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-Julia, ¿por qué?... ¡¿por qué me hiciste esto?! –exclamó la pobre sintiendo que un sollozo le impedía seguir hablando.
La recién llegada avanzó mientras la envolvía en una mirada caliente. Le hizo una seña para que se corriera hacia la pared y se sentó en el borde del camastro.
-No puedo creerlo, Julia... No puedo creer que me hayas jugado tan sucio... Éramos amigas, te conté mis fantasías y vos me...
-Dijiste bien, querida, éramos amigas, pero ahora soy tu dueña y vos mi esclava, un hermoso animal de mi propiedad. Siempre te tuve ganas, ¿sabés? ¡siempre!, desde el momento mismo en que nos conocimos. Siempre envidié a Federico. ¡Qué calentura sentí por vos desde el primer momento, Elena! ¡Qué calentura!
Elena la escuchaba espantada, negándose a creer que aquello, todo aquello que estaba viviendo fuera verdad.
-No te imaginás cuántas veces estuve a punto de revelarte mi condición de lesbiana y mi atracción por vos, pero me daba cuenta de que jamás hubieras accedido a satisfacer mis deseos. A menudo leía en tu mirada el desprecio que sentís por mi porque soy fea, porque me visto mal. Entonces ese desprecio hizo que empezara a odiarte tanto como te deseaba.
-Julia, yo...
-Callate. Ya no necesito que digas nada y mucho menos que me des explicaciones. Ahora sos mía, Elena. Ahora te tengo, que es lo que siempre quise. Yo soy ahora tu dueña, yo, la gorda, la despreciable, la aburrida con la cual sólo podías ir a conciertos, funciones de teatro o de ballet y conferencias que no te interesaban. Te odio, Elena, te odio y te deseo hasta lo indescriptible y la fusión de ambos sentimientos hace que disfrute tanto el tenerte ahora en mi poder por completo y definitivamente. No podés imaginarte lo que sentí al conocer la existencia de este lugar del que ya no vas a salir nunca.
-¡Julia, no! –gritó Elena sentándose en el camastro, pero Julia la derribó de una fuerte bofetada y después siguió hablando mientras se regodeaba con el llanto angustiado de su presa:
-Sí, Elena, fue por azar que conocí todo esto, un sitio fascinante que despertó el sadismo que dormía en mí sin que yo lo supiera. Los miembros del Club, y yo lo soy ahora, podemos traer aquí una presa que es sometida como te...
-¡Basta, Julia, basta, por favor!... No me hundas en el barro más de lo que estoy...–suplicó Elena.
-¿En el barro?, jejeje... ¡En semen te voy a hundir, puta! Vas a escuchar todo lo que tengo que decirte. –siguió Julia.
-¿Cuántos hombres te violaron esta primera vez?
-Cuatro... –recordó Elena.
-Mmhh, no estuvo mal por ser el principio y deberías agradecérmelo, queridita, porque te hice cumplir con tus fantasías, aunque seguramente con lo ramera que sos te quedaste con hambre –dijo Julia, y su risa ofensiva acompañó por un momento el llanto desconsolado de la otra.
