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Después de lo sucedió con Joaquín la verdad entre en depresión, no sé si por la culpa o porque me sentía incompleta.
Mi marido llegaba siempre tarde a casa y generalmente trabajaba los sábados, nuestros ratos compartidos era muy pocos y mi vida sexual junto a él nunca había sido nada sensacional, pero a partir de sus ausencias se volvió casi inexistente.
Sin darme cuenta comencé a sentirme deprimida, triste e irritada.
Hablaba muy poco y hasta había perdido la paciencia que tenía con mis hijos.
Me di cuenta que sin tardanza debería poner en práctica un cambio, primero pensé en conseguir nuevamente un trabajo, creí que no me costaría reintegrarme al mundo laboral, pero lo sucedido con Gerardo mi último jefe y que termine mal con la empresa me hicieron reflexionar para no hacerlo.
Mi marido no me apoyaba moralmente, me quedé en casa rumiando mi mala suerte y como estaba deprimida los primeros tropiezos fueron suficientes para hacerme desistir del intento.
Me empecé a llevar mal con toda mi familia porque me trataban como una neurótica y comencé a aislarme también de ellos.
Cuando mi hija me dijo que quería estudiar pintura le busqué una buena profesora, que en realidad resultó ser un profesor, que me tenía al tanto de los progresos de la chiquilina.
Era un hombre de unos 40 años, que en su taller de dibujo y pintura daba rienda suelta por las tardes a su vocación de docente, su nombre era Jonathan.
A medida que lo iba conociendo más, más me simpatizaba, me parecía una persona con la que podía tener reales afinidades, también me daba cuenta que él me prestaba particular atención.
En una primera etapa no le di importancia a ello, aunque no puedo soslayar el confesar que me hizo sentir bien, él había resultado comprensivo y me hacía sentir estimada.
Pasaron varios meses, cuando una tarde llevé a mi hija y se desencadenó una fuerte tormenta, llovía torrencialmente y creí prudente quedarme hasta que parase un poco, porque era peligroso conducir con semejante lluvia.
El me invitó a presenciar la clase, terminada ella, las otras mamás fueron a buscar a sus chicos y yo me quedé charlando con Jonathan, el profesor, ya que siempre me gustó la pintura.
Mi hija mientras tanto dibujaba y pintaba en su mesa.
Jonathan me invitó con un café y sin darnos cuenta, los minutos comenzaron a correr!
Hablamos de todo un poco y me preguntó por qué nunca había intentado hacer algo al respecto, me dijo que me haría bien iniciar algún tipo de estudio de tipo artístico, ya que me notaba triste.
Debo haberle puesto una cara rara porque me tomó la mano y me pidió disculpas por sus palabras, agregando al mismo tiempo que, empero, había que ser muy ciego para darse cuenta que estaba atravesando un mal momento.
Se me hizo un nudo en la garganta, no pude continuar hablando.
Aquella noche concluí que él era la primera persona que se daba cuenta, sin ningún esfuerzo por lo visto, de lo que me sucedía.
Estuve una semana para decidir que me llevaría de su consejo y tomaría un curso de pintura por la noche, que era la hora en que enseñaba a los adultos.
Se lo dije a mi marido, al que realmente no le gustó mucho la idea, pero no le di importancia.
Yo iba a las clases un día distinto al de mi hija, éramos solamente cuatro alumnos.
Descubrí que tenía talento para hacer lo que había comenzado, me gustaba y de a poco logré salir del pozo al que me había estado precipitando todos los días un poquito más.
Jonathan era especialmente amable conmigo, yo era la última en retirarme de la clase y al quedarnos solos conversábamos de todo.
Nos hicimos amigos y no sé cómo fue, pero un día, cuando me iba, él me dio un beso en la mejilla.
Yo me sonrojé cómo si fuera una adolescente, él se sonrió y me apretó fuertemente la mano derecha y es que acostumbrada a la seducción y manoseo, eso me dejo anonadada.
A la semana esa clase de despedida se repitió, pero esta vez no me sonrojé y le devolví el beso y él me abrazó.
Se lo devolví, cerró la puerta con llave y así, bien apretadita, me llevó hasta el sofá, nos besamos en los labios con increíble pasión.
J: ¡Te deseo mucho!
K: ¡Y yo a ti!
J: ¡Perdón si te obligo a hacer algo que no deseas!
K: ¡Yo lo deseo como no tienes Idea!
