Efectivamente la mañana siguiente me sentía mal conmigo misma. Mal por dos cosas. Primero porque empezaba a preocuparme mi salud mental debido a mi obsesión por el sexo anal aunque lo juzgaba fruto de la emoción al descubrir una nueva sexualidad para mi cuerpo. El segundo era la mala conciencia por la humillación a la que había sometido al “guapo”. Las mujeres somos así de buenas a veces y desde esa mañana decidí que el daño físico que me había infringido unas noches antes no fue intencionado. Por eso decidí también bajar la intensidad de mi vida sexual un poquito. Las siguientes semanas las pasé estudiando y renovando mi vestuario íntimo. Hasta la fecha pensaba que la moda que el noventa por ciento de las chicas habían tomado de llevar tanga hasta con vaqueros era un poco como de golfa en muchos casos (lo del tanga con vaqueros sigue pareciéndome ridículo e incómodo). Pero empecé a comprarlos y llevar pantalones más ceñidos. No podía evitar identificar el tanga con el sexo anal porque sé muy bien que eso es lo que provoca en un hombre al ver una mujer con tanga. De modo que al llevarlos y exponerme a la gente por la calle me sentía observada. Tenía la impresión de que los hombres que se quedaban mirando mi trasero ceñido por el tanga pensaban automáticamente en sodomizarme. Y esa idea hacía arder mi deseo. De todas maneras ya digo que iba a clase. Pero allí sentada en el pupitre de la facultad siempre encontraba algún momento de insoportable aburrimiento. En esos instantes aprovechaba para llevar mi mente a otro sitio. Hacía, en mitad de clase, lo que yo llamaba mis “ejercicios anales” que consistían en ejercitar los músculos de la zona. Por eso no hacía sino contraer y dilatar mi ano a voluntad. Me resultaba súper morboso hacerlo rodeada de compañeros de clase. Por supuesto ninguno se daba cuenta porque yo permanecía inmóvil.
Cuando iba a casa realizaba las cosas normales. Cocinar, estudiar y dormir. Además de mis “ejercicios anales” que eran diferentes a los que hacía en clase, claro. Ahora, por ejemplo, me bañaba en vez de ducharme. Porque aprovechaba el agua calentita y la postura para perforar mi culito.
Cuando no estaba en la bañera utilizaba objetos para abrírmelo más. Al principio usaba velas, pero se quebraban y me parecían peligrosas. Así que las cambié por rotuladores gruesos o mangos de cepillos del pelo redondeados. Lo que hacía era metérmelos en el recto y los dejaba dentro un buen rato. Si el objeto me lo permitía incluso me movía por la casa. Eso sí. Me compré un poco de vaselina sexual en un sex shop de la calle Montera. Así facilitaba la introducción de esos objetos en mi culo. También usaba mis propios dedos. Me metía dos o incluso tres. Y era más agradable porque estaban calentitos.
Tenía otra gran curiosidad. Con el espejo me resultaba incómodo verlo bien. Así que me compré una cámara Polaroid. La cargué con película y me desnudé. Puse la cámara en el suelo mirando hacia arriba y me puse de cuclillas sobre el objetivo. Puse el disparador retardado y abrí mis nalgas. De ese peculiar modo conseguí una foto de mi ano. Estaba encantada mirando la foto. Era una especie de hendidura rugosa de color oscuro, pero no mucho. Su redondez me parecía bellísima, y los pliegues de borde me parecían muy muy eróticos, No hacía sino pasar mis dedos por la foto deseando follarlo. Entonces me di cuenta de que necesitaba una foto más. De modo que coloqué la cámara de nuevo y separé más mis nalgas acercando mis dedos al borde de mi ano. La foto que obtuve era un poco distinta a la anterior. Ahora me había abierto un poco el culito y veía parte de mi recto. Era de color rosadito. De manera que era un cráter oscuro que por dentro era rosado y en el medio tenía un deseoso agujerito negro. Así que también parecía una boquita. Hice una foto más. En esta metí un dedo por la mitad. Y entonces mi ano, con mi índice metido, parecía una boca chupando un dedo. Aquello me pareció tan erótico que me masturbé un buen rato y me fui a la cama.