-Ahora este cuartucho miserable será tu alojamiento, tu celda. Acá vas a estar encerrada a disposición de lo que yo decida hacerte o mandar que te hagan. El reglamento del Club le da a quien trae una presa el derecho a disponer de ella y decidir los vejámenes y castigos que sufrirá. Tu vida anterior se acabó para siempre, Elena, tu vida de hembra inalcanzable codiciada por tantos hombres, tu vida de esposa feliz con su maridito, el pobre Federico, jejeje... Bueno, al fin de cuentas le perteneciste y te gozó durante muchos años, ¿verdad?, y ahora me llegó el turno a mí, ¡que esperé tanto tiempo! Pero, ¿sabés una cosa, querida? Jamás imaginé que iba a poseerte de una manera tan total. En mis ráfagas de optimismo, que por cierto no eran nada frecuentes, apenas alcanzaba a imaginar que finalmente te seducía y terminábamos en la cama, aunque para vos eso no significaba más que satisfacer una curiosidad y después nada, yo volvía a mi frustración y vos levantabas un muro infranqueable ante mi deseo que jamás volvería a satisfacer. Ésa era mi fantasía cada vez que pensaba en vos, Elena: poseerte una vez, siquiera sólo una vez conocer y disfrutar cada centímetro de tu cuerpo, este cuerpo que ahora contemplo desnudo e indefenso. –y al decir esto acarició con mano temblorosa uno de los muslos de la hembra prisionera. Al sentir el contacto Elena gritó en medio de un corcovo: -¡No me toques, asquerosa de mierda! – En los ojos de la otra brilló una luz de furia y desmintiendo una presunta falta de agilidad que sus kilos de más sugerían se puso de pie velozmente, tomó a Elena por los cabellos con ambas manos, la hizo sentar y le asestó un certero escupitajo en el rostro. Elena abrió mucho los ojos y sus facciones se contrajeron en una expresión que combinaba el asco y el miedo. Por un segundo su mente fue una pantalla en la cual se proyectaban imágenes de tantos momentos vividos con su amiga Julia, que había dejado de existir para dar paso a esta mujer perversa en cuyo poder estaba ahora. Se limpió la saliva con el dorso de una mano mientras el llanto volvía a nublarle la mirada y Julia le decía, implacable: -Parece que no entendés cómo son las cosas, Elena. Te atreviste a insultarme y te lo voy a hacer pagar. En verdad tengo muchas ganas de cogerte y es lo que pensaba hacer ahora, pero tu insolencia me obliga a castigarte primero. ¡Wanda! –llamó en voz alta, y segundos después apareció la rubia.
-Ayudame a darle su merecido por haberme insultado. –dijo Julia después de soltar la cadena del collar.
-Será un placer. –contestó Wanda, y agregó: -pero mirá que con los Amos le dí tanto que no creo que sus nalgas admitan más azotes sin despellejarse. ¿No te importa?
-Voy a usar los puños, tenela bien fuerte y derecha. –pidió y Wanda entonces inmovilizó a Elena ofreciéndola indefensa a la furia de la otra.
Julia midió el golpe, flexionó su brazo hacia atrás y estrelló el puño contra el estómago de Elena.
-¿Qué fue lo que me dijiste, puta? –y volvió a golpearla provocando un gemido de dolor en su víctima, a la que Wanda retenía firmemente para evitar que se doblara hacia delante.
-Repetí lo que me dijiste. –insistió Julia y sin esperar respuesta siguió castigándola sin piedad alguna hasta dejarla al borde del desvanecimiento. Cuando Wanda la soltó, Elena cayó al suelo gimiendo con las piernas encogidas y las manos en el estómago.
-Levantala. –pidió Julia. Wanda lo hizo y cuando Elena estuvo nuevamente en pie la gorda la gorda la abofeteó varias veces mientras Wanda mantenía a la prisionera firmemente sujeta por el pelo.
-no... ¡aaayyyyy!... por favo... aayy...
Por fin, Julia dio por concluido el castigo y Elena volvió a caer al piso, con la cara enrojecida y hecha un mar de lágrimas. Julia la miraba respirando con fuerza y luciendo una sonrisa cruel.
-¿Te la vas a coger ahora? –quiso saber la rubia.
-No, la quiero usar cuando esté recuperada. Ocupate de ponerle alguna crema en las nalgas. Que no la toque nadie. Yo volveré en dos días y esa espera va a hacer que la goce todavía más. –contestó Julia y ambas abandonaron la celda después de que la guardiana volviera a encadenar a Elena a la pared. Camino a la salida Wanda le preguntó:
-¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar con tu presa, Julia?
La gorda la miró algo sorprendida:
-No te entiendo.
-Quiero decir cuáles serían tus límites con ella.
Julia pensó un momento:
-Mis únicos límites son no matarla, por supuesto, ni arruinarle ese cuerpo espléndido que tiene.
