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Desconsolada. Ese es definitivamente el adjetivo mas acertado para calificar a Lourdes en sus 48 años, madre de dos hijos y abuela de un nieto tras haber sido abandonada por su marido quie la había cambiado por una joven chica muy atractiva.
Lourdes vivía a penas a dos puertas de mi casa y habíamos sido vecinos por mas de una década y media. Siempre me resultó una señora elegante, agradable y muy atractiva con un sentido maternal que la hacía evocar ternura todo el tiempo. No comprendía el porqué su marido la había dejado así no mas, si era una dama muy preciosa, o por lo menos para mí. Yo era muy amigo de Jorge, su hijo mayor con quien soy contemporáneo y andaba metido en esa casa todo el tiempo jugando con él. Pero cuando mi amigo se casó y se fue a vivir aparte yo me alejé un tanto de esa casa pese a que las pocas veces que iba me sentía muy complacido de conversar con la señora Lourdes.
Semanas después de que Cesar, su esposo, se marchara de la casa yo fui por casualidad a saludar y me encontré a Lourdes con los ojos hinchados de llorar. Tenía puesta su acostumbrada blusa de mangas largas color blanco y un pantalón flojo de estar en casa. Conversé con ella y me convertí sin proponérmelo en su pañuelo de lágrimas. Eso me hizo sentirle útil. Empecé a visitarla casi a diario en las tardes, cuando quedaba sola y yo venía de dar clases en la escuela en la que trabajaba, para consolarla y hacerle compañía. Eso me agradaba mucho. Lo hacía de corazón, pues estaba muy agradecido con la mujer simpática que me trató toda su vida con profunda ternura.
Pasados los primeros dias y ya Lourdes me esperaba como si su novio de adolescencia yo fuera y a mí la verdad me empezaba a hacer falta compartir tiempo con ella. Era raro, pero me daba temor pensar que me estaba, o nos estabamos enamorando. Para ese entonces ya hacía tres meses que había terminado con mi exnovia Milena. Mi corazón estaba un tanto quebrado como el de Lourdes y tal vez eso no unió mas. Las conversaciones se hacían cada mes mas amenas, encantadoras y atrayentes. No supe en que momento nos empezamos a decirnos cosas como “mi amor”, “reina”, “mi rey”, “papito”, “mi muñeca” etc, que nos levantaban el ego y reparaban un tanto los quebrantos sufridos a pesar de nuestra distancia de época, pues Lourdes era exactamente 23 años y un día mayor. Su cumpleaños era 4 de enero, un día antes del mío.
Era extraña la relación entre un joven en sus 25 y una señora en casi sus 50, pero funcionaba. Los vecinos se extrañaban un tanto, pero nunca maliciaron respecto a todo lo que pasó tras esas paredes durante tantas tardes cálidas, frías, lluviosas, frescas, apacibles, festivas, trites y alegres; pues la señora Lourdes siempre tuvo vocación para llevársela bien con jóvenes y hacerse amiga de los amigos de sus hijos. Se convirtió entonces en un vicio y una necesidad inaplazable estar con Lourdes de 3 a 5 de lunes a viernes fuera para conversar con ella, fuera para mirar tv con ella, fuera cocinar con ella o fuera para hacerle el amor con la mayor pasión del mundo. Simplemente amaba a la señora Lourdes.
Llegar al sexo con ella fue cosa del andar y se fue dando gota a gota tanto que la tarde que por primera vez lo hicimos allí en la cocina estrecha nos pareció natural, fluido y no fue necesario planearlo como si supiéramos que eso fuera a ocurrir de todos modos tarde que temprano. El enamoramiento y el regocijo de estar el uno cerca al atro nos llevó una tarde cualquiera después de mirar una aburrida película a jugar tumbados en el piso de la sala una partida debil de ajedrez. Allí nos cruzamos miradas de ternura y de repente ella me dijo: “gracias”. Yo un poco extrañado le pregunté la razón de ese agrdecimiento y ella me respondió que era por compartir todo ese tiempo con ella justo cuando mas sola se sentía.
