? Sospecho ha debido leer el Diario Intimo de Linda Lovelace y ceñirse al método que tan prolijamente en él explica para que el prisionero se adentre en la garganta profunda. Abstraigo de este pensamiento, a fin de concentrar toda la atención para lograr que mi agasajado adminículo corresponda activamente al delicioso trato de que es objeto, y así éste se empeña en devolver agradecido tales arrumacos con roces pertinaces y sugestivos que, según son recibidos, bien a las claras prueban el placer que dispensa a las mucosas que lo arropan.
"Después de largo rato dedicados a estas caricias mutuas, en que ella se deleita, le retiro de la boca el exquisito chupete, y levantándome del lecho me sitúo a sus espaldas. En un periquete la desnudo. Poso las manos en sus caderas, carnosas y bien redondeadas, distendiéndolas cuanto puedo hasta dejar bien visible los tesoros que encierra el canal que las separa. Un reducto, minúsculo y rosado, se muestra incitante y tentador a las apetencias de cobijo que reclama mi fiel vasallo. Éste, envalentonado por su anterior éxito, se lanza con denuedo a la nueva conquista, y sin arredrarse ante la pequeñez de la puerta de acceso porfía voluntarioso hasta adentrase en la morada estrecha y cavernosa. El grito de angustia que Ella profiere, da fe de lo penoso que le resulta la intromisión tan inesperada y violenta del audaz conquistador. Ante esta muestra de dolor, el intruso queda quieto, expectante, pero gozando del calor y agradable tacto que lo envuelve.
"Contribuyendo a la esforzada labor del paladín batallador mis manos no restan ociosas: con suavidad de pluma de ave, la una aletea sobre el montículo incipiente que destaca en el gemelo tesoro orlado de hebras de oro que se muestra en el descubierto canal, mientras la otra no ceja de rendir pleitesía a los hemisferios que sobre el pecho se alzan altivos con la suave dureza al tacto del fruto en sazón. Enardecido por las reacciones que en Ella fomenta la caricia, pellizco los grumitos de carne en que se recogen esas semiesferas, y extasiado compruebo que por momentos endurecen como botones de nácar. Con inefable embeleso percibo el instante en que Ella contonea las caderas con ritmo cadencioso, fiel indicio de que el dolor que le produjo la ultrajante violación desaparece barrido por el placer que nace, para, enseguida, ¡crecer, crecer y crecer hasta alcanzar el paroxismo!, que se patentiza obsceno con el desbocado galopar de sus caderas y el irreprimible grito que llena la estancia.
"¡Mi encantadora y concupiscente amante alcanza así la cima de su irrefrenable deseo y del ansia de placer que la movió a tan singular aventura.
(Continuará)
Datos del Relato
  • Autor: ANFETO
  • Código: 1313
  • Fecha: 07-02-2003
  • Categoría: Varios
  • Media: 6.12
  • Votos: 145
  • Envios: 0
  • Lecturas: 5005
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1 comentarios. Página 1 de 1
Pau 2
invitado-Pau 2 19-09-2004 00:00:00

PAQUITA (2) (ANFETO) Sí que tiene locuacidad,en el viaje y en su reseña... Cuidado relato erótico,con riquísima adjetivación,lenguaje sutil y metafórico que da gusto leer...y pensar cuan lejos de ese auto estaba mientras manejaba... Pau 2

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