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Tensión sexual en la oficina

Cuando me presentaron a la que debía ser mi nueva compañera de trabajo no estaba del mejor de los humores posibles. Había compartido el día a día con un buen amigo, llevando a cabo tareas legales para una empresa del textil catalán. Habíamos trabajado juntos casi diez años, y nuestra eficacia como equipo de trabajo era bien conocida por todos. Yo me encargaba de buscarle las vueltas al sistema legal, mientras mi compi se encargaba de la jurisprudencia y tenerlo todo ordenadito. Pero el enchufismo es una práctica sagrada en nuestro país, así que cuando la sobrina de uno de los dueños terminó su carrera de Derecho, la colocaron en mi departamento. Claro que no estaban dispuestos a pagar un sueldo más, así que fue mi compañero el que se fue a la calle. Por un lado era mi amigo, y por otro trabajar con él me era muy cómodo. Ahora a hacer de niñera de una niña pija, que seguro que no tenía ni idea de lo que se traía entre manos. Supongo que la culpa de nuestras malas relaciones ha sido, principalmente, mía.



Cuando Sarah se incorporó a su puesto yo estaba dispuesto a que durase dos telediarios. Ya me habían dicho que era guapilla, pero no estaba preparado para compartir el reducido espacio de trabajo con una mujer como ella. De 25 años, era una de esas pelirrojas algo regordetas pero en absoluto obesas, que gastaba unas curvas de infarto. Lo que se dice una mujer de bandera, de piel clara y ligeramente pecosa, con una melena rizada y natural. De rostro ancho y sonrisa amplia, esa actitud duró bien poco. Mientras nos presentaban notaba como se me ponía dura la polla, pero el cabreo por lo que le habían hecho a mi amigo era más fuerte que mi lujuria. Se iba a enterar la cría esa.



Yo quería dejarla en evidencia. No la ayudaba apenas en su trabajo, en el que como es natural se encontraba desorientada al principio. Tuvo que aguantar más de una bronca mía, y trabajar sábados e incluso algún domingo para mantener el ritmo que le marcaba. Si podía encargarle buscar una docena de referencias, lo hacía aunque diez me bastasen. Todo era para ayer... esas cosas. En la hora del café me hacían bromas de lo buena que estaba mi compi, y que no debía echar en falta a Juanjo, mi anterior compañero. Eso me calentaba más. Sabía que estaba teniendo problemas en casa, ya que su esposa no entendía que le hubiesen echado. Y sí, yo miraba como se estiraba la tela de su falda ciñéndole el trasero cuando se estiraba en busca de un pesado tomo de leyes de las estanterías superiores, apreciaba lo que enseñaba de piernas y no podía por menos que pensar en sus poderosos melones mientras me lavaba mis partes en la ducha. No me importa confesar que, pese a ser un hombre casado, me hice más de una paja pensando en ella. Pero lo que le habían hecho a Juanjo no tenían nombre.



Dos cosas he de decir a favor de Sarah. No era tonta, y nunca le fue con el cuento a su tío para que la apretara menos. Aunque estábamos siempre como el perro y el gato (nos llamaban Tom y Jerry en la oficina), no tardamos demasiado en recuperar el antiguo ritmo de trabajo. Solo que en lugar de soltar comentarios de futbol, toros y demás prodigios intelectuales mientras cargaba la impresora o revisaba por encima un documento, me peleaba de continuo por detalles con Sarah. Que si el punto siete está mal redactado, que si has de pasar a máquina todas tus notas porque tu letra es muy mala... esas mezquindades. Pero bueno, el tiempo es el tiempo. Comenzamos a trabajar mejor, como ya he dicho, y el nivel de las discusiones se redujo. Nunca hubo armonía pero se bajó el tono. Porque la chica sabía contestar, y cuando tenía razón no se callaba. Cada uno dimos más de un puñetazo a la mesa. Yo comencé a apreciar su manera de adaptarse, y ella valoraba mi experiencia. No nos lo habríamos confesado ni en un potro de tortura, claro está. Y cada vez comencé a pensar más tiempo en lo buena que estaba, mientras hacía girar mi alianza.