Entonces Wanda sonrió y sin mirarla dijo:
-Muy bien, Julia... ¡muy bien! Ya el Sumo Regente te va a hablar de algo muy interesante.
-¿De qué se trata, Wanda? Me intrigaste.
-Paciencia, querida. Ya te vas a enterar. -y la despidió con un beso en la mejilla antes de abrir el portón.
.....................
Poco más tarde, ya en su casa y mientras seguía pensando en las enigmáticas palabras de la guardiana, Julia recibió antes de acostarse el llamado de Federico. El hombre estaba desesperado.
-Fede, querido, me alarma lo que me decís. Yo esperé que Elenita tomara un taxi y después yo me tomé otro. ¡¿Pero cómo puede ser que no haya vuelto?! –fingió Julia demostrando una envidiable capacidad actoral.
-No sé, Julia, no sé qué pudo haber ocurrido pero estoy muy asustado. Llamé a los hospitales y no está en ninguno. Ahora mismo voy a hacer la denuncia a la policía.
-Pero claro, no pierdas tiempo y por supuesto teneme al tanto. Me dejaste preocupadísima, Fede.
Se despidieron y Julia estalló en una carcajada:
-¡Jajajajajajaja!... ¡pobre idiota!
Al día siguiente iba a tener una entrevista con quien la gente del Club que conocía había definido como el Sumo Regente, "un empresario muy poderoso, un hombre importante", le dijeron, y Julia esperaba con mucho interés esa reunión.
Se vieron en una oficina que el Sumo Regente ocupaba en el microcentro de la ciudad. Era un hombre de unos setenta años, impecablemente vestido, de estatura media, algo grueso y con el cabello canoso.
Mientras bebían el café que había servido una secretaria de aspecto nada llamativo, el hombre le dijo:
-Siempre convoco aquí al nuevo miembro para conocerlo, Julia, no le he dicho mi nombre porque no importa. Todos me llaman señor y así debe llamarme. No he visto todavía a la presa que usted llevó al Club, pero me han informado que es un ejemplar de primera calidad y la felicito por eso, además de agradecérselo, claro, porque ya sabrá que toda carne que se lleva allí pasa a ser un manjar en común, ¿verdad?
-Sí, señor, estoy al tanto sobre eso y esa carne, como usted la llamó y que por cierto es de primerísima calidad, ya empezó a ser disfrutada por algunos miembros. -contestó Julia.
-Sí, sé lo ocurrido anoche, cómo fue capturada y todo lo que pasó después. Supongo que imaginará que como Sumo Regente estoy siempre informado respecto de los últimos acontecimientos. ¿Conoce usted el reglamento del Club, Julia?
-Sí, me lo han entregado.
-¿Alguna duda u objeción?
-No, me queda muy claro lo del uso en común de la presa y que como su dueña tengo el derecho de entregarla a los miembros que yo elija, como hice anoche, y también a decidir la oportunidad y la forma de los castigos.
-Sabe también que una vez que la presa ha sido entregada al Club su propietario ya no puede retirarla.
-Sí, por supuesto y no tengo inconveniente alguno con esa cláusula, ya que lo que menos me interesa es sacarla de allí.
-Bien, Julia, muy bien. ¿Tomó usted todas las precauciones para que nadie sepa dónde está esa hembra?
-Sí, no se preocupe. –dijo Julia y le contó al Sumo Regente la supuesta salida de Elena con ella y el posterior llamado de Federico.
-No habrá problemas con la intervención de la policía, ¿verdad?
El hombre sonrió con suficiencia y dijo:
-Absolutamente ninguno, Julia, quédese tranquila. Contamos con protección de muy altos círculos de poder. Se asombrará cuando conozca a algunos de nuestros miembros.
-Una pregunta, señor.
-Sí, adelante.
-En el pasillo hay otras celdas. ¿Están ocupadas?
-Habrá visto que las celdas son diez. De ellas, seis están ocupadas. Muy buena mercadería también.
