Era lunes por la tarde cuando me comunicó mi jefe que el al día siguiente tenía que ir a México DF para renegociar las cláusulas de un contrato con un cliente al que ya conocía. La verdad no me apetecía nada, aunque era consciente de que no podía negarme. Me dijo que tenía billete para el vuelo de esa noche porque no habían encontrado otro más pronto. Cuando me dieron el billete del pasaje por el número de asiento me imaginé que estaba al final del avión.
A las veintiuna treinta estaba en el aeropuerto pasando el control de seguridad y afortunadamente no había mucha gente. Unas diez personas delante de mí, paso el arco de detección de metales una mujer a la que le hicieron abrir el bolso después de pasar por el control, lo hicieron de forma caprichosa porque no llevaba nada no permitido a bordo en cabina. La mujer, con cara de pocos amigos, abrió el bolso y la hicieron vaciarlo sobre la mesa. Uno de los responsables cogió con dos dedos, como si le diera asco, un consolador y le preguntó qué era con cara de guasa. La mujer le preguntó si era tonto o se lo hacía y quitándoselo con un manotazo dijo en voz alta que era su consolador y lo llevaba para no aburrirse durante el vuelo. Añadió que mirase en la mesilla de su esposa y comprobará que en su casa también se usaba, ante la mirada atónita del vigilante jurado, mientras recogía sus cosas y las guardaba en el bolso.
Los que estábamos en la fila sonreímos por la escena que le había montado al listo. Alguien le recriminó que no tenía derecho a hacer lo que había hecho y que la pasajera tenía derecho a su intimidad. Pasé el control sin problema ante la cara colorada de vigilante.
Cuando subí al avión comprobé que mi fila no era de las últimas, era precisamente la última. Subí el equipaje de mano al altillo, saqué mi libro, dejé un jersey a mano por si tenía frío y me senté en mi asiento junto al pasillo. El avión era muy grande, tres asientos a cada lado y en medio una fila de seis. Me dije que al final iba a ser una ventaja viajar en la última fila, justo detrás de mi asiento estaban los servicios y con suerte nadie ocuparía los otros dos asientos.
Ya estaba acomodado cuando una voz me pidió que por favor la dejara pasar al asiento de la ventanilla. Miré hacia arriba y me encontré con la mujer que había montado el escándalo en el control. Sus pechos estaban a la altura de mis ojos y me dije que tenía un buen par de tetas. Cuando me levanté para dejarla pasar me di cuenta de que era bastante bajita, así que la ayudé a poner su equipaje en el altillo y me lo agradeció. La dejé pasar y volví a sentarme.
Una vez sentados me preguntó si era español y cual era mi nombre, a modo de presentación. Cuando me giré para mirarla, inevitablemente le hice la radiografía del cuerpo y me sorprendió ver que la falda era tan corta que al sentarse le quedaba justo a la altura del culo. Cuando la miré a la cara tenía una sonrisa de guasa a la que respondí con otra similar sin cortarme.
Empezamos a hablar y no paraba. Era mexicana y estaba en trámite de divorcio del hijo de un empresario de aceptable éxito. Como si tal cosa, me contó que el marido la había echado de casa cuando la pilló follando con el chofer de su padre en el garaje. Al parecer lo que más le molestó no fue que estuviera follando con otro, sino que se hubiera rebajado a hacerlo con un empleado.
Media hora después del despegue nos sirvieron un refrigerio y poco después empezaron a apagar las luces para que la gente pudiera dormir, quedando solo las de emergencia encendidas. Los asientos centrales estaban ocupados por material de catering y en los del otro lado solo había una persona.
Dijo que se iba a poner cómoda y desabrochándose dos botones de la blusa se soltó el cierre delantero del sujetador y lo desplazó hacia las axilas dejando momentáneamente los pechos al aire y se abrochó solo un botón. Al ser bastante más alto que ella, la visión desde arriba era perfecta para admirar aquel par de tetas. Ella era consciente y lo había hecho adrede.
Me miró a los ojos y me preguntó si me gustaban. Casi me atraganto cuando me dijo que aún las tenía en su sitio y duras. Repuesto de la sorpresa y sin pensarlo le dije que eso habría que verlo. Me cogió la mano y se la metió por dentro de la blusa para que lo comprobara. Como uno es un caballero, comprobé la dureza apretando el pecho y dejando la mano resbalar por el pezón lo cogí con dos dedos y reaccionó inmediatamente. La complicidad estaba servida y la predisposición también. Me dijo que como nadie nos veía y desde nuestra posición si veíamos si alguien se acercaba al aseo, podía hacerla una “mexicanita”.
