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El día posterior a la tremenda violación a la que fui sometida por Don José, no podía ni levantarme, estaba molida, todo el cuerpo me dolía terriblemente, pero sobre todo el culo; para mi fortuna, era sábado y fue también el día que mi novio José regresó de su viaje.
Intenté comportarme como lo hacía normalmente los días anteriores a que iniciaran los abusos de mi suegro; me fue muy difícil, pero creo que lo disimulé bastante bien, pues ni mi novio, ni mi cuñada ni mi suegra me dijeron nada.
Pasaron dos semanas en las que, para mi fortuna, José no tuvo que viajar; el problema es que él llegó hambriento de sexo y todas las noches lo hicimos; pero algo en mí había cambiado; aunque aún disfrutaba el sexo con mi novio, ya no era lo mismo; me sentía sucia y perversa por haber estado con mi suegro; aunque sabía que no era mi culpa, no podía quitarme de la cabeza lo que me hizo y lo que disfruté también.
Varias veces intenté armarme de valor y decírselo a José, pero no pude, algo me lo impidió; tal vez fueron las amenazas de mi suegro.
Durante esas dos semanas mi suegro se comportó relativamente bien, excepto un par de nalgadas cuando nadie nos veía y una vez que me dijo al oído: “tengo ganas de cogerte de nuevo por el culo, mamazota”, me aguanté el coraje; afortunadamente no pasó nada más.
Lamentablemente un día José llegó con la noticia de que tendría que salir de nuevo de viaje y que esta vez tardaría una o dos semanas en regresar. Con tristeza y miedo lo vi partir a su viaje de trabajo. Era viernes y faltaba mucho para su regreso.
El maldito de mi suegro no dejó pasar ni un día; el mismo día que su hijo se fue, al llegar yo del trabajo en la tarde vi que no había nadie en casa, o al menos eso creía; me fui casi corriendo a mí recámara, esperando encerrarme y no ver al viejo; pero él ya estaba dentro de la recámara, sentado en mi cama, con el miembro de fuera, masturbándose mientras veía una película porno en mi TV.
Enojada le reclamé: “¡Oiga!, ¿Qué hace aquí? ¡Lárguese a hacer sus porquerías a otro lado!”. Entonces él, con toda calma, sin moverse de la cama y sin dejar de masturbarse me dijo: “¡Hey! Tranquila putita; no te hagas la inocente, que bien que te gustó lo que hicimos el otro día”.
“¡No, no me gustó y le exijo que salga de mi habitación o le contaré lo que me ha hecho a su esposa y a su hija!”.
Don José apagó el televisor, rápidamente se levantó y de un salto llegó junto a mí; colocó una mano en mi nuca y me tomó del cabello con fuerza; puso su cara frente a la mía y me gritó: “¡Tu no exiges nada puta sucia barata, aquí el que manda soy yo!, ¿acaso ya se te olvidó que si te niegas te puedo destruir la vida?; mi hijo se consigue otra puta como tú en dos segundos, piruja, pero tu terminarías en un basurero mamándole la verga a los pinches pepenadores, pendeja”.
Al mismo tiempo que hablaba me obligó a hincarme y colocó su gran pene frente a mi cara, entonces me dijo: “¡empieza a mamar si no quieres que te maltrate y luego convierta tu miserable vida en un infierno!”. Asustada por sus palabras, pero asqueada, abrí la boca y empecé a chupar el enorme falo erecto que se me presentaba enfrente, con la esperanza de que se viniera en mi boca y con ello terminara satisfecho y me dejara en paz el maldito viejo.
Él colocó ambas manos sobre mi cabeza y me humilló haciendo que le chupara su miembro durante un buen rato en el que repetía: “¡aaaahhhh siiiii, puta, sigue mamando, sigue mamando, que rico chupas puta, que rico lo chupaaaassss!” y diciendo esto, sentí como descargaba grandes chorros de semen dentro de mi boca; él me sostuvo la cabeza contra su cuerpo, obligándome a tragar casi toda su leche, era tanta que escurría por la comisura de mis labios; yo sentía que me ahogaba de tanto líquido que entraba en mi garganta e intentaba empujarlo con ambas manos, pero no lo logré; él me tenía bien agarrada del cabello y solo me soltó cuando terminó de vaciarse en mi boca.