-“Debe ser un sacrificio que un joven como tu venga a gastar su tiempo con una vieja como yo”
-“Es un placer para mi estar con tigo Lourdes…..”
Le dije casi suspirando y mirándola como poeta en plena declamación directo a sus grandes ojos negros de largas pestañas y perfectas cejas gruesas. Se veían tan lindos,
-“Es tan lindo de tu parte. Ni César en los 28 años que duramos juntos me dedicó tanto tiempo como tu amorcito”
-“Mi amor por ti hace todo eso”
Era demasiado tarde para arrebatarle al aire las palabras “estúpidas” que acaba de pronunciar. Me había delatado por completo. Ella me miró con ese par de ojos que me enamoraban y sus labios carnosos y secos de no ser besados hacía rato se contrajeron de sorpresa tras haber escuchado lo que dije. Me quedé en silencio y cerré los ojos como esperando que una grieta se abriera y me tragara para siempre.
-“De veras eso es lo que sientes? Amor?, eso fue lo que dijiste mi rey?
Esas palabras tan dulces se acompañaron de un acercamiento de su rostro al mio. A pocos centímetros, hasta podía oir su respiración entrecortada. Soltó la ficha del alfil que había tomado para su jugada y puso su mano derecha en mi mejilla obligándome a mirarla a su rostro. Abrí mis ojos y me encontré con sus ojos vidriosos emanando emoción. Me repitió la pregunta y yo sin dejar de mirar esa boca carnosa que me provocaba tanto, asentí levemente. Me abrazó arrullando mi cabeza entre sus pechos como consolándome. Sentí por vez primera la suavidad, la blandura y el calor de sus senos maternales cuyas carnosidades se convertirían en lo sucesivo en el receptor mas frecuente de mis efusivas eyaculaciones..
-“mi bebe precioso…no te avergüences. No sabes cuanto me halaga saber que tu me quieres?. No te sientas apenado.”
Me aferré a sus senos y casi por insitinto mas que por deseo mis labios empezaron a besar su bajo garganta y luego a subir hasta el cuello. Ella reaccionó, por fortuna, de manera positiva y nuestras bocas se buscaron con cierto desespero. El beso se consumó sellando el inicio de una página de amor y sexo profundo. Desde donde estábamos sentados había visibilidad hacia la calle, por ello Lourdes emocionada y con sus labios carnosos desosos de seguir en el beso se levantó y me dio la mano invitándome a que la siguiera. Me levanté un poco avergonzado de que mi erección se notara con creciente evidencia bajo mi pantaloneta de fútbol que solía usar en las tardes. Ella me miró e hizo un gesto de indiferencia para que yo entendiera que eso era natural y caminó con urgencia hasta la cocina estrecha para buscar absoluta intimidad.
Allí de pié arrescostados al mesón nos abrazamos y probé otra vez sus gruesos labios que tanto deseaba. Devoré su boca y ella la mía en un beso que se tornó desesperado. Sus manos necias se metieron ansiosamente bajo mi camiseta y acariciaron mi pecho y mi barriga con mucha ternura y fuerza a la vez. Mis manos se sintieron autorizadas para hacer de las suyas en ese cuerpo que pudo haberme parido y se posaron apretadas en sus nalgas paraditas aún encima del pantalón flojo. El deseo estaba encendido al máximo y ya nuestras mentes cegadas no podían razonar. Todo era pasión. Levanté mis brazos y Lourdes me quitó la camiseta. Me contempló el pecho velludo y se reclinó en él. Yo la arrullé dándole besitos en la frente. Me besó el pecho y se fue agachando lentamente arrastrando su boca jadeante, medio abierta y húmeda por mi barriga, luego por mi ombligo y llegó a mi vientre. Allí su mentón de docella se estrelló con el bulto de tela producto de mi elevada erección. Arrulló su rostro en él con expresión de profundo deseo. Sus manos lentmanete buscaron mi cintura y bajaron mi pantaloneta arrastrando el calzóncillo también hasta poco mas arriba de las rodillas. Mi verga palpitante salió erguida como lanza a centímetros de su rostro. Me miró a los ojos como pidiendo permiso. Yo doblé mi cadera hacia delante acercándosela y ofreciéndosela. Se sintió entonces tranquila y autorizada para poseer todo mi cuerpo.
