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~ A ver, a ver… – decía frunciendo el ceño sin quitar su mirada del frente mientras conducía – ¿o sea que quieres que te deje en casa de tu amigo y me vaya?
- Síii – repuso el chico desde el asiento de atrás – exactamente eso.
- Mmm… lo siento pero… no puedo hacer eso – dijo – si te llega a pasar algo malo y no estoy cerca tus padres me ponen de patitas en la calle.
- ¡Ay por favor Reynaldo! – Minimizaba la situación – ¿Qué cosa mala me puede pasar? Es solo una fiesta común y corriente… con música, comida, cerveza… nada del otro mundo. Además me sé cuidar solo.
- Jajaja – rió – no vayas a decir eso frente a tus padres porque de verdad me quedo sin empleo.
- Jajaja naaah – rió Jorge sacando su celular del bolsillo – igual ellos te aman. Tendrías que hacer algo realmente malo para que te despidan.
- Sí – respondió virando a la derecha – como por ejemplo dejar a su hijo mimado solo de noche en el fiestón de su mejor amigo.
Jorge solo rió ante la nueva ocurrencia de Reynaldo.
- ¿Es por aquí? – Preguntó Reynaldo – nunca había venido por este lado de la ciudad.
- Sí, es por acá – respondió alzando su mirada al frente – al próximo cruce de calles viras a la derecha y conduces recto hasta al fondo.
- Ok.
El silencio se apoderó esta vez del interior de la camioneta y Jorge siguió mensajeando por Whatsapp con Mario, su mejor amigo que le preguntaba si iba ya de camino a su casa.
Jorge tenía 18 años recién cumplidos, era de estatura promedio y de complexión delgada con algo de músculo en desarrollo, cabello negro liso, piel blanca un poco requemada por el sol de esa época en la ciudad y ojos azules oscuros. Era un joven como cualquiera de su edad: estudiaba su último año de secundaria, tenía muchos amigos, de vez en cuando fiesteaba y también de vez en cuando era rebelde con sus padres. Su madre era doctora, trabajaba en su propio consultorio y su padre era gerente en una importante empresa de aerolíneas del país, lo que les permitía llevar un estilo de vida bueno y lleno de lujos; pero a pesar de esto, Jorge no era un presumido y materialista como muchos se pondrían imaginar del hijo de unos ricos, era muy educado y amigable, al punto que había hecho una estrecha amistad con Reynaldo, su chofer y guardaespaldas, al cual sus sobreprotectores padres le habían contratado.
Reynaldo detuvo el carro frente a una enorme casa, que por el ruido que emanaba de su interior y por la cantidad de chicos que estaban entrando a esa hora era seguro que esa era la casa de Mario.
- ¿Es acá? – quiso asegurarse.
- Sí – abría la puerta y salía del carro.
- ¿Entonces…?
- ¿Entonces qué?
- ¿Te espero o me voy? – inquirió.
- Vete – reiteró su postura – está fiesta será larga y… si no me equivoco hoy es el cumple de tu novia, vete y cenen algo juntos – Reynaldo protestaría algo pero Jorge se le adelantó con la respuesta – le hablaré luego a mi mamá, le diré que dormiré aquí en casa de Mario y fin del problema ¡Vete!
- Ok, ok – se resignó – pero por cualquier eventualidad que me necesites me llamas eh…
- Vale, yo te llamo – chocó sus manos con Reynaldo como lo hacía con todos sus amigos.
Jorge se dio la vuelta y se dirigió hacia la entrada de la fiesta, Reynaldo solo se aseguró que entrase a esta y puso en marcha la camioneta; al fin y al cabo Jorge tenía la razón, hoy era el cumpleaños de Tatiana, su novia, y lo único que quería ese día era verla y pasar un rato agradable con ella.
Reynaldo tenía 24 años, era un hombre de casi 1.90 m de altura, musculoso, cabello negro y piel blanca, llevaba siempre una barba de tres días que hacía armonía con su sonrisa de comercial de pasta dental. Era un hombre realmente guapo. Antes de dedicarse a brindar servicios de seguridad privada había sido instructor de lucha y defensa personal, pero un día se aburrió de ese trabajo y probó nuevos horizontes, fue así como obtuvo su primer trabajo como guardaespaldas de la esposa de un diputado. Vivía en un modesto apartamento al oeste de la ciudad al lado de su madre y su hermana menor, la cual tenía la misma edad que Jorge.
