:: | Varios |
:: | Hetero |
:: | Lésbicos |
:: | Gays |
:: | Incestos |
:: | Masturbación |
:: | Confesiones |
:: | Dominación |
:: | Fantasías |
:: | Fetichismo |
:: | Orgías |
:: | Sadomaso |
:: | Maduras |
:: | Ciber Sexo |
:: | Transexuales |
:: | Voyerismo |
:: | Zoofilia |
:: | No Consentido |
:: | Primera Vez |
:: | Flechazos |
:: | De Fiesta |
:: | Infidelidad |
:: | Parejas |
:: | Intercambios |
:: | En el Trabajo |
:: | Entre Amig@s |
:: | Juegos |
:: | Aberraciones |
:: | Románticos |
Por fin cumpliría mi sueño de vivir en un ático y es que siempre fue mi sueño, el sexo es uno de los motivos de ello
Lo del ático ha sido un acierto por muchos motivos, y el sexo es uno muy importante para mí
Desde niño he tenido la ilusión de vivir en un ático. Se lo oía a mi abuela a menudo —mi madre y yo vivíamos con ella en un primer piso— y también se contagió mi madre de aquella cantinela, así que sin saber cómo iba a lograrlo, hice de vivir en un ático uno de los objetivos de mi vida. Realmente, un ático es cualquier último piso de una vivienda, pero en casa nos referíamos siempre a uno de esos áticos de película, grandes, con una terraza inmensa repleta de plantas, con vistas maravillosas sobre la ciudad y con intimidad e independencia respecto de otros pisos. Ya lo he conseguido, y la verdad es que no me ha resultado especialmente difícil. Hace dos años me tocó el primer premio de la Primitiva —sí, una pasta gansa— aproveché para dar la vuelta al mundo durante un año, y tras mi regreso a Madrid, puse a varias exclusivas inmobiliarias a buscar áticos por zonas cercanas al parque del Retiro.
Me llamo Jaime, treinta y siete años, soltero, sin familia, soy dueño de una acreditada mantequería que heredé de mi madre en el barrio de Salamanca, y en donde siempre he trabajado una vez terminé el colegio a los dieciséis años. Desde que me tocó la lotería sólo voy de vez en cuando por la tienda —aproveché para agrandarla con el local de al lado y ahora es un bistró-bar-tienda en donde se puede desayunar, comer, cenar y degustar todo tipo de delicatesen de la geografía hispana, con especial atención a jamones y quesos— y son una empleada de confianza de toda la vida y su marido quienes actúan de encargados. Va muy bien, genera un buen dinero y los nueve empleados fijos que tengo —dos o tres más los fines de semana y festivos señalados— parecen contentos. Vamos a poner terraza este verano, ya tengo el permiso municipal.
No sé si me enamoré del ático al verlo o si fue la actitud de Inés, la dueña —llámame por mi nombre, soy muy vieja, pero me gusta que los hombres jóvenes y guapos me tuteen— quien entrevista a todos los aspirantes a comprador para vendérselo a aquel a quien ella considere merecedor de ello. La dama es ya muy mayor, de salud delicada, vende el ático para irse a vivir a una pequeña ciudad castellana en donde su hijo, médico, está destinado en el hospital provincial. Según sus palabras, en el piso no puede vivir cualquiera, sino quien sepa disfrutarlo. Me pregunta muchas cosas, entre ellas un sinnúmero de cuestiones personales, acerca de mis gustos sexuales, mi manera de enfocar la vida en general… en un primer momento me genera cierta vergüenza, pero la señora es encantadora, capaz de hablar de todo con la mayor naturalidad, creando un clima de confianza, complicidad y verdadero buen rollo.
Una vez ha decidido que el piso sea para mí, el último día que va a estar en su casa me telefonea Inés para que vaya a verla a primera hora de la tarde. Me invita a un excelente té moruno —Samira, la callada mujer que cuida de ella es marroquí, de una edad indefinible para mí— como todas las veces que nos hemos visto, y me saca a la terraza para acompañarme al costado derecho. A unos quince metros en línea recta, se observa otro ático situado por debajo del nivel de este en el que estamos —en realidad todos los pisos de alrededor quedan por debajo, aunque este sea sólo un quinto— en cuya terraza hay dos mujeres jóvenes haciendo suave ejercicio al ritmo de música tranquila, relajante, completamente desnudas, y otra tercera que se está depilando, afeitando, el pubis. Tras un rato de observación, se dan cuenta de que estamos mirándolas y mueven sus manos saludando alegremente.
Agarrada a mi brazo, Inés me lleva hacia el lado contrario, sin decir nada, sonriendo. En otra de las terrazas, dos mujeres desnudas por completo, de más de cuarenta años, están tomando el sol primaveral. Hace calor, las temperaturas son altas, y las dos mujeres están tumbadas sobre dos típicas tumbonas playeras, conversando, en actitud cariñosa, cogiéndose de las manos, haciéndose gestos cómplices que denotan algo más que simple amistad. Una de ellas se da cuenta de nuestra presencia y nos saludan amablemente, ambas nos lanzan un beso.
—El vecindario te va a gustar, Jaime. Gente agradable, liberal en sentido muy amplio, y muchas guapas mujeres
Antes de entrar en el piso todavía tengo tiempo de detenerme a mirar hacia la terraza del piso de debajo, fijándome en una mujer rubia, treintañera, con un cuerpazo de escándalo, de curvas amplias y llenas, que acodada sobre una mesa camilla, ha doblado el desnudo cuerpo por la cintura para el disfrute visual de un hombre que está sentado a un par de metros de ella. Saben ambos que estamos observando, porque han lanzado varias miradas hacia aquí, lo que vuelven a hacer cuando el hombre se levanta de la silla para acariciar el expuesto culo de la hembra con toda la mano, valorando las nalgas en toda su extensión, apretando, agarrando, como en un gesto de propiedad, y rápidamente dar cinco o seis azotes —con mucha fuerza, me parece— con la mano desnuda a la sonriente mujer. No sé si he podido oír el ruido provocado por los golpes, pero me lo ha parecido, en especial a mi polla, que ha dado un par de saltos dentro de los pantalones, como si se estuviera despertando sobresaltada tras un largo sueño.
Sin decir nada —con una media sonrisa presente en su boca— Inés me dirige hacia dentro del piso. Nos sentamos en uno de los muchos sofás que hay —la casa me la ha dejado completamente amueblada, no se quiere llevar nada— y me enseña un par de cajas de cartón forradas con papel de color lila.
—No he sabido qué hacer con el contenido de estas dos cajas. En ellas hay algunos recuerdos de mi vida, y aunque me voy a vivir a un gran chalé, sin problemas de espacio, muy cómodo, estoy segura que ni mi hijo ni su esposa van a saber apreciar su contenido. Así que te lo dejo para que tú dispongas de ello como creas conveniente
En ese momento llega Pedro, el hijo de Inés, quien se levanta, me da un leve beso en los labios, aprieta suavemente mi brazo con la mano, y calladamente se marcha camino del ascensor cogida del brazo de Samira, sin echar ninguna de las dos ni una mirada hacia atrás, ni dejarme que les diga nada como despedida, salvo ¡adiós!
En las últimas dos semanas sólo he pasado un par de veces por el ático. Mentiría si dijera que no he atisbado a ver si había mujeres desnudas en los pisos de alrededor, pero no he visto nunca a nadie. Han terminado de pintar las paredes, de acuchillar los suelos y he cambiado los electrodomésticos de la amplia cocina y la loza de los dos cuartos de baño, el resto se queda como estaba, salvo algún detalle de poca importancia. Me gusta, me encuentro muy cómodo, relajado. Qué pena que ni mi abuela ni mi madre hayan vivido para verlo.