Estaba aburrida en casa los últimos días. Una compañera de casa no paraba de darme el coñazo para que saliera con ella. Total, que acepté. Me vestí con un pantalón rosa y un tanga color carne. Arriba un jersey negro. Quedé con mi amiga en la puerta del Sol un viernes por la noche. Estaba excitada ante la idea de ir a la zona de Huertas donde están todos los estudiantes extranjeros. Mi amiga llegó y me dejó helada: había quedado con una compañera de clase marroquí en Lavapiés. A mí Lavapiés no me ha hecho nada, pero me prefería ir a Huertas. Quedamos en ir primero a Lavapiés a ver a su amiga y luego volver a Huertas. Caminamos un rato y llegamos a un bar iraní. Dentro estaba su amiga. Estuvimos un buen rato y yo me aburría mortalmente. Ellas se conocían muy bien y tenía mucho de qué hablar, pero yo me encontraba desplazada. Me entraron ganas de ir al servicio. Me levanté y fui allá. Al entrar tropecé con un chico árabe. Era de mediana altura, moreno de pelo muy muy rizado y corto. Pero me quedé con la mirada clavada en otra parte. Llevaba unos pantalones de hilo fino y se veía perfectamente su increíble paquete. Lo tenía realmente enorme. Él se dio cuenta y sonrió. Yo me puse roja y entré a toda prisa en el servicio de chicas. Al salir no estaba y me senté junto a las chicas. Estaba muy turbada y ni siquiera prestaba atención a lo que decían. De manera que me levanté y dije:
- Perdonad, chicas. Creo que me voy a casa. Me duele la cabeza
- ¿Quieres que te acompañe? – dijo mi amiga
- No. No hace falta. Nos vemos.
Y salí del bar. Estaba muy turbada y avergonzada por haberme quedado mirando el paquete de aquel chico árabe. Eran las dos de la mañana y yo caminaba por las calles de Lavapiés. Me sentía un poco insegura. Además pronto me di cuenta de que alguien me seguía. Aceleré un poco nerviosa en busca de la entrada del metro. Los pasos seguían tras de mí. Al doblar una esquina giré rápidamente la cabeza para ver quien era. Y era el chico del bar iraní. Entonces noté cómo mis latidos se aceleraban y las pulsaciones tamborileaban en mis sienes. Instintivamente bajé mi ritmo al caminar hasta que el chico estuvo lo bastante cerca.
- ¡Espera! – me dijo
- Hola... – Le dije mirando furtivamente a sus ojos.
-¡Cómo corres, madre mía! ¿Vas a casa?
- Sí, se me hizo tarde.
- Qué pena. ¿Sabes? Yo vivo cerca de aquí. ¿Por qué no vienes a tomar algo a mi casa? Te haré té.
- No me gusta el té. –Dije torpemente. Entonces él se me acercó mucho y me susurró al oído.
-Venía como loco tras de ti mirando cómo se movía tu cuerpo mientras caminabas. Me gustas mucho...
Entonces acercó su boca a la mía y me besó. Al mismo tiempo empezó a acariciar mis muslos por dentro. Noté cómo la temperatura subía entre mis piernas. De pronto llevó su mano sobre mi pubis y empezó a acariciar mi vulva. Mi respiración se volvió torpe. Pero cogí su mano y la llevé a mi trasero. Puse su dedo corazón sobre mi ano y presioné ligeramente. Me puse enferma. Él empezó a tener una erección y empezó a describir círculos con su yema sobre mi ano.
-¿Te gusta por detrás?
Asentí con la cabeza. Agarró mi mano y me llevó a su casa. Al cerrar la puerta de su piso empezó a magrearme llevando mi mano sobre su polla. Yo la retiré porque, como ya he dicho, no me gusta tocarlas. Entonces me empujó sobre la cama y se puso de pie delante de mí. Yo estaba muy nerviosa pero también muy excitada. Él se bajó los pantalones y los calzoncillos. Dejó al aire su enorme polla.
- Quiero que me la chupes.
- No. Yo no la chupo. Me da asco.
Quedó alucinado. Yo me giré y me bajé los pantalones. Me puse a cuatro patas sobre la cama y acaricié mis nalgas para él. Él se me acercó y se puso de rodillas tras de mí. Mi respiración se disparaba. Me iba a follar un desconocido. Me iban a sodomizar por tercera vez en mi vida y encima con una polla enorme. Tenía miedo, pero al mismo tiempo estaba impaciente por tenerla metida en mi culo. Entonces él dijo algo doloroso.
- ¿Eres un poco puta, verdad?