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La música sonaba estridentemente en toda la sala de la casa de Mario, había ya chicos y chicas bailando y bebiendo, otros estaban en la parte trasera de la casa haciendo lo mismo mientras otros se bañaban en la gran piscina. Se respiraba un ambiente de fiesta total en todo el lugar, tenía muy buena pinta.
- ¿Crees que venga? – nervioso preguntó Jorge a Mario cuando sacaban cerveza del refrigerador.
- ¿Quién?
- … – Jorge solo le dirigió una mirada indicándole que su pregunta estaba de más.
- Aaaaaah – entendió ese gesto – claro que vendrá, no te preocupes. Hablamos esta mañana, al principio se negó inventando mil y un excusas pero cuando le dije que vendrías tú aceptó muy animado.
- Mmm… ok – respondió – eso espero.
Los chicos regresaron a la fiesta y para sorpresa de ambos, ya había llegado la persona de quien estaban hablando hace unos minutos.
- ¡Diego! – Gritó Mario al verlo – ¡Qué bueno verte!
Jorge sintió que en su estómago se liberaba una nube entera de mariposas con el simple hecho de escuchar su nombre y éstas comenzaron a revolotear cuando lo vió en carne y hueso, con su cabello rubio bien peinado y su sonrisa encantadora. Le gustaba este chico desde hace mucho tiempo pero nunca había tenido el valor de hablarle puesto que la vergüenza y timidez le habían ganado siempre el valor.
- Hola Mario – dijo Diego acercándose a este y chocando sus manos – muy buena fiesta.
- Sí jejeje gracias – respondió – ¿Ya conoces a mi amigo Jorge cierto? – le dio un codazo para que reaccionara y dijese algo.
- Solo de vista – fijó sus penetrantes ojos azules en él – hola, mucho gusto, Diego – le tendió su mano.
- Jor… Jorge – tomando su mano sin soltarla – me llamo Jorge, el gusto es mío.
- Ehm… bueno pues… – tosía un poco Mario – iré a buscar a Eliana, los dejó para que se conozcan, están en su casa – sonrió pícaramente.
Mario se fue y los dejó solos. Diego se comía con la mirada a Jorge, era como un tigre ante su presa, era finalmente su oportunidad para acercarse y hablar con él, no debía desaprovecharla, llevaba semanas viéndolo desde lejos en el colegio sin que nadie lo supiese hasta que Mario lo descubrió en el salón de cómputo revisando las fotos del perfil de Facebook de su amigo. Por otra parte, Jorge estaba por estallar a causa de sus nervios, sentía sus piernas temblar levemente y su corazón acelerarse. Diego también tenía 18 años, era un par de centímetros más bajo que Jorge, piel bronceada, cabello rubio y de un cuerpo de muy buenas proporciones que había ganado practicando natación; en el colegio iba un año atrasado ya que reprobó un año la primaria.
- ¿Te parece si nos vamos a un lugar más apartado? – Propuso Diego – acá hay mucho ruido.
- S… sí, sí – respondió – vamos.
Diego y Jorge se fueron caminando entre los chicos que bailaban en la sala, pasando luego por la cocina hasta salir por una puerta hacia una parte de la casa de Mario que no formaba parte de la fiesta, era como un pequeño patio donde había un árbol y debajo de este una banca colgante. Jorge recordó haber visto muchas veces en ese lugar a la abuela de su mejor amigo tejer todo tipo de cosas, desde calcetas hasta abrigos que acababan siendo el regalo de navidad de este. Fue escuchándose el sonido de la puerta prensándose con el marco y Diego no pudo más, este era su momento y no había nada que lo detuviese, posó su mano en la cadera de Jorge y lo atrajo a sí, en la oscuridad de la noche sus labios buscaron los de este y se fundieron en un beso intenso y apasionado. Jorge estaba en una especie de shock porque no se esperaba tan pronto probar la boca del chico que le gustaba, pero esto no fue impedimento para que no lo disfrutase.
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Mientras tanto, Reynaldo se encontraba en la casa de su novia Tatiana, acababan de cenar la comida italiana que él había llevado, estaban en el sillón de la sala viendo una película juntos, estaban abrazados y tomados de las manos. Era algo mágico para los dos, que se amaban desde hace más de dos años. Ella era de baja estatura, morena y de castaños cabellos rizados, estaba cumpliendo ese día 23 años; era una chica alegre y muy extrovertida, inteligente y trabajadora, llevaba más de un año laborando en un call center.
- Gracias mi amor – susurraba ella dándole un beso en la mejilla.
- De nada – repuso – todo esto lo hago por ti, porque te amo.