-¿Cómo miembro del Club puedo conocer a esas hembras?
-Por supuesto, Julia. ¿Cuándo volverá por El Club?
-Mañana.
-Bueno, pídale a Wanda que le muestre esos ejemplares, aunque si le interesara alguna en particular deberá solicitar a su dueño la autorización para usarla. Wanda conoce a los propietarios de cada una de ellas, naturalmente.
-Entiendo, señor. –dijo Julia y pensó que le encantaría conocer al resto del ganado. Después recordó que Wanda le había dicho que el Sumo Regente le hablaría de algo, y quiso saber de qué se trataba.
-No se apresure, Julia, goce tranquila de su presa. Yo veré de hablarle de ese asunto cuando sea el momento indicado.
Julia se dio cuenta de que no tenía sentido insistir y reprimiendo a duras penas su curiosidad dijo:
-Bien, señor, como usted diga. ¿Puedo hacerle una última pregunta?
-Claro.
-¿Hay otras mujeres miembros o soy la única?
-No, querida, hay otras, aunque ninguna de ellas aportó nada todavía. Sin embargo cierta jovencita nos ha dicho que tiene algo en vista. Al parecer se trata de algo muy morboso y, por tanto, sumamente interesante.
Se despidieron y una vez en el taxi que la llevaba a su casa Julia sintió que su excitación crecía indetenible.
"Me cuesta creer que esto sea cierto, pero lo es." -pensó cada vez más entusiasmada ante la nueva etapa que se abría en su vida.
................
Al otro día llegó al Club al atardecer y Wanda le contó que Elena había tenido una crisis nerviosa.
-Tuve que darle unas cuantas bofetadas y meterla bajo la ducha fría. –le dijo. Sólo así logre calmarla.
-¿Y cómo esta ahora?
-Eso fue a la mañana. Ahora está más tranquila.
-Mejor, porque hoy sí me la voy a coger.
-Me parece muy bien, tomá, ésta es la llave de la celda.
Julia la tomó y dijo:
-Gracias, pero antes quiero hablarte de algo. –y le contó su diálogo con el Sumo Regente sobre ese misterioso asunto. La guardiana la escuchó sonriendo perversamente:
-Cuando sepas de qué se trata estoy segura de que te va a interesar. –le dijo.
-Entre vos y el Sumo Regente me van a volver loca con tanto misterio. –dijo Julia sonriendo algo nerviosa, y agregó:
-Cuando termine de cogerme a Elena quiero conocer a las otras.
-No hay problema. Avisame. Yo voy a estar en mi habitación. –le contestó Wanda y tomándola del brazo la llevó allí para que más tarde pudiera ubicar el lugar.
-Si me necesitás antes llamame. –le dijo cuando Julia se encaminaba hacia el sector de las celdas.
Al entrar encontró a Elena echada de espaldas en el camastro, con un brazo sobre la cara y sujeta por la cadena a la pared.
-Hola, queridita. –le dijo, y Elena la miró con angustia mientras se sentaba en el borde del camastro.
-Llegó mi gran momento, Elena... –le dijo Julia inclinándose hacia ella y tomándole la cara entre sus manos. –Voy a hacerte mía...
Trató de besarla, pero Elena retrocedió bruscamente hacia la pared y allí quedó respirando con fuerza, las piernas encogidas y los brazos cruzados sobre el pecho.
Julia sonrió. Encontraba excitante esa resistencia que la ponía más caliente aún.
-¿Creés que vas a evitarlo, querida? –dijo mientras empezaba a desnudarse apresuradamente, con movimientos nerviosos y sin dejar de mirar a Elena, que a pesar suyo no podía apartar sus ojos de ese cuerpo blanco y gordo que iba quedando al descubierto. Finalmente la vio toda, esas tetas enormes y caidas, con pezones ya erectos por la excitación y rodeados de una gran aureola oscura, la piel de un blanco lechoso, la cintura informe, en línea con las caderas.