Avergonzada, no dije nada, que fue tanto como decir que sí lo era. El moro agarró mi tanga y retiró la tira sobre mi nalga derecha. Dejando así mi ano al descubierto. Separó mis nalgas y puso la cara entre ellas. Empezó entonces a olerme. Sentí una vergüenza terrible. Abrió entonces mi esfínter con los dedos y lo olió. Estaba roja de humillación. Entonces, sin previo aviso, metió su lengua. La había puesto dura y me follaba el culo con ella. Luego me daba lengüetazos. La sensación era maravillosa. Tener a un extraño lamiendo mi culo, comiéndoselo, como si besara mi otra boca pequeña y viciosa. Entonces se levantó y empezó a meneársela. Yo le oía y me asusté porque aquel trasto debía ser enorme. Sabía que me iba a doler. Pero lo deseaba. Así que aunque de primeras mi culito se contrajo y se cerró luego empezó a boquear y a tener palpitaciones. Por lo cual se abría y cerraba con voluntad propia mientras yo rompía a sudar y notaba como una gota de mi juego salía de mi coño por encima de los labios de mi pubis. Pronto mi entrepierna estuvo empapada con mis jugos. Entonces, cuando mi ano palpitaba desbocado, a toda velocidad, se contraía y se dilataba como loco, él puso su glande a la entrada y empezó a empujar. Yo separé mis piernas para admitir semejante polla dentro de mi culo. Dolía, dolía mucho. Apreté los dientes con fuerza a pesar de que sólo había metido el glande. Así lo dejó un rato, de modo que mi ano, como un anillo de cuero, rodeaba su glande atrapándolo, devorándolo. Él también estaba muy excitado y su polla empezó a hincharse y a tener espasmos por la circulación de su sangre. Seguía nerviosa y mis piernas temblaban. Él empezó a moverse dentro de mi culo como para darlo de si y metérmela un poco más. Yo gozaba muchísimo. Entonces empujó y la metió hasta la mitad. Yo sentí cómo me atravesaba. Mi culo ardía, me dolía. Pero él paró y escupió sobre mi culo perforado a medias por su polla. Entonces la movió dentro fuera para que su saliva lubricara mi ano. Yo clavé mi boca en la almohada por lo que bajé el pecho y aumenté el espacio para que me la metiera. Entonces, sin previo aviso, la metió del todo en una maniobra horrible que me desgarró. Hasta noté el crujido de los músculos de mi culo. Aquel chico acababa de romper los músculos de mi esfínter. Yo comencé a llorar del dolor. Y él me follaba, me follaba sin piedad. Me sodomizaba cruelmente. Noté como un líquido caliente salía de mi culo y se juntaba con mis jugos vaginales. Era un poco de sangre. Aquello no iba bien. Pero al mismo tiempo que sufría adoraba ser follada de esa manera tan humillante. Así, a cuatro patas, sobre una cama desconocida un chico árabe me daba y me rompía el culo. Era como tener un puño metido por el culo, un dolor increíble pero también un gran gozo. Me sentía sucia, enferma de deseo. Entonces se corrió. Agotado, sacó la polla de mi culo. La descompresión fue terrible. Incluso sonó el vació. Al sacarla noté un horroroso vacío en mi culo y un gran alivio. Empezaba a escocerme. Me quedé un rato con el culo expuesto por miedo a que moverme aumentara mi dolor. Mi ano permanecía abierto. Él comenzó a reírse de mí y metió un dedo en mi culo, dándole vueltas dejando bien claro que le quedaba mucho espacio libre. Yo no podía reaccionar. Aquello no podía estar pasando. Él sacó su dedo de mi culo, que seguía sin cerrarse, y agarró mi tanga. Pegó un tirón muy fuerte y me lo arrancó.
- Una prenda que me quedo.
Entonces me desperecé y me quedé de rodillas en la cama. Metí dos dedos en mi culo comprobando que entraban sin dificultad. Estaba alucinada. Los saqué y los miré, tenían sangre. Me dolía y me escocía mucho el ano. Le pedí una toallita y me la dio. Limpié mi culo y me puse los pantalones. Para entonces mi esfínter empezaba a cerrarse solo. Intercambiamos los números de móvil y me marché cuando llegó mi taxi. Todo me daba vueltas. En el taxi iba sentada casi de costado para evitar el roce y el dolor. Al llegar a casa, y caminando con mucha dificultad, me quité los pantalones con dificultad porque se habían quedado pegados a mis muslos debido a que incluso después de dejar la casa del árabe segregaba jugo y tenía los muslos empapados. Los miré y me di cuenta de que tendría que tirarlos. Tenía un cerco de sangre. Aquel tío me había desgarrado el culo. Lo curé con mimo y con una sensación horrorosa. Me tuve que tomar un Nolotil para calmar el dolor y conseguir relajarme. Incluso se me pasó por la cabeza ir al hospital, pero para entonces mi sueño me venció.
Muchas sensaciones han pasado por mi cuerpo mientras leia las tres partes del relato. Desde la ingenuidad a la excitación y hasta las nauseas. Este relato te hace experimentar con palabras las sensaciones físicas mas escondidas