Caí con las manos al piso, tosiendo y con ganas de vomitar; el asqueroso y viscoso semen escurría de mi boca al suelo; me sentí humillada, pero contenta de que el maldito de mi suegro me dejara; pero nada más lejano de la realidad; apenas recuperé el aliento, mi suegro me dijo: “¡muy bien puta, como no quieres cooperar, esto tendrá que ser por la mala, lo siento por ti, porque en vez de gozar, vas a sufrir, pero mientras yo goce, me vale madres lo que tu sientas!” y diciendo eso, me tomó de nuevo del cabello y me obligó a levantarme; luego prácticamente me arrojó sobre la cama y se subió en mí; empezó a jalonearme la blusa como queriendo arrancármela; yo trataba de sujetarle las manos y gritaba desesperada: “¡No, no, suélteme maldito violador, deténgase o esta vez sí lo denuncio!”; no sé cómo, pero alcancé rasguñarle un brazo y eso fue lo peor; pues en cuanto lo sintió, vio la herida y me dijo: “¡maldita perra, ahora si me la vas a pagar!”; luego sentí dos fuertes golpes en el estómago que me hicieron retorcerme de dolor y mientras yo me retorcía y me quejaba, él me arrancó la blusa desgarrándola, también me quitó la falda y luego procedió a arrancarme la tanga; yo trataba de defenderme, pero sus golpes me habían dejado sin aliento.
Cuando me tuvo solo con el sostén y las medias puestas, me hizo voltearme boca abajo, me tomó el brazo derecho y comenzó a amarrarlo a una cuerda que ya estaba en la cabecera de la cama; apenas en ese momento me di cuenta de que él ya tenía preparados los amarres, pues no estaban en la mañana, cuando yo me fui a trabajar.
Traté de golpearlo con mi otra mano, pero aún no me recuperaba del todo y no alcanzaba a asestarle buenos golpes; fue fácil para él terminar de amarrarme esa mano y pasar por encima de mí para amarrarme la otra, dejando mis brazos abiertos muy lejos el uno del otro; luego tomó mi pierna izquierda y procedió a amarrar mi tobillo también a la cama; empecé a patalear sin ningún resultado más que él, entre resoplido y resoplido me dijera: “sigues de necia rejega pinche puta estúpida, pero te voy a domar y luego serás mansita, vas a ver”.
También me ató la pierna derecha, dejándome boca abajo con los brazos y las piernas abiertas en forma de “X”; después me metió mi propia tanga en la boca y me amordazó con cinta encima de ella, dándole otra vez varias vueltas a mi cabeza con la cinta, impidiéndome gritar y dejándome a su total antojo para hacerme lo que quisiera.
Luego, ya con más calma, me desabrochó el sostén, cortó los tirantes del mismo y lo sacó, dejándome únicamente con las medias puestas. Ya estaba yo temerosa y segura de que enseguida me iba a violar, pero no fue así, al terminar su trabajo, mi suegro me dijo jadeando: “bueno puta, ya estás lista, deja que me recupere y regreso para pasar un buen rato contigo… ¡ah! Y si te preguntas donde están Martha y Valeria, no te preocupes por ellas, fueron a visitar a mi suegra, que está enferma y no regresarán en varios días, así que tenemos mucho tiempo para demostrarnos nuestro amor y gozar de mucho sexo”. Me di cuenta de que el infame viejo me tendría para él cuando menos el fin de semana, pues no tendríamos que ir a trabajar y estábamos solos en la casa él y yo. Con razón al maldito ni siquiera la había preocupado cerrar la puerta de la habitación. Comencé a llorar de desesperación.
Don José salió de la recámara y escuché como prendía el televisor de la sala, me pareció que se tomaba una cerveza o algo refrescante y unos segundos después escuché sus ronquidos provenientes de la sala.
