LA EXTRAÑA FAMILIA 2
Cuando por fin alcancé su sexo de nuevo dejé la mano entera reposando sobre el principio de su vulva. Los muslos, demasiado juntos todavía, no me permitían acariciarlo enteramente sin forzar la mano hacia abajo y eso podía despertarla. Con el dedo corazón presionando suavemente sobre la parte que tenía a mi alcance conseguí separarle los labios mayores lo suficiente para notar la sedosa humedad de su carne íntima y allí permanecí notando un ramalazo de placer inaudito y como mi erección palpitaba excitada sobre la suavidad de raso de su muslo.
A poco sentí en la yema del dedo como crecía su botoncito de placer y, por un momento, temí que se despertara ante la lentísima caricia que le prodigaba. Permanecí inmóvil, mirándola por entre las pestañas y me pareció imposible que aquella hermosísima mujer pudiera disimular el sueño con tanta perfección. No era normal tan perfecto disimulo, ni dormir plácidamente bajo la caricia. Lo único que tenía que hacer era no apresurarme, no efectuar movimientos bruscos y, si por casualidad se despertaba, girarme rápido antes de que pudiera notar la erección sobre su muslo y la caricia de mi mano en su sexo.
Estuve a punto de retirarme cuando sentí que de nuevo inspiraba aire profundamente antes de exhalarlo de golpe y seguir respirando de forma sincopada; al mismo tiempo cambió de postura encogiendo la pierna izquierda hacia un lado dejando los muslos mucho más separados. Si no estuviera convencido de que dormía profundamente, hubiera imaginado que me estaba abriendo el camino para que disfrutara por completo de su sexo. Noté que su botoncito del placer se encontraba ya completamente endurecido y seguí acariciándolo con la misma lentitud del principio. Mi erección seguía palpitando contra la suavidad de su muslo cada vez más excitado y tuve que contener las ganas de eyacular.
Aunque mi excitación era extraordinaria, no por eso me abandonaba el temor a despertarla y que su reacción fuera de un violento enfado, llegando a pensar que quizá podría decírselo al marido armándose la de dios es cristo. Pero por otra parte también pensaba que no era nada normal el hecho de que estuviéramos durmiendo los tres en la misma cama sin que, en uno u otro momento, ocurriera lo que estaba sucediendo, sobre todo teniendo yo veintiséis años, siendo ella tan hermosa y estar tan cachonda como estaba. Yo no era de piedra.
Por eso, con el pulgar masajeando delicadamente su endurecido clítoris, fui bajando despacio los dedos hasta encontrar la entrada vaginal e introducirle el anular y el medio lentamente hasta los nudillos iniciando un suave y lentísimo vaivén en el húmedo y cálido estuche. Lo tenía caliente como un horno y estaba tan húmeda que me pregunté si habría tenido un orgasmo sin que me diera cuenta. ¿También era ella como su hija una cariátide que respondía a los estímulos con la frialdad de la piedra?
Cuando estaba pensando esto, mirándola por entre las pestañas, comprendí que no, que era una mujer normal que disfrutaba tanto si su placer era producido por un sueño erótico, que era lo que yo imaginaba, como si se lo prodigaba una mano extraña. Y se confirmó lo que pensaba porque, de repente, veo que se muerde suavemente los labios, inicia un suave movimiento de pelvis, como si estuviera haciendo el amor en sueños y conteniendo al mismo tiempo la respiración y casi de inmediato noto sobre mis dedos la tibia emisión de un abundante orgasmo y el ligero aleteo de las mariposas de su vagina ¿Cómo es posible esto? – me pregunté incrédulo - ¿es que está disfrutándolo dormida? Todo podía ser.
Yo también he tenido sueños eróticos con el resultado final de tener que levantarme ducharme y cambiarme de muda. Al comprobar que su respiración se agitaba por momentos, exhalaba el aire casi de golpe y respiraba con los labios entreabiertos a bocanadas, las aletas de su perfecta nariz dilatadas girando la cabeza hacia el otro lado cerrando de golpe los muslos sobre mi mano, y volviendo a girarla hacia mí… fue terrible, pues me sorprendió al mirarme con los ojos entrecerrados y extraviados por el placer mientras su vagina se contraía violentamente con esa sístole y diástole característica de un prolongado orgasmo.
Poco a poco su respiración se normalizó y cesaron sus movimientos pélvicos. Me quedé atónito cuando de nuevo giró la cabeza hacia el otro lado y siguió durmiendo plácidamente con mis dedos dentro de su vagina y más atónito todavía al notar como su clítoris perdía poco a poco su excitación.