Su boca hecha agua de tanto deseo reprimido no se hizo esperar y Lourdes, después de seis meses de no tener sexo como me lo confesaría mas tarde, tuvo su primera verga para ella sola. Le dio un besito en la punta y luego repitió lo mismo varias veces como calibrando lo que tenía frente a sí. Con ternura empezó a masturbar mi palo muy lentamente y sus besos se fueron convirtiendo en lamidas cortas de su lengua jugosa. Su mirada se tornó perversa y finalmente su boca se tragó la mitad de mi cilindro. Me regaló una mamada suntuosa, profunda, hábil y llena de sabiduría. Ni la zorra Karen con toda su fama en la cuadra me la chupò así alguna vez. Me sentí vencido allí desnudo para ella. Apoyé los codos en el mesón para no caerme, pues mis piernas temblaban un poco sintiendo ese torrente de electrizantes sensaciones recorrer mi cuerpo cada vez que Lourdes metía y sacaba de su boquita húmeda y caliente mas de la mitad de mi verga.
Cerró los ojos como si no existiera nada mas que ella y mi pene. Nunca hubiera podido imaginar esto que estaba viviendo y aún faltaba mucho por hacer. Tomó un respiro y aproveché para hacerla levantar. La abracé con agradecimiento y la besé. Sentí el vaho a verga en el beso, pero eso no me desagradaba. La camisa se la quité y el sostén blanco se lo desbroché con elegancia y melodramatismo. Por fín le conocí sus senos pequeños, blancos y de pezones rosaditos. Eran definitivamente unos pechos muy bonitos, tan tiernos como ella y que provocarían a cualquier hombre. Ma balancé un poco y luego de acariciarlos se los mamé uno a uno. El derecho primero. Metí el pezón entre mis dientes dando suaves mordisquitos y luego le pasaba mi lengua ensalivada. Eso fue una sensación rica que a ella la exitó mucho y me incito con desespero a seguir haciéndolo: “asi, mi amor, asi…ahhh”. Luego tomé el seno iquierdo y le hice la misma operación hasta devorarlo. A la vez mis dos manos, metidas ya entre la tela del pantalón flojo y la tela de su panty de encajes apretujaban con morbosidad juvenil su par de buenas nalgas.
Me senté en un baco con mis piernas abiertas invitándola a seguir chupando, ella comprendió y se arrodilló otra vez. Su boca habrienta como de puta barata se tragó nuevamente mi falo. Lo hizo con constante ritmo mientras yo la tomaba por su cabellera negra y espesa ayúdándola a seguir mamando. La corrida era inevitable y alcancé a balbucear en mi delirio que deseaba mojarle las tetas. Ella lo comprendió, dejo de chuparla. De de inmediato alzó su torso y con sus manos apretujó sus tetas una cootra la otra creando un hermoso canal profundo y una vista agradable de sus senos. Me masturbé unos segundos y acerqué bien el ojo de mi glande a su entreseno. Ambos miramos el espectáculo de los chorros blancos espasmódicos chocar en su etreseno y discurrir por el canal que ell mantenía para eso. Yo vi colores inimaginados en mi delirio de placer en cada pringo eyaculado sobre ese par de lindas tetas que alimentaron tanto a mi mejor amigo.
Hábilmente se limpió sus senos restregándolos contra si y contra mi verga en una corta pajita rusa. Se abrazó a mi y nos fundimos en un lento, profundo y prolongado beso.
