Eran aproximadamente las cinco de la tarde del lunes cuando llegaba a mi casa después de un corto día de trabajo. Sabía que mi mujer no estaría en casa, pues era demasiado temprano para que ella hubiera llegado aún, así que pensé en aprovechar y darme un baño relajadamente antes de que ella llegara.
Al tiempo que habría la puerta recordé que teníamos criada nueva, pues nuestra adorable Fany se había jubilado ya, y había vuelto a su pueblo. Entré, me quité el abrigo y cuando me dí la vuelta, ante mí apareció una mujer de desbordante belleza.
-Me llamo Diana y soy su nueva criada- me dijo. Yo no hablaba, me la quedé mirando esos dos enormes pechos que no entraban en el uniforme.
-Qué vergúenza señor, es que en la tienda se confundieron y me dieron al menos tres tallas más pequeña que la mía, y como no me lo probé, pues esta mañana me he llevado la sorpresa...
-No te preocupes Diana-conseguí decirla- no pasa nada, yo soy Pablo.
Me estrechó la mano con dulzura, pero como me hubiera gustado estrecharla entre mis brazos...
Me ofreció tomar algo, y muy dispuesto acepté.
Me senté en mi sillón, desde aquí se ve la cocina.
Observé como la falda la quedaba a dos o tres dedos escasos por debajo del cachete del culo, si se agachaba podría ver ese culito, redondo y respingón... Mis ojos no dejaban de seguir cada movimiento de su cuerpo. Sus pechos, redondos y grandes iban a hacer estallar los botones del uniforme, rebosaban por encima del escote, "como me gustaría poder tocarlos, besarlos,..." pensé.
En ese momento se acercó hasta mí con una copa de ginebra y se agachó para dármela, pudiéndome asomar entonces al balcón de su escote. Sonrojada, se puso inmediatamente de pie, quedando su estrecha cintura a la altura de mis ojos. Era perfecta. Seguí mirando sus piernas, mientras ella regresaba a la cocina. Eran largas y esbeltas. Deseaba sentirme abrazado por ese par de piernas. Entonces dejé que mi copa cayerá al suelo. Sonaron los critales e inmediatamente apareció Diana para saber que sucedía.
-No se preocupe señor, ahora mismo lo recojo.
Me mantuve en mi sillón, esperando el espectáculo que se le iba a ofrecer a mis ojos.
Llegó Diana al salón y se puso a barrer los cristales rotos. Ella, que se había dado cuenta de mi seguimiento de sus movimientos, al recoger los cristales, se inclinó con las piernas estiradas, ofreciéndome la visión de su culito. Llevaba un tanga blanco transparente que dejaba entrever la parte más íntima de su cuerpo.
-Diana, venga aquí.
Diana se acercó a mí. Se puso en frente mía entreabriendo sus piernas.
La cogí por la cintura y la senté encima mía. Comenzé a besar sus pechos, que querían salir de ese uniforme. Sentí como sus pezones se endurecieron cuando comencé a restregarme contra su sexo. Mi pene iba tomando forma, cada vez se ponía más duro. Desabroché los botones y me encontré con sus dos senos, deseosos de pasión y placer. Comencé a lamer sus pezones, a succionarlos, a mordisquearlos. Diana movía sus caderas encima de mi pene, aún dentro del pantalón. Entonces se bajó, se puso de rodillas, me desabrochó el pantalón y sacó mi insaciable pene.
-¿Desea placer el señor?- me preguntó con una sonrisa burlona.
Inmediatamente la metió en su boca y comenzó a chuparla, a besarla. Yo observaba como subía y bajaba su cabeza, como mi pene se perdía en su boca, al mismo tiempo que masajeaba mis testículos. ¡Qué placer me daban esos labios carnosos! La sacó de su boca, y comenzó a masajearla con sus grandes tetas.
-Me corro Diana-
-Córrase en mis tetas, señor.
Y ahí fue mi primera eyaculación, bañando su escote con mi leche.
Se puso entonces de pie y pude terminar de quitarla el uniforme. La quité el tanga con la boca y descubrí su sexo.
La tumbé en el suelo, separé sus piernas e introduje mi lengua hasta el fondo de su sexo. Lamí su clítoris, mientras introducía dos dedos en su vagina. Diana gemía de placer.
-Más, Pablo, más, más, penétrame.
