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Categoría: Incestos

Anita de tus deseos (capitulo 4)

Dicen que los sueños más recientes, los que recordamos, se producen en el último segundo antes de despertarnos. Eso me debió pasar a mi porque cuando sonó el despertador estaba soñando con los acontecimientos del día anterior y el enorme placer que me proporcionó papa.



Estaba desnuda sobre la cama: había sido una noche de calor de primeros de julio. De todas maneras, desde que duermo con el nunca más he vuelto a usar pijama, camisón, salto de cama, ni nada parecido: dormir junto a mi padre es cómo dormir junto a una estufa. En verano tiene sus inconvenientes, pero en invierno no.



Tenía el plug en el culo: hasta nueva orden iba a dormir siempre con él. Noté cómo me movían y abrí los ojos un poco deslumbrada por la luz de la lamparita de la mesilla de noche. Me estaba colocando unas muñequeras de cuero que girándome bocabajo sujeto a la espalda. Miré a la ventana y vi que estaba oscuro: no entraba luz por las rendijas de la persiana.



—¿Qué hora es? —pregunté soñolienta, pero cómo respuesta me metió la polla en la boca mientras me mantenía sujeta por el pelo. Cogió el iPhone, marcó un número y estuvo dando instrucciones a alguien sin sacármela de la boca: luego me enteré que era el buzón de voz de su secretaria. Me dio la vuelta, me puso de rodillas, me sujetó nuevamente por el pelo y me inclinó hacia delante hasta que mi cara reposo sobre la cama. Con el culo en popa, me separó mucho las piernas con sus rodillas y empezó a estimularme la vagina. Mis jadeos iban en aumento cuándo de improviso empezó a pellizcarme el clítoris con los dedos. Di un chillido al tiempo que hice ademán de levantarme, pero no me lo permitió y me mantuvo aprisionada contra la cama. Continuo con los pellizcos y mientras chillaba cómo una loca me corrí y mis jugos comenzaron a resbalar por el interior de mis muslos. Dejó de pellizcarme y con la palma de la mano siguió acariciándome el chocho mientras me tranquilizaba un poco. Después se lubricó la polla y me penetró desde atrás. Instantáneamente empecé a gemir. Me soltó el pelo y agarrándome por las caderas empezó a bombear con firmeza. Ya sé que es una exageración, pero apretaba tanto que pensé que cuándo se corriera, su semen me iba a salir por la boca. Cuándo alcance el siguiente orgasmo mi padre cogió el plug y empezó a metro y sacarlo al ritmo de su polla. ¿Chillé mucho? Sí. Creo que, aunque sé que no es así, cada vez chillo más, pero claro, siempre hay un límite.



Siguió bombeando, y esta vez empezó a darme azotes en las nalgas. Creo que se estuvo controlando, o al menos esa impresión me dio, pero el caso es que cuando llegué al siguiente orgasmo él también se corrió, y chilló, aunque no tanto cómo la tarde anterior. Mientras sudorosos reposábamos, volvió a agarrarme del pelo y me incorporó. Me estuvo besuqueando el cuello, los hombros y todo lo que tenía a su alcance. Finalmente, se salió de mí y me dejó caer sobre la cama. Allí me dejó: atada, follada y con su semen y mis jugos saliéndome por el chocho.



Desde la cama oí cómo se afeitaba y se duchaba, y luego cómo desayunaba. Finalmente, entró en el vestidor y salió trajeado y encorbatado. Se sentó sobre la cama y me atrajo hacia él.



—Unas cuantas cositas, —dijo mientras me soltaba las muñecas—. Lo primero que te he despertado a las seis y media: todos los días lo voy a hacer a la misma hora y va a pasar lo mismo. Más cosas. Ya sabes que regreso de trabajar entre las cinco y las seis, más o menos: siempre te quiero ver en casa. Hasta que empieces la universidad las cosas de la casa son tu obligación, ya sabes: limpiar, hacer la compra, regar el jardín, todas esas cosas. Después conozco una señora que se puede ocupar. Cómo te organices es cosa tuya, pero recuerda todo lo que tienes que hacer y la lista de obligaciones del contrato. ¡Ah! Cuándo te duches puedes quitarte el plug, pero luego te lo vuelves a poner. No se me ocurre nada más: el dinero de la casa ya sabes dónde está y si recuerdo algo más te llamo al móvil. ¿OK?



