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Una esclava inesperada - Reencuentro fugaz II

Aquella acción suya me dejo anonadado. Ella nunca había manifestado síntomas de celos y eso, a todas luces, era una escena de celos. Más que enfadarme, estaba pasmado. Ga jamás me había manifestado sus celos de manera tan evidente. Si acaso, sólo cuando hicimos el trío con Elisa y eso desapareció momentos después durante la rica mini orgía que organizamos. Sin duda, las mujeres no dejan de sorprenderme.

Ga, al ver que me quedaba sin hacer nada, me espetó “¿Por qué no le contestas?” Pero no lo hice y se perdió la llamada. Y la verdad, no sabía que pensar. En primer lugar estaba teniendo un encuentro con la mujer que me robó la inocencia y el corazón, y eso significaba tanto para mí, que es difícil expresarlo. Y por otro lado, estaba recibiendo la llamada de una persona que, tanto en ese presente, como en el futuro, se convertiría en una de las mejores relaciones que he tenido. “A.C.” es especial y en el futuro le dedicaré una saga entera, ya que nuestras aventuras sexuales fueron morbosas, excitantes y dignas de mención.

Volví  en mí, después de divagar en mi mente y miré a Ga a los ojos, confuso. Habría que dilucidar el porqué de sus acciones, dado que nunca había manifestado dicho sentimiento.

—¿Estás celosa? – le pregunté con una leve sonrisa

—Si serás cabrón… – me espetó con una cara de enojo

—Tú nunca me habías celado – le dije serio, al notar cómo la situación comenzaba a tornarse ríspida – Jamás manifestaste celos, incluso cuando notabas que miraba a otras mujeres

—Eso fue porque jamás me diste pie a… - se detuvo enojada y continuó – Mira… la gente cambia… y ahora soy celosa y sí, me da celos… Te amo y el hecho de pensar que estés con otra mujer es… doloroso

—Ga… - dije y me acerqué a ella. La abracé y la besé dulcemente – Vamos a ver… Tú sigues con esta persona que dices que se parece a mí, ¿verdad?

—Bueno… - dijo y volteó la mirada. ¡Ja! aquella fue mi oportunidad para contraatacar

—¡Ajá! – comenté – eso quiere decir que, ahora soy tu amante, no tu novio oficial y la que haciendo cornudo a otro eres tú. Un cornudo en toda regla. ¿Crees que a mí no me dan celos de que estés con él? – le dije un poco enojado, pero honesto - ¿Acaso no crees que la idea de que, posiblemente, también estés enamorada de él? Pues sí, eso me cruza por la mente, incluso ahora. Pero, ¿sabes?, prefiero disfrutar de este momento, de este día. Quiero hacer a un lado todo lo malo que siento, para poder disfrutar del cuerpo y la cercanía de la mujer que más he amado hasta ahora. ¿No podrías hacer lo mismo?

—…

—Además yo no le estoy poniendo el cuerno a nadie. Estoy soltero y no tengo que rendirle cuentas a ninguna persona. Ella y yo terminamos hace ya tres días. Por consiguiente, estoy soltero y soy libre de hacer con mi vida lo que me plazca. Tan es así de que estoy con una vieja hermosa y que está bien buena y me la voy a coger, quiera o no quiera.

—Pablo…

—Oh, así es. Vamos a coger. Y si vuelve a hablar, le voy a contestar y voy a resolver las cosas con ella, porque ella vale la pena. Si, pienso regresar con ella y espero ver qué puedo hacer, aunque sea por teléfono. ¿Por qué? Por la simple y sencilla razón de que tú te vas a ir en unos días y me vas a dejar con todo este mar de sentimientos y la más profunda tristeza de saberte de otro – le dije enojado y al notar que comenzaba a llorar añadí – Perdóname si te lastimo, pero no tienes idea de cuánto te amo… si por mi fuera, te secuestro y no te dejaría ir jamás, pero no puedo. Así que disculpa si me quiero aferrar a algo… y ese algo es “A.C.”

Sonó el teléfono y nuevamente era “A.C.”. Gabriela se levantó y se dirigió al baño. Yo, enojado, confuso y, ahora, triste, contesté.