Se levantó y contemplé su cuerpo semidesnudo cono si fuera una estatua romana de una diosa. Se bajó sus pantalones flojos junto con el panty quedándo frente a mi totalmente desnuda. Su vulva, afeitada casi complentamente, apenas si tenía un triángulo bajo de escasos pelos bien negritos. Ello contrastaba con su abundante cabello y sus hermosas cejas gruesas y bien tupidas. Su concha carnuda y gorda y recogida le daban cierto aire de niña grande.
-“me gusta afetarme”, me dijo como adivinando mi pensamiento
-“se ve preciosa…..me gusta”
-“es toda tuya…le va a gustar a tu verguita”, me dijo con picardía
Se sentó en una mesita baja en la que colocaba usualmente frascos y cosas de la cocina con sus piernas alzadas sobre el borde y bien abiertas como alas de mariposa. Su chocho se contemplaba en su totalidad y esa visión me excitó aún mas. Le pude contemplar sus labios húmedos hinchados y un tanto floreados ansiosos de ser devorados hasta se le veía un poco su culo.
Me laventé y rodé el banco hasta acercarlo frente a Lourdes. Me senté en el con mi espada endurecida como si no hubiera eyaculado aún. Quedé en perfecta altura para comerme su chochota. El olor a mujer invadió mi ser y ayudándola a sostener sus piernas, la tomé por los y zambullí mi rostro en la encrucijada.
Inicié con unos besitos mas tiernos que eróticos sobre su escaso pelaje y poco a poco fuí introduciéndome en la raja. Le besé los labios mayores, pero pronto mi lengua sedienta de carne hurgó sus labios menores y lamió ese sabor inpreciso y delicioso de los jugos vaginales. Pronto hallé acomodo y descubrí su pepita endurecida. Llené su clítoris de caricias frescas que hicieron que Lourdes empezara a jadear, gemir y balbucear impresiciones: “mas…mas.ahh mmmm aaa mmm……siii…” entrecortadas y deseperados a la vez que su blanco cuerpo se contorneaba en un placer que expresaba a la par de mis rápidos y profundos lengüetazos. Puse mi lengua como punta de espada y la hundí en su raja simulando ser una verga. Lourdes enloqueció prendiéndose de mis cabellos como queriendo meterme todo en su hueco.
-“si si…papito..corazoncito mio….quiero eso…quiero que me la metas..si haa haa.mmmm..si..”
No la hice esperar. Me levanté y casi sin que se diera cuenta mi verga se hundió de un solo sablazo hasta el fondo de su raja. El calor único de su chucha pronto se adueño de mis emociones y embecé a embestirla en un mete y saca desesperado, pero rítmico. Sus senos se balanceaban bellamente cada vez que con fueza mi huevas y mi pelvis peluda golpeaban contra su vulva. Estaba tan rica que me es difícil describirlo. La elctrecidad se adueñó de nosotros y mi verga apenas si salía un poco para volversea clavar con brusquedad dentro de esa chucha madura y generosa.
Lourdes, al parecer tuvo el orgasmo primero, convulsionando su cuerpo contra el mio y contrayendo todos los músculos de su rostro que adoptaba expresiones que nunca le conocí mas que esos intantes de goce máximo. Sus pezones se contrajeron hasta convertirse en una bala de rosado claro y sus muslos se endurecieron como palpitando. Se relajó lentamente y dejó que un minuto mas tarde yo terminara mi faena de goce profundo. Una fuerza desbordada recorría mi cuerpo y la energía se descagó pronto en la punta de mi verga anunciándo lo inevitable. Mi verga explotó por segunda vez dentro de ella hasta que lentamente dejó de palpitar.
Esa tarde maravillosa sería la primera de entre 421 que se vendrían en lo sucesivo de los dos siguientes años. Pues tuve el cuidado de anotarlas en un calendario secretamente guardado.
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