Ante la visión del placer de su bellísimo rostro y de su orgasmo mi resistencia llegó a su límite y con la otra mano tuve que esconder rápidamente mi erección y eyacular sin poder controlarme. Parecerá increíble pero la verdad es que con mis dedos dentro de su viscosa y cálida vagina cerré los ojos…y me quedé dormido.
Al día siguiente tuve que volver a mi habitación, cambiarme los acartonados slips y ducharme mientras pensaba que aquella bellísima mujer no tardaría en estar bajo mi cuerpo. Pensé ilusionado que la próxima noche me la follaría a placer porque estaba convencido de que ella estaba tan enamorada de mí como yo de ella. Puse dos mudas limpias dentro de mi maletín de viaje y me dirigí a la oficina para preparar mis próximas visitas. Durante toda la mañana estuve pensando que aptitud adoptaría ella a la hora del almuerzo. Claro que delante del marido y de la hija tendría que disimular, no iba a echarme los brazos al cuello cayendo rendida en mis brazos.
Un enamorado piensa cosas extravagantes, tiene delirios, celos, desea caricias y sobre todo tener siempre cerca al ser amado. No sabía por entonces que en el amor uno ama y el otro se deja amar.
Cuando salí de la empresa me fui directamente a casa de mi novia.
Sonia no estaba, el padre tampoco, fue ella quien me abrió la puerta muy sonriente y amable indicándome que estaba acabando de preparar el almuerzo. Se giró y en ese momento si poder contenerme más la cogí por la cintura besándola en el cuello enfebrecido de deseo. Se giró como una centella y me soltó una bofetada de tal calibre que me dejó todos los dedos marcados en la mejilla.
-- ¡Pero, Toni! – exclamó furiosa - ¿Quién te has creído que soy?
En mi desconcierto sólo acerté a decir:
-- Perdóname, Laura, por favor, yo… no sé.. yo
Me miró con el ceño fruncido antes de responder:
-- Bueno, te perdonaré si me prometes que no volverá a ocurrir ¿De acuerdo?
-- No ocurrirá nunca más, Laura, te lo prometo.
-- Eso espero – dio media vuelta y se metió en la cocina y yo me fui al comedor cariacontecido y maldiciéndome por haber confundido un sueño erótico con el apasionamiento de una mujer por un hombre alto y guapo que era lo que estaba acostumbrado a oír por parte de las mujeres.
Me creía irresistible y confundí las churras con las merinas. <>
Sentado en el comedor, leyendo el periódico sin enterarme de lo que decía, me encontraba ridículo y si algo no he podido soportar en este mundo es precisamente hacer el ridículo.
Alfredo, el marido, llegó antes que la hija.
Sentado en el comedor, me quedé de piedra al oírle preguntar:
-- ¿Qué hacéis los dos solos en casa?
No contesté y tampoco logré oír lo que ella le respondió. Como al poco rato llegó Sonia no le di mayor importancia, pero en mi subconsciente quedó grabada la pregunta que había de resurgir tiempo más adelante por una de las confidencias de mi novia que tampoco, todo debe decirse, le sobraba inteligencia sino era para follar, pues acabé comprendiendo aquella misma tarde al salir de paseo que era un putón desorejado debido a su furor uterino. ¡Que diferencia, me decía, entre la madre y la hija! Pero a aquellas alturas ya me importaba poco lo que fuera, seguía siendo su novio para poder estar con su madre y verla todos los días, esa era la puñetera verdad. Sólo pensaba en Laura, la mujer de mis sueños, de la que ya estaba enamorado hasta el punto de seguir con la hija sólo por el placer de verla todos los días.
Y lo que ocurrió aquella tarde paseando con Sonia fue sólo la primera muestra de lo que más tarde vendría. Regresábamos a su casa ya oscurecido sobre las nueve y media de la noche. La había disfrutado dos veces en el coche y, por su gusto, la hubiera estado bombeando hasta el amanecer sin que diera muestras de quedar satisfecha pese a sus abundantes e impasibles orgasmos de cariátide pétrea.
Pasábamos por delante de la terraza del bar cercano a su casa, donde tres meses antes nos habíamos conocido, cuando nos cruzamos con dos muchachos, más o menos de mi edad, que la saludaron. Cuando ya habíamos avanzado cinco o seis pasos, oí que la llamaban:
-- Sonia, ¿puedo hablar contigo un momento?