Hablé cerca de diez minutos con ella y al parecer, los dos estábamos arrepentidos y saldríamos en unos días para ver si podíamos arreglar las cosas. Aquello me levantó el ánimo un poco. Dejé el teléfono sobre el buró y me dirigí al baño donde se escuchaba un llanto apagado y melancólico.

Encontré a Ga, sentada bajo la regadera. El vapor inundaba el recinto. Me senté junto a ella, la abracé y dejé que llorara. Pasados unos instantes, comencé a llorar también, presa de todos los sentimientos que cargaba dentro de mí. Y lloramos. Lloramos como por diez minutos.

—Es que no puedo sacarte de mi mente Pablo – me dijo entre sollozos y con su cabeza hundida en mi pecho – Nadie me ha amado como tú. Nadie me comprendió como tú. Nadie me maltrata con tanto amor…

—Hay Ga…

—Pero tienes razón. Hay que vivir el ahora y disfrutarlo al máximo – se incorporó y me miró a los ojos en una sonrisa de tristeza contenida

—Te amo y siempre te amaré Gabriela. Yo amaría a tu hija como si fuera mía. Créeme que si tuviera el dinero y no hubiera tanta bronca con tus…

—Shhhhh – me dijo y me besó – vamos a disfrutar que aún nos queda bastante tiempo por delante – y acarició mi flácido miembro con ternura

—Perdóname…

—¿Por qué? Si tú no has hecho nada. Al contrario. Perdóname tú a mí. Tienes toda la razón en lo que dijiste… - se incorporó y me tendió la mano para ayudarme a hacer lo propio – Espero que hayas arreglado las cosas con ella.

—Eso no importa. Lo que me importa es que estoy contigo. Estoy contigo ahorita. Tengo desnuda y a mi disposición a la mujer más bella que existe sobre el planeta. Eso es lo que importa en este momento.

—Te amo – me dijo sonriendo

—También te amo

Y nos fundimos en un tierno, dulce y cachondo beso. Mientras nos besábamos, cerré el agua caliente de la regadera y nos baño un agua fría que nos hizo tiritar. Pero no nos movimos ni interrumpimos el beso. Instantes después nos bañó agua caliente y sólo rompí el beso para mediar el agua y que ésta estuviera en el punto exacto. Nos seguimos besando y la cargué (pese a su gordura) y la recargué sobre la pared. Ella exclamó al sentir el frío contra su espalda, pero no me reclamó en lo absoluto. La penetré con una semi erección, pero fue delicioso.

Lo hicimos. Hicimos el amor en la regadera. Lo disfrutamos enormemente. Cuando terminé, tomamos un pequeño baño, donde, ella me lavó a mí y yo a ella. Nos limpiamos mutuamente, con amor y con pasión en ciertas zonas. Fue… inolvidable.

Cuando salimos del baño, nos recostamos desnudos en la cama durante un breve instante. Por lo menos yo estaba algo cansado de tanta cogedera, pero mi compañera quería más y tuve que hacer gala de fuerzas que no poseía en ese instante.

—Probemos la elasticidad de tus agujeros, zorra – le dije incorporándome al ver su mirada expectante.

Ella asintió y se abrió de piernas. Yo tomé un plátano (o banana, para los que son de otros países) y antes de introducírselo, tenté su vulva para comprobar su estaba mojada o no. La muy puta seguía empapada. Introduje sin mucho esfuerzo aquella fruta y comencé a moverla lentamente hacia afuera y hacia dentro. Ni siquiera gimió. Tomé un pequeño puño de uvas (algunas blancas y otras tintas) y, tras meter un par de dedos en su recto, introduje todas. Aquellas también entraron casi sin esfuerzo. Ella solo se dejaba hacer. Tomé un limón un poco grande y se lo mostré. Al notar su sonrisa, mi verga comenzaba a reaccionar.

Escupí en mis dedos y traté de lubricar con mi saliva, tanto su ojete, como la fruta. Cuando comencé a forzar su entrada, fue cuando escuché un leve gemido de su parte; sin embargo, no cerró las piernas ni se movió. La resistencia que mostraba su ano era genial, pero tras empujar con fuerza entró completamente. Aquella visión de su ano irritado y abierto me devolvió el vigor que había perdido. Durante el proceso anterior, de vez en vez, movía el plátano ensartado en su coño.