Trataba de soltarme moviendo los brazos y las piernas, pero los nudos que él hacía eran muy difíciles de deshacer; me fue imposible lograrlo, solo me agoté intentándolo.
No supe cuánto tiempo pasó, pero lo escuché incorporarse y empecé a temblar, sus pasos se aceraron a la habitación despacio, volteé y pude verlo contra el marco de la puerta, me di cuenta de que estaba totalmente desnudo. Él se paró junto a la cama donde me tenía atada y me dijo: “¡ah puta, de verdad que estás muy buena, una puta mejor no pudo conseguir mi hijo, las otras no estaban tan sabrosas como tú; que bueno que yo te atiendo cuando él no está!”. Luego se subió a la cama y colocando su pene en la entrada de mi ano dijo: “muy bien puta, prepárate para lo bueno” y empezó a penetrarme lentamente por el culo; me dolió tanto que grité con todas mis fuerzas, pero la mordaza impidió que algo se escuchara: “¡MMMMMFFFFF, MMMMMFFFF!”. Mi suegro dijo: “esta vez será sin lubricante puta estúpida, más te valía no haberme rechazado y menos rasguñado”. Y siguió empujando, metiendo despacio su pene en mi pobre culo cerrado; yo agitaba brazos y piernas y abría y cerraba los ojos, tratando de despertar de aquella pesadilla y tratando de aguantar el dolor, pero era insoportable, sentía que me estaba metiendo un fierro caliente en mi pobre ano y me solté llorando.
Don José siguió metiéndolo hasta el fondo; una vez que me empaló totalmente, se quedó quieto y me dijo al oído: “como me gustaría quedarme aquí adentro de ti siempre putita y que toda la vida trajeras mi verga dentro de ti para que los dos la gozáramos más”. Lo único que lograba con sus malditos comentarios era hacerme sentir enojada y más humillada.
Luego él empezó a sacar muy despacio su pene, hasta que lo sacó totalmente, me dijo: “tu culo es para gozarlo con calma, sin prisas, saborearlo despacio, tomándose su tiempo y es lo que voy a hacer putita, y si quieres apriétalo, me gusta más como me muerde la verga”. Esperó unos segundos y luego volvió a meter su miembro despacio, provocándome de nuevo el mimo dolor que antes, pues mi ano ya se estaba cerrando por los segundos transcurridos desde que él sacó su pene.
De nuevo lo metió hasta el fondo y yo apreté el ano, tratando de rechazarlo, pero eso él lo gozaba más, pues me decía: “¡ah, así putita, así, aprieta el culo, muérdeme la verga cabrona, que bien lo haces!” Otra vez se quedó quieto al terminar de meter todo su pene y de nuevo procedió a sacarlo despacio.
Así continuó durante largo tiempo, sacando y metiendo su miembro lentamente, creo que lo hacía a propósito, para que mi ano se cerrara y cuando él lo metiera, estuviera apretadito y él gozarlo más y que a mí me doliera todo el tiempo, así mismo, esto le ayudaba para no venirse rápido. Fueron minutos de largo sufrimiento para mí.
En uno de esos momentos, en que él me tenía empalada por completo, sonó mi celular; mi suegro, sin salirse de mí, alcanzó mi bolsa y buscó dentro de ella y sacó mi teléfono, no sin antes decir: “eres igual que todas las viejas, traen un desmadre en la bolsa y no encuentran nada”; luego vio que el que llamaba era José y dijo: “ah es el cornudo de mi hijo, espera, no hagas ruido” y contestó el teléfono: “Bueno… hola hijo… ah sí, es que se metió a bañar y dejó su teléfono aquí en la sala, pero ahorita que salga le digo que te llame… ah bueno, está bien, si, yo le digo que te le llamaste… ¿entonces tú le llamas mañana?... ah está bien, yo le digo que no te llame, que tu llamas mañana… ¿agitado?, no, ¡ah!, es que estaba lejos y vine corriendo a contestar, no te preocupes hijo, de acuerdo… hasta luego”. Y el desgraciado de mi suegro colgó y sin sacar aún su pene me dijo: “que dice mi hijo que hoy no lo vayas a estar chingando, que él te llama mañana; jajaja, ese cabrón ya se ha de haber ligado a otra puta como tú y por eso no quiere que le hables, de seguro ahorita va a coger toda la noche; pero no importa, mientras él te pone el cuerno, tú se lo pones conmigo, jajaja”. Y luego continuó cogiéndome por el culo lenta, pero despiadadamente.