El romance del momento fue interrumpido cuando el celular de Reynaldo comenzó a sonar. Este lo sacó de su bolsillo y el color de su piel se perdió cuando vio el nombre de la persona que le llamaba: “Sr. Saavedra”, su jefe, padre de Jorge. Tratando de tranquilizarse y fingiendo casualidad, atendió la llamada:
- Buenas noches Sr. Saavedra – dijo – ¿En qué puedo servirle?
- Buenas noches Reynaldo – al otro lado la voz gruesa de su jefe – ¿Todo bien en la fiesta? ¿Dónde está usted?
Reynaldo tragó saliva preocupado:
- Sí, sí, claro, todo bien, nada fuera de lo común – nervioso – yo estoy afuera de la casa del joven Mario como usted me lo pidió.
- Excelente – dijo el hombre – es que necesito que traiga a Jorge de regreso a casa ahora mismo – la sangre de Reynaldo se congeló al escuchar esas palabras – Rita ha regresado ya de su viaje y ha venido con mi suegra y esta está que se muere por ver a Jorge.
- Eh… ¿Ahora mismo? – se puso de pie viendo el reloj en su muñeca, eran las 12:03 de la madrugada.
- Sí, ahora mismo – afirmaba – ¿Pasa algo?
- No, no jejeje nada Sr. – trataba de que no lo descubriera – es solo que hay mucha gente en al fiesta y me será difícil encontrarlo.
- No importa, tómate tu tiempo.
- Ok Sr., estaremos ahí lo más pronto posible.
Reynaldo cortó la llamada y dirigió su mirada a su novia, que estaba también viéndolo:
- Mi amor… eh… disculpa yo… – intentaba justificarse.
- Descuida mi amor – se levantaba y lo abrazaba tiernamente – con que hayas venido a verme ha sido suficiente regalo de cumpleaños para mí – lo besaba en los labios.
- Gracias por comprenderme Tati – respondía a su beso – te prometo que el domingo pasaremos juntos todo el día.
Se volvieron a besar como despedida de esa noche y Reynaldo salió de la casa hacia la calle, donde había estacionado la camioneta. Tomó su celular y marcó a Jorge para avisarle que iría por él en ese instante; el celular timbró una vez, dos veces, tres veces… y no le contestaba. Lo volvió a intentar pero era inútil, no respondía. “De seguro no lo escucha por la música” pensó Reynaldo. Llamó esta vez a Mario, tal vez lo podía contactar por medio de él, pero fue en vano, tampoco respondió. Entró a la camioneta y la puso en marcha en dirección a la residencial donde se estaba llevando a cabo la fiesta.
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Buscando un poco más de privacidad y satisfacer sus deseos, Jorge y Diego se habían retirado de donde habían estado comiéndose insaciablemente a besos. Mario los había visto entrar a la cocina tomados de la mano y supuso cuales eran sus intenciones, les hizo de señas con la mano que subieran por las escaleras y doblaran a la izquierda; los chicos solo rieron y atendieron a la indicación del anfitrión de la fiesta. En menos de lo que se imaginaron ya estaban en un pasillo oscuro, besándose frente a la puerta de la ya muy conocida por Jorge, habitación de Mario. Jorge desde hace mucho rato no era el mismo que todos conocían, su timidez y nerviosismo habían desaparecido por completo, había tomado seguridad en sí mismo y se desenvolvía sin pudor ni temor alguno. Diego estaba encantado con la actitud de Jorge, le encantaba que tomase iniciativas y que no fuese un mojigato, porque si algo le desagradaba de un chico era eso.
Entre besos apasionados y manos calientes entraron a la habitación. Diego lanzó a la cama a Jorge y acto seguido se lanzó sobre él para continuar con los magreos, sus manos aprisionaban la cara de su nuevo amigo, deslizándose eventualmente hacia el cabello de este para acariciarlo. Sus erecciones estaban una contra la otra, se sentían mutuamente como sus mástiles muy enhiestos se rozaban aumentando su excitación. Las manos de Jorge acariciaban ahora el pecho de Diego sobre su camisa, luego la fue desabotonando lentamente botón por botón hasta dejarlo libre; fue como finalmente pudo sentir con su tacto la piel caliente de su amigo y sus fuertes pectorales, su sueño húmedo de tantas noches se estaba volviendo realidad. Pronto Diego haría lo mismo con él y le sacaría su camisa, quedando los dos con sus torsos al aire libre rozándose plácidamente.
- ¿Me la quieres chupar? – inquirió Diego con voz llena de morbo.
- Claro.