Tomé en mis manos un fino calabacín y sin retirar el plátano de su vulva, poco a poco fui introduciendo dicho alimento. Entró, con un poco de esfuerzo, pero entró. Ella estaba sufriendo, pero cuando le pregunté si quería que parara, ella me respondió con un rotundo: NO.

Tomé una guayaba, a la cual le di un mordisco y después pasé al intento de introducirla por completo en su recto. Para mi fortuna y desgracia, entró, pero un poco en trozos y con ayuda de mis dedos. Se los di a limpiar y ella disfruto lamiendo mis dedos. Tomé la cuerda de tendedero y le solté dos fuertes golpes, uno en sus tetas y otro en su pansa. La marca que dejó en su piel fue alucinante.

Introduje un limón más en su recto y pasé a mi intención principal: LOS CHILES. Había traído chiles pequeños y algunos grandes (aquí en México se les llama “poblanos” y generalmente se comen rellenos). Le di un mordisco a uno de los pequeños y de inmediato me “enchile” (los que han comido chile, sabrán a que me refiero con esa expresión) y procedí a pasar el chile por todo su coño.

Ella me miraba suplicante, pero como toda una buena sumisa, aguanto el castigo y sólo se quejaba levemente. Admito que me pasé un poco, pero… que puede hacer uno, me rendí a mis instintos. Aquello debía de arderle horrores, pero me importó poco, porque también embadurné sobre su orto. Saqué el plátano y el calabacín de su vagina e introduje el chile mordisqueado. Después tomé uno de los chiles poblanos y tomé el encendedor que traía. Comencé a “asar”, dentro de lo posible, el chile y tarde unos cinco minutos en lograr el término que quería. Sin más, introduje rápido y sin parar dicha legumbre y comencé a moverla frenéticamente. Mi intención era que, tanto sus adentros, como por fuera, su piel ardiera. Ella es ardiente y se lo merecía.

La miré después de cinco minutos y ella mordía su mano y lloraba en silencio. Impresionantemente, jamás me cerró las piernas o hizo algún además de moverme o intentar que parara. Eso me dio a entender que, a pesar de su dolor, lo estaba disfrutando, al igual que yo.

Con la verga casi a punto de explotar, introduje dos dedos en su culo, nuevamente escupí en él y en mi cipote y la penetré. Inmediatamente sentí las frutas que había introducido. Fue extraño sentir toda aquella presión, pero ese era mi plan. Y comencé a moverme rítmicamente, mientras que con la mano, movía el chile que reposaba en su vagina. Poco a poco sentía como todo lo que se encontraba en su culo se iba deshaciendo, a excepción de los limones. Si ella tenía mierda dentro, también se había mezclado. Peor para ella estar sucia, porque le daría a limpiar los limones y me verga después de que me viniera.

Aguanté, siendo honestos, alrededor de 10 minutos y me corrí en su culo. Ella seguía llorando y respiraba agitadamente. Saqué mi verga, la cual comenzaba a disminuir de tamaño, y se la puse en la boca. Ella tragó gustosa mi miembro y lo limpió sin reparo. Cuando hubo terminado, le saqué el chile poblano de su vulva y, tras introducir tres dedos, también extraje el pequeño, el cual estaba un poco maltratado. Había semillas regadas por dentro, pero aquello le daría un poco más de ardor.

La coloqué de perro y le ordené que intentara sacar los dos limones que tenía dentro de sus entrañas. Lamentablemente no pudo hacerlo a pesar de sus esfuerzos y dos pequeños pedos que salieron de su orto. Me levanté y tras darle una fuerte nalgada, le ordené ponerse en cuclillas e intentarlo, mientras mamaba mi verga, la cual estaba completamente inerte.

Cumplió la orden y en menos de dos minutos, tenía sobre el piso de la habitación del hotel un menjurge bastante bizarro. Una mezcla de uvas semi destrozadas, media guayaba  y dos limones enteros, combinados con una pizca de mierda de mi compañera. Le ordené que tomara los dos limones y los limpiara completamente, pero sin utilizar las manos, para después, limpiar, de igual manera sin manos, el “pequeño desastre” que había cagado.

