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Al día siguiente volví a recibir la llamada de Roberto quien me insistió verme en esa mañana. Aunque yo podía hacerlo, me negué, pero le recordé que al día siguiente me dejaría rasurar.
Esa noche, al acostarme, le dije a mi esposo, abrazándolo, que le iba a dar una sorpresa al día siguiente. “¿Qué será?”, preguntó él, y ella contestó “Ya verás” y le ofrecí una de las tetas para que se durmiera. Sin embargo, al volver a hacer recuento de lo ocurrido el día anterior y de otros años, descubrí que ni Roberto había probado aún el sabor de mi esposo ni el de Eduardo. “Bueno, tal vez fuera una perversión sexual, pero esa discriminación la arreglaría poco a poco...”
En la mañana, desperté a mi esposo chupándole el pene y cuando creí que estaba próximo a eyacular me monté en él y lo besé. Mi marido se vino con abundancia... Él quiso seguir acostado pero lo levanté dirigiéndolo a la ducha, argumentando que se hacía tarde, lo cual era real, me puse un pantalón de pana que me quedaba holgado, para que no se notara que no había más ropa abajo, y fui a vestir a los niños. Todos tomamos con rapidez el desayuno que preparó la sirvienta y salimos casi al mismo tiempo.
En el hotel, Roberto pidió la misma habitación (328) donde estuvimos antes, quizá por superstición, o porque sintió que debía concluir en el mismo sitio lo que tenía planeado hacer.
—¡El mismo cuarto! —dije cuando entramos y pensé para mis adentros: “¡Otra vez los tres, y a mis 28 años!”
Roberto prendió la música ambiental, me levantó en vilo para dejarme parada en la cama y, entre besos y caricias, me desnudó. El pantalón es lo último que quitó, y el olor lo obligó a beber de mi miel.
—Ya estoy escurriendo no más de pensar toda la mañana en esto —dije para justificar la humedad que adiviné vio Roberto en el pantalón.
El me acostó, me levantó las piernas, dejándome apoyada sobre el cuello y siguió chupando mi sexo.
—¿Te gusta? Disfrútame los vellos antes de que me los quites, amor. ¡Córtamelos con los dientes, entre mamada y mamada! —le exigí a gritos—. Acuéstate y te la pongo sobre la cara para que no te canses, pero yo te haré lo mismo.
Él me obedeció y su lengua recibió lo que en esa posición escurría. Cortó algunos vellos y sintió en el escroto mi boca, descubrió que yo también hacía lo mismo.
—¡No! ¡Yo te voy a rasurar a ti, no al revés! —protestó.
—Nos rasuramos ambos o ninguno —contesté.
Me volteé para besarlo y meterme todo su pene de un golpe. Continué besándolo y me relamí obnubilada por las caricias que sentía en la profundidad y a todo lo largo de la vagina, pues Roberto se movió como nunca lo había hecho, y por haber logrado que él probara a mi esposo. “Es el semen más rico de los tres” pensé mientras que con mi lengua recorría dientes, mejillas y lengua de Roberto. Él no resistió tanto placer y eyaculó. Separó la boca para tomar aire pero yo no lo dejé y continué el sube y baja de mi cadera hasta lograr varios orgasmos continuos. Roberto tuvo una eyaculación más y quedó desfallecido; su corazón se escuchaba a pesar del volumen de la música. Quedamos ambos rendidos. Dormimos casi una hora.
—¿Te rasuro? — él me preguntó al despertar.
—¿Nos rasuramos? —pregunté como respuesta, mirándolo fijamente.
Él me miró sonriendo y asintió.
—¡Qué hermosos huevos se te ven! —exclamé cuando ambos habíamos terminado y nos contemplábamos en un “69”.
—Pues tú estás mejor que como imaginaba, resalta tu clítoris —lo prendió con la boca—, tus labios son tan carnosos que se forma un óvalo perfecto —concluyó recorriéndolos con la lengua.
Ambos nos lamimos durante un buen rato, pero él no logró tener una erección.
—Tienes un sabor rico, pero no tanto como hace rato —aseguró él.
—A ver... —le dije besándolo y sentándome sobre el pene exangüe—. Sabe muy bien también con tu semen —contesté después del beso.
—¿A poco distingues mi sabor?
—Claro que sí, te diré que no todos saben igual.
—¿Pues de cuántos has probado esperma?
—De tres, ya te lo dije... y todos saben distinto, quizá el tuyo es el más ácido —dije volviendo a chupar su glande del que logré extraer algo del líquido que él aún tenía, después de jalar un par de veces —. Prueba —dije besándolo para darle algo de la saliva con el sabor que acababa de recoger.
