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Alfredo (II)

Desde aquel primer encuentro se sucedieron muchos más. Los viernes me venía a buscar a mi despacho en su coche, nos íbamos a algún restaurante a comer. Cuando salíamos juntos él dejaba sus bastones en el coche y aprovechábamos su lesión para que se sujetara a mi brazo fuertemente, cosa que pasaba desapercibida a los ojos de la gente. Me encantaba sentir cómo balanceaba su cuerpo apoyándose en mi brazo, me excitaba.



Después de comer íbamos a un súper para hacer acopio de lo que necesitaríamos en el fin de semana, que pasábamos entero juntos. Allí como de una pareja más y de común acuerdo, hacíamos la compra.



Si lo que habíamos comprado no necesitaba ser puesto con premura en la nevera, nos acercábamos al cine o al teatro, aunque yo prefería el cine, ya que su oscuridad nos permitía besarnos y tocarnos sin pudor ni reparo.



De regreso a casa, hacíamos la cena y nos dábamos una amplia y suculenta sesión de videos, que nos ayudaban a ponernos cachondos en muy poco tiempo.



Aprendí a ponerle y quitarle su aparato, cosa que me volvía loco y a él también. Lo hacía con lentitud y regodeándome mientras él acariciaba con sus manos mi pelo, metiendo sus dedos entre ellos. Los besos que nos proporcionábamos eran profundos y candentes, nuestras lenguas se hicieron expertas en rebuscar en la boca del otro.



Su polla me chiflaba, su huevo grande me cabía en la palma de la mano y chuparle su huevecito pequeño me llenaba de lujuria.



Alfredo y yo concluimos, en nuestras conversaciones, que no sólo nos gustábamos el uno al otro, sino que además estaríamos abiertos a otros encuentros tanto con chicos como con chicas, éramos algo bisexuales, aunque con mayor tendencia al homo.



Le dije que me atraían, desde antes de que le conociera a él, todas las personas que tenían alguna discapacidad. No le pareció mal mis gustos, es más me propuso e invitó a que asistiera a algunas charlas que se impartían en un grupo de lucha contra la eliminación de barreras arquitectónicas. Encantado acepté. Me dijo que allí podríamos conocer a chicas y chicos con otras discapacidades y que al estar los dos juntos podríamos intentar ampliar nuestro circulo sexual. Vi los cielos abiertos.



Nos compramos algunos "juguetes" vibradores, lubricantes, aceites corporales, etc. Me pidió que nos vistiéramos de chica algún fin de semana, para lo cual fuimos a unos grandes almacenes, para comprar pantys y ropa interior sexy.



Era una maravilla verle con los pantys puestos, ajustados en su pierna derecha y sobrándoles por todos lados en la izquierda. Verle caminar en casa así, sin aparato y con sus bastones, arrastrando su pierna me ponía muy empalmado y él se acercaba a mí, hasta apretarse. Forzando su cadera ponía su pierna izquierda entre mis muslos para que sintiera en mi polla y huevos lo que tanto le decía que me gustaba.



Me encantaba ponerme tras él, abrir sus nalguitas y ponerle mi polla entre ellas, y hacerle caminar desde el salón hasta la habitación, sintiendo como mi polla se movía al ritmo de su caminar cadencioso y ladeado, muchas veces me corría con esto simplemente.



En la cama éramos casi inagotables, cuando a uno se le aflojaba, la boca del otro rápidamente la ponía en su posición de trabajo. Nuestros culos conocían la lengua del otro, tanto que se dilataban sólo al primer contacto, nos relajábamos con mucha facilidad.



Juntos nos duchábamos y en una ocasión comenzó a orinar, le tomé la polla y la dirigí hacia la mía me gustó sentir el calor de su meada sobre mí. Acordamos que cada vez que uno de los dos tuviera necesidad de orinar le pidiera al otro que lo hiciera. Era como sentirnos más cercanos, más uno del otro.



En otra ocasión le pedí que folláramos sin que él se quitara el aparato, me dijo que sería incómodo pero que probáramos. Nos desnudamos y en el salón, comenzamos a besarnos y chuparnos los pezones mientras las manos acariciaban nuestras pollas y huevos y otra se entretenía en nuestros culos.



Cuando estábamos ya muy excitados, me pidió que le follara, le apoyé en el brazo del sillón con su culo hacia mí. Acerqué mi cara a sus nalgas, las abrí fuertemente con sus manos le escupí en su ojete, metí mi lengua cuanto pude, la saqué y coloqué mi polla en su cuevecita, le dije que lo haría de una sola embestida, asintió. La clavada fue monumental, pero como mi polla no es muy grande la soportó. Según me dijo luego, su culo había tenido alojadas pollas de hasta 19 cm.. Me corrí dentro de él. Una cosa quiero aclarar, nunca usamos preservativos, ambos estábamos limpios.



Cuando me corrí lamí mi propia leche, la que salía de su culo. Le volteé, me puse yo tal y como había esta él, y sin dilatarme para nada le pedí que me la metiera, que una vez mas me hiciera suyo. Lo hizo y de que manera, sentí tal placer que aunque casi me había quedado seco de leche, alguna gota logró escurrirme.



Los sábados solíamos salir a bailar, íbamos al pub donde nos habíamos conocido y donde poco a poco hicimos amistades que nos veían con buenos ojos, muchas veces comentamos que hasta había gente que sentía envidia de cómo nos comportábamos. Con algunos de ellos llegamos a intimar, pero eso lo contaré más adelante.



Los domingos nos quedábamos en casa, vestidos de chicas, y nos dedicábamos a las labores propias del hogar, limpieza, comida, etc. Cuando sobre el mediodía terminábamos nos bañábamos juntos, enjabonándonos uno al otro, entreteniéndonos en nuestras pollas, huevos y culos. Dejábamos caer adrede el jaboncillo o cualquier otra cosa para que alguno de los dos se agachara a cogerlo, momento que aprovechaba el otro para meterle la polla hasta el fondo en el culo bien enjabonado. Cuando esto pasaba el que follaba, se corría y luego tenía que aliviar al otro dándole una mamada de las que hacían época.



Entre semanas nos llamábamos a diario, hasta cuatro veces en el día y cada vez que uno requería al otro no faltábamos a la cita y a nuestra ración de sexo.


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