-¿Te gusta Amintia?- me preguntó un día Ariadna, cuando saciados por la cotidiana entrega mutua, acariciaba mi pecho con sus suaves dedos.
-Me gustas más tu-, le dije, acariciando la curva de sus nalgas.
Eso no era rigurosamente cierto: mi Ariadna tenía una carita angelical que, cuando cogíamos, adquiría unas expresiones diabólicas, unos ojazos negros igual que penas de amores; era delgada y bajita de estatura (1,55), tenía unas pantorrillas excelsas y unos pequeños pechos blancos que me enloquecían, pero Amintia, la italianita, era la reina de la escuela y más de una vez me había pajeado a su salud ¡oh, sí!
-No te pregunté eso.
-De gustarme, me gusta, ¿por qué?- reviré.
-Porque el domingo, aprovechando que te fuiste a Cuévano con la putita de tu prima, me cogí a los tanos, a los dos, y diseñamos un macabro plan del que formas parte... –me dijo.
-¿El plan pasa por Amintia?-pregunté sorprendido, porque Amintia era herma de los tanos y así como así, no concebía la idea.
-Pasa por ella, ¿te asusta?
No le contesté, o no directamente: de imaginar la escena, las dos escenas (a mi Ariadna enculada por los tanos simultáneamente, a mi dándole lo suyo a la tanita), la verga empezó a recuperar su rigor y mi insaciable amante me cabalgó por segunda vez en el día.
Saciados otra vez, le pedí que me contara. Ella me exigió que me pusiera entre sus piernas, dando trabajo a mi lengua, para que el relato tuviera su compensación, así que puse “manos” a la obra, limpiando sus labios vaginales de los salobres fluidos de que estaban cubiertos, mientras ella empezaba:
(Conviene decir que los tanos, Marco y Emilio Ventimiglia eran mellizos, estudiaban en 6º año en nuestra escuela y eran centrales del equipo de futbol en el que yo cubría con relativa solvencia la posición de lateral derecho. Eran dos chicos galanos, rubios, de mediana estatura y fuertes, cuyo padre poseía cincuenta hectáreas de buena tierra de regadío en las cercanías de mi ciudad natal, lo que en el Plan de Abajo es mucha tierra. En el corazón de la heredad tenían una bonita finca con un gran jardín y una pequeña piscina en la que más de una vez habíamos celebrado las victorias del equipo, en fiestecitas que nunca pasaron a mayores. Conviene también decir que Amintia, la reina del Cole, cursaba conmigo el 5º año; que Ariadna estaba entonces en 4º y que ambas eran porristas del equipo).
-El domingo fui con Amintia a su casa para ensayar nuevas rutinas para la porra; supuestamente también llegarían Amelia y Karina pero, gracias a Venus, no llegaron, de modo que en lugar de ensayar nadamos un rato y almorcé con toda la italiana famiglia. Luego los jefes se fueron a misa, hazme el fabrón cavor, y los tanos sacaron las chelas que le pegaron a la tanita, que se fue a dormir, no sin hacer prometer a sus hermanitos que ellos me traerían de vuelta.
Esto, amigos, no lo contó de un tirón, porque mi lengua jugaba entre sus piernas, extrayendo su dulce néctar; porque mis labios recorrían todas las suaves y expuestas pequeñas partes que forman un sexo de mujer, porque mis dientes jugueteaban con su clítoris, mientras los dedos índice y medio de mi mano derecha entraban y salían a ritmo lento en su vagina, mismo ritmo al que mi mano izquierda acariciaba apenas la cabeza de mi verga.
-Para no hacer el cuento largo, tan pronto cayó dormida la tana, me insinué sutilmente primero y abiertamente después, y a los veinte minutos ya me estaba dando uno de ellos por detrás, mientras mamaba la sabrosa tranca del otro.
-¿Así se la chupabas? –le pregunté, succionando su clítoris.
-¡Así, mi rey, así, así!!!!-exclamó, deteniendo su narración y arqueándose bajo mi boca.