Por fin, después de no sé cuánto tiempo, él se vino dentro de mi culo, llenándome las entrañas con su leche. Aunque me dolía el culo y otra vez me sentí humillada, me alivió pensar que terminaba y que me dejaría en paz, cuando menos hasta el día siguiente.
Pero me equivoqué; el viejo tenía otros planes; cuando terminó, se levantó y me dijo: “Como no fuiste cooperativa, te voy a tener que castigar, para que aprendas a no negarte conmigo; tu castigo será quedarte como estás hasta que me supliques y se me dé la gana soltarte. Y diciendo esto, se fue caminando y salió de la recámara; de nada sirvieron mis gritos desesperados que se acallaban por la mordaza: “¡MMMMNNNNFFFF, MMMMNNFFF!”, yo realmente ya estaba suplicando que no me dejara así, que me soltara por favor.
El tiempo transcurría lento, yo sentía adormecidos los brazos y las piernas; el culo me dolía horriblemente, así como la espalda.
Poco después empezó a darme hambre y muchas ganas de orinar; me agité en la cama y grité, pero no se oía nada, no sabía en donde estaba mi suegro; no se escuchaba ningún ruido en la casa. Tuve que dejar de moverme, porque la orina amenazaba con salir y no quería hacerme en la cama, ni siquiera podía cerrar las piernas para tratar de aguantarme.
El sufrimiento era inmenso, no podía aguantarme, gritaba como loca: “¡MMMMFFFFF, GGGGGHHHH, PPPPFFFMMMMVVV!” y trataba de no moverme para no orinarme; aguanté lo más que pude, pero al final la necesidad fue más grande y sin poderlo evitar, me oriné.
Sentí una gran satisfacción al poder sacar la orina, pero también una gran vergüenza por no haberme podido aguantar. Después de eso, aunque tenía un hambre atroz, me quedé dormida.
Una cubetada de agua fría en la espalda me despertó; en un principio no sabía que sucedía, pero rápidamente me di cuenta que era mi suegro el que me despertaba de esa manera tan cruel. El viejo estaba fúrico; me gritó: ¡Maldita puerca, te measte en la cama, marrana; aparte de ser una puta eres una cochina que no puede aguantarse, nada más eso me faltaba, cerda, ahora verás!” y mientras me decía eso, sentí el primer cinturonazo en mis nalgas; me quejé del tremendo dolor que me hizo sentir el infeliz: “¡MMMMMGGGGGHHHHH!” y él me dijo: “¡cállate marrana, ni te quejes que apenas empiezo; te voy a enseñar lo que les hago a las putas puercas como tú!” y soltó el siguiente golpe; volví a quejarme y comencé a llorar, pero de nada valió, el continuó pegándome con su cinturón en las nalgas. Aparte del dolor sentí enojo al pensar que ni siquiera mis padres me habían pegado con un cinturón y ahora el desgraciado de mi suegro lo hacía castigándome por algo que él mismo provocó.
Uno tras otro siguieron los cinturonazos en mis adoloridas nalgas, no los conté, pero creo que fueron más de cincuenta, algunos dieron en mi espalda o en mis piernas. Don José bufaba, no sé si de enojo o de cansancio, todo el tiempo me estuvo diciendo que no admitiría porquerías en su casa, que aprendiera a controlarme o me castigaría cada vez que hiciera cualquier “marranada”.