Me siento a tomar un té —se puede decir que soy adicto a esta bebida— y reparo en las dos cajas de cartón. Cojo la más pequeña, le quito la tapa y en su interior descubro cuatro álbumes de fotografías, antiguos, de los que se cierran atando con una cinta de algodón de color negro. En la tapa todos llevan escrito un año. Abro el más antiguo, fechado en 1953. La primera fotografía —en blanco y negro, típica de un estudio fotográfico— es de una mujer joven, completamente desnuda, apoyadas las dos manos en el alto respaldo de una elegante silla, mirando hacia la derecha, con el cuerpo girado de tal manera que enseña los pechos, su espalda y las nalgas, pero tapa el pubis con uno de los muslos ligeramente levantado. Es una guapa mujer morena de poco más de veinte años, delgada, con curvas apreciables, pechos redondeados de buen tamaño, altos, muy juntos, con los oscuros cortos pezones, erectos en la foto, situados cerca del borde externo de cada uno de ellos, con areolas circulares pequeñas, estómago abombado, cintura estrecha, muslos y piernas carnosos, fuertes, y un culazo grande, ancho, en forma de pera, con aspecto de ser musculado y duro, con una raja ancha y oscura separando los dos tremendos carrillos. Me parece fabuloso. Lleva un bonito peinado, curioso, con raya a un lado y abundante media melena muy negra, cuyas largas ondas tapan su frente y casi un lado de la cara. Ojos oscuros bonitos, bajo cejas también oscuras, finas, perfectamente dibujadas, nariz recta, ancha, boca grande de labios gruesos… Joder, ahora caigo, ¡es Inés! Una joven Inés que está buenísima, quizás dentro de cánones de belleza un poco antiguos, pero atractiva, sexy, excitante. ¡Es ella!
Con más interés si cabe, me pongo a mirar el resto de fotografías. Inés aparece en las tres siguientes igualmente desnuda, acostada en una cama sobre el lado derecho, de pie ante un espejo ovalado y levemente doblada por la cintura, dejando colgar sus tetas y luciendo su espléndido trasero. En las tres muestra su pubis peludo, con una mata de negro vello rizado que prácticamente oculta los labios vaginales. Son de días distintos, quizás semanas, aparece con varios peinados y también son diferentes los pendientes y pulseras en cada fotografía, aunque en todas lleva el mismo largo collar blanquecino, de largas piezas planas y estrechas de lo que me parece pueda ser marfil, del que pende una bola de tres o cuatro centímetros de diámetro que cuelga algo por debajo de sus pechos. Siempre sonriente, con expresión que quiere ser pícara, excitante, atrayente para quien mira la foto. En mi caso lo consigue, desde luego, me estoy poniendo muy cachondo, tanto que me saco la polla de los pantalones antes de seguir mirando fotografías.
En las fotos siguientes Inés no está sola, aparece desnuda —lleva puesto el collar de marfil, el pelo más corto que en las anteriores y siempre con zapatos negros de tacón muy fino— acompañada por un hombre más alto que ella, calvo, ancho, fuerte, muy peludo —hoy le llamarían oso, sexualmente hablando— con bigote grande muy poblado. Está completamente desnudo, y luce una polla que parece muy gruesa, casi oculta por una mata de largo vello púbico muy oscuro, como el del resto de su cuerpo. En la mano derecha porta de manera displicente lo que me parece una vara recubierta de cuero. Es una serie de doce fotografías —van numeradas por detrás— en las que el velludo hombre castiga con la vara a Inés, quien está de pie doblada por la cintura, con las piernas rectas y juntas, en una postura que hace muy evidente su culazo, las tetas colgantes y los brazos muy abiertos en uve, con las manos apoyadas en dos finas columnas de adorno, muy historiadas, propias del atrezzo de un estudio fotográfico. La vara debe ser de verdad y los azotes bien dados, porque en las últimas fotos se notan claramente las marcas de los azotes en las nalgas de Inés. En una de ellas el hombre está empalmao como un verraco, con una polla ligeramente curvada no demasiado larga, pero muy gruesa, y aparece agarrándose a la cintura de la mujer con ambas manos, en actitud de penetrarla. En la penúltima foto ya se trata claramente de una follada, y en la última se notan varios manchurrones de semen sobre el culo de la hembra, que permanece en la misma postura, mientras el hombre, sentado en un sillón chester de piel marrón, sonríe satisfecho a la cámara con un cigarro puro encendido en la boca.
Joder, me he puesto cachondo a tope, tengo la polla como el mango de una pala. Me casco un pajote rápido, intenso, que en pocos minutos me hace eyacular, pringándome la tripa y el pecho con mi propia leche de hombre, al mismo tiempo que pienso en cómo me gustaría haberle echado el semen encima a una hembra como Inés. Guau, qué bueno.
Ya me he instalado de manera definitiva en el ático. He conocido ayer, en el portal, a la pareja que vive en el piso de abajo —Toñi y Paco— gente agradable y simpática que me han invitado la noche del sábado de la siguiente semana a cenar en su piso.
No tengo sueño, el calor ha venido este año muy pronto, y las noches se hacen pesadas. Salgo a la terraza en busca de un poco de fresco —me resisto a poner el aire acondicionado, es como si me pareciera que aún no fuera la época— y me asomo al murete que la circunda, apoyando los brazos en el barandal metálico y sorprendiéndome por lo que veo en una de las terrazas situada a mi derecha. Un hombre que parece muy alto, fuerte y grandón está tumbado boca arriba sobre una gruesa colchoneta puesta en el suelo de lo que debe ser un salón o el comedor. Los tres escalones que lo separan de la terraza le sirven a una mujer de corta melena teñida de color rojo muy intenso —parece bajita de estatura, con curvas pequeñas pero evidentes— para quedar a la altura del culo del hombre y penetrarle con una negra polla de silicona, larga y gruesa, que lleva sujeta a un arnés también de color negro. Dentro de su piso están encendidas algunas luces indirectas, así que se ve perfectamente lo que acontece —no soy el único, mis vecinos de abajo están recostados sobre una tumbona, desnudos, muy juntos, y no se pierden detalle— que en este momento se traduce en una enculada tranquila, profunda, constante, al mismo tiempo que la mujer deja entrar en su boca el capullo de la larga y gruesa polla que luce su pareja, cada vez que le mete hasta dentro el negro pollón del arnés. Poco a poco va aumentando el ritmo de la follada, y es el sodomizado quien se ocupa de masturbarse con un ritmo tan alto como el que ahora le está dando la portadora de la polla negra, que me da la impresión que habla en voz alta, quizás insultando al tipo grande y fuerte, quien algo dice de repente, de manera tal que rápidamente se retira hacia atrás la pelirroja sacando el consolador de golpe, y él se corre durante un largo rato, mientras la mujer ha seguido gritándole y haciendo gestos con las manos de manera ostensible.
Joder, ya estoy bien empalmao. A mis vecinos tampoco les ha ido mal el rato que hemos estado de mirones. Mientras me meneo la polla, miro hacia abajo y veo que la rubia Toñi se ha montado encima de su marido —les supongo matrimonio— y le cabalga con prisas, moviéndose mucho, a derecha e izquierda, arriba y abajo, en círculos —me gusta ver sus bonitas tetas moverse al ritmo de la follada, como dos redondas pelotas infantiles de buen tamaño que estuvieran bailando— montando una buena escandalera, de manera que se corre en apenas un par de minutos durante los que no ha dejado de acariciarse el clítoris. Se levanta y se sienta en un sillón de mimbre intentando recuperar el resuello. Paco se menea la polla —me parece muy larga y estrecha— a toda velocidad y se corre dando un berrido que debe oírse en todo el barrio, salpicando de semen su estómago, la tripa, los muslos… ¡Vaya cantidad!, sí señor.