De inmediato él se levantó y desabrochó rápidamente su cinturón y sus jeans azules, los bajó de un solo tirón hacia el piso y se quedó solamente en boxers. La vista era maravillosa a los ojos de Jorge, desde la hermosa cara de Diego pasando por sus firmes pectorales y su plano abdomen lampiño hasta su parte baja, donde se delineaba claramente que detrás de esos boxers negros y ajustados un pene de buenas proporciones estaba siendo retenido. Entendía bien lo que este quería, así que se acercó a él y se puso de rodillas frente a su paquetazo, con su mano derecha lo acarició para luego hundir su rostro en este, besando le tela de los boxers, a lo que Diego solo respondía con gemidos ahogados, los cuales no pudo contener más cuando Jorge se decidió no hacerlo esperar más y sacó su polla para metérsela sin cautela alguna a su boca.
Jorge atesoraba con su boca la mitad del miembro de Diego, que era de tamaño normal pero bastante grueso y un par de venas resaltantes, cada papila gustativa disfrutaba el sabor de su pene, era algo que no él sabría describir en ese instante pero era lo más delicioso que había probado en años. Lo sacó un momento de su boca para remover más el prepucio hacia atrás y dejar su glande más expuesto, cuando lo hubo hecho sacó su lengua y le dio un par de lametones dejando un poco de su saliva en estos; el chico rubio casi gritaba de la excitación, por suerte la música estaba demasiado alta para que alguien los escuchase. Una vez más Jorge introdujo lentamente a su cavidad bucal el pene de su amigo, esta vez lo metió todo sin problema alguno, sintió chocar con su nariz una suave pelusilla rubia que poblaba en la base del pene, volvía a disfrutar de ese sabor exquisito pero lo volvió a sacar para darle más lametones.
Cada vez el pene de Diego entraba más a su boca, fue entonces que éste tomó la cabeza de Jorge de ambos lados y comenzó prácticamente follarla, generando un mete y saca leve, con el cual sus testículos chocaban con el mentón de Jorge. Al paso de cada segundo se sentía más excitado que antes, le mataba del morbo ver al chico que le gustaba engullirse sin dificultad su pene… era una sensación sin igual. Parte de él moría por acabar ya y embadurnar la cara de Jorge con su caliente semen pero parte de él no quería hacerlo aún, quería disfrutar su cuerpo al máximo, quería que se lo mamara por más tiempo, quería besarlo de nuevo, quería acariciar su espalda, quería penetrarlo y hacerlo todo suyo esa noche.
Sacó Diego su pene de la boca de Jorge, lo sacudió y lo pasó sobre sus mejillas, dejándole un rastro de su líquido pre seminal mezclado con saliva. Con su cabeza le hizo un gesto para que se levantase, este le obedeció y se puso de pie, sus labios volvieron a juntarse en nuevos besos con sabor al pene de Diego, lo cual les generaba mucho más deseos de seguir en lo que estaban. Tomó Diego ventaja de su posición y colocó sus manos en la cintura de su amigo, las deslizó con agilidad hacia la pretina de los jeans de este y los desabrochó, haciéndolos caer con todo y boxers, quedando ahora los dos totalmente desnudos. Por instinto Jorge se separó del rubio y se lanzó a la cama, poniéndose en cuatro patas, estaba dispuesto a todo; Diego buscó sus jeans, en su cartera siempre llevaba un par de condones por si acaso, sacó uno y lo desempacó, en menos de cinco segundos lo tenía ya puesto en su tieso pene.
Diego se acercó poniéndose justo detrás de él, no meditó consecuencias y la excitación le ganó, trató de meter de un solo tirón su miembro en el ano de Jorge e inmediatamente este reaccionó:
- ¡AAAAAAAH! – gritó – cuidado, que es mi primera vez.
Esas palabras no contribuyeron a que Diego fuese más cuidadoso y delicado con él, en cambio le inyectaron más adrenalina a sus venas y sin piedad volvió a intentar meterlo de un solo tirón, quería desvirgarlo de una vez por toda.
- ¡AAAAAAAH! ¡AAAAAH! – volvía a gritar ahogándose contra el colchón.
En esta ocasión el esfínter de Jorge cedió y el pene de Diego entró un poco, fue ese el momento en que una luz envolvió la oscuridad de la habitación… el alma de Jorge se salió de su cuerpo, su piel se puso pálida como una hoja de papel, su sangre su congeló en una milésima de segundo y su corazón dejó de latir cuando en el marco de la puerta estaba la figura de aquel hombre…
- Reynaldo…
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