Forzosamente tenía que quedarse a cuatro patas y yo aproveché para tomar la cuerda que había traído, para azotar su espalda y sus nalgas sin misericordia. Cuando cayó el primer latigazo, ella respingó y me volteó a ver, visiblemente dolorida. “Querías ser seriamente lastimada… y vamos a intentarlo. ¡Anda! Recoge tu mierda y trágatela, como la perra que eres. Yo seguiré disfrutando de azotarte. Y créeme, que esto sólo ha hecho más que empezar. Puedes gritar todo lo que quieras, porque éstos van a ser de los fuertes”

Sin más, le solté otro latigazo de la cuerda de plástico en su espalda y ella gimió de dolor, pero sumisamente se inclinó y comenzó con la tarea que le había impuesto. No me tenté el corazón y la azoté sin miramientos. Descargué golpes con furia y con fuerza. Cuando terminó de limpiar con la lengua su cagada, yo seguía azotándola y le ordené que se quedara en aquella posición.

Obedeció y continué con otra tanda de 8 azotes más, alternando su culo con su espalda. Después descargué 5 inmisericordemente fortísimos latigazos en sus maltrechas nalgas. Ella gritó con cada azote, pero jamás se movió o colocó sus manos en defensa de su cuerpo. Aguantó el castigo, como otrora, lo había aguantado. Aquello, me llenó de felicidad y poco a poco devolvía vigor a mi dolorido pene.

Tomé la botella de vino y bebí el resto de su contenido de un solo trago. Le ordené masturbarse, pero que permaneciera como se encontraba. Ella obedeció al instante y, al comprobar su vagina, noté que chorreaba. Comencé a introducir la botella de vino por su vulva y el cuello de la botella entró sin ninguna dificultad. Al llegar al cuerpo, comenzó la verdadera tarea.

Con ganas de desgarrarla, pero sin ninguna intención de hacerlo, comencé un leve, pero firme mete y saca hasta que aquél monstruoso instrumento lograra introducirse (hasta donde cupiera). Ella gemía, entre lágrimas y sollozos. “Todavía me arde” me dijo, pero no le presté atención.

Pasaron alrededor de cinco minutos cuando ella comenzó a gemir de manera más audible. Seguía masturbándose y cuando menos lo noté, se vino. Atiné a soltarle una nalgada más, que ella, me atrevo a decir, ni sintió. Cayó al suelo, rendida, en una mueca de dolor y placer que difícilmente puedo describir.

Para esos momentos, yo nuevamente estaba en pie de guerra, pero dado que su vulva estaba inundada de chile, me dirigí de nuevo a su culo. Le ordené colocarse de nuevo a cuatro, pero no me obedeció. “Dame un momento… gracias”, me dijo con los ojos cerrados. Sonreí para mis adentros y me senté con la verga apuntando al techo.

El blanco de mis deseos y lujurias era aquella mujer tumbada en el suelo. Su piel estaba maltratada, pero quería aún más y sabía que ella estaría dispuesta a todo. Instantes después, se fue recuperando y se levantó, pero no se puso en cuatro, como le había ordenado. Se acercó a mí y me besó. Correspondí el beso y le apreté fuertemente las tetas. Ella se despegó y sonrió. “A cuatro” le repetí la orden.

Penetré su culo con pasmosa facilidad y continué azotando ese hermoso culo. Comenzaba a amoratarse después de media hora de azotes y furiosas embestidas. Llorando a moco tendido, pero con una visible sonrisa en su rostro, le saqué la verga del culo y se la ofrecí en la boca. Sucio aún por la mezcla de frutas y mierda, mi miembro fue engullido con placer y avidez. Terminé al poco rato en su boca. La ración de semen que recibió fue raquítica, pero disfruté el terminar en su boca.

Su culo era un poema: amoratado. Aún faltaban sus tetas y su pucha, pero ambos decidimos descansar un rato. Nos recostamos en la cama y se abrazó a mí. Acaricié su espalda (que tenía algunas marcas visibles de la cuerda) y sus hombros con ternura, mientras ella pasaba su mano sobre mi pecho. No sé en qué momento me quedé dormido, pero desperté al sentir su lengua jugueteando con mi flácida polla.