No aguanto más, me doy media vuelta y eyaculo lanzando mi leche contra el suelo de la terraza. Toñi me despide mandándome un beso con la mano, pero apenas me fijo, estoy con esa sensación casi de desmayo que deja un buen orgasmo. Me voy a dormir.
Hay una tormenta veraniega con mucho aire, eléctrica, sin apenas agua, que me impide salir a la terraza. No tengo ganas de irme a la calle, así que me preparo un té y abro un nuevo álbum de fotografías, el que está fechado en 1966. Se mezclan fotografías en blanco y negro —siguen siendo realizadas en estudio— con otras en color que me parecen de tipo Polaroid, quizás de menor calidad, pero mucho más naturales, que se ven bien, aunque han ido perdiendo color y casi todas están en tonos sepia y gris. Inés aparece en la mayoría junto con el hombre peludo que no sé quién es, pero también hay una mujer joven, que tras fijarme en su cara, estoy seguro que es la marroquí Samira.
Inés debe tener en estas fotos unos treinta y cinco años, es una mujer joven que probablemente ya ha parido, y resulta más rotunda en sus curvas, llenas, redondeadas, con sus grandes caderas que portan ese culo tremendo, fabuloso. Desnuda —lo está en todas las imágenes, siempre con su collar de marfil con la bola y zapatos negros de alto y fino tacón— está muy buena, y no desmerece nada de la joven marroquí, que debe tener diez o doce años menos. Samira es más o menos de la misma altura que Inés —también calza zapatos de alto y delgado tacón— ancha, pero sin que le sobren quilos, muy morena de pelo y piel —aparece en las fotos con una melena negra muy rizada, densa, larga hasta casi la cintura, con un vello púbico que parece una gran selva impenetrable— de rasgos duros en su rostro y expresión siempre seria, ojos no muy grandes, oscuros, y boca recta, alargada. El elegante cuello es preludio de unos hombros delicados, redondeados, que dan paso a unas tetas altas, anchas en su base, separadas, de tamaño pequeño, apuntando a derecha e izquierda, con pezones muy oscuros, cortos, pequeños, situados en el centro de unas mínimas areolas circulares más oscuras todavía. Es un pecho verdaderamente excitante, de tetas que caben en la mano y quién sabe si en la boca.
La desnuda mora tiene la cintura amplia, en consonancia con unas caderas grandes, elegantes, que engloban unas nalgas también grandes, alargadas, que se continúan en muslos y piernas fuertes, quizás algo gruesos. El vello de su pubis es como el de la cabeza: muy rizado, muy negro, denso, capaz de esconder los anchos labios vaginales, tan oscuros como sus pequeños pezones. Es una mujer camera, camera, tiene un polvo de una vez, y no me extraña nada que en las siguientes fotografías el hombre sea con quién esté, dejando un poco de lado a Inés, que en las primeras imágenes de la serie aparece observando con expresión de gran interés, para después, participar en la follada de manera activa.
La secuencia de fotografías relata los preliminares —el hombre peludo pasa un buen rato mamando las tetas, metiéndoselas casi enteras en la boca— y el polvo con Samira hasta la foto número nueve, en la que ya aparece Inés besando en la boca, comiéndosela, a la joven morena. Antes, la marroquí ha recibido las atenciones del varón, comida de coño incluida, y una larga penetración en la postura del misionero, hasta que le da la vuelta y le hace ponerse a cuatro patas sobre el gran sofá en el que están follando. Es el momento en el que una Inés doblada por la cintura besa en la boca a Samira, mientras el hombre peludo se la tiene metida desde atrás, agarrándose con ambas manos a las grandes nalgas de la joven mora y dándole algún que otro azote con la mano abierta. En las fotos siguientes Inés está sentada en el sofá, vuelta la cara hacia la derecha, de manera que se puede besar con Samira, tocarle las tetas y darle las suyas para que le mame los pezones. Hacia el final, la joven marroquí parece haberse corrido, está sentada en el sofá, medio derrumbada, con ojos casi cerrados y expresión ausente, mientras el hombre se ha acercado a Inés para recibir una felación que debe ser larga —hay al menos cinco imágenes seguidas de la hembra sentada en una esquina del sofá mamando la gruesa polla del varón peludo— y que culmina con la gruesa picha completamente dentro de la boca de la mujer, quien en la última fotografía sonríe satisfecha mientras le cuelgan de los labios un par de hilos de semen que llegan hasta sus tetas.
Me casco un pajote a la salud de ambas mujeres. Me gusta mucho ver las fotografías, máxime que sé quiénes son las dos mujeres, me excito como un garañón, pero estoy necesitando una mujer, quiero llenarme de hembra.
La verdad es que nunca he sido un ligón, no me falta experiencia, no he pasado hambre de sexo, pero con menos mujeres de las que yo hubiera deseado. Me dicen que resulto guapo, simpaticote, atractivo, de aspecto viril —soy alto y grande— elegante en mis ademanes, pero no me he comido demasiadas roscas, y un noviazgo de cuatro años terminó mal porque no me decidía a casarme. El fallecimiento de mi abuela y poco después la enfermedad de mi madre, tampoco ayudaron. Creo que echo de menos tener mujer.
No dejo de preguntarme quién haría los retratos o la mayoría de ellos, los de estudio principalmente, dado que en casi todas las imágenes los fotografiados están teniendo sexo y no parece que se hayan utilizado mecanismos automáticos, que exigen atención y preparación, lo que en mitad de una follada no es precisamente lo más apropiado.
Abro la segunda de las cajas, la más grande, y encuentro una gran bolsa de plástico cerrada con cinta de embalar, que dentro contiene varias bolsas de suave gamuza en donde están guardados dos antiguos consoladores —uno es de marfil, liso, picudo, como de quince centímetros de largo y cuatro de ancho; el otro, precioso, es de madera ultra suave, más largo y ancho que el anterior, finamente trabajado, labrado simulando venas hinchadas en la tranca y un grueso redondeado capullo— y otros tres modernos, con vibración, de distintos tamaños y colores. También hay un arnés de cuero para sujetarlo en muslos y cintura con su correspondiente polla de buen tamaño, varias anchas largas cintas elásticas de color negro, un collar de perro, media docena de pinzas metálicas, esposas que se cierran con velcro, algunas finas cadenas, dos largas cuerdas, una vara recubierta de cuero y otra más fina, quizás de abedul, un sujetador de cuero que no tiene copas, varios antifaces de suave tela negra…
Hay una pequeña caja entelada que contiene el collar de marfil que luce Inés en las fotografías, con la bola, que tiene grabadas tres pequeñas imágenes de contenido sexual —en las fotos no se aprecia— bastante detalladas: un hombre con la polla tiesa azota con su mano el culo de una mujer puesta a cuatro patas; una mujer con las manos atadas es penetrada de pie por un hombre; y una mujer penetra desde atrás a un hombre doblado por la cintura, con un gran pene que sujeta en la mano.
Estoy deseando continuar viendo fotografías, pero es sábado y si no me doy prisa llegaré tarde a la cena en el piso de abajo. Mirando el contenido de las cajas me he vuelto a poner cachondo.
Toñi y Paco son amables, simpáticos y crean rápidamente un ambiente amistoso, de empatía real, mientras tomamos una primera copa de champán en la terraza de su piso, sentados en unos cómodos sillones de jardín, muy grandes, entre los que hay una mesa baja llena de aperitivos.