Me pasó las manos por los senos y luego las resbaló por mis caderas, bajé mis manos hacia la bragueta de su pantalón y aunque no era la primera vez que me comportaba así con un hombre, ese día me sentía renacer.
Todo aquello me nacía de adentro y tenía que demostrarle lo que realmente sentía, de otra manera nuestra relación carecería completamente de sentido.
Despacio, con una sensualidad envolvente, Jonathan y yo nos fuimos desnudando y nos trasladamos al pequeño dormitorio que había en el piso alto del taller.
Nos acostamos y Jonathan se ocupó de besar y lamer cada rincón de mi cuerpo.
J: ¡Que cuerpo más escultural, uhm!
K: ¡Uhm! ¡Que rico!
Me hizo sentir maravillosamente hermosa, querida, respetada y deseada, ¡yo le demostré el afecto que él me había despertado con besos y caricias primero y después tomando su pene con las manos!
¡Cuando lo tuvo duro y erecto me lo introduje entre los labios y lo lamí y chupé golosamente!
J: ¡Ah!!! ¡Que rico, uhm!
K: Esta riquísima, ¿te gusta?
J: ¡Uf! ¡Es mejor que como lo soñé!
Devoraba su pene como si fuese una hambrienta, sus manos apretaban mi cabeza y su respiración agitada me incitaba a devorarlo con toda mi pasión.
Después se acomodó entre mis piernas y la lamió mi vagina, su lengua me daba un placer enorme, no era tosco, de hecho, ¡era el primer oral tan pasional que me dieron!
K: Uhm, ¡esto es delicioso!
J: Soñaba con devorártela, uhm, ¡que aroma y que sabor!
Yo me abandoné completamente a él, sus dedos ahora e palpaban, ¡apretaba mi clítoris con delicadeza y luego se lo metía a su boca para succionarlo con gran fiereza!
K: ¡Ah!! ¡No pares!! ¡Ah!
J: ¡Eso!! Termina amor, ¡acaba!!
No pude resistir más y me ahogue en un tremando orgasmo, me tenía retorciéndome en su boca succionado todos mis fluidos que él me saco.
Me acostó y empezamos acoger en un misionero normal, Jonathan me besaba, me acariciaba todo lo que podía, yo gemía, ¡su grueso pene me tenía en el cielo!
En ese momento ya no importaba nada, me sentía renacer, ¡había vuelto a mí la confianza y el amor propio y mientras estábamos en la rica pose de “cucharita! Él me decía al oído;
J: Que rico cuerpo, ¡de verdad jamás me había cogido a alguien como tú!
K: ¡Me encantas!! Hazme tuya nene!
Él se acostó y yo lo cabalgaba con suavidad, nunca antes había sido tan suave estando arriba, el me acariciaba hermoso, ¡mi cuerpo se erizaba cada que sus manos lo tocaban!
J: ¡Eres la mejor, uhm!
K: ¿Te gusta cariño?
J: Tienes un cuerpo de lujo y que rico te mueves, ¡uhm!
K: ¡Me hacía falta esto!
Me puse en cuatro y sus manos masajearon mi trasero con suavidad, su lengua recorría cada cm de mis glúteos, ¡me tenía súper caliente y le pedí al metiera ya!
Cuando me montó y comenzó a penetrarme con su grueso miembro de pequeña cabeza, enlacé las piernas a su cintura y ambos nos movimos al mismo ritmo.
Me apretaba con fuerza mis caderas, se agachaba besarme la espalda, ¡yo me movía también para ensartarme más rico!
J: Ah, que rico, más, ¡muévete!
K: ¡Ah, que rico, métemela!! ¡Así que rico!!
Fue una cogida lenta, ¡perfecta, como pocas veces en mi vida alcancé el orgasmo con tanta suavidad!
Cuando Jonathan acabó yo todavía flotaba en una maravillosa nube de placer y abandono.
Compartimos un café, me lavé, me vestí y volví a casa, como era de esperar mi marido todavía no había llegado.
Cuando regresó, yo ya estaba dormida, feliz, tan satisfecha que ni siquiera me desperté cuando él se metió en la cama.
Me estado anímico mejoró sensiblemente, ¡mi relación con Jonathan se empezaba a formar y es el único con quien puedo decir tuve una relación!
Todas esas noches, sus cariños y su atención me tenían loca por él, pero todo lo que inicia tiene un final.
Kali
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