Mamaba por completo y ensalivaba de más, pero limpiaba al instante. El verla así, me enterneció y me excitó como nadie lo ha hecho hasta ahora. Me incorporé y le ordené que siguiera así, hasta que se me parara por completo. Para mi vergüenza, tardé cerca de 10 minutos en lograr que mi verga estuviera como piedra, aunque disfruté enormemente el tratamiento oral.

Paró a orden mía y decidí torturarme un poco para satisfacerla. La recosté en la cama y, tras dedearla un poco, la penetré en la posición de misionero. Poco después de unos cuantos envites comencé a sentir un poco de ardor. Ella estaba feliz y sin más, la besé con pasión, mientras me la cogía de esa manera. Conociéndome, sólo podría aguantar dos corridas más, antes de que mi “amigo” muriera.

Así que no me demoré y disfruté de aquella cogida. Besaba su cuello y sus pechos. Mordía de vez en vez uno de ellos, aunque no muy fuerte. Acariciaba su rostro y la besaba, ora en las mejillas, ora en la boca. Conforme pasaban los minutos, aumentaba el ritmo y, a la vez, aumentaba la intensidad de mis caricias. Ya no mordía con delicadeza, lo hacía con fervor. En lugar de besarla, le soltaba leves cachetadas. Mordía sus pechos y sus pezones con vehemencia. Y, a pesar de que lo hacía con fuerza, ella lo disfrutaba.

Tras 10 minutos de cachetes y mordiscos, me vine en su concha. En un arrebato de lívido, me arrodillé y comencé a mamar, para disfrutar yo mismo de mi propia corrida. Ella gozaba y se vino cuando inserté un dedo en su culo, mientras la lamía. Cuando me satisfice, le ordené pararse. “Ahora sí, vamos a maltratarte”, le dije. Sonrió de esa manera tan pícara.

Tomé la cuerda y la amarré, como mejor pude, ya que no soy bueno en eso. Me guié un poco, por las pelis de BDSM que había visto y logré amarrarle las tetas y las manos tras la espalda. Inmovilizada de esa manera, le ordené abrir un poco las piernas. Acto seguido, comencé a golpear sus tetas con la palma de mis manos; Fuerte, firme y continuo. Ella sólo gemía levemente ante cada golpe. Poco a poco fui aumentando de intensidad hasta que, por cada golpe, tenía que tomar vuelo.

Aquella sensación de infringirle dolor, me tenía enormemente excitado. Sus tetas, estaban al rojo vivo. Tanteé su vulva y nuevamente estaba empapada. Ella sonrió con lágrimas contenidas y me dijo: ya me hacían falta tus tratos.

Introduje tres dedos de golpe en su vagina y ella soltó un suspiro de placer. Percutí sus bajos por unos momentos y seguí con la golpiza que estaba propinándole a sus hermosos y gigantescos senos. Paré después de 5 minutos y fui por las pinzas de ropa que había traído y adorné sus pechos con ellas. Al ser nuevas, apretaban más y el dolor que Ga sentía, debía ser intenso. Cuando terminó con 5 pinzas en cada pecho, me acerqué y la besé. Me correspondió el beso y le solté una nalgada brutal que casi la hace caer.

Se recuperó, tambaleante y me miró a los ojos. “Soy tuya, haz de mí, lo que te plazca”. Cuando terminó la frase, azoté de manera continua sus nalgas (me fascina azotar culos y a pesar de que el de ella estaba ya muy maltratado, lo hice y lo hice fuertemente). Ella gritaba de dolor, pero jamás se movió para impedirme azotarla. Al final le solté una increíblemente fuerte (hasta a mi me dolió) y esa terminó por tumbarla y cayó de bruces sobre la cama. Gritó de dolor al notar sus pechos aplastados y aún aprisionados por las pinzas. Me acerqué a ella, abrí sus nalgas y busqué penetrarla por el culo. Me costó trabajo y me dolía introducirlo, pero mi morbosidad fue más y la penetré de un solo envite cuando hubo entrado un poco. Ella lloraba y gritaba de dolor, mientras, por alguna razón, seguía azotando ese delicioso par de amoratadas nalgas.