—Lo primero de todo, además de darte la bienvenida, es disculparnos por si de alguna manera te hemos podido molestar con nuestras prácticas sexuales. Tenemos un punto exhibicionista muy acusado, como muchos de los que habitan estos edificios, y quizás no sepamos comportarnos siempre, pero si Inés te ha vendido el piso, seguro que ha sido porque no duda de ti en ningún aspecto, eso seguro
—No, no, por favor. Cada uno en su casa hace lo que quiere; además, muy al contrario, agradezco la confianza que implica y el que no os moleste que yo me excite y disfrute viéndoos
—A ambos eso nos gusta. Paco y yo estamos divorciados desde hace dos años, pero somos buenos amigos, y siempre que él viene a Madrid por motivos profesionales, vive en Valladolid, se suele quedar en casa. No nos aguantábamos como matrimonio, pero sí como follamigos, somos calientes y nos damos placer de vez en cuando; el sexo nos une y seguimos manteniendo amistad y cariño
—No es fácil encontrar pareja sexual fiable cuando te gustan aspectos del sexo algo distintos a lo que se supone es lo normal socialmente establecido. A las mujeres les cuesta mucho trabajo no ser consideradas como unas malas putas si les gusta exhibirse, recibir al hombre por todos lados, sentirse sometida en ocasiones, excitarse con un poco de castigo, penetrar y dominar al hombre o participar en tríos o grupos… Y son muy pocos los hombres capaces de dejar toda la iniciativa en manos de la mujer y disfrutar sin reservas mentales con todo lo que a ella le guste y quiera hacer
Agradezco de nuevo la confianza que me demuestran y lo sinceros que están siendo con un extraño como soy yo. Reímos, charlamos de diversos temas relacionados con el barrio, seguimos tomando champán a buen ritmo y me descubren un secreto que me estaba intrigando, aunque nada les digo. En la planta baja del inmueble hay un local en el que durante muchos años estuvo abierto un famoso estudio fotográfico, en donde Pedro, marido de Inés, recibía a artistas, toreros, futbolistas, gente de la televisión, políticos, conocidos empresarios… Falleció hace más de veinte años y el local lo vendió la familia al arquitecto que ahora tiene ahí su estudio. Pedro no sólo era famoso por sus retratos, sino porque en determinados ambientes era conocido por su discreción a la hora de fotografiar a parejas, o grupos, teniendo sexo. Su esposa y él siempre fueron muy liberales y abiertos en cuestiones sexuales —fueron fundadores de las primeras asociaciones modernas de nudistas— de manera que Inés tuvo durante muchos años un amante, conocido influyente periodista, con el que follaba delante del marido, quien les fotografiaba y de ahí obtenía parte importante de su excitación y placer, además, ambos cónyuges también eran amantes de la marroquí Samira, que entró a servir en su casa siendo muy jovencita.
Toñi ha traído una caja de zapatos en la que guarda fotografías, me va enseñando algunas tras recordarlas y comentar brevemente con Paco. La mayoría están tomadas al aire libre, en la costa de Almería, en el norte de Cataluña y en Asturias, en playas que son conocidas como nudistas. Aparece Toñi desnuda en todas ellas, a veces con Paco, también con otros hombres y mujeres, y me queda claro que está muy buena, pero mucho. Me estoy empalmando y no quiero meter la pata con esta pareja, aunque pienso, estoy seguro, que las fotos me las enseña la mujer por su propia iniciativa y con ganas, no sólo de exhibirse, sino de ponerme cachondo. Lo consigue.
—Me estás viendo desnuda en las fotografías y ya me has visto desde tu terraza, incluso follando, así que no te importará que me quite la ropa, tengo calor y quiero sentirme muy a gusto mientras tomamos champán y charlamos
Qué puedo decir, simplemente sonreír, levantar ligeramente la copa en un gesto de aceptación, prepararme para contemplar la desnudez de Toñi y disimular de la mejor manera posible que estoy trempando como un semental.
Tras desabrocharse los botones del fino vestido azul que lleva puesto, se lo quita casi de un tirón, luciendo sin ropa interior sus impresionantes tetas, sonriendo sin mirarme, pero plenamente consciente de mi total atención. Se aleja varios pasos, se da la vuelta, se dobla por la cintura y rápidamente se quita el mínimo tanga blanco que lleva puesto, enseñando un culo de una vez. ¡Qué maravilla de hembra, qué espectáculo!
Es bastante alta de estatura, a mí me llega a la nariz, con una corta melena rubia muy densa, de color mate, como el amarillo de tonos dorados del trigo en sazón, peinada con raya a un lado y levemente ondulada, de manera que a menudo, como si fuera un tic, se la coloca con la mano por detrás de las bonitas orejas, dejando completamente libre la despejada frente. Las cejas anchas, algo más oscuras que su cabello, parecen proteger sus grandes ojos ambarinos, brillantes, que dotan a su rostro de una gran expresividad. Nariz recta de estilo romano, boca grande con labios anchos, granates, que encierran una perfecta dentadura muy blanca, barbilla redondeada, fuerte, de las que se dice que dotan de personalidad a una cara. Todo ello configura un rostro atractivo, no deslumbrante ni especialmente llamativo, pero me parece una mujer muy guapa.
Cuello ancho que da paso a hombros grandes, redondeados. Enseguida, los pechos, altos, algo separados —con un canalillo alargado y profundo en el que caben dos dedos— duros, como dos quesos de bola de buen tamaño que en su centro presentan anchas areolas levemente granates, difuminadas, desiguales, que cobijan pezones largos y gruesos, de un color también granate, similar al que lucen sus depilados labios vaginales. ¡La leche, vaya par de tetas!
El estómago abombado contiene un achinado gran ombligo, y su vientre liso se continúa en el pubis completamente depilado, dándome una sensación casi obscena, quizás por lo mucho que me atrae. Me tengo que obligar a desviar la vista de esos labios vaginales anchos, abombados, brillantes, del color de los pezones, protegidos por dos muslos fuertes, alargados, que se prolongan en piernas torneadas, largas, propias de una mujer de su elevada estatura. El culo, los muslos, las piernas… parecen cincelados por un escultor. Está muy buena.
Toñi no ha dejado de moverse exhibiéndose como si tal cosa, intentando ser discreta a pesar de su completa desnudez, pero enseñando todo lo que tiene. Su espalda triangular es musculada, sinuosa, acabando en una cintura estrecha que hace aún más evidentes sus caderas, que engloban nalgas altas, anchas, alargadas, duras, separadas por una raja apretada que apenas deja vislumbrar un ojete que parece de buen tamaño, del mismo color de sus labios y pezones. El culo es perfecto, una maravilla, grande —con un tamaño en consonancia a una mujer alta y fuerte, tal y como es ella— me parece cojonudo, sin ninguna duda es el mejor y más excitante que he visto en mi vida.
Un punto fuerte de su cuerpo es el color levemente tostado de su tersa piel, también del rostro, sin ninguna imperfección, provocando un atractivo curioso contraste entre la melena rubia, las cejas amarronadas, el color ámbar de sus ojos, el tono granate de pezones y labios vaginales, y esa piel de suave color tostado que puede parecer más propia de una mestiza o de una cuarterona. Impresionante, como toda ella.
¿Y mi polla? Tiesa y dura como pocas veces. Paso de disimulos, me resulta imposible.
—Pobre Jaime. Toñi, te has pasado un montón, mira como le has puesto
La frase de Paco es totalmente acertada, aunque me parece que no deja de ser una especie de llamada de atención, quizás pactada entre ellos, para que la mujer haga lo que quiera, dado que sonríe, se vuelve a poner en pie tras tomar un largo trago de su copa y se acerca a mí tendiendo las manos.