Mi pene estaba erecto otra vez. Entonces me situé encima suya e introduje mi pene en su vagina. Ella me rodeó con sus piernas y comencé a embestirla más y más rápido. Podía ver como sus tetas se movían para delante y para detrás mientras Diana gritaba más y más fuerte. Cuando nos corrimos los dos, decidimos darnos un baño juntos.
Me terminé de desvestir, pues no me había quitado la ropa, mientras Diana llenaba la bañera. Era tan bella y apetecible. Por sus piernas resbala la mezcla de mi leche y de la suya y al levantar los ojos un poco vi su precioso culo. Se me hizo irremediablemente apetecible introducir mi pene en él. Me acerqué a su trasero, separé sus nalgas y comencé a besar su agujero.
-Ah! Por ahí es por donde más me gusta señor- pude escuchar. No podía creerlo, mi mujer nunca me dejaba ni siquiera tocarlo. Entonces cogí un poco de gel y unté ese lindo agujero. Mi verga, que estaba otra vez dispuesta, la coloqué en la entrada, la agarré por las caderas, y la metí de golpe. Sentí como a Diana se la cortaba la respiración en ese mismo instante, y como empezaba a jadear más y más según introducía y sacaba mi pene de su ano. Sin separarnos nos arrodillamos y Diana se colocó a cuatro patas. Cogí sus pechos con mis manos y comencé a masajearlos mientras empujaba mi pene dentro de su culo. Cuando me corrí nos metimos en la bañera.
Jugamos un rato en el agua y a Diana la volvió a apetecer otro tipo de juegos. Se sentó encima mía, agarró mi pene y la introdujo en su vagina. Comenzó a cabalgar encima mía y a sobarse las tetas.
- No me toques ahora- me dijo.
¡Cómo no iba a tocarla! No podía resistir la tentación de agarrar esos redondos pechos y besar sus duros pezones mientras cabalgaba encima mía. Pero no me dejó. Saltaba encima de mi pene mientras sus tetas botaban. Cuando ya terminamos, nos fuimos a mi cama a descansar de tanto trajín.
Llevaría como una hora dormido cuando sentí unas manos que jugaban a despertar a mi tranquila verga. Entonces Diana se sentó en mi cara y se inclinó hasta mi verga, a la que comenzó a besar y lamer. Yo hice lo mismo con su coñito, separé sus labios y comencé a meter mi lengua en su vagina, mientras masajeaba su clítoris. Cuando me iba a correr, Diana paró y se sentó en el borde de la cama.
-Arrodíllate ante mí- me ordenó.
Yo obediente lo hice. Me arrodillé entre sus piernas y ella se tumbó. La agarré por las caderas y la penetré. Estiró sus brazos hacia atrás mientras jadeaba como una puta.
-Más, Pablo, más rápido, córrete dentro de mí.
Levanté mi mirada a la puerta mientras seguía empujando, y cual fue mi asombro al ver a mi mujer allí, en el quicio de la habitación, con la camisa desabrochada, sobándose las tetas, la falda remangada y con la otra mano perdida dentro de sus bragas.
Terminé de correrme dentro de Diana e invité a mi mujer a pasar.
Me senté tranquilamente a ver el espéctaculo que me podían ofrecer.
Mi mujer se terminó de desnudar y se sentó junto a Diana. La cogió por la cara y empezó a besarla. Fue un beso largo y profundo. Sus lenguas se confundían. Diana empezó entonces a magrear las tetas de mi mujer y mi mujer a tocar el sexo de Diana. Diana se tumbó en la cama e invitó a mi mujer a que la besara el clítoris. Mi mujer sedienta de placer, comenzó a hacerlo.
Mi pene había retomado por entonces su tono y no pude resistir el deseo de meterlo en el coño de mi mujer. Ella, que estaba arrodillada, dejaba al aire su sexo, que estaba hambriento de placer. Me arrodillé detrás suya y le introduje mi pene en su sexo. Pude oir sus gemidos, que eran más discretos que los de Diana. Así estuvimos los tres: mi mujer comiéndole el coño a Diana, yo dándole a mi mujer y Diana gritando de placer hasta que nos corrimos los tres.
Entonces nos quedamos dormidos, descansando de tanto placer.
Qué bárbaro te gozaste a las dos, sabías tu mujer la contrato y te la preparo para cuando llegaras no te aburrieras solos en casa entretanto llegaba la reina de la casa la prostituta de tu hembra que es tu querida esposo actualmente puto.