—Me sabe igual que hace rato, aunque diferente que al principio.
—Es porque ya me llenaste toda la vagina con eso.
—¿Y cuándo fue la última vez que hiciste el amor con Saúl? —preguntó sospechando a qué se debía la diferencia del sabor.
—Antier en la noche lo hicimos y obviamente también está en la lista de hoy, ¿si no cómo voy a explicarle que estoy pelona? —contesté ambiguamente y expliqué tratando de hacerle creer que lo último aún no era un hecho—. ¡Vámonos que se va a hacer tarde! —concluí, soltándole el miembro que continuaba flácido, para ponerme los pantalones.
—Espera, todavía no es hora —me dijo él abrazándome y quitándome la ropa de la mano.
—El otro día que vinimos llegué tarde, no quiero que hoy me pase lo mismo.
—Espera, dime una cosa. ¿Saúl te lamió la pepa antier y no se dio cuenta de esto?
—No creo que antier haya probado algo de tu semen, ya para entonces me había limpiado casi todo tu sabor. Pero si quieres saberlo, hace tres años sólo había pasado media hora de que me habías hecho el amor y debió haberlo probado. Me esperaba ansioso y le dije que el autobús traía retraso.
—¿Y… yo he probado alguna vez el de él? —preguntó con temor, pero sonriente guardé silencio, lo besé y sólo después le contesté.
—Sí, una vez, ¿pero qué tiene?, él también ha probado el tuyo y también le gustó… —afirmé y, sonriente, me coloqué los pantalones— Oye, ¿me dejas el rastrillo, las tijeritas y la crema de afeitar, como recuerdo? —pregunté al empezar a abotonarme.
Roberto siguió pensativo. Le acercó mi pecho a la cara y le pedí que me diera respuesta de mi petición. Él asintió con la cabeza y besó uno a uno los pezones que yo le ofrecía.
En esa ocasión sí llegué con suficiente tiempo a la escuela por los críos. En cuanto llegué a mi casa le telefoneé a Eduardo para comprobar que recogió el saco. Él me preguntó si me había rasurado. Al recibir la respuesta afirmativa me suplicó que ya no me tardara. En cuanto llegó mi hermana a mi casa, yo salí con una bolsa donde llevaba la crema de afeitar, las tijeras y el rastrillo.
Al recibirme con mi saco en la mano, Eduardo, me colmó de mimos y yo lo desnudé de inmediato.
—Hola gordito —le dije al falo en cuanto lo tuve a la vista y éste rebotó con el ligero golpe que le di como saludo.
—Déjame verte —me suplicó Eduardo poniendo el saco sobre el sillón, para tratar de desabrocharme el pantalón.
—Voltéate y miras hasta que yo te diga —le ordené, y él así lo hizo.
Me desnudé, y vi que el pantalón tenía un ligero brillo en su interior, así que lo doblé cuidadosamente para que no se notara. Cuando le di la orden de voltear, yo me mostraba cubriéndome solamente el pubis con la bolsa donde traía los instrumentos de afeitar.
—¡Taraaan! —dije al quitar la bolsa y dejar al descubierto mi sexo recién afeitado.
Eduardo sonrió y se extasió al mirar los bien delineados labios exteriores, el clítoris turgente y de buen tamaño. Me abrí de piernas e hice a un lado los labios externos, dejando ver los morenos y serrados labios interiores y una zona brillante de rosa intenso. Él se hincó para besarme. Pero di un salto para alejarme de él y cerré las piernas.
—¡Desde ahí! No te muevas que aún no termina el show —le dije dándome vuelta para quedar de espaldas. Abrí las piernas despacio y Eduardo pudo ver tres segmentos muy definidos, el del centro era el clítoris. Yo me agaché de golpe y quedaron las nalgas y el ano en primer plano, aunque magras éstas, no dejaban de tener curvas y mostraban en su base un par de oquedades antes de nacer los labios. En el fondo, entre las piernas el miraba mi rostro sonriente y divertido. Ante esta última pose, Eduardo se lanzó sobre mi trasero y lo empezó a lamer.
—¡Hey! ¡Un momento! —grité separándome como pude —¿Quieres? Hay una condición.
—¡La que pidas, amor! —exclamó de rodillas mostrando un pene más erecto que de costumbre.
—Es sencillo, mientras tú “comes” yo te rasuro a ti —le dije extrayendo el rastrillo y demás cosas.
—A mí no, ni la barba me corto.
—Entonces, “no hay de piña”.
—Está bien, amor, está bien. Ja, ja, ja, ja —asintió soltando una carcajada, consciente de la terquedad que yo podía desplegar.
Lo acosté en la alfombra, le ofrecí la brillante vulva y me puse a trabajar.