—Deja que te quite la ropa, quiero verte desnudo
Sin prisas ni pausas, mirándome como si fuera a encontrar alguna sorpresa que no espera, me quita el polo y los pantalones. Antes de despojarme del slip posa su mano derecha sobre el bulto de mi crecida polla, aprieta un poco, de nuevo un poco más fuerte, ahora ya mirándome directamente a los ojos, y se pone en cuclillas para con ambas manos bajar los calzoncillos hasta mis tobillos.
—Vecino, estás muy bueno; vaya pollón que gastas
No contesto, me termino de quitar el slip con un rápido gesto de ambas piernas y quedo a la expectativa de lo que vaya a pasar.
Toñi no se ha levantado, sigue en cuclillas mirando mi cipote con sus ojos de mirada húmeda, hasta que con ambas manos acaricia los huevos varias veces sin dejar de mirar, como hipnotizada, la polla tiesa y dura, que parece saber que va a ser protagonista y palpita con un temblor apenas perceptible, como si estuviera oteando, buscando el acomodo que le da placer. Acerca su mano derecha, sujeta el tronco con fuerza, como si se lo fueran a quitar, y tras elevar levemente su torso, se acerca para poder besar el capullo, una, dos, tres veces, suavemente primero, y con la lengua después. Apenas han pasado unos segundos y ya está lamiendo todo mi rabo, arriba y abajo, abajo y arriba, sin utilizar sus manos, deteniéndose en el capullo y ensalivándolo, para volver a bajar hasta los testículos, que también lame y que en ningún momento ha dejado de acariciar, a veces muy suavemente y otras apretando con cierta fuerza. Me está poniendo burrote como nunca.
De pie, con una mujer maravillosa ante mí, en una postura que me permite ver al mismo tiempo sus preciosas tetas con los pezones erectos, el culo perfecto y la expresión de su bonita cara mientras me lame la polla, me parece estar flotando en el cielo, con todas las luces de la terraza y el piso apagadas, con la falsa oscuridad propia de las noches veraniegas, con la seguridad de que voy a gozar, aunque no todavía. No, no quiero acabar con la mamada que Toñi ha empezado a hacerme, me agacho ligeramente para cogerle de los brazos y hacer que se levante, me la voy a follar, por supuesto.
Paco se ha desnudado por completo y está sentado, más bien tumbado, en uno de los sillones sin perderse detalle y sin dejar de tocarse la larga y estrecha polla que tiene. Seguro que pasa de largo los veinte centímetros, pero es tan estrecha que me parece un espárrago.
Las tetas de Toñi me tienen loco. Pongo una de mis manos en cada una de ellas, y mientras nos damos un larguísimo, guarro y ensalivado beso, no dejo de acariciar, amasar, levantar, apretar, sopesar y hasta pellizcar esas maravillas. Después, libero mi boca de la de la hembra —besa muy bien, recorriendo con su lengua mi boca entera, chupando y lamiendo mi lengua, dejándose comer la suya, utilizando los labios para comerme los míos— e inmediatamente paso a lamer, chupar, besar, mamar esas colinas del placer en toda su maravillosa extensión, deteniéndome en sus tiesos grandes pezones. ¡Qué gustazo dar mamar esos pezonazos!
La mujer entretiene sus manos en el vello de mi pecho, sin parar de acariciar, parándose en mis pezones, apretándolos, respirando ya de manera sonora, con fuerza, con la mirada brillante, líquida, evidentemente excitada. Me coge de las manos y me lleva hacia uno de los sillones. Apoya los brazos en la parte trasera del respaldo, doblada por la cintura, con las piernas muy juntas, elevando el culo, que se hace patente en todo su esplendor.
—Fóllame, ¡métela ya!
Una buena mamada, una paja bien hecha, son muy excitantes, provocan satisfactorias corridas, pero meter la polla en un chocho empapado y caliente como si tuviera dentro un lago de lava, sentir el roce de las paredes vaginales, los apretones que parece que te la van a romper o las suaves caricias al entrar y salir, sin llegar a sacar el capullo en ningún momento, llegando hasta dentro del todo, empujando con largos, constantes y fuertes golpes de riñón, viendo como la hembra acompasa su movimiento adelante y atrás con el mío… es verdaderamente cojonudo, acompañado de mi propia excitación, de los sonidos de los jugos vaginales, del entrechocar de los muslos, del golpeteo de mis huevos, de los gemidos de la mujer, de mi respiración rápida, agitada. Todo a la vez es la sensación única —al menos en este momento me lo parece— que da follar con Toñi, quien lleva ya un rato con un gimoteo en voz baja, continuado, con algún gritito, como si se quejara del incremento del ritmo de la follada, de que mis manos se agarren con más fuerza a las caderas para ir más rápido.
—Dale unos azotes, que suenen, que los note bien
Sigo la recomendación de Paco, quien ya se corrió hace minutos, pero no ha dejado de mirarnos con total atención, y con mi mano abierta le doy a Toñi dos azotes, uno en cada nalga, que a mí me parecen fuertes, que provocan en la mujer un jadeo más alto y largo. Oigo su voz ronca:
—Más, quiero más
Uno, dos… seis azotes, rápidos, más fuertes y sonoros, repartidos en ambas nalgas, y de repente, se para, se queda totalmente quieta, ni siquiera se toca el clítoris, grita, con voz muy ronca, no demasiado alta, durante muchos segundos, los mismos durante los que siento las contracciones de su vagina, incontroladas, espasmos que son como pellizcos a lo largo de toda la longitud de la polla, unos muy suaves, otros más fuertes. ¡Qué excitante! No puedo aguantar más, me corro con gran intensidad, sintiendo como mi orgasmo parece crecer según eyaculo mi denso blanco semen. Qué bueno ha sido, ¡joder que polvo!
Saco la polla del coño, Toñi se yergue, me mira sonriente, da un beso en mis labios y me lleva de la mano hacia un gran sofá, en donde los dos caemos derrumbados, atontados, respirando de manera todavía irregular intentando recuperar el resuello. Tomo un gran trago de champán y me felicito interiormente de la suerte que he tenido. Este ático mola, y la vecina… ¡Guau!
El domingo ha sido un día típicamente veraniego, con lo que la terraza de mi negocio ha estado llena desde primera hora, de bote en bote, así que me he quedado a echar una mano durante las horas de la comida y la tarde. Vuelvo a casa ya de noche, me asomo al piso de abajo en donde no parece haber nadie —Paco se volvía a Valladolid y Toñi tenía reunión familiar— y me preparo un té, mientras me dispongo a seguir viendo los álbumes de fotografías que dejó Inés.
Ya son todas las fotos en color, es el año 1983, y por lo que está escrito en el reverso, las playas nudistas de Vera, en Almería, son la localización escogida. La estrella sigue siendo Inés, quien aparece en muchas de las fotografías —es una serie de casi sesenta, más de la mitad al aire libre y el resto en lo que parece un gran chalé— casi siempre acompañada por Samira, y no el hombre peludo al que supongo es su amante periodista. Ya debe pasar de los cincuenta años y sigue siendo una real hembra, de curvas rotundas, sin apenas mostrar aún signos de estar ajada, salvo las tetas sobaqueras, algo caídas hacia los lados.