Después de quince minutos, se la saqué. No me había venido porque no quería hacerlo aún. Mi verga salió sucia y la hinqué para que la limpiara. Lo hizo con lágrimas en todo su rostro y cuando la hubo dejado limpia, la separé de mí y la incorporé. Dos de las pinzas de su teta izquierda se habían desprendido al caer a la cama. La miré a los ojos y ella me respondió con una leve sonrisa, entre una cara cubierta por el dolor.

Le propiné una cachetada fuerte que le volteó la cara y sin darle tiempo a reaccionar, le di otro cachete, pero en una de sus tetas. Tres pinzas cayeron al suelo y ella soltó un aullido de dolor. Bastaron cuatro golpes más en sus tetas para que sus carnes fueran liberadas de la prisión de las pinzas. Y nuevamente azoté sus bellos pechos con furia, pasión y fuerza. Después de cinco minutos así, terminé con una fuerte cachetada en su otra mejilla.

La empujé y, al no poderse sostener, puesto que estaba atada, cayó sobre la cama. Instintivamente abrió sus piernas, mientras seguía sollozando. Al tocar su vulva, no pude más que sonreír al ver que estaba completamente encharcada. “Por último, laceraré esta pequeña y hermosa vulva que tienes… ¿Alguna objeción?” le pregunté.

Dicen por ahí que “el que calla, otorga” y le solté un azote a aquella deliciosa vagina. Se vino al instante y empapó aún más mi mano. Se la di a limpiar y lo hizo. Seguí azotándola por razón de 10 minutos. No muy fuerte, pero no muy quedo. Cuando volví a introducir tres dedos, Ga tuvo nuevamente otro orgasmo. Introduje un cuarto dedo y comencé a percutirla así. Cuando se me cansó la mano, la cambié y alterné dichos movimientos, hasta que tuvo un tercer orgasmo.

Y cuando remitían los efectos de éste tercero, saqué mis dedos y reanudé la tanda de azotes, pero esta ocasión, lo hacía más fuerte. Al sentir el quinto, cerró sus piernas. Las abrió casi al instante después. Las cerraba con cada azote, pero las volvía a abrir. Airado ante tal acción, le solté un cachete en los muslos.

—¿Qué pasa puta? Pensé que te gustaba el dolor – le pregunté

—Me encanta, pero ya… me duele mucho

—Déjame recordarte algo zorra – le dije mientras soltaba cachetes en sus muslos – Aquí, el que manda soy yo. Y aún no veo esta concha como yo la quiero ver. Así que te aguantas y abres las pinches patas o vas a ver…

—Pero es que ya no puedo… neta me duele mucho – me dijo sorbiendo sus mocos.

—Zorra… - atiné a decir

Pero era cierto, ya había aguantado mucho castigo por mi parte, pero para su infortunio, soy demasiado terco. Así que me incorporé y me senté sobre su vientre. Con una mano, tomé una de sus piernas y con mi pié otra y la obligué a abrirse. Por primera vez, se resistió pero mi fuerza fue mayor. Comencé nuevamente y con fuerza desmedida. Azote por azote, sentía su impulso por cerrar sus piernas, pero no podía, debido a la posición y a cómo la tenía sujeta. Me imploraba que parara, que me detuviera, que ya era demasiado… pero hice oídos sordos. La continué azotando cerca de 3 minutos. Comenzó a llorar y a gritar de dolor tan fuerte, que tuve que parar. Sin embargo, su vulva seguía empapada. Al instante cerró sus piernas.

Me levanté y a ella conmigo. La desaté y ella me agradeció el tratamiento. Aún sollozaba y le dije que faltaba algo más. Quería humillarla de otra manera y le ordené que se acostara en la cama. “Ahora, me vas a comer el culo pendeja, mientras yo te doy placer a ti.” Hicimos un 69, aunque yo estaba encima de ella. Abrió mis nalgas y al sentir su lengua en mi orto, solté un pedo. Paré a ver cómo reaccionaba y en ningún momento se detuvo, sino que siguió lamiendo. Comencé yo a lamerla y al poco rato escuché como gemía. De repente me detuve e  incorporé un poco mi trasero. “Ahora te la tragas hasta el fondo puta. Y cuando te diga, vuelves a limpiarme el culo”. Y mientras mamaba, la penetraba por la boca en aquella posición. Mi verga le entraba hasta la garganta, pero ella nunca se quitó. Es más, hacía un trabajo de maravilla. Alterné mi culo y mi verga en su boca. Solté otro pedo y jamás se quejó. Siguió como si nada hubiera pasado.