Una tarde, cuando nos reincorporamos al trabajo después de comer, la tensión sexual entre los dos subió de tono, y volvió la mala leche. Una de esas mañanas radiantes de primavera, pero que sin previo aviso desembocan en un chubasco repentino. Sarah había aprovechado la hora de la comida para ir a hacer no sé qué recado, y cuando volvió estaba empapada. Vestía una blusa blanca muy formal, nunca vestía de un modo provocativo. Pero cuando alguien con un busto como el suyo viste una blusa mojada... Además ese día llevaba un sujetador negro, y como marcaba. Con las prisas, no se dio cuenta de lo que ocurría en su pechera. Se sentó a terminar un documento para el que le quedaban menos de un par de horas, y yo no pude hacer otra cosa más que quedarme prendado de su tetamen, fingiendo trabajar. Tras unos minutos Sarah se dio cuenta de lo que ocurría, y no le hizo mucha gracia que digamos. Me llamó la atención bruscamente, y yo le chillé que estaba loca, y que volviese al trabajo. Hubo unos cuantos gritos, y la cosa quedó en que ella bajó a comprar una blusa a una tienda cercana, tiempo que le hice recuperar a la salida, pese a que había quedado y lo sabía. Me sentía algo avergonzado pero... uno es humano. Y así la cosa empeoró, hasta límites insospechados. Andábamos a la gresca, pero nuestro trabajo no empeoraba ya que no dábamos la más mínima oportunidad para que nos recriminasen. Ya era una relación entre iguales, no de veterano y novata. Nos tanteábamos y fintábamos, como en un combate de esgrima. De hecho tan perfecto se hizo nuestra tarea que nos felicitaron por ello, nada se entregaba tarde, sin quejas... Pero el día a día era infernal. Cada día ese demonio pelirrojo me excitaba más, y ella lo sabía.



Comencé a hacer deporte para quemar la mala leche. Algo resolvió, pero no demasiado. Carrera y boxeo. Como un efecto secundario me libré de algunos kilitos de más, que a los 41 casi todos tenemos. Poco a poco fui notando algo en Sarah... no sentiría la pasión que sus curvas inspiraban en mí, pero yo no le resultaba carente de atractivos. Eso solo empeoró las cosas. El clima bélico llegó a su máximo cuando se presentaba el periodo de presentación del IRPF, y la cosa se desbocó. Llevábamos diez días metiendo 12 horas al día, y yo estaba buscando en la última actualización del Código de Comercio cuando la oí gritar en la sala vecina, donde se acumulaban los volúmenes de leyes en altas estanterías. Acudí veloz, y la encontré perdiendo el equilibrio subida a una silla de oficina con ruedas. Imagínense a una pelirroja rellenita de más de 1.70, a punto de caer duramente. La tomé como pude mientras descendía, pero lo único que conseguí fue caer bajo ella, y llevarme un topetazo tremendo. No sé qué fue peor si el golpe contra el suelo... o sentir ese tetamen contra mi pecho. Mientras intentábamos separarnos, una de mis manos se apretó contra su pecho de modo inadvertido, lo que provocó en mí una reacción eléctrica. Mi pene se hinchó al momento, apretando contra su muslo. Estábamos levantándonos cuando mi cuerpo, sin que la mente consciente interviniese en ello, se abalanzó sobre ella. Mi boca buscó su cuello, y la estreché entre mis brazos. La sorpresa fue la primera reacción de Sarah, pero supongo que la tensión de tanto trabajo tenía que salir de algún modo. Pronto estábamos revolcándonos por el suelo, mientras nos besábamos y nos metíamos mano salvajemente. Mi prioridad era soltarle el sujetador, que se resistía condenadamente. Sarah parecía obsesionada con mis hombros y brazos, desarrollados por golpear el saco de arena con saña.