Inés y Samira —me resulta imposible calcular su edad— posan desnudas en la playa en distintas posturas, aparecen besándose, paseando cogidas de las manos, con los brazos rodeando sus respectivas cinturas, acariciándose el culo más o menos distraídamente, y, ya tumbadas sobre grandes toallas y las sombrillas apoyadas sobre la arena, como buscando intimidad, besando y acariciando sus pechos mutuamente. Algo que me llama la atención es que ambas se arreglan el vello del pubis, ya no llevan esas dos matas salvajes tipo selva amazónica de fotos de años anteriores, cambio en las costumbres, quien sabe si determinado por lo que se ve en las siguientes imágenes, en las que las dos mujeres realizan un excitante sesenta y nueve, cambiando de postura varias veces —exigencia del artista fotógrafo, quizás— comiéndose mutuamente el coño, los labios de la vulva, el clítoris, la entrada de la vagina, con labios y lengua, con las manos ocupándose en acariciar el culo y las tetas, hasta que parece que las dos se han corrido y sonríen a la cámara con huellas de saliva y líquidos sexuales en sus respectivos empapados rostros.
Excitante, mucho, ya estoy con el rabo que parece un badajo de campana de catedral, me lo saco del pantalón corto que llevo puesto para cascarme un pajote, y suena el timbre de la puerta, me asomo a la mirilla y veo a Toñi haciendo gestos de saludo con las manos. Abro —sí, me he guardado la polla— y nos besamos suavemente en los labios.
—Hola, ¿me invitas a una copa? He terminado de familia hasta el gorro
Preparo dos gintonics, charlamos acerca de cómo ha transcurrido el domingo, y de la manera más natural acercamos nuestras caras y nos besamos en la boca, a tornillo, guarramente, con mucha saliva, lucha de lenguas incluida.
—Tengo ganas de tu polla, ayer me corrí como una loca y quiero más
Quedamos desnudos rápidamente, mirándonos ambos mientras nos quitamos la ropa. Inmediatamente, Toñi se acerca y coge mi tranca con fuerza, como si alguien se la fuera a robar. Tras mirarme a los ojos con una sonrisa de oreja a oreja, se arrodilla ante mí lamiéndola toda entera, y después la mete en la boca, poco a poco, hasta que llega a besarme el pubis con los labios. Tiene su mérito, tengo una buena polla, recta, de diecinueve centímetros y medio de largo por casi cinco de ancho, con un capullo redondo más grueso aún. Pero a esta rubia le gusta metérsela muy dentro, besar mi pubis con la boca llena y sacarla para mamar muy rápidamente el glande, sin dejar de usar la lengua en ningún momento. Lo repite muchas veces. Qué bien lo hace, es una comepollas cojonuda.
Lleva varios minutos lamiendo y mamando el escroto y el pene con boca, lengua y labios. He hecho intención de sacársela para que podamos follar, pero no me ha dejado, así que pongo mi mano derecha sobre su cabeza, por si necesito controlar el ritmo de la mamada, y dejo que siga hasta que me dé gusto; no voy a tardar ya mucho, seguro.
Al mismo tiempo que me da marcha oral, no ha parado de acariciar su clítoris, no muy deprisa, pero sin pausa, con un movimiento arriba y abajo con dos o tres dedos, y cuando nota que me pongo rígido y el rabo parece moverse con vida propia buscando la liberación de su ansiedad, se aprieta un poco más contra mí para recibir todo el semen dentro de la boca. Ahí va mi corrida, joder, ¡qué bueno, que gusto me da!
Cierro los ojos, no sin ver antes como parece tragar mis lechazos, aunque se le escapa semen por la comisura de los labios y le mancha sus grandes tetas. Esta especie de desfallecimiento que me da es algo cojonudo, qué tendrán los orgasmos que tanto me gustan.
Toñi ha seguido masajeando su botón del gusto, se corre sin sacar la ya morcillona polla de su boca, por lo que apenas logro oír el largo grito que da con voz muy ronca. También cierra los ojos, se ayuda de la mano para sacarse el pene —veo que ha tragado casi toda mi lefa— y se levanta para sentarse a mi lado en el sofá. Quedamos amodorrados, hasta que obligándonos a ponernos en pie, logramos llegar a trompicones hasta el dormitorio principal y nos dormimos uno al lado del otro casi inmediatamente.
Cuando me despierto bastante tarde esta mañana de lunes, Toñi no está. Me ha dejado una nota en la que se despide —trabaja en una productora televisiva y cinematográfica, y es corriente que tenga reuniones fuera de Madrid, incluso participando en la localización de exteriores y lugares de rodaje— hasta el próximo sábado a la hora del aperitivo, en su piso.
Dejé prácticamente a la mitad el álbum de fotografías que empecé a ver el domingo, así que armado con un té y gran curiosidad me dispongo a seguir viéndolas. La segunda parte de las imágenes ya no son al aire libre, sino en lo que parece el amplio salón de una casa situada en la playa —el mar se ve por los amplios ventanales— y son de un estilo similar al del primer álbum que estuve mirando, con Inés, Samira y un joven rubio desconocido con aspecto típico de extranjero como intérpretes de la secuencia de fotos, de un marcado sesgo BDSM, que no sé cómo se diría en los años ochenta, sadomasoquismo, quizás.
Las dos mujeres están vestidas —desnudas, habría que decir— con ajustados sujetadores de cuero que no llevan copas, dejando completamente libres los pechos, que quedan circundados por una cinta de cuero, apuntalándolos hacia arriba en el caso de Inés y sin incidencia apreciable en el caso de la mora Samira. Medias negras de red hasta más arriba de medio muslo y zapatos negros de fino tacón es el resto de sus atuendos. Ambas portan en su mano una vara de azotar, no muy larga, revestida de cuero también negro.
El joven hombre rubio de larga, densa y encrespada melena —en los chistes se diría que es un guiri con melena de león— es muy alto, de cuerpo fornido, ancho de espaldas, de cintura estrecha, glúteos musculados, piernas largas y fuertes, y cosa curiosa en un hombre tan rubio de pelo y piel blanca, con una gran cantidad de rizado vello rubio, tanto en el pecho como en el pubis, de donde sobresale un falo largo y grueso, que todavía no está en estado de completa erección, pero que puede decirse que asusta. Ya quisieran un pollón así la mayoría de actores porno de hoy en día, ¡vaya herramienta porta el joven guiri! Desde la primera foto en la que aparece, está completamente desnudo excepto por un collar de perro en su cuello, atado de manos a una viga del techo y con expresión seria, quizás temerosa.
Durante varias instantáneas las dos mujeres se complacen en azotar al hombre al mismo tiempo, de manera que la blanca —más bien rosada— piel muestra señales del castigo en la espalda, el culo y los muslos. El tipo está empalmao como un garañón, apuntando hacia arriba, con un pollón llamativo, tremendo, muy largo y grueso, con el capullo estrecho y picudo, de un feo color grisáceo —mi abuela diría de color ala de mosca— que contrasta con su rosada piel.
En las siguientes fotografías el rubito está en la misma postura, le han puesto pinzas de acero en los pezones, unidas entre sí por una fina cadena del mismo material que también llega hasta la anilla del collar de perro de su cuello. Samira está ante él, de pie, con las manos apoyadas en el respaldo de una silla, dándole la espalda, doblada por la cintura, de manera que tiene enterrada en su coño la mayor parte de la polla. Al mismo tiempo, Inés está tras el hombre sodomizándole con un falo negro de buen tamaño que lleva sujeto a la cintura y los muslos con un arnés. Tiene sus manos en las caderas del hombre —es una pena que en las fotos no se pueda ver el movimiento y yo tenga que imaginarlo— y las imágenes consecutivas dan idea de que según penetra Inés el culo del rubio hasta el fondo, así penetra él el coño de Samira, quien no ha dejado en ningún momento de acariciarse el clítoris con la mano derecha.
