4º
- Uf, que barbaridad de niño este - respiraba a bocanadas - lo necesitaba, créeme.
-- Si, se ve que lo necesitas, Megan - comenté besándola suavemente
-- Si querido, lo necesitaba y mucho.
--¿Quieres que volvamos a corrernos, preciosa?
--¿Es que nunca se te baja?
-- Claro que se me baja, pero aún falta mucho.
--¿Cuánto?
-- Por lo menos otras tres veces.
-- Eso habrá que verlo - comentó mirando de nuevo el reloj de pared
Cuando notó que iniciaba de nuevo el vaivén de metérsela y sacársela comentó.
-- No, se está haciendo tarde.
-- Pues déjame que te chupe el coño. Te haré disfrutar enseguida - y se la saqué metiendo la cabeza entre sus muslos sin esperar su autorización. Tenía casi una rosquilla de esperma blanquecina y espesa rodeando la entrada de su vagina, la sorbí aspirando toda la que le había quedado dentro. Cuando puse la boca sobre su clítoris y lo sorbí con fuerza, respingó agarrándose a mis cabellos. No tardó ni dos minutos en comenzar a correrse y de nuevo metí la lengua en su vagina aspirando con ansia toda su emisión, que fue muy abundante. Tenía un sabor parecido al de Nere, pero algo menos amargo. Gemía de placer mientras se retorcía bajo mis caricias y casi me ahogaba al presionar mi cabeza fuertemente contra su sexo rezumante.
-- Uf, niño, ¡es increíble! Pero no puedo más. Basta, basta, levántate por favor.
Me puse de pie, vistiéndome mientras comentaba:
-- Supongo que no se lo dirás a Nere.
-- Tienes miedo de que se lo diga, ¿verdad?.
-- No, ninguno, sería una pena que lo hicieras, porque te despediría y ya no podríamos follar nunca más.
-- Eres muy astuto jovencito. No te preocupes por mí, eres tú el que tiene que mantener la boca cerrada si quieres que esto continúe.
-- Si que quiero. Mañana, durante las clases disponemos de tres horas, podemos corrernos cinco o seis veces.
--¿Y si aparece tú Nere?
-- Cerraremos la puerta.
-- Se me ocurre algo mejor.
--¿El qué?
-- Es una sorpresa. Ya lo sabrás, cariño.
-- ¿De verdad soy tu cariño?
-- Claro, guapísimo. ¿No soy el tuyo?
-- También. Estás cachondísima, Megan.
-- Hasta luego, granuja. No veremos a la hora de cenar.
-- Adiós.
Así acabó aquella tarde y me las prometí muy felices. En vez de una mujer tendría dos, una por la noche y otra por el día. No podía prever lo que iba a pasar y de haberlo previsto, no hubiera podido evitarlo. Cené entre las dos mujeres que me estaba follando. Megan, que es la única de la servidumbre que come en nuestra mesa, se comportaba como si nada hubiera ocurrido. Mi hermana todavía disimulaba mejor que ella. Con su carita de ángel y sus preciosos ojos verdes llenos de ingenuidad parecía la imagen de la inocencia y daba la impresión, para el que no estuviera en el ajo, de no haber roto nunca un plato. Yo, que sabía lo mucho que le gustaba follar y que le chupara el hirviente coñito, me reía interiormente pensando si estaría tan modosita si supiera lo ocurrido entre Megan y yo. Seguro que la despediría y no podría volver a follármela ni chuparle el coño y tragarme su delicioso licor. También yo debía disimular, pero no podía detener mis pensamientos por mucho que lo intentara.
Se me ocurrió una idea que casi hace desternillarme. Tuve que contenerme porque se hubieran podido enfadar tanto una como la otra, interpretando mal mi risa. Me imaginaba a mí mismo bajo la mesa, pasando de una a la otra después de lamerles el coño y hacerlas gemir de placer. A las dos les gustaba, aunque Megan, que tenía cuatro años más que Nere y quizá por eso su leche no era tan espesa, resultaba una nueva experiencia que no estaba dispuesto a perder.
Bueno, pensé, así no voy a rebajar mi erección. Temía por las preguntas de Nere a la hora del baño. Pero encontré la solución y dejé de preocuparme. Disimulaba la hinchada verga como siempre aprisionándola bajo el cinturón, era la forma en que menos se me notaba.
Cuando llegó la hora de retirarnos a nuestras habitaciones, nada más cerrar la puerta, puse en práctica lo que había pensado. Le metí a Nere la mano por debajo de la falda. Tampoco llevaba bragas y le apreté el coño con fuerza, hundiendo un dedo en la húmeda y tierna carne de la vulva.
-- No, déjame, cariño. Ya habrá tiempo.
Y por Dios que lo hubo, porque antes de llegar al cuarto de baño ya la había desnudado sin ninguna oposición por su parte. Comencé a lamerle las tetas y los pezones mientras me desnudaba.
-- Estás ardoroso, ¿eh? - comentó cuando nos metimos en la bañera.
Ella misma se la metió dentro en la posición de siempre, mientras seguía lamiéndole los erguidos pezones. Su vagina empezó a ordeñarme mientras me rascaba suavemente la espalda con las uñas. Era una caricia que me ponía más caliente que los Altos Hornos de Vizcaya. Comenzó a gemir al notar como empezaba a saltar en su caliente coño mi verga congestionada. Se corrió con los ojos cerrados, mientras yo, juntándole las tetas con las manos, le chupaba los dos pezones al mismo tiempo. Tenía unas tetas divinas y sabrosísimas y eso me hizo pensar en las de Megan. Me corrí al instante al pensar en ella.
-- Dios mío... ha sido larguísimo, cariño. No puedo aguantarme, me corro cada vez que siento como te late dentro de mí. Creo que cada día te aumenta de tamaño.