Ya desnuda, Julia se fue acercando lentamente a su víctima, que le sostuvo la mirada con insospechada insolencia.
-Voy a librarte de la cadena. -dijo Julia. –Pero por tu bien, no hagas estupideces.
Elena le miró la concha rasurada. "-al menos cuida ese detalle." –pensó. "y huele bien." –se dijo cuando la gorda se inclinó hacia ella para quitarle el collar. Después de hacerlo volvió a besarla, y esta vez Elena no se resistió. Por su mente pasaron como en una película todos los sufrimientos padecidos desde su captura, los salvajes vejámenes sexuales, los castigos a manos de Wanda, los puñetazos y bofetadas de Julia, y se dijo que no tenía sentido seguir oponiéndose. "Desde que me tienen acá todos han hecho conmigo lo que quisieron. Son capaces de cualquier cosa y si me resisto me torturan hasta doblegarme... Tengo que aceptar que me tienen en sus manos y resignarme..."
Julia advirtió el cambio y sonrió satisfecha:
-Veo que entraste en razón, Elena. –le dijo. –Y lo bien que hacés, porque te guste o no acá vamos a usarte como se nos antoje y si te hacés la difícil ya viste lo que pasa. Probaste lo cruel que es Wanda y lo dura que puedo ser yo, así que lo que te conviene es ser buenita.
"Tiene razón" –admitió Elena. "Es duro de aceptar, pero tiene razón" –se dijo mientras sentía las manos de Julia oprimiendo con fuerza sus pechos.
-¡Qué tetas tenés, Elenita! –dijo su ex amiga. –No te imaginás las veces que me he masturbado pensando en ellas... y ahora son mías... –y sus dedos empezaron a estirar y a retorcer los pezones hasta arrancarle a su víctima gemidos de dolor.
-Me gusta hacerte sufrir... la venganza tiene un sabor muy dulce... –dijo Julia con voz enronquecida por las múltiples y fuertes sensaciones que la estremecían. Después apartó a Elena con un gesto brusco y ocupó su sitio en el camastro, tendiéndose de espaldas.
-Quiero que me hagas gozar con tu boca... –le ordenó, y Elena supo a qué se refería. Se ubicó entre las rodillas de Julia, que había abierto las piernas, y se inclinó sobre las voluminosas tetas. Sintió que la piel era suave y cuando cerró sus labios sobre los pezones los notó bien duros y erectos. Forzada por Wanda había aprendido bastante de sexo lésbico y lo aplicó. Hizo que su lengua lamiera los pezones de Julia y escuchó sus gemidos de placer.
"Voy bien" –se dijo, y continuó con la tarea. Después empezó a descender, sabiendo muy bien cuál debía ser el final del recorrido. Julia la había tomado fuertemente del pelo, pero la soltó para que pudiera seguir bajando, y Elena bajó hasta llegar a la vulva, que advirtió ya mojada. Entreabrió con sus dedos los labios externos y dispuesta a terminar cuanto antes hundió su lengua entre ellos buscando el clítoris.
Julia exhaló un largo gemido y Elena entonces aceleró sus lengüetazos, pero después de unos segundos escuchó la voz de Julia en tono imperioso:
-¡Basta, puta! ¡Basta de lengua! ¡Ahora quiero tus dedos bien adentro!
Se había incorporado a medias para darle esa orden e inmediatamente después volvió a tenderse de espaldas mientras dos dedos Elena se introducían en su concha empapada.
-Esperé años este momento... años... –murmuró entre gemidos. –Y ahora que por fin llegó no quiero apresurar el final...
Elena levantó la cabeza y la vio con los ojos cerrados y el rostro enrojecido. Le había metido dos dedos hasta los nudillos y los iba haciendo avanzar y retroceder variando el ritmo de la penetración. De pronto Julia volvió a gritar:
-¡Basta! –y Elena retiró de inmediato sus dedos en los cuales vio brillar los flujos de Julia.