—Cuándo pueda quiero ir al centro a comprar unos libros de psicología.



—¿Psicología?



—Sí, me está interesando el tema. Igual me da por hacer la carrera.



—Vale, cómo quieras, ya sabes dónde está el dinero. De todas maneras, te voy a hacer en el banco una tarjeta. ¡Ah! Cuándo vayas al centro llámame y comemos juntos.



—Vale, pero tú vas a sitios elegantes y yo no tengo ropa…



—En primer lugar, no voy siempre a sitios elegantes, solo cuándo tengo algún compromiso importante, y aunque fuera, las mujeres podéis ir cómo queráis, nosotros somos los que tenemos que ir con la puta corbata, —dijo papá riendo—, y en segundo lugar, si necesitas ropa cómpratela, aunque algún día iremos de compras juntos, para cuándo te “exhiba” por ahí.



—¿La ropa de mama la tiraste?



—No, esta todo en el desván, en un par de baúles. Son inconfundibles: son rosas. Por cierto, hace años que no se limpia allí, ya sabes.



—Vale, yo me ocupó papá.



—De todas maneras, la ropa de tu madre por ahora no te valdrá.



—Vale, vale, ya la iré revisando.



Me besó, me dio un azote en el trasero, se levantó y se fue a trabajar.



Cuando abrí el ojo, el sol entraba a raudales por debajo de la persiana. Miré la hora en el móvil y di un chillido: ¡las once! No me lo podía creer: era tardísimo. Me levanté de un salto y sin tanga me puse apresuradamente unos vaqueros muy ajustados. Mala idea: cuándo me senté para calzarme recordé que tenía el plug en el culo. «¡Mierda! Pues empezamos bien» pensé. Me calcé unas sandalias, me puse una camiseta y salí disparada hacia el súper después de coger dinero y las llaves.



Según andaba me di cuenta hasta qué punto lo de los vaqueros fue mala idea. El roce del pantalón movía el plug de un lado a otro y me estaban entrando hasta sudores, tanto que me tuve que parar disimuladamente en la parada del autobús. Por fortuna no había nadie. Me aterrorizó la idea de correrme en medio de la calle, o peor, en medio del súper. ¡Joder! Solo de pensarlo me estaba poniendo a cien. Me desabroché el pantalón, y con más vergüenza que disimulo, metí la mano por detrás y me saqué el plug. Lo guardé en el bolsillo, me abroché el pantalón y reemprendí el camino al súper.



Hice una compra grande y lo dejé para que lo llevaran a casa, pero a la hora de pagar reparé en algo que con las prisas en la parada del bus no me di cuenta: había guardado el plug en el mismo bolsillo que los billetes. ¡Mierda! Saqué los billetes y pagué a la cajera. Mientras los contaba, imaginaba muerta de vergüenza que en cualquier momento se iba a poner a olerlos. Por fortuna no ocurrió: me dio la factura, los cupones y el cambio.



—En una hora lo tiene en casa, señora.



—Muchas gracias, —respondí con mi mejor sonrisa y salí disparada para casa.



Cuando llegué, me quité las sandalias y me puse a trajinar por la casa, que tenía mucho que trajinar. Es lo que tiene vivir en una vivienda unifamiliar de dos plantas: se te va la vida limpiando. Primero hice la cama, y luego agarré la aspiradora y cómo un torbellino limpiador, estuve pasándola por todos los rincones hasta que llegó la compra. Guardé todo en la nevera y la despensa, agarre el limpiador y el trapo del polvo y me líe cómo una loca. A eso de la tres de la tarde había terminado y estaba cansada. «Mañana me lío con el desván» pensé. Me comí un par de manzanas, me preparé un té y me senté en el sillón a ver un poco la tele.



Abrí los ojos y vi borrosa la tele: me había quedado dormida. Miré la hora en el móvil y pegué un salto: eran las cinco y veinte y papa estaba a punto de llegar. Subí corriendo al piso superior mientras me quitaba la ropa y me metí a la ducha. Me estaba secando cuándo oí a mi padre entrar por la puerta de la calle y rápidamente bajé a su encuentro.