-- Claro, cada día soy mayor ¿o no?
No contestó, limitándose a besarme y meterme la lengua chupando la mía con ardor creciente, comenzaba a correrse y se detuvo, quería alargarlo.
-- Algún día te cansarás de mí - comentó de pronto mirándome con ojos lánguidos.
-- Eso no ocurrirá nunca - y le metí la lengua en la boca mientras pensaba “no ocurrirá mientras folles tan bien como ahora “ - porque cada día te quiero más y te encuentro más hermosa y cachonda. ¿Me dejas que te lo chupe ahora?
--¿Debajo del agua? Estás loco. Te ahogarías. No, no me la saques, quiero sentirte otra vez antes de irnos a la cama. Luego tendrás todo el tiempo que quieras.
Le lamí todo el contorno de las tetas despacio para ponerla a tono otra vez, acabando por succionarle una teta mientras le acariciaba la punta del otro pezón rizándolo con los dedos. Su vagina comenzó a muñirme otra vez la dura verga y supe que comenzaba a correrse cuando sentí como palpitaba la entrada de su vaina sobre la dura raíz de mi verga y hundía la dulzura de su lengua hasta lo más profundo de mi boca. No pude aguantarme y, de nuevo, nos corrimos juntos aunque, como siempre, a ella le duró más que a mí.
Como todas las noches se sentó desnuda delante del espejo de su tocador para cepillarse su larga cabellera rubia. La miraba desde la cama, con mi verga tiesa como un garrote y se me ocurrió que bien podía cepillárselo yo. Así que me levanté y me puse detrás de ella, con mi dura verga apoyada en su espalda. Me miró sonriendo cuando le quité el cepillo y comencé a cepillarla despacio de arriba abajo en lentas pasadas, haciendo tal y como ella lo hacía. De pronto se dio la vuelta y se metió en la boca toda la verga. Sentir sus labios sobre la piel de mi pubis y la punta del capullo dentro de su garganta me produjo un placer inmenso. Comenzó a lamer la barra de carne sacándola hasta el capullo y su lengua me hizo estremecer cuando acarició el frenillo del prepucio. Seguí peinándola aún más despacio, mientras ella seguía lamiéndola con fruición. Le gustaba sentir en la boca como me palpitaba cuando me corría. Quise contenerme para prolongar el deleite de la mamada, pero su sabia lengua y su mano acariciando mi escroto me arrastraron a un orgasmo incontenible.
Levantó los ojos risueños hacia mí cuando notó mi rígida picha latiendo incontenible dentro de su boca y comenzó a sorberla con tanta fuerza que tuve que apoyarme en su cabeza para poder aguantar de pie las sacudidas de gusto que me producía después de correrme. Como mi tranca seguía dura ella siguió mamándome sin querer soltarme. La caricia de su lengua me hacía temblar violentamente al presionarla arriba y abajo contra la base del frenillo mientras me sostenía contra ella con una mano en mi nalga y la otra acariciando el escroto. Aquella caricia tan prolongada después de haberme corrido acabó haciendo que casi perdiera el sentido derrumbándome sobre ella medio desmayado. Me abrazó por la cintura y, arrodillada en la moqueta, con la polla en su boca, me llevó hasta la cama. Me colocó boca abajo sobre ella con mi cabeza entre sus muslos y siguió mamándome con frenesí. Separó los muslos y le abrí el pequeño coño con los dedos para hundir mi boca en su tierna y húmeda carne rosada.
Me apoderé del clítoris, sorbiéndolo con todas mis fuerzas mientras lo rozaba violentamente con la lengua, gruñó de placer retorciéndose como una lagartija y adelantando su pelvis hacia mi cara, frotando todo su coño contra mi boca. Cuando comenzó a correrse hice lo que siempre hacía, tapé su vagina con mi boca abierta recibiendo en la lengua su espeso y caliente licor, hasta que dejó de salir, luego sorbí la vagina logrando extraer las últimas gotas de su prolongado orgasmo.
Y así seguimos más de dos horas, durante las cuales me corrí cuatro veces en su boca y ella me dio su abundante leche en seis ocasiones, hasta que se giró de espaldas diciéndome que ya no podía más. Seguía con la verga tiesa y se me ocurrió colocarla boca abajo sobre las sábanas separándole los muslos y obligándole a levantar su precioso culo. Se la metí en el coño hasta los huevos al estilo perro mientras mis manos le amasaban las tetas y le pellizcaba los pezones erguidos como pequeños champiñones. Supe que volvería a gozar en aquella posición, con la punta de la polla tan hundida en su coño que le rozaba la cérvix del útero. Yo quería correrme tantas veces como ella, pero cuando mi verga comenzó a palpitar violentamente dentro de su hirviente vaina, ella comenzó a culear con el principio de un nuevo orgasmo mientras los músculos de su estuche amasaban toda la barra de carne con violentas contracciones. Comencé a correrme cuando noté la algodonosa y húmeda caricia de su leche golpeando mi capullo.
Bramaba de placer y respirábamos los dos a bocanadas con la violencia del orgasmo. Cuando su coño dejó de palpitar se dejó caer sobre las sábanas con mi verga dentro de su vagina, respirando como yo a bocanadas. Nos dormimos en aquella posición, aunque amanecimos separados.
Y así acabó otro año. Tenía dos muchachas de lujo a mi disposición. Ya comprendo que relatar siempre lo mismo puede resultar reiterativo, pero es que por aquel entonces, y durante muchos años más, yo no pensaba más que en el sexo de las mujeres. No podía mirar a ninguna fémina de la casa sin imaginármela desnuda, con la vulva abierta y gimiendo de placer.