Me giré y vi que era uno de los chicos que nos habíamos cruzado el que la llamaba sonriendo. Lo lógico, según mi manera de pensar, era que me presentara y hablara con ellos delante de mí, pero no, se soltó de mi brazo, me dejó plantado y se acercó a hablar con los muchachos. No pude oír lo que decían, pero si sus risas y que me miraban como si yo fuera un pardillo caído de un pino. Esperé pacientemente a que regresara. Ni media palabra de explicación, sólo que eran dos amigos, pero por la miradas que me dirigieron mientras hablaban con ella comprendí que me tenían por un infeliz gilipollas digno de lástima. Ella ni me dio más explicaciones ni yo se las pedí. Ya tenía bastante con lo observado y conocía, después de tres meses de noviazgo, la facilidad que Sonia tenía para mentir.
Lo que yo estaba deseando era que llegara la hora de la cena, que Alfredo se fuera a trabajar y que los tres nos acostáramos como todas las noches, después de jugar un buen rato al inevitable y soporífero parchís. Y ese momento llegó bastante antes de lo que yo me esperaba ya que la madre, de improviso, se fue a la cocina preparó en vaso de leche caliente para la “nena” que ésta se bebió con las mismas protestas del día anterior. Desde mi asiento en el comedor podía verla en la cocina y observar todo los movimientos de su espléndido cuerpo andando de un lado al otro. Vi que echaba en el vaso dos pastillas pequeñas que supuse serían sacarinas, pero como luego también puso azúcar aquel detalle me sorprendió sin que, de momento, le diera yo mayor importancia puesto que por entonces ni se vislumbraban en el horizonte las pastillas anticonceptivas.
De nuevo disfruté a Sonia, esta vez sin condón, dejándole sin preocupación alguna todo el semen en la vagina mientras la madre se duchaba. Era mucho más placentero y ya me tenía sin cuidado si se quedaba preñada o no, porque estaba seguro que ninguno de sus amigos se preocupaba si aquella ninfómana quedaba embarazada. Si alguna vez tenía un hijo ni ella misma sabría quien era el padre. Por un momento pensé que las pastillas que la madre ponía en la leche de la nena tenían algo que ver con el bromuro que, como se sabe, inhibe la líbido. Bien podría ser, pensé, pues debe conocerla mejor que nadie. Mis deducciones, como se puede apreciar, eran las de un enamorado de la madre, o sea, no tenían pies ni cabeza.
Sonia se levantó a orinar en cuanto Laura salió de la ducha, fórmula de las mujeres inteligentes para deshacerse rápidamente de los espermatozoides; para cuando regresó del baño la madre todavía estaba lavando los platos de la cena.
Como siempre duermo como un lirón ocho horas de una tacada, me sorprendió despertarme de improviso y más me sorprendí al notar sobre mi cadera la presión de una pierna de Laura. Permanecí inmóvil con los ojos cerrados. Por entre las pestañas comprobé la hora en el reloj de la mesita; faltaban minutos para las dos de la madrugada e intenté seguir durmiendo. En el duermevela que precede al sueño noté que la pierna de Laura se deslizaba de mi cadera a la entrepierna quedando su pie presionando sobre mi miembro. Supongo que no será necesario que les diga como se puso de tieso y rígido, más que el Pirulí madrileño pero un poco más corto.
De nuevo sentí en mi muslo la suave calidez de su carne desnuda, quizá porque el camisón se había enrollado otra vez hasta su cadera. Para mi sorpresa el pie subió y bajó lentamente como si lo estuviera acariciando y abrí los ojos a la débil claridad de las farolas que iluminaban tenuemente el dormitorio. Mi impresión fue la misma de la noche anterior… que dormía plácidamente. Recordando la bofetada y mi promesa no me moví, podía ser un movimiento reflejo. Pero pensé que mi brazo también tenía derecho a tener movimientos reflejos moviéndose en sueños porque incluso el monumento a Colón de Atarazanas se bambolea. Lo único que no se mueve es El Escorial, pero como yo no era tan inamovible mi mano se posó sobre su muslo desnudo y el sueño desapareció.
Procuraba respirar sincopadamente tal y como lo hace una persona dormida, lo que es bastante difícil de conseguir y si no lo creen, inténtenlo. Creo que pasaron varios minutos y, a punto de dormirme, el pie volvió a repetir el mismo movimiento acariciante y, también en un movimiento reflejo la yema de mis dedos acariciaron suavemente la satinada piel por la parte interior del muslo ascendiendo en esa caricia hasta que la mano rozó su ingle notando en el dorso de mis dedos el inflamado labio de la vulva y la seda de su labios vulgares.
Tenía los muslos tan separados como un libro abierto y con lentitud de tortuga paralítica comencé a deslizar mi cuerpo hacia abajo.
Continuará.....