Era hermosa, extraordinariamente bella, su sensualidad era un poderoso motor y ella lo sabía. Me gustaba su manera de arreglarse el cabello, la forma de seducirme, se iba metiendo en mi piel lentamente y cuando se había posesionado de mi maquinaria sexual, ella simplemente se alejaba, eso sí, me dejaba una sonrisa. Me gustaba, pero yo quería más de ella, su sudor, sus quejidos de mujer cabalgando sobre mi. Aparecía en mi vida como un cometa, y lo peor, todos los hombres estaban detrás de ella, como me hubiera gustado guardarla en una botella, lejos de miradas masculinas. Lo peor de todo es que ella lo disfrutaba y como, era como una gigantesca vagina, como una flor para las abejas, era el instinto de hembra caminando, y como se movía. ¿Qué fue lo que me estimuló a tomarla, luchar por poseerla, disfrutar de la miel de su boca y el quejido de su cuerpo? Una vez, caminando por la ciudad, porque solo verla producía reacciones espontáneas. Un hombre maduro se volteó y le dijo: Ay señorita, ¿quien será el que la ponga en cuatro?. Por supuesto que traté de quedar como un héroe con Leticia, que así se llamaba, digo traté porque el señor era karateca, y me lo demostró con pruebas contundentes. Mi cara quedó convertida en papilla, una pera de boxeo era corto.
A ella eso le produjo una extraordinaria excitación y gozo. Luego cambié mi forma de tratarla, al principio era más bien frío, distante, pero sabía que con ese volcán ardiente no tendría mucha vida esta relación con esa actitud. Una vez sin pretenderlo se produjo el cambio, ocurrió la magia, gracias al comentario acertado del amigo karateca. Yo quería ser el que la pusiera en ese número mágico. El tres no tiene gracia, en cambio el cuatro, nos habla de cuatro estaciones, cuatro posiciones para el amor, cuatro elementos, los cuatro beatles, cuatro ángeles, cuatro polvos. El cuatro es ideal para el amor.