Se corrió abundantemente, como acostumbraba y, para aprovechar mi erección, le di vuelta.
-¿Así te la metía? –le pregunté, uniendo la acción a la palabra.
-No, para nada: si el tanito tenía hambre atrasada, o ganas de mi.
-Claro, como no se había echado antes dos polvos con la más bella de todas las putitas...
No hablamos más: su no-relato me había puesto cachondo, y arremetía contra ella como le gustaba, gozando de la visión de sus inolvidables caderas apuntando hacia el cielo, su breve cintura, su torso recostado en la cama, mi verga que, pringosa, entraba y salía, bajo mis ojos, en la húmeda cavidad de mi inolvidable amante.
Rato después, bebiendo la última cerveza, la pedí que se ahorrara el relato de su sesión con los dos tanos y me contara su macabro plan. Y empezó:
“No te contaré, pues, que me follaron como locos, que durante tres horas fueron y vinieron a su gusto y el mío por mis tres orificios mayores, que terminé ahíta y rendida como tiempo ha no quedaba, sin ofender a lo presente.
“Fue tanto, que ya vestida les pregunté que cómo era que estaban tan cargados, mellizos, guapos, deportistas y con piscina; ¿cómo es posible –les dije- que no cojan mas?
“Me dijeron que nunca habían tenido a una como yo. Que habían cogido sirvientas y esposas de los peones, pero nunca una chica de su clase –así lo dijeron, Pablito, así.
“Me dijeron que no sabían cómo ligar, cómo convencer a una, que si no me lanzo yo con el descaro que lo hice, seguirían en las mismas.
“Yo les dije entonces que podría gozarlos para mí, pero que no era egoísta y que podríamos tender una red, que me lo dejaran a mi, que de mi cuenta corría que, si me dejaban hacer, un domingo que sus padres no estuvieran podría calentar sabroso una sesión con otras dos o tres guapas compañeras, sí...
“En su entusiasmo, amor, no escucharon el condicional, ese sí nuestro que nunca alcanza la intencionalidad del if anglosajón. Me besaron y me habrían follado otra vez, pero no los dejé. Luego les dije que tu tendrías que participar y que había una condición: que Amintia jugara también, que si íbamos a tender la red, ella sería la primera víctima. Ante su silencio les prometí que la desvirgarías con cuidado...
“Entonces, uno de ellos, Marco, creo, me dijo que no era eso, que Amintia, de virgen, nada, que se cogía al caballerango y al capataz y que se había pasado por la piedra a sus primos los Rocabruna, los otros tanos.
“Finalmente acordamos que el sábado nos reuniríamos los cinco, sin que ella supiera de que iba, para integrarlos a ti y a ella a la red, para que me gozaran por segunda vez, y para planear el plan de ataque... y la identidad de las víctimas. El sábado, porque el viernes sus padres, que cumplen sus bodas de plata, salen de segunda luna de miel a Italia, así que tendremos la finca a nuestra disposición durante tres semanas”.
-¿Y tu que ganas? –pregunté, sabiendo que mi chica no daba paso sin huarache.
-Follar rico y sabroso y tenerlos a mi disposición, como juraron, para eso y muchas cosas más...
Esa semana, por supuesto, follé como loco con Ariadna. Las perspectivas que se abrían me ponían muy mal, y la excitación apenas encontraba salida por el dulce coño de mi chica. Pasé revista a todas las compañeras, viéndolas como posibles víctimas: la sensual Amelia, la tímida Karina; la pequeña y rubia Paulina; Eréndira, la morena cachonda de largas piernas y rizada melena; la discreta e inteligente María José; la escultural Paulita; la dulce, la deliciosa Elisa... a todas las tuve en mis sueños, a todas en el cuerpo de Ariadna cuando la follaba... y aún así, llegué listo al sábado para gozar de Amintia.
Terminando el partido, que jugué a medio gas sabiendo lo que me esperaba, Ari y yo nos trepamos a la troca de los Tanos y, escuchando a todo volumen una y otra vez “La temerosa” de Rubén Ayala y los Bravos del Norte, nos trasladamos a su finca, los tres varones con el uniforme del equipo, ellas ataviadas como porristas.
