Era finales de primavera en la residencia de ancianos. El calor empezaba a ser bastante agradable y el sol pegaba fuerte pasadas las 12. Un chico nuevo, un auxiliar de unos 20 años, estaba dejando sus cosas en el cuarto de descanso, cuando se fijó en un cartel sobre la taquilla del fondo, rezaba "¡Cuidado! suelo húmedo". Frunció el ceño pensando en qué pintaría allí ese cartel si las cosas de limpieza no se guardaban allí, además en el mes que llevaba allí trabajando no había visto que se usasen esos carteles al fregar. Salió de la habitación y en seguida olvidó el asunto del cartel.
Un veterano acompañaba al nuevo casi todo el tiempo para enseñarle el funcionamiento del centro, ayudarle con lo que fuese y presentarle a los usuarios. Estaban sirviendo las comidas, como era un lugar bastante grande todos los auxiliares del centro estaban allí ayudando. Ellos dos eran los únicos hombres, se fijó en una chica, Sofía, que servía las comidas charlando con los ancianos y riendo con ellos, parecía estar encantada de estar allí y los ancianos también. Tras observar su comportamiento se fijó en su físico (tenía 20 años y ella era muy mona así que era lo normal). Sofía era de estatura media, delgada con el pelo muy largo castaño, usaba gafas de cristales grandes, tenía poco pecho, pero un culo redondito y respingón. Tras mirarlo, el chico nuevo apartó la vista algo azorado, sus mejillas se habían encendido.
Tras la comida, llevaron a los ancianos a echar la siesta. Era también el cambio de turno y algunos auxiliares, incluido el nuevo, se irían en seguida a sus casas. Estaba junto al veterano y se fijó en que éste observaba a Sofía, parecía dirigirse hacia la habitación de descanso.
- Oye - le dijo -. ¿Te has preguntado por qué en el área de descanso hay un cartel de suelo húmedo? - se lo preguntó mirándole con una sonrisa rara en los labios.
- Eh... pues sí la verdad - contestó el nuevo un poco descolocado -. Lo vi esta mañana y me extrañó.
- Ven conmigo - le contestó el veterano con esa sonrisa enigmática y echó a andar.
Le condujo a una sala que desprendía bastante calor, era el cuarto de lavadoras, había varias funcionando y el ambiente era algo bochornoso y ruidoso. El veterano cerró la puerta después de que hubieran entrado los dos y lo condujo a la pared izquierda. El nuevo vio que había varias cajas de plástico apiladas y el veterano le dijo.
- Esta sala está pegada a la de descanso, me parece un fallo de diseño enorme poner una sala ruidosa pegada a otra a la que se va a descansar, pero así lo hicieron - explicó al ver la cara de extrañeza del nuevo y señaló la pared encima de las cajas apiladas -. Se ve que fue añadida después porque allí hay una rejilla de ventilación que da al cuarto de descanso y no tiene mucho sentido. Ven, subámonos.
Se encaminó hacia esa pared y se subió a las cajas apiladas. El nuevo, tras vacilar un instante, le imitó y se subió quedando al lado del otro chico.
- Mira - le indicó el veterano y ambos miraron a través de la rendija de ventilación hacia la sala de descanso, que estaba desierta. Tuvieron que esperar un par de minutos hasta que hubo movimiento, pero mientras esperaba, el nuevo se fijó en cada cosa que había en esa habitación. En la pared justo enfrente a donde estaban ellos había un sofá de tres plazas donde solían echar siestas si doblaban turno, a su lado estaban las taquillas y delante había una camilla, la habían puesto ahí por proximidad a las habitaciones de los usuarios; en el lado derecho había un ventanal que daba al jardín, los cristales eran translúcidos y no se distinguían más que colores borrosos a través de ellos. Al fin, por la puerta entró Sofía.
El nuevo, al verla entrar, abrió los ojos sorprendido y miró a su compañero, pero éste no apartaba la vista del otro cuarto y seguía con esa sonrisa sospechosa. Volvió a mirar sintiéndose extraño, la chica le había echado el pestillo a la puerta y se dirigía hacia el centro de la estancia con su sonrisa habitual. El auxiliar joven creía que en cualquier momento la mujer giraría la cabeza y los descubriría, pero eso no pasó, la rendija estaba bastante alta y las aberturas por las que miraban no eran muy grandes, además la oscuridad y el ruido que había en esa sala camuflaban cualquier indicio de que hubiese alguien espiando.
Sofía se situó en la camilla inconscientemente de cara hacia ellos, sabiéndose sola en la habitación y que nadie podría entrar por sorpresa, sus manos empezaron a recorrer su cuerpo sobre el fino uniforme de trabajo. Se detuvieron en las caderas y una se desvió hacia su entrepierna masajeándola lenta pero intensamente.
El nuevo se ruborizó completamente y su corazón le latía desbocado en el pecho. La mujer había cogido su bolso en el sofá y había sacado algo antes de volver a situarse donde estaba, apoyada en la camilla de frente a ellos. Lo que tenía en la mano era un consolador enorme, bajo el glande de plástico había pequeños bultos que sobresalían, el chico no había visto nunca nada semejante. Sofía se desató el cordón del fino pantalón de auxiliar y éste cayó al suelo. Mientras lamía y chupaba el glande de su consolador se iba bajando el tanga rosa que llevaba bajo el uniforme, dejando a la vista un coño rosáceo y depilado. El nuevo se dio cuenta espantado de que la tenía totalmente dura y, abochornado, miró hacia su compañero, pero vio que el también tenía una erección importante y eso le hizo sentirse menos avergonzado.
Sofía por su parte se había sentado en la camilla con las piernas abiertas de par en par y un pie apoyado en la propia camilla. Se frotaba el clítoris con el glande humedecido de su consolador y gemía suavemente cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás. En seguida se hizo patente que el consolador no era lo único que estaba húmedo, pues los labios de su coño habían adquirido cierto brillo que antes no estaba ahí. Satisfecha con el resultado, Sofía se dio la vuelta, de rodillas sobre la camilla y con la cara pegada a ella se introdujo el gran consolador tras darle a un botoncito y que éste empezase a girar. La mujer lo metía y lo sacaba cada vez más deprisa a la vez que él giraba, sus gemidos iban subiendo de tono a medida que el consolador se lubricaba más y más, su coño chorreaba gotas de lubricación sobre la camilla y el suelo. Momentos después la mujer sufrió un espasmo y pegando la cara contra la camilla ahogó un gemido descomunal.
Tras el espectáculo el veterano bajó de las cajas, pero el nuevo no le siguió y vio que aún seguía empalmado. Riendo le dijo:
- Bueno, yo me adelanto, ahora ya sabes para que está ahí el cartel.