En ese momento, tal y como nos confesamos más tarde, los dos nos dimos cuenta que solo habíamos retrasado lo inevitable, desde ese día en que la lluvia de primavera mojó la blusa de Sarah. Y nos habíamos amargado lo nuestro. Toda esa energía negativa debía enfocarse, como así fue. Yo jadeaba y Sarah gemía, mientras le sobaba el pecho con desespero. Nuestras bocas se juntaron mientras yacíamos sobre la moqueta, y al menos yo no podía pensar en nada, ni preliminares, ni juegos eróticos, nada. Solo sentía que debía penetrarla como un animal, si no quería que el calor que sentía me abrasase por dentro. Así que le puse una mano en la boca y con la otra le arranqué las bragas. No estoy hablando metafóricamente, literalmente se las arranqué, dejándole una marca que permaneció varios días. Le subí la falda, mientras Sarah acomodaba las piernas para favorecer la penetración. Sabía pese a todo que era demasiado pronto... retiré la mano de su boca, y volví a besarla, mordiéndole los labios y sobando de nuevo su pecho. Cada una de sus tetas era enorme, no tenía mano para abarcarla entera. Con la otra acariciaba con energía el interior de sus muslos y sus labios vaginales exteriores. Sarah hundía sus uñas en mi espalda, y a mí no me importaban las marcas que pudiese dejar. Sabía a fresas, y daba gloria tenerla debajo de mí, oliendo su champú, notando su calor. No tardé demasiado en percibir humedad entre mis dedos, señal de que estaba dispuesta para mí. Sarah pedía más besos y caricias, decía que aún no... pero yo no podía. Solo dije un "luego habrá más", mientras mi mano le separaba el sexo para permitirme acceder a la gruta de su tesoro. Notaba pelo pero no demasiado, sin lugar a dudas se lo recortaba. Deseaba examinar ese vello sin lugar a dudas del color del fuego, pero no podía, no podía... No podría haberme detenido ni aunque el consejo de administración en pleno hubiese aparecido por esa puerta, con su tío en cabeza.



Sé que lo hice con demasiada violencia, pero los dos queríamos o necesitábamos algo así. A veces lo que crees querer es distinto de lo que de verdad necesitas. Se la clavé en dos golpes de cadera, mientras sus piernas se enroscaban alrededor de mis caderas. Como ya he dicho era alta, nuestras caras quedaban a la misma altura mientras la follaba. Porque lo que hacíamos era follar. No hacer el amor, practicar el sexo o alguna expresión así. No. Follar como dos animales, el macho solo interesado en correrse lo más hondamente posible, y la hembra en obtener el mayor placer posible de ello. La única diferencia con dos bichos del zoo era que mientras nos dábamos besos. Alguna vez leí que algunos animales también se besas, así que... No había habido demasiado tiempo para que sus paredes vaginales se preparasen, así que iba estrechita y un poco rasposa al principio. Pero pronto comenzó a segregar como una loca, mientras notaba como se iba distendiendo ante mis embestidas. Yo culeaba y la montaba con toda el ansia que alguna vez había sentido. No recuerdo que nos dijimos, solo sé que en un momento dado Sarah gruñó un "tengo condones en el bolso", y que mi respuesta fue un "quiero preñarte aquí y ahora, zorra". Esas palabras nos excitaron aún más a los dos. Sin delicadeza, ni sutileza, ni hipocresías... solo lo que necesitábamos. Cuando iba a correrme me sujeté a sus tetas con las dos manos, apretándolas y estrujándolas mientras descarga tras descarga iba soltando mi esperma en lo más profundo de su vagina. Quedé unos segundos inmóvil, y percibí que ella aún no se había corrido.



Suelo ser muy escrupuloso en cuestiones de higiene a la hora de practicar el sexo... pero en ese momento se trataba solo de follar. Yo quería oírla gemir de placer. Y luego quería más, quería hacer realidad ese sueño que había tenido mientras me la machacaba en la ducha bajo el agua caliente. Salí despacio de su interior, para arrodillarme entre sus piernas sin dilación. "Estoy sucia", dijo Sarah. Nada respondí yo. Solo acomodé mi boca a la entrada de su sexo húmedo, para pegarme a él. Comí, lamí, devoré. Por primera vez en mi vida noté en mi boca el sabor del semen. Estuve a punto de asfixiarme, pero no puedo imaginar muerte más dulce que aquella. Le acariciaba las nalgas, el interior de los muslos... Percibí que ella se estimulaba los pezones con ansia mientas la devoraba, presionaba mi cabeza contra su sexo, como si yo fuese a separarme voluntariamente de su fuente. Clavé mis dedos en sus nalgas mientras se corría para mí, y yo captaba todos sus sabores y sus olores. El fino vello haciéndome cosquillas en la nariz. Se mordió una de las manos para no aullar como una loba. Yo tomé aire en profundas bocanadas, mientras ella se estremecía largamente.