Pregunté qué era eso y me dijo que ella se ponía de rodillas en el asiento y yo le metía dos dedos por delante y otros dos por detrás y una vez satisfecha me iba a hacer la mejor mamada de mi vida.
Reaccioné como pude ante semejante propuesta donde nos encontrábamos, ya se había quitado las bragas y estaba poniéndose de rodillas en el asiento del medio. Miré hacia el pasillo para comprobar que nadie nos miraba y me giré para cumplir con su propuesta mientras se ponía un pegote de crema hidratante por detrás, que sacó de un tarro del bolso. Una vez aplicado dentro y fuera del estrecho anillo me dijo que estaba preparada.
Metí dos dedos por delante y otros dos por detrás a modo de garfios, utilizando las dos manos. La piel del pubis no solo estaba limpia de vello, tenía un tacto suave lo que me hizo pensar que además de darse crema en la cara lo hacía en el coño.
Empecé a levantarla con mis garfios para hacer presión sobre sus partes a excitar y añadí el dedo gordo para frotar el clítoris, sin saber si eso estaba incluido en la “mexicanita”. En cualquier caso, agradeció la innovación y empezó a mover el culo para buscar mayor contacto, mordiéndose los labios para no hacer ruido hasta que se metió las bragas en la boca como remedio. Se corrió tirándose de los pezones.
Cuando se incorporó yo ya estaba empalmado y no le costó sacarme la polla de los pantalones. Se echó la mantita del avión por encima de la cabeza y se la metió en la boca. Mientras me follaba con los labios pasaba la lengua por la raja del capullo y me estaba llevando al cielo. Le di en un hombro para avisarla de que no iba a aguantar mucho si seguía así y lo que hizo fue acelerar sus movimientos de cabeza. Interpreté que no la importaba que me corriera en su boca y me dejé llevar. Después de correrme siguió chupándome hasta que me dejó escurrido.
Se fue al baño y cuando volvió me dijo que ya estaba aseada para la siguiente sesión. Sonreí y la dije que deberíamos dormir un poco. Se atapó con la manta y enseguida se quedó dormida. Yo hice lo mismo, estaba agotado porque había trabajado todo el día en el despacho preparando documentos para la cita que tenía al día siguiente.
Me desperté sobresaltado cuando una mano me desabrochó la bragueta y se coló dentro. Empezó a masajearme y antes de abrir los ojos recordé donde estaba y quien viajaba a mi lado, así que solo podía ser ella. Abrí los ojos justo cuando sus labios se acercaban a mi cara y la lengua invadió mi boca. Fue su forma de despertarme porque estaban sirviendo el desayuno. Me deshice de la manta y ella hizo lo mismo y se abrochó la blusa abierta hasta el ombligo. Desayunamos y cuando nos retiraron las bandejas me dijo que nos fuéramos al baño que le apetecía que la follara de verdad. Le dije que ya estaba todo el mundo despierto y las luces encendidas, lo que presagiaba que el aseo iba a estar muy concurrido.
Pasó por encima de mi ofreciéndome una buena visión del culo desnudo y se fue directamente a ver a una auxiliar de vuelo. Vi como intercambiaba unos billetes de diez dólares por un cartón con la sonrisa de la auxiliar. Cuando volvió me cogió de la mano y tirando de mi para que me levantara me dijo que estaba arreglado. Abrumado por su cara dura y la complicidad, propina de por medio, de la auxiliar me llevó al aseo, puso el cartel de “averiado momentáneamente” colgado del picaporte y al cerrar la puerta echó el pestillo.
Se desabotonó totalmente la blusa y agachándose un poco empezó a chuparme la polla. Una vez dura me pidió que la aupara y la sentara en el lavabo al tiempo que abría las piernas ofreciéndome el coño. Se la metí de un solo empujón y le entró sin problema hasta los huevos. Por la altura del lavabo los pechos me quedaban cerca de la boca y empecé a chupárselos mientras la follaba. Cambiamos de posición, se puso de pie en el suelo con los brazos apoyados donde antes había estado sentada, me coloqué detrás y se la metí de nuevo. La diferencia de estatura hacía que cada vez que se la metía los pies perdían el contacto con el suelo. La saqué y se la metí en el culo para dejar libre el coño. Metí dos dedos buscando el punto G y con la otra mano me ocupé del clítoris, manteniéndola sin que llegara a tocar con los pies el suelo. Intentando reprimir los gemidos se corrió y la secundé en el recto.
Cuando la auxiliar nos vio salir de aseo vino a quitar el cartel de averiado y ambas se sonrieron.