Media hora después estábamos descalzos, tirados en el fresco césped bebiendo cerveza. Yo tenía la verga amorcillada por los besitos de mi Ari y el deseo de Amintia. Mi chica se levantó y yo cerré los ojos, dejando que la sensación de cansancio y el relax me inundaran, cuando me sobresaltó un potente chorro de agua fresca que cayó sobre mi. Abrí los ojos y vi a mi Ariadna manguera en mano.
-¡Estás muy sucio!- gritó entre risas.
Yo me dejé bañar, sin moverme, porque con el pantaloncillo mojado la erección sería más que notable, hasta que mi chica se cansó y apuntó a Marco y Amintia, que reían a mandíbula batiente. Sin dejar de reír, bañada por el chorro, Amintia se lanzó sobre mi chica y, más fuerte que ella, la despojó, tras breve forcejeo, de la manguera, y procedió a su vez a bañarla.
La escena fue de las más cachondas que recuerdo, os lo aseguro: la rubia Amintia, de fuertes piernas y breve cintura, con sus pantorrillas desnudas, su pequeña mini tableada de igual color y su blusita con el escudo del equipo, forcejeando con mi trigueña Ariadna, delgada y correosa, vestida con idéntico atuendo. El agua untó las camisetas a sus cuerpos, resaltando los pequeños pechos de mi chica con los pezones erectos, esa cintura, ese abdomen de sueño... pero apenas me digné mirarlos: los grandes pechos de Amintia, cuyo equilibrio y audacia eran auxiliados por un pequeño sostén liso.
Resaltaban los músculos en tensión de sus bellas piernas y, desde nuestra posición, la breve tanga de Ariadna, las blancas pantis de Amintia, su culo generoso, sus firmes caderas. Amintia derribó a Ariadna y rodaron por el suelo. Durante unos segundos cuatro bellas piernas volaron por los aires y las chicas se debatieron en breve pelea, hasta que Amintia se irguió victoriosa, montando sobre mi chica, que aún reía a mandíbula batiente. Amintia inmovilizó su brazo derecho con la rodilla (¡ay, amigos, luego supe que tenía un laaaaaargo entrenamiento en “lucha libre” con sus hermanitos!), y antes de que la otra mano quedara igualmente imposibilitada, Ariadna desgarró la ligera blusa de Amintia.
El mórbido hombro dorado de Amintia y uno de sus redondos senos escondido tras el sostén, salieron a la luz para deleite mío. Era un hombro dorado y apetitoso y un pecho de redondez evidente.
-¡Con que sí, eh! –exclamó Amintia-. ¡Ahora vas a ver!
Rápidamente inmovilizó con su rodilla el otro brazo de Ariadna, que seguía muerta de risa, y con sus manos libres subió la blusita de Ariadna, exclamando con falsa sorpresa al ver esos pequeños pechos tan de mi gusto:
-¡Pero que guarra!, ¿dónde dejaste el bra?
-Se lo di de premio a Pablito por el gran beso que me dio anoche-, dijo mi chica, entrando descaradamente en materia.
-¿Sí?, ¿y a mi qué me darías? –preguntó Amintia y, aprovechando la relativa inmovilidad de Ariadna, la besó.
El beso fue largo y la lucha se fue convirtiendo en abrazo. Amintia bajó las piernas dejando libres los brazos de Ariadna, y ante nuestros ojos, ante nuestra excitación creciente, sobre el verde pasto Amintia acariciaba dulcemente los pechos de Ariadna, mientras mi chica terminaba de romperle la delgada blusa.
De la caricia, Amintia pasó al magreo y pronto su boca atacó el pequeño pezón morado, a la vez que sus blancos pechos saltaban libres, gracias a que Ariadna desabrochó el sostén. Eran, como lo preveía, unos pechos redondos y firmes, con grandes pezones rozados, que caían con todo su peso sobre el vientre de Ariadna
Con la mano dentro del pantaloncillo me acariciaba pausadamente la verga, sin perder detalle de lo que hacían las chicas. Marco y Emilio, a su vez, se habían acercado y, como yo, se tocaban.