—Ja, ja, ja. Parece cañón de obús. —le dije jalando todo, miembro y testículos, cuando terminé.
Fuimos a la recámara para mirarnos en el espejo de cuerpo entero. Lo besé e hice que me tomara de pie. Mientras nos movíamos, al besarlo, yo concluía que sí era más ácido el semen de Roberto.
—¡Todavía no dispares tu cañón, espera un poquito, espera-a-a-a! ¡Ahora di-di-dispara, amor, disparaaa! —grité y percibí la venida simultánea.
Al terminar, él me puso en la cama con suavidad y, de golpe, cayó a mi lado.
Me fui a vestir apenas nos repusimos. Regresé vestida y con la bolsa de las cosas de rasurar en la mano. Me despedí de mi amante, que aún no se restablecía: lo besé en la boca y en el pene. Dije adiós y salí rápido de la recámara.
—Tengo que hacer algo ahorita —respondí riéndome ante las protestas de Eduardo. Tomé el saco, la bolsa con las cosas que había llevado y salí de la casa.
Cuando llegué a mi casa, mi esposo llegaba también. Tomé el saco y oculté detrás de éste la bolsa con rastrillo y demás enseres. Saúl me miró con el saco y dedujo que venía de recogerlo del almacén. Me acerque contra el viento para saludarlo con un beso en la mejilla.
—¿Hoy no hubo dificultad para recogerlo?
—¡Oh, no! Me lo dieron luego luego —contesté y entramos a casa donde saludamos a los niños y a la tía.
—¿Cuál fue la sorpresa que me trajiste? —me preguntó Saúl cuando se sentó a la mesa, creyendo que era otra deliciosa botella de vino.
—Termina de comer, que ya está lista, pero te la daré al rato, cuando los niños se hayan dormido —le susurré la última frase acariciándole la mano.
En la noche, cuando el marido entró a la recámara, después de haber apagado la luz del cuarto de los hijos, yo lo esperaba desnuda bajo las cobijas.
—Quítate la ropa y ven con tu niña... —le ordené sugerente.
Él pensó que la sorpresa era una sesión completa de amor, lo cual en cierto sentido no pareció sorprenderle, aunque sí le extrañó que me refiriera a mí misma como “tu niña”, pues él nunca me llamaba así. Justamente cuando iba a levantar la cobija para meterse en la cama, yo apagué la lámpara de mi buró, única luz que estaba prendida. Se cubrió y yo comencé a besarlo. Él me correspondió y, al colocarme las manos en las tetas cuando se subió en mi cuerpo, yo abrí las piernas, tomé el pene de mi esposo y con leves jalones lo froté primero en el clítoris y luego en los labios; el movimiento circular amplio y el líquido preseminal que salió del glande en cada estirada que yo le di hicieron que él percibiera la ausencia de vello púbico, la sorpresa lo obligó a bajar una mano para cerciorarse de que yo me había rasurado.
—¿Qué te hiciste? —preguntó moviendo los dedos sobre la vulva desnuda; prendió la luz, levantó la cobija y quedó azorado con la vista que logró al arrodillarse.
—¡Sorpresa! Quería mostrarte a la niña que no conociste. Mámame la pepa para que veas cómo se siente... —le pedí al tomarlo de la nuca para jalarle la cabeza hacia mi pubis.
Saúl se resistía a besar mi piel brillante por el líquido que le extraje, pues estaba maravillado mirando la excelsitud de los pliegues y las formas que solamente conocía al tacto y miraba desdibujados porque lo ocultaba el espeso pelambre. Me abrió más las piernas, me volteó boca abajo, me pidió que me pusiera sobre las cuatro extremidades para observarme completamente antes de cumplir mi petición... y me chupó desaforadamente.
—¡Se chupa muy rico sin que estorben los pelos, sabes deliciosa, amor! —gritó al acomodarse para penetrarme de golpe.
No fue mucho lo que tuvo que moverse para eyacular. Yerto sobre mí, a los pocos minutos pudo articular algunas preguntas sobre la razón por la que me rasuré, y las respuestas que recibió fueron completamente convincentes. Me puse de pie sobre la cama y le posé al tiempo que le preguntaba si le había agradado la sorpresa.
—Me gustó mucho, aunque también me gustan tus vellos. No hay problema, pues en poco tiempo te crecerán.
—Bueno, así era yo de niña. Ahora quiero que me dejes ver cómo eras tú sin vellos.
—No veo qué diferencia habría, mi pene no tiene vellos —replicó.
—El pubis sí, y también, aunque pocos, el escroto y yo quiero chuparlo rasurado. Cúmpleme el gusto... ¿Sí?
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