Un Ferrero Rocher es un fetiche para mi imaginación. No voy a contar la historia completa, basta saber que hubo un tiempo en que para mí significaban el preludio de placer y orgasmos. Aún me acuerdo cada vez que introduzco uno en mi boca, y su sabor es el mismo que tenía entonces... sabor de transgresión, de intimidad, derroche y locura.
Tú, que probaste mis labios, todavía sientes un sutil escalofrío al pensar en ellos; probaste mi piel, y desearías no haber dejado de tenerla sobre ti. Aún hoy, cuando alguna vez nos vemos, sientes mi deseo como cuando ardía al mirarte y no podía esconderlo ante nuestros compañeros.
Porque compartíamos mesa en el trabajo. Me gustaba ponerte cachondo a escondidas, pero delante de todos. Cuando ya no podíamos aguantar más nos escapábamos por las escaleras de emergencia y en los sótanos nos morreábamos y sobábamos, y en más de una ocasión casi nos pillan.
Por fin un día buscamos una excusa en casa para vernos a solas por la tarde, fuera del despacho.
Fuimos a un bar con reservados.
Ese día no sabía qué iba a ocurrir hasta que cogiste mi mano y la posaste en tu enorme verga. Si no hubiera sido como era, probablemente no hubiera ocurrido nada, o casi nada.
Pero llamaste mi atención. Más bien me puse cachonda, joder, no había tenido algo así entre mis manos jamás y empecé a mojar mi ropa interior sólo con acariciarla mientras nos besábamos en aquel reservado.
Cuando tu mano subió por mi pierna en dirección a mi sexo estaba con una excitación que no imaginabas. Al rebasar el elástico del pequeño tanga, encontraste unos labios húmedos, hinchados y ansiosos por ser acariciados. Mientras, yo desataba tu cinturón y como podía iba metiendo mi mano hacia dentro para sentir su dureza, grosor y longitud.
Te dedicabas a complacerme y yo conseguí desenfundarla y acariciarla, ¡dios! iba a venerar esa verga hasta dejarla escurrida completamente.
—No pares... —conseguí vocalizar entre mis gemidos.
—No paro, cielo, no paro.
Mientras tus dedos masajeaban mi clítoris con habilidad, tu otra mano se dedicaba a exprimirme las tetas, las sacaste por encima del sujetador y entre sobes y pellizcos conseguiste que me corriera larga y deliciosamente, mientras con su boca tapabas la mía pues mis gemidos traspasaban de sobra las cortinas separadoras.
Entonces fue mi turno. Después de besarnos y acariciándonos por todas partes, me incliné sobre su polla que continuaba tiesa como una manguera y empecé a besarla mojándola con mi lengua. El glande, suave, brillante era como un imán y no podía dejar de disfrutarla desde su base hasta él. La recorrí muchas veces, me desplacé más abajo y abriendo bien tus piernas accedí a tus testículos, que degusté uno a uno, saboreando su tersura. Volví mi atención al objeto de mi deseo y arrastrando mi lengua por él, llegué a la cabeza y la enfundé en mi boca hasta el fondo, hasta que ya no cupo más. Rodeada de mis labios y acariciada a la vez por mi lengua, la agarré por la base bien fuerte mientras mi cabeza subía y bajaba.
"Mmm, no pares", también me pediste lo mismo. Tus ojos estaban fijos en mi, en cómo tu endurecida verga entraba y salía de entre mis labios, y solo podías ya cerrarlos y anhelar, con toda tu sangre acumulada en el mismo punto, que mis caricias no terminaran nunca. Mis uñas te producían un sutil escalofrío al pasearse por tu piel al acariciarte con ellas...
Absorbía el miembro, empezaste a moverte, cada vez más intenso y no pudiste aguantar más... tu leche inundó mi boca, se derramó por mis pechos y tus gemidos sordos regalaron mis oídos mientras terminaba de exprimir hasta la última gota mientras con tus manos todavía movías muy lentamente mi cabeza...
Seguro que aún te acuerdas...