De repente los golpes se detuvieron; yo lloraba desconsoladamente; entonces mi suegro se subió a la cama, se acomodó entre mis piernas abiertas y colocando su pene en la entrada de mi culo me dijo: “¡pinche puta, me has hecho excitarme, tendré que darte la verga de nuevo, como a ti te gusta, por el culo!”. Quise gritar: “¡No, no, no lo haga, me duele mucho!”, pero solo se escuchó: “¡Mmmmjjjjmmmm, mmmmjmmmm, mmmmfffff!”, y peor fue cuando empezó la penetración; mi culo estaba molido por los golpes con el cinturón y el dolor era aún más inmenso que el que había sentido las ocasiones anteriores en que el infeliz me había violado por el ano.
Mi suegro me penetró de manera salvaje, con fuerza, metió su miembro hasta el fondo de mi adolorido y ensangrentado ano, haciéndome chillar del tremendo dolor y ardor que me hizo sentir; mientras lo hacía, me dijo: “¡no te quejes puta marrana, tú te lo has ganado, a ver si así aprendes a controlarte!”. Afortunadamente fue poco el tiempo que duró, al hacerlo rápido, en unos cuantos minutos el viejo se vino dentro de mi culo, haciéndome sentir de nuevo la humillación de que su semen entrara en mí; pero el dolor que me hizo sentir fue cien veces mayor que antes.
Luego Don José empezó a desatarme los pies y las manos; cortó la cinta que me amordazaba y mientras lo hacía me dijo: “me das asco cerda; quiero que te metas a bañar para que te quites el asqueroso olor a orines que tienes, puta, y cuando salgas vas a lavar toda la ropa de cama que ensuciaste con tus asquerosidades, no te voy a permitir que mancilles así la cama de mi hijo, ¿entendiste puerca?”.
Anonadada por las palabras de mi suegro, solo atiné a mover la cabeza en modo afirmativo; no me atreví a decirle lo que estaba pensando: ¿cómo me decía que había “mancillado” la cama de su hijo, si ahí mismo era donde el me violaba repetidamente?, ¿por qué si yo le daba asco volvió a penetrarme?, ¿Por qué me había castigado si el culpable de que me orinara realmente había sido él al dejarme sola y atada y largarse?
Pero como siempre, mis pensamientos eran lo que menos importaba en ese lugar y menos con mi suegro, que se sentía mi dueño, y en cierta forma, lo era.
No me quedó más que obedecer, me metí a bañar con todo el dolor que sentía; me era casi imposible pasarme la suave esponja por mis adoloridas nalgas que habían sangrado por el castigo; como pude me bañé y salí en sandalias y envuelta en una toalla. Mi suegro seguía en mi recamara y le pedí que se saliera para vestirme; él se rio y me dijo: “no seas estúpida, si ya te ha visto todo y hemos hecho de todo, ¿para qué quieres que me salga?”; estaba yo por contestarle, pero no me dejó, continuó hablando: “además, no quiero que te vistas, vas a lavar la ropa de cama desnuda”; “¿quéeeee?”, repelé, “¿está loco?, ¡claro que no lo haré!”. Entonces a Don José se le puso muy roja la cara, se levantó de un salto de la cama y con una agilidad no muy normal para alguien de su edad, llegó hasta mí y con su mano derecha me tomó el cuello, me empujó hasta la pared y levantándome hasta su altura me gritó: “¡Con una chingada, pinche puta de mierda; entiende que aquí el que manda soy yo, no puedes contradecirme ni negarme nada, puta infeliz!”. Su mirada encendida y la fuerza desmedida con la que me sostenía el cuello me dio miedo; mis pies no tocaban el suelo y ya sentía que me ahorcaba y con ambas manos intenté quitar la suya de mi cuello. En ese momento me di cuenta de que mi vida estaba perdida en ese lugar.
El siguió apretando mi cuello, sentí como me faltaba el aire y se me desorbitaban los ojos, quise patearlo, pero no pude y cuando creí que me iba a morir, me soltó y caí al piso tosiendo y jalando aire desesperadamente.
Con aire de superioridad, parado ante mí el viejo me dijo: “espero que ya estés aprendiendo quien manda sobre tu miserable vida, puta, ¿entiendes?”; yo dije tratando de jalar aire: “si, si, lo que usted diga”, con tal de que ya no me lastimara más.