—Hola papá, ¿qué tal el día?



—Muy bien hija, ¿y tú?



—Pues muy bien. He ido a la compra y he estado limpiando la casa.



—Sí, pero has incumplido el punto nueve de las normas, —me dejó flipando. «¿Qué cojones dice el puto punto nueve?» pensé.



—¡Eh…! Bueno, no te digo que no, hasta que averigüe que dice el puto punto nueve, pero es que ha sido un día complicado, —papá soltó una carcajada y me abrazó con ternura. Empezó a morrearme, pero al pasar la mano por mi trasero se percató de que no llevaba puesto el plug y su actitud cambió.



—Esto no lo puedo pasar por alto, —dijo muy serio—. ¿Cuándo te lo has quitado?



—Esta mañana papá, —y atropelladamente le conté mi aventura matinal en el súper. Permanecía muy serio escuchando mi relato, pero sé que en el fondo se estaba descojonando.



—Aun así, no me has obedecido, —dijo finalmente abrazándome—. No has cumplido las normas: y el primer día.



—Lo sé papá.



—¿Y qué tengo que hacer ahora?



—Lo que quieras.



—Recuerda que eso ya lo hago.



—Castigarme.



—Así es. ¿Comprendes por qué tengo que castigarte?



—Sí papá.



—No soy yo quien te castiga, eres tú la responsable por no obedecerme. ¿Estás de acuerdo?



—Sí papá.



—Muy bien hija. Ahora me vas a descargar que llevó toda la mañana pensando en tu boca, y después de ducharme te aplicaré el castigo: será doloroso.



—Sí papá.



—Pues empieza, —me arrodillé, le abrí la bragueta, le saqué la polla, la introduje en la boca y comencé a chupar. Cómo sé que le gusta, intentaba metérmela hasta el fondo y casi lo conseguía a pesar de tener un par de arcadas. Fue rápido: en tres o cuatro minutos se corrió llenándome la boca de semen.



—No te lo tragues: mantenlo en la boca, —ordenó. Se arrodilló, me agarró por el pelo y tiró de la cabeza hacia atrás. Yo permanecía con la boca abierta y llena de semen. Metió el dedo y complacido estuvo revolviendo la mezcla de semen y saliva. Cada vez estaba más cachonda. Acercó su cara a la mía y pensé que me iba a besar, pero lo que hizo fue escupir en su interior. Volvió a remover con el dedo y me ordenó—: trágatelo.



Le obedecí sin rechistar. Tiró de mi pelo y me obligó a tumbarme en la alfombra.



—No te muevas de ahí y no te toques.



—Sí papá, —se levantó y subió al baño a ducharse. Parecía que me leía la mente. Me quedé tumbada en el suelo con unas ganas terribles de tocarme el chocho.



Al cabo de un rato bajó por las escaleras con la parsimonia y la arrogancia de quien controla la situación y se siente superior. Desde el suelo le vi bajar y una punzada de placer que atravesó el chocho. Poderosa, su polla se balanceaba levemente de un lado a otro y la idea de que me azotara la cara con ella hizo que mi deseo se disparara y encogiera las piernas.



—¿En qué estás pensando? —preguntó al darse cuenta.



—En que me azotabas la cara con la polla, —se inclinó, con la mano izquierda me agarró del pelo y me incorporó poniéndome de rodillas. Se agarró la polla con la derecha y comenzó a golpearme la cara con ella. Sentí un placer enorme y noté cómo los jugos de mi vagina resbalaban por la cara interior de los muslos. Instintivamente mi mano se alojó en la entrepierna.



—¡Te he dicho que no te toques! Las manos a la espalda, ­—ordenó gritando y le obedecí inmediatamente. El deseo me poseía y anhelaba poder tocarme el chocho. «¿Será posible que me corra solo con los pollazos que me está dando en la cara?» Pensé y una punzada de placer me recorrió el cuerpo e hizo que retrajera la pelvis. Siguió un poco más y entonces, tirándome del pelo me llevó de rodillas hasta el sillón. Me puso la cabeza sobre el asiento, sacó un rollo de cinta de adhesiva negra de la caja de los juguetes y dándome palmadas en los muslos me hizo separar mucho las piernas. Seguía con las manos en la espalda—. ¡Agárrate los codos con las manos!