En las últimas imágenes Samira está ya sentada en la silla observando como Inés se masturba masajeando su clítoris, con la negra polla del arnés todavía enterrada en el culo del hombre, quien continúa con una gran erección. Ahí se acaba este álbum. No hay ninguna fotografía que refleje la posible corrida del guiri rubito y la más que probable de Inés.
De nuevo estoy excitado. Estoy valorando la posibilidad de cascarme una paja cuando suena el teléfono móvil. Es Toñi, está acostada en su habitación del hotel después de haber cenado con el grupo de trabajo de su empresa. No ha querido quedarse a tomar una copa, dice que está muy cansada, pero con ganas de masturbarse, se ha dado una ducha, está desnuda por completo y quiere que la escuche hasta que se corra. Le contesto dándole las gracias porque me encanta y asegurándole que yo me voy a masturbar al mismo tiempo que ella, quien inmediatamente comienza a hablarme como con prisa, de manera un tanto incontrolada, con voz ronca, en tono más bien bajo.
—Qué ganas tengo de meterme tu pollón en la boca; me tienes loca, cabronazo
Prefiero no hablar. Quiero que ella lleve la iniciativa y siga diciendo lo que le apetezca.
—Qué guarra soy, ¿verdad? Como me gusta el sexo. El sábado en casa te vas a enterar
A través del teléfono la respiración de Toñi evidencia que le falta poco, su voz es más ronca y parece que le cueste trabajo hablar.
—Estoy muy mojada, me pones mucho. Ya viene, ¡sí! Ah… ahora me da vergüenza haberte llamado por teléfono. Nos vemos el sábado. Besos
No ha tardado mucho, se puede decir que me ha dejado colgado, con la polla como el mástil de un velero. Bueno, a darle a la zambomba un ratito pensando en este bombonazo de mujer. Me encanta.
El cuarto álbum de fotos lleva escrito en la portada 1997. Le calculo a Inés unos sesenta y tres años, es todavía protagonista de las imágenes —me sigue pareciendo una mujer deseable— pero ella misma es consciente del paso del tiempo, y aunque desnuda su cuerpo, disimula algunos aspectos del mismo. Lleva el negro pelo muy corto, sin raya ni flequillo, en el cuello un estrecho collar de negro encaje —como siempre, porta el collar de marfil con la bola decorada— un sujetador negro de los que se abrochan por delante, sin apenas copas, saca sus tetas hacia afuera, de manera que quedan juntas, centradas y bastante elevadas. En el pezón del pecho derecho lleva un falso piercing de pequeño tamaño, una anilla de acero de la que cuelga un cascabel. El estómago y la tripa quedan en parte disimulados por un liguero que lleva en la cintura, de encajes negros, de tamaño grande, del que salen cuatro ligas, dos por delante y dos por detrás, que enganchan con medias de fina rejilla que casi cubren por completo sus muslos. El vello púbico lo lleva arreglado de manera que un negro denso cordón —como de dos dedos de ancho— recorre su sexo y llega casi al ombligo. Sigue calzando zapatos negros de fino tacón y sus manos portan unos guantes, mitones en realidad, que también parecen ser de encaje negro. Sujeta una vara de azotar. El aspecto de maitresse queda bastante evidente en su atuendo, aunque no se corresponde con el desarrollo de la acción en las siguientes fotografías.
Dos hombres de unos treintaicinco años acompañan a Inés en la serie fotográfica, que se ve perfectamente está realizada en este ático. Los dos son morenos —uno lleva barba perfectamente recortada— altos, delgados, de buen aspecto, presentando pollas de buen tamaño, morcillonas, sin erección completa en las primeras instantáneas, en las que están los tres de pie, y ellos manosean, acarician y besuquean el cuerpo de Inés —quien está en actitud completamente pasiva, dejándose hacer— por delante, por detrás, arriba y abajo, por todos lados.
Sitúan a la mujer apoyadas sus manos sobre la pequeña balaustrada de madera que está en el extremo izquierdo de los dos escalones que separan el salón de la parte de comedor. Con los brazos muy abiertos y las piernas bastante separadas, Inés queda doblada por la cintura, completamente expuestos su culo, el sexo y las tetas colgantes. Se aprecia en esta postura que en su nalga derecha, bastante arriba, cerca de la cintura, tiene un tatuaje no muy grande, en el que dos letras mayúsculas —I y P— se entrelazan sujetas por dos eslabones de una cadena. Por supuesto, se hace evidente el collar de la bola de marfil.
El castigo comienza rápidamente, de manera que el hombre con barba azota con su mano abierta el culo de la hembra y el otro aprieta, estira, pellizca y golpea con sus manos los pechos. A las pocas fotos se notan ya los efectos de los golpes en la piel de la mujer, que debe estar recibiendo un buen castigo. No pasa demasiado tiempo para que los hombres, con las pollas ya tiesas y duras, quieran algo más.
Durante tres instantáneas uno de los hombres sigue dando azotes a Inés en el culo, mientras el otro le ha metido la polla en la boca, sujetando la cabeza con las manos, en clara actitud de follar, adelante y atrás. La primera de las siguientes fotografías tiene al segundo de los hombres metiéndole el rabo en el coño, apoyando sus manos en las caderas, los dedos apretando con fuerza, y durante unas cuantas imágenes, ambos hombres follan a Inés —ahora está puesta a cuatro patas en el suelo del salón, con los ojos cerrados, expresión concentrada, el cuerpo en tensión, dando muestras de estar recibiendo dos duras folladas— de manera agresiva y fuerte. Probablemente, por los gestos de sus rostros, los dos están hablando, gritando, quizás insultando, a la mujer. Me parece detectar en alguna de las imágenes que en cuanto Inés intenta llevar su mano derecha hacia el clítoris, el hombre que le folla el coño se lo impide.
El primero en correrse eyacula su semen sobre la cara y el pelo de Inés. Son muchos los manchurrones de leche de hombre que dan aspecto de guarra a la hembra, quien sigue recibiendo los pollazos en el coño, hasta que el hombre se corre, sacando la polla, sujetándola con la mano para pringar el culo y la espalda de la mujer con su semen.
Han debido pasar bastantes minutos, Inés se ha limpiado las huellas de las corridas de sus dos folladores y está tumbada boca arriba, con las piernas muy abiertas, dobladas por las rodillas, en la gran cama que preside el dormitorio principal del ático. La cabeza la tiene levantada, apoyada en una almohada, mientras que las manos están sujetas por correas al cabecero metálico, con los brazos muy abiertos. El hombre que antes se la folló en la boca está arrodillado ante ella y se ayuda de la mano derecha para intentar penetrar el culo de la hembra.
En la primera fotografía de esta secuencia apenas está apoyado el capullo sobre el amarronado ano, muy brillante, al igual que toda la raja y las zonas aledañas de los muslos, convenientemente bien lubricado, supongo. Las siguientes fotos recogen perfectamente el proceso de penetración de la tiesa polla en el culo, sin aparentes problemas, sujetándose el hombre con las manos en las rodillas de la mujer para comenzar su movimiento de metisaca.
El hombre barbudo vuelve a aparecer en escena meneándose la erecta polla, acercándola a la cara de Inés —se ha subido en la cama y está en cuclillas a la altura del pecho de la hembra— y metiéndosela en la boca para recibir una mamada.