Su ex amiga se sentó en la cama y le dirigió una mirada perversa:
-Tus dedos están empapados, ¿cierto, queridita?...
-Sí. –contestó Elena con la cabeza gacha.
-Limpiátelos. –le ordenó Julia, y cuando iba a hacerlo con su otra mano la gorda la detuvo con un grito:
-¡No! limpialos con la boca.
Elena sintió asco, pero supo que no le quedaba otro remedio que obedecer, y lo hizo con los ojos cerrados y el rostro contraído en una mueca de repulsión mientras oía la risita burlona de la otra.
-Mostrámelos. –le exigió Julia.
Elena adelantó su mano.
-Perfecto. –fue el veredicto de su violadora.
-¿Cómo saben mis jugos? –le preguntó.
Elena permaneció en silencio, sabiendo lo que arriesgaba contestando la verdad.
-¡Te hice una pregunta, puta!
-No... no sé, yo...
-¿Me estás tomando por estúpida, Elenita? –dijo Julia empleando un tono deliberadamente suave que traducía la voluntad de jugar con su víctima.
-No, Julia, es que...
-¡CONTESTÁ! –gritó Julia, y Elena se estremeció de miedo.
-No... no me gustaron... –se sinceró esperando lo peor.
Julia lanzó una carcajada:
-Muy bien, Elenita... ¡Muy bien!... ¿viste que no es tan difícil decirme la verdad?... Me encanta que no te hayan gustado mis jugos... ¿te asombra eso?... No, ¿por qué?... Me encanta que no te hayan gustado y a pesar de eso hayas tenido que lamerlos... Y así será siempre, puta. Vas a hacer todo lo que yo te ordene, te guste o no. –le dijo Julia endureciendo el tono.
-¿Entendido? –le preguntó, pero Elena permaneció en silencio, aturdida por la crueldad de su victimaria. Julia entonces le cruzó la cara de una fuerte bofetada que la derribó sobre el camastro, donde quedó con los ojos llenos de lágrimas. Julia la levantó tomándola del pelo y repitió la pregunta.
-Sí... sí, Julia, sí... –contestó Elena y Julia volvió a tenderse abriendo las piernas.
-Bien, seguí con la tarea... quiero tu lengua en mi clítoris... –y Elena, quebrada, obedeció. No supo cuánto tiempo estuvo lamiendo ese clítoris hinchado por la calentura mientras escuchaba los gemidos y jadeos de Julia, hasta que ésta le ordenó:
-Seguí lamiendo, pero además meteme los dedos...
Elena no dijo nada. Simplemente lo hizo notando cómo Julia se movía al sentir la penetración, al tiempo que soltaba un largo gemido de placer.
Julia estaba gozando como nunca antes en toda su vida. No era sólo el intenso goce sexual que Elena le proporcionaba, sino también el placer exquisito de tener a esa hembra completamente en sus manos, a esa hembra codiciada por decenas, por centenares de hombres y que ella había deseado durante años sin esperanza alguna. Pero ahora le pertenecía, ahora era apenas una marioneta sin voluntad alguna, una hermosa muñeca de carne a la que sólo le estaba permitido hacer lo que ella le ordenara. Había descubierto una nueva Julia, una Julia perversa que le encantaba, una Julia que iba a desarrollarse vaya a saber hasta qué extremos en el ámbito del Club, favorecida por el clima de crueldad que allí imperaba bajo la dirección del Sumo Regente. De pronto, sumida en el vértigo de esas ideas y del goce que Elena le estaba dando, pensó en Federico y lanzó una carcajada. Su víctima, por miedo, siguió lamiendo y trabajando con sus dedos en la concha de Julia, pero sólo después de paralizarse durante un instante por la crueldad que había en esa risa.
La gorda miró a Elena entre sus piernas y su goce se enriqueció con una sensación de poderío total sobre su víctima. Fue en medio de esa sensación que explotó en un orgasmo largo y violento mientras oprimía entre sus gruesos muslos la cabeza de Elena.
(continuará)
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