Pasado un rato de estar así, ella comenzó a gemir, cada vez más fuerte. “Me vengo, me vengo” Se vino, estrepitosamente e instantes después, noté un chorro diferente sobre mi rostro. “Perdón” la escuchaba decir, pero no me importó en lo más mínimo. Gabriela, quizá de puro placer, estaba orinando mientras chupaba su vagina. Aquello, en lugar de molestarme, me pareció morboso y me excité aún más. Sabía extraño… ácido, pero el saber que estaba bebiendo orina me hizo casi venirme. Ella seguía pidiéndome perdón y para no escucharla, le clavé la verga hasta el fondo de su garganta. Bebí, con deleite sus jugos y sus meados y, presa de una excitación inusual y nueva, me vine en su garganta por última vez.

Me despegué de ella y de inmediato la besé, para compartir sus sabores y disfrutar de míos. Nos fundimos en un cachondísimo beso de lengua donde, compartimos meados, semen y jugos vaginales.

—Gracias Pablo – me dijo cuando terminó aquel beso – Nunca me decepcionas. Eres uno de los mejores hombres con los que he cogido.

—Gracias a ti. Perdona si me pasé, pero sabes cómo me pongo cuando estoy en ese plan – le respondí

—Sí, yo sé cómo te pones… pero me gusta… aunque si te pasaste un poco – me dijo sonriendo y añadió – pero ese ha sido de los mejores orgasmos que he tenido en toda mi vida. Perdona que no contuviera mi vejiga, si quieres castigarme, aquí estoy… solo no me pegues ahí abajo…

—Cálmate, que por hoy hemos terminado – le dije sincero – disfruté mucho todo el día de hoy y no me molestó que te orinaras. Por si no lo notaste, seguí lamiéndote y me tragué lo que pude. Te amo. No importa. Al contrario… gracias.

—Wow… - exclamó – Wow… – y me volvió a besar con una pasión inusitada.

Ya vestidos y preparados para irnos, prendí la televisión (no sé por qué lo hice, pero lo hice) y justamente cuando la encendí, sonó la canción que pondré a continuación; al reconocerla, nuestras miradas se cruzaron y (no sé si ella también) me sentí, inmediatamente identificado. Se acercó a mí y fundimos nuestros labios en uno de los mejores besos que he tenido, mientras que la televisión sonaba, tras nuestro:

 “Destapa el champagne y apaga las luces, dejemos las velas encendidas y afuera las heridas. Ya no pienses más en nuestro pasado, hagamos que choquen nuestras copas por habernos encontrado, porque puedo mirar el cielo, besar tus manos, sentir tu cuerpo, decir tu nombre y las caricias serán la brisa que aviva el fuego de nuestro amor… de nuestro amor. Puedo ser luz de noche, ser luz de día, frenar el mundo por un segundo y las caricias serán la brisa que avive el fuego de nuestro amor…

El tiempo dejó su huella imborrable y, aunque nuestras vidas son distintas, esta noche todo vale, tu piel y mi piel, ves que se reconocen... Es la memoria que hay en nuestros corazones…

Porque puedo mirar el cielo, besar tus manos, sentir tu cuerpo, decir tu nombre y las caricias serán la brisa que aviva el fuego de nuestro amor… de nuestro amor. Puedo ser luz de noche, ser luz de día, frenar el mundo por un segundo y  que me digas cuánto querías que esto pasara una vez más…”

(Siempre he dicho que, sin importar el género musical o el artista, una canción se vuelve significativa para uno, dependiendo del momento que viva y del momento en que la escuche. En lo personal, esta canción de los Enanitos Verdes, me era indiferente hasta aquel día. Ahora, cada vez que la escucho, lleno de suspiros el recuerdo de Ga.)

CONTINUARÁ…

Datos del Relato
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