"Más", dije yo poniéndola de rodillas. Me coloqué en pie frente a ella, quitándome los pantalones que tenía por los tobillos. Sarah quiso quitarse la blusa pero la detuve... sin sujetador y con la blusa puesta, abierta, estaba de lo más sugerente. No hicieron falta más palabras. Mi pene estaba en descanso, con restos de fluidos aun en él. No les hizo asquitos, como no los había hecho yo. Lamió mis huevos como una gata lame a sus cachorrillos, antes de dedicarse a mi aparato. Para entonces estaba ya morcillón. Jugó a echarle el aliento, a besarle la puntita, a tirar de mis pelillos. A veces dolía un poco, pero un dolorcillo realmente placentero. Pronto engulló mi polla, masajeándola suavemente. Se ayudaba para estimularme con una mano, mientras con la otra se acariciaba sus partes íntimas. No tardé demasiado en alcanzar de nuevo un estado de plena excitación, pero esta vez se trataba de mi fantasía, no de un puro instinto animal.



La tendí nuevamente en el suelo, mientras ponía una de sus manos en su pecho derecho. Dejé su otra mano libre para que continuase estimulándose. Una de mis manos se posó en el pecho que quedaba libre. Entendió, una mujer de sus curvas habría sido requerida para ese servicio no pocas veces en su vida... Me acomodé sobre ella, son el pene en la entrada del canalillo inferior de sus pechos. Yo le movía uno, ella el otro. Apretándolos y amasándolos el uno contra el otro, como un canal en el que la fuera de la marea y de las corrientes de un río luchan entre sí. Allí introduje mi virilidad, sintiéndome en la gloria.



Que calorcillo más agradable, el tejido blando de su pecho mastodóntico envolviéndome. Mi mano libre la acerqué a su boca. Una boca que lamía y chupaba mis deditos como si le fuese la vida en ello. Y en ese momento le iba. Fue mucho más lento y largo que la primera penetración, motivo por el que fue mucho más satisfactorio. Esa cubana tan largamente deseada, ahora era real...A veces me movía, a veces me quedaba inmóvil mientras el masaje hacía su efecto en mí. En un momento dado, estirando las manos hacia atrás y arqueándome un poco, pude alcanzar su sexo sin verlo, y acariciarla, masturbarla... Mientras Sarah apretaba sus pechos entre sí, a veces me acariciaba la punta del miembro cuando asomaba por la parte superior, cerca de su boca. Se escupía entre los senos para que mi polla pudiese deslizarse mejor. Ese detalle no estaba en mis fantasías onanistas bajo la ducha... Mientras ella se dedicaba a la región clitoriana, yo le introducía en el sexo dos de esos dedos que aún estaban húmedos por su saliva. Alguien dijo una vez que el sexo, para ser bueno, ha de ser un asunto sucio, húmedo y pegajoso. Estoy de acuerdo al cien por cien con él. No nos corrimos a la vez... pero por mi vida que no quien acabó el último. Solo sé que mi descarga no había sido tan copiosa una segunda vez en años, y que Sarah terminó con la cara llena de mi pegajoso fluido. Y que cuando ella alcanzó la cumbre por segunda vez, se arqueó tanto que casi me tira al suelo.



Caí a su lado y después de unos minutos conseguí recuperarme lo bastante como para estirar mi mano y acariciar su rostro y cabello. Su mano acarició la mía a su vez... deteniéndose a jugar con mi alianza. No hablamos sobre ese detalle ese día. En realidad no importaba ese día. Importó más tarde, por supuesto, y fue el motivo de no pocos dolores de cabeza, pero tumbados en uno al lado del otro en ese despacho, sobre la moqueta, no importaba nada más que la satisfacción alcanzada.



Por supuesto, la eficacia de nuestro trabajo decayó notablemente, y nunca volvimos a la anterior cota de satisfacción de nuestros superiores.


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