Cuándo lo hice, con la cinta me sujetó los antebrazos uno con otro y estos quedaron paralelos cruzándome la espalda. Me pasó la mano por el chocho y vio que estaba totalmente encharcado. Volvió a cogerme del pelo y me apretó contra el sillón mientras con la otra mano me cogía con dos dedos el clítoris y empezaba a retorcerlo. Intenté cerrar las piernas, pero él había puesto sus rodillas de tal manera que me fue imposible, y entonces exploté. Aullé, chillé y berreé mientras me corría y ligeros espasmos recorrían mi cuerpo. Sin dejarme descansar me incorporó y se sentó en el sillón conmigo entre las piernas. Sacó la mordaza de bola, una pala de ping pong y unos grilletes, que me puso en los tobillos, y con el pie pisó la cadena para inmovilizarme. Después me puso la mordaza y me inclinó sobre una de sus piernas dejándome con el culo totalmente expuesto mientras me sujetaba fuerte del pelo.



—Primero: has estado toda la mañana en casa vestida mientras limpiabas. Segundo: no te has vuelto a poner el plug. Tercero: me has desobedecido. Cómo castigo te voy a dar cuarenta azotes en el culo con la pala, —papá levantó la pala y la dejó caer con fuerza sobre mi nalga derecha que vibró con el impacto. Intenté resistirme mientras emitía sonidos ininteligibles por el bloqueo de la bola, pero no pude: papá me tenía fuertemente agarrada. Volvió a levantar la pala y la dejó caer contra la otra nalga. Siguió con los azotes mientras los contaba en voz alta: tres, cuatro, cinco, seis… Según recibían azotes mis nalgas se iban enrojeciendo. Treinta y siete, treinta y ocho, treinta y nueve y cuarenta. Cuándo terminó, una mezcla de lágrimas, mocos y babas caía de mi cara mojando el suelo. Me mantuvo sujeta y empezó a pasar su mano por mí enrojecido trasero que notaba extremadamente caliente. Siguió masajeándome las nalgas mientras me decía—: Ya pasó, ya pasó.



Yo gimoteaba con las caricias, cuándo de improviso papá me metió el pulgar por el culo mientras con los otros dedos me atacaba con brío el clítoris y la vagina. Tuve una reacción refleja e intenté levantarme, pero me seguía sujetando con fuerza. Volví a correrme y me creí morir: incluso solté unas gotas de orina. Me incorporó y me dejó caer al suelo con suavidad dónde me quedé tumbada con el cuerpo brillando de sudor. Papá se levantó y subió a por una toalla. Regresó a mi lado y me estuvo secando. Después se sentó en el sillón, me incorporó y me quitó la mordaza. Me estuvo limpiando la cara mientras permanecía sentada en el suelo. No me liberó los brazos y los pies, y me estuvo morreando hasta que se cansó, y me dejó con la cara apoyada en su muslo mientras me acariciaba el pelo. Me escocia el culo terriblemente por los azotes, pero con la cabeza apoyada contra su muslo y con su polla a escasos centímetros de mis labios, era terriblemente feliz.



Estuvimos así hasta la hora de cenar. Papá me pasaba la polla por la cara y yo la lamia agradecida cada vez que tenía oportunidad.



Para cenar me desató y cuándo terminamos nos sentamos en el sofá a ver algo en la tele mientras me acurrucaba a su lado con una copa de vino. Nos fuimos a la cama y empecé a descubrir que mi padre, en la cama, por la noche es muy clásico. Desde que duermo con él, todas las noches adoptamos la misma postura: la del misionero. Me gusta tenerlo encima mientras le rodeo con mis piernas y el me abraza con sus fuertes brazos mientras me folla sin prisas, pero sin pausa. Me encanta cuándo me roza el clítoris con la pelvis mientras me penetra y respira mis gemidos. Nuestro contacto visual es constante y me vuelve loca el sentirme observada. Cuándo terminamos, siempre me atrae hacia él, me abraza y me acaricia hasta que me duermo.


Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
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