La toalla con la que me había envuelto había caído al piso, por lo que me encontraba totalmente desnuda; mi suegro me tomó del cabello y me hizo levantarme; empujándome hacia la cama me dijo: “¡pues anda puta, a lavar tus cochinadas!”.
Adolorida, humillada y sobajada, miré el reloj: Las 3:26 a.m. tomé la sucia ropa de cama y me encaminé al cuarto de lavado que se encuentra al fondo de la casa de mis suegros. No vi a mi suegro a la cara, no quise ver su rostro lujurioso al verme caminar desnuda. Noté que me seguía de cerca.
Iba a meter la ropa a la lavadora cuando mi suegro me dijo: “no, lávala a mano en el lavadero”. Suspiré hondo y comencé a lavar sin negarme; no quería algún nuevo castigo de parte del viejo.
El cuarto de lavado es muy frío, por lo que empecé a temblar y noté como mis pezones se endurecían por el mismo frío; el agua también estaba fría, por lo que decidí apurarme; la cobija estaba sucia de orines, sangre y semen. Me dio asco, pero tuve que lavarlo, pues notaba la mirada de mi suegro vigilándome.
Apenas llevaba un par de minutos lavando, cuando sentí que mi suegro me tocaba las nalgas; tragué saliva y me contuve las ganas de darle una bofetada. Él me dijo al oído mientras me seguía acariciando con una mano las nalgas: “¡ah mamacita, que rica estás puta!; cuídame este culo, no me obligues a maltratarlo, porque está muy bonito, me encanta; está mejor que el de mi vieja y que el de mi hija y quiero saborearlo muchos años. No me hagas enojar para no pegarle de nuevo”. Luego él de agachó y entonces sentí algo en mis nalgas, volteé y vi que él me estaba poniendo una pomada en ellas; me ardió y respingué un poco, pero le me dijo: “tranquila, quieta, esto te va a curar, tu sigue lavando mamacita”. Seguí lavando mientras él me “curaba” de sus propios golpes.
Después de que terminó de ponerme el ungüento, Don José se levantó, colocó una mano en mi clítoris y otra en los senos y empezó a moverlas, acariciándome ambas partes; seguí lavando, tratando de no reaccionar a las caricias del viejo; pero él es muy hábil con sus dedos y a los pocos segundos logró excitarme; seguí lavando, pero comencé a suspirar por el placer que sentía gracias a las manos de mi suegro. De repente él me hizo voltearme y quedamos frente a frente; él seguía tocándome el clítoris y empezó a lamerme los senos. Yo cerré los ojos, me mojé los labios con la lengua y me abandoné a las caricias de Don José.
Mi suegro estuvo lamiendo mis senos un buen rato, luego dejó una mano acariciándomelos mientras con su lengua bajaba por todo mi vientre, pasando su lengua por todo, hasta llegar a mi clítoris; entonces su lengua sustituyó al dedo que jugaba ahí, el cual él metió en mi vagina que ya se encontraba muy húmeda. Don José se dio tiempo de decir: “no sé porque a veces te resistes puta, si bien que te gusta como cogemos”. Yo tenía las manos atrás de mí, recargada en el lavadero y al escucharlo apreté los puños, pensando que él me obligaba, pero que lo que me estaba haciendo en ese momento si me estaba gustando y demasiado. Incluso me descubrí comparándolo con su hijo y me di cuenta de que el viejo lo hacía mejor que mi novio.
Ya no era un dedo el que entraba en mi vagina, eran tres, su estaba lengua en mi clítoris y su otra mano en mi pezón, jugando con dos dedos con él.
Yo pasaba salva, sudaba con los ojos cerrados, dejando a mi suegro hacer lo que quería con mi cuerpo; de repente, él metió su lengua en mi vagina, el clítoris lo acarició con un dedo y comenzó a meter otro dedo en el ano; me tapé la boca con una mano para no gritar del tremendo placer que estaba sintiendo e involuntariamente me empecé a acariciar los senos con mi mano libre.