Ariadna acariciaba la desnuda espalda de Amintioa mientras la tana seguía mamando sus pechos. Mi chica, que es muy caliente, empezó a gemir y bajó a las nalgas, por debajo de la faldita de Amintia, metiendo sus manos dentro de la blanca panti, despertando los gemidos de la tanita. Al oírlos, Ariadna empezó a restregar con fuerza su pelvis contra el bien torneado muslo de Amintia, y le bajó las pantis, descubriendo unas rosadas y rotundas nalgas, dignas de una revista de primera categoría.
Ariadna hizo rodar a Amintia sobre su costado, quedando encima de ella. Ahora se besaban con ansia y seguían gimiendo a más y mejor, hasta que Marco (o Emilio: ¡son idénticos!) apareció en escena. Acarició las nalgas de mi chica, que seguían moviéndose a ritmo infernal, las levantó un poco, hizo el hilo del tanga a un lado y le clavó la verga (gruesa, efectivamente, según pude ver), que entró como cuchillo en mantequilla.
Los embates del Tano hicieron a Ari olvidarse un poco de Amintia y elevar poco a poco el edpléndido culo para permitir una mayor y mejor penetración, mientras gemía, a más y mejor, sus palabras mágicas:
-¡Más, más, más, así, así, mátame!
Amintia, desatendida, se deslizó por debajo de Ariadna para incorporarse, con los senos y las piernas desnudas, cubierta solo por la faldita plisada, como una imagen olímpica. El agitado pecho subía y bajaba al ritmo de su respiración, y su mano buscó el desnudo sexo.
A su espalda, me despojé del jersey y el pantaloncillo, sacando al sol mi fiel acero. Amintia retrocedió, recargándose en una pequeña mesita, para ver mejor cómo su hermano le daba verga a mi chica, en el momento en que el otro tano ponía la suya a la altura de la boca de Ariadna, quien la engulló ansiosa.
Amintia parecía haber olvidado mi presencia, comiéndose con los ojos la pornográfica función que nos estaban dando, hasta que sintió mis manos en su cintura. Al tocar su suave piel, tan deseada, en un momento de tal calentura, sentí una especie de descarga eléctrica que se comunicó al cuerpo de la rubia, porque se estremeció y soltó un suspiro. Sin decirme nada, apoyó las manos en la mesita de marras, poniendo su torso a una inclinación de unos 45º, sacó la pelvis hacia atrás, mostrando generosa sus caderas, y abrió las piernas, todo ello, sin dejar de mirar con los ojos muy abiertos.
Yo acaricié sus nalgas levantándole la falda. Coloqué mi verga entre ambas carnosidades, a lo largo de la sutil línea, sintiendo su suave caricia. Ella se inclinó más, pasó su mano por debajo de su sexo tomando mi verga con sus manos, y la llevó a su vagina, cubierta de rubia pelusa y, para entonces, más mojada que el mar.
Yo había perdido de vista la escena: con los ojos cerrados disfruté la lenta penetración, sintiendo en cada parte de la verga la cálida y húmeda caricia de la sabrosa piel interna de su vagina. Con la cabeza recostada en su espalda y agarrando firmemente su cintura, inicié un lento mete-saca, tratando de no prestar atención a los gemidos y guarradas gritados por Ariadna y los tanos... aunque sí a los de la tana.
Cuando me vine, con un largo gemido, mordiendo su elegante cuello, presté atención otra vez a lo que pasaba a unos pasos míos. Uno de los tanos, con la verga semierecta, reposaba en el pasto, mientras mi Ariadna cabalgaba con violencia al otro. la cara de mi chica era tan cachonda que metí mi lengua en la oreja de Amintia y acaricié sus delicados pechos. Ella, volviéndose, me dio un húmedo beso, y susurró:
-Me están dando ganas de cometer un verdadero pecado mortal...