La follada por el culo no dura demasiado —al menos según el número de imágenes— el hombre se corre eyaculando dentro, dado que en fotos posteriores se ve el semen salir del culo de Inés, quien durante bastante más tiempo realiza una mamada tremenda al hombre con barba, que se complace en castigar las tetas de la mujer, pellizcando y estirando los pezones con cierta saña. Se corre vaciándose en la boca —parece obligar a tragar su lefa a la hembra atada, para después exigir que le limpie la polla con la lengua— y ambos hombres desaparecen de las siguientes imágenes, en las que Inés sigue tumbada en la cama, con sus manos liberadas y masturbándose durante un buen rato, acariciando su clítoris con una mano y las tetas con la otra. Queda tranquila, con los ojos cerrados, tras lograr su orgasmo.
La última de las fotografías es curiosa. En primer plano se ve un pollón de gran tamaño —en especial el grueso capullo— de color muy oscuro, con una gran mata de negro vello púbico al fondo y con signos de haber eyaculado, brillante, manchado de semen, con una gota casi trasparente en el pequeño orificio del glande. En segundo plano está Inés —se ve su cuerpo entero— arrodillada en el suelo, sonriendo, con la boca entreabierta, de manera que el efecto óptico hace ver que la punta de la polla está apoyada en los labios de la hembra. ¿Será el fotógrafo que nunca ha salido en las imágenes? ¿El esposo artista que se excita mirando a través del objetivo como castigan y se follan a su complaciente esposa?
No sé si me dan ganas de probar una sesión de BDSM. Me excito mucho con las fotografías y no rechazo en absoluto esas prácticas, allá cada uno con su sexualidad, vaya usted a saber a cuántas personas de uno y otro sexo les gusta, les excita o necesitan sonoras palmadas, fuertes azotes o restallantes golpes de una vara o una fusta para poder correrse. Ya veremos, no me voy a comer el coco con este asunto.
No puedo dejar de pensar que por esas fechas ya estaba el vídeo suficientemente extendido y popularizado en España. Qué pena no poder escuchar y ver en movimiento las escenas sexuales de Inés. Estoy muy caliente, es mitad de semana y hasta el sábado no viene Toñi, así que… voy a pensar que le estoy dando por el culo a mi vecina.
Ya es sábado. Me he asomado a mirar la terraza de Toñi pero no hay ningún movimiento, salgo a la calle, paso un momento por la tienda —en mi interior sigo denominando así al negocio, tal y como era en tiempos de mi abuela y mi madre— a por dos botellas frías de la marca de champán que le gusta a Toñi —lo toma semi-seco, ni brut ni nature— y compro un gran ramo de flores rojas, amarillas y lilas, colores que le encantan. A las dos en punto de la tarde llamo a su puerta.
—Gracias, Jaime, que flores más bonitas. Chico malo, ¿me quieres emborrachar?
Risa abierta, un beso en los labios, una suave caricia en mi cara, me lleva de la mano hacia la cocina para poner a enfriar las botellas y el ramo en un gran jarrón de cristal, y puedo apreciar, de nuevo, lo mucho que me gusta. Qué buena está.
—Estoy dudando si debo disculparme por la llamada telefónica que te hice. Debes pensar que soy una salida ninfomaníaca, pero me excito contigo, me gustas mucho
Mi respuesta es un abrazo seguido por un beso de los de verdad, de deseo, a tornillo, guarro, recorriéndonos ambas bocas con la lengua, con verdaderas ganas el uno de la otra, y viceversa. Nos desnudamos con urgencia sin dejar de besarnos ni un instante, queda la ropa desparramada por el suelo de la cocina y conduzco a Toñi hasta la mesa de madera situada en el centro, en donde hago que apoye su culo y eche hacia atrás su cuerpo para poder tocar y besar sus tetas al mismo tiempo de penetrar su coño de frente. Ya tengo el rabo a tope, bien tieso y duro.
Antes de poder penetrarla me coge la polla con la mano yla frota contra sus carnosos fuertes muslos, restregando contra su piel suave y tersa, arriba y abajo, a derecha e izquierda, durante más de una docena de veces, recorriendo con mi hinchado capullo los dos muslos, que ya se notan mojados —nunca me habían acariciado así el falo— y sin dejar de hablar lenta, suavemente, en voz tan baja que apenas oigo lo que dice, salvo:
—Cabronazo, que cachonda me pones
Se la meto. Vaya chocho bueno, suave, caliente, empapado de líquidos sexuales, apretadito, acogedor… todo lo que pueda decir es poco, qué excitación y que gusto me da tenerla dentro. Estamos prácticamente abrazados en una posición que no es la más cómoda, pero que me permite acariciar y mamar sus tetas sin sacarla, al mismo tiempo que puedo tocar y agarrar su culo teniéndosela bien metida. No puedo esperar a preguntarle, me está dando vueltas por la cabeza, es mi mayor necesidad ahora mismo.
—¿Me das el culo?
Sonríe, no dice nada, se da la vuelta y yo rápidamente cojo en mi mano una aceitera que veo sobre la encimera, impregno toda mi tranca con aceite, y tras apreciar de nuevo el maravilloso trasero de Toñi y sentir una alegría especial porque me lo voy a follar, me ayudo de la mano para poner la punta del capullo en el ano, mientras ella hace fuerza con sus manos sobre las duras nalgas para separarlas y dejarme el camino completamente libre.
No me cuesta especial trabajo penetrar —no soy ningún experto, la verdad es que no lo he hecho muchas veces— empujo de manera constante, haciendo fuerza, hasta que entra mi grueso glande, da en voz baja un gemido que me parece de excitación y no de dolor, y poco a poco sigo metiéndole el rabo entero hasta llegar lo más dentro que puedo, bien agarrado a la cintura y el comienzo de las nalgas con las dos manos. Es cojonudo sentir mi polla apretada, pero al mismo tiempo rodeada de suavidad y calor, notando cómo se abren y cierran los esfínteres según empuja mi capullo, que entra y sale sin problemas, follándome este culo maravilloso al que tantas ganas le tengo desde la primera vez que lo vi.
Tras unos minutos en los que ya mi metisaca es más veloz y constante, Toñi me debe notar muy excitado, cercano al orgasmo —no te corras dentro, quiero que me manches con tu semen— así que se la saco sin dejar de meneármela, ella se da de nuevo la vuelta y es el momento en el que no aguanto más. Mi leche de hombre sale a borbotones salpicando su estómago y los pechos como si no hubiera eyaculado en mucho tiempo. ¡Qué bueno, qué gusto!
Mientras me siento en una de las sillas de la cocina para recuperarme, la guapa rubia se extiende mi semen por las tetas —es bueno para mantenerlas duras y tiesas— e inmediatamente empieza a acariciarse el clítoris, arriba y abajo, con dos dedos, con rapidez, la boca entreabierta, respirando con fuerza, aleteando las paredes de las fosas nasales, con una expresión en la cara que me parece de necesidad, de ansiedad, con la mirada perdida, buscando conseguir su placer.
—Sí… qué rico, cómo me gusta
Nos sentamos desnudos en el gran sofá de la terraza, abrimos la primera botella de champán, y entre trago y trago quedamos medio adormilados, sin apenas hablar, disfrutando de la sensación de haber gozado, de la fuerza del sol tamizada por el toldo y de la mutua compañía.
Lo del ático ha sido un acierto por muchos motivos —gracias Inés por elegirme— me ha supuesto despertar de mi vida excesivamente tranquila, y me parece que me estoy enamorando de Toñi hasta las trancas. Por cierto, Paco se ha echado novia en Valladolid y ha dejado de venir. Mejor para mí. Ya veremos, pero estoy ilusionado.
» | Total Relatos: | 38.445 |
» | Autores Activos: | 2.272 |
» | Total Comentarios: | 11.896 |
» | Total Votos: | 512.051 |
» | Total Envios | 21.925 |
» | Total Lecturas | 104.850.608 |