Unos segundos después llegó lo inevitable: un orgasmo gigante, que me recorrió todo el cuerpo y me cimbró de los pies a la cabeza; gracias a que me tapé le boca, los vecinos no oyeron mis gemidos de placer: “¡mmmmmhhhhh, mmmmmhhhhh!”; el que si se dio cuenta fue mi suegro, pues además de los mencionados gemidos, apreté su cabeza con mis piernas.
Creí que jamás acabaría, el orgasmo fue larguísimo e intensísimo; sentía tanto placer en mi cuerpo, que no quería parar; pero después de unos minutos, se detuvo, dejándome exhausta.
Don José se levantó y tomándome de las nalgas me recargó en el lavadero; me levantó una pierna sosteniéndola con un brazo debajo de ella; me quejé un poco por el dolor que aún sentía en la cola; pero no con fuerza; entonces mi suegro me penetró por la vía vaginal con fuerza, metiendo su miembro hasta el fondo y diciéndome: “¿ya ves putita?, si bien que te gusta; conmigo puedes lograr grandes momentos de placer como éste y la podemos pasar muy bien, pero no te me vuelvas a negar porque entonces el placer será solo mío y tú solo sufrirás”; y comenzó un mete-saca violento, sosteniéndome la pierna levantada y acariciándome las tetas con la otra mano. Yo estaba recargada en el lavadero y con una pierna en el piso. Estaba tan mojada que esta vez no sentí ningún dolor, por el contrario, aún sentía el placer del orgasmo que me había hecho sentir Don José y eso le ayudó a penetrarme sin problema. Él me besó en el cuello y cerré los ojos tratando de apartar de mi mente que el que me cogía era mi suegro.
A los poco minutos me vine otra vez, de nuevo el placer que recorrió mi cuerpo fue grandioso, fenomenal. Al mismo tiempo, mi suegro se vino sin sacar su pene de mí; mientras me besaba en la boca, por ello nuestros gemidos de placer solo los escuchamos nosotros; quise apartar mi boca, pero el placer pudo más y correspondí el beso, jugueteando con la lengua de Don José, tomándolo de la nuca y pegando su cuerpo al mío.
En ese momento me olvidé que era mi suegro, que me había maltratado y golpeado y que prácticamente me estaba convirtiendo en su amante, esclava sexual o puta particular. No, en ese momento Don José se convirtió en el hombre que más placer me había proporcionado en la vida; ni su hijo me había hecho vibrar como él.
Ambos terminamos y él sacó su pene flácido de mí; estábamos sudorosos y agitados. Nos vimos a los ojos, yo no dije nada, él solo me ordenó: “termina de lavar eso y vienes”; sin decir más, él se fue hacia su recámara. Me quedé con el placer obtenido y seguí lavando las sucias sábanas.
Terminé de lavar y metí la ropa de cama a la secadora, una vez que estuvo lista, la tomé y me encaminé hacia mi recámara; al pasar por enfrente de la habitación de mi suegro lo escuché roncar, su puerta estaba abierta, así que lo vi tirado en su cama desnudo, con una venda manchada en el brazo que le había rasguñado; pero él dormía plácidamente, como si tuviera la mene más tranquila del mundo. Me fui a mi recámara, me puse un short y una camiseta para dormir; coloqué las sábanas y la colcha y salí a la cocina para comer algo, pues me mataba el hambre. Me preparé algo rápido y comí a toda prisa, tratando de no hacer ruido para no despertar al viejo; en cuanto terminé me fui a mi recámara en silencio; me acosté y estuve pensando en lo que había sucedido y me sentí culpable del placer que sentí al hacerlo con mi suegro; me sentí una sucia traicionera mentirosa y lloré al darme cuenta de que estaba cayendo en la red de Don José, él quería hacerme su puta; pero no lo iba a dejar, a partir del día siguiente no le iba yo a permitir volverme a tocar. Pensando en eso me quedé dormida, estaba muy cansada. No sabía que todavía me faltaba mucho por conocer del infeliz de mi suegro. Continuará...
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