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Sara, camarón gigante en salsa de maracujá

Gambas al ajillo de entrada, ensalada César, bacalao a la vizcaína… en la mesa dos margaritas, una botella Premier Cru se está enfriando en el cubo. Desde los altavoces discretos se deslizan en cascada unos virtuosísimos arpegios. Viernes por la tarde, el bullicio de la loca ciudad de quincena se desvanece poco a poco para nosotros en la fresca penumbra, última mesa del fondo. Un elegante restaurante en el Sur, manteles blancos largos que – como verán – jugarán un papel importante en nuestra historia. El mesero, impecable, profesional, en cada movimiento un artista, ya nos desplegó las enormes servilletas de gruesa tela sobre los muslos.

A mi lado la radiante Sara - regresó del Brasil más espléndida que nunca, volcán de energía y sensualidad, con esos cheiros renovados, inconfundibles, de aguas tropicales, la marca O Boticário cruza mi memoria olfativa. Picardía pura en sus ojos, nos tocamos, todavía discretos, nos miramos a los ojos sabiendo que nos espera una tarde fulminante. Lleva una minifalda verde, arriba un buzo veraniego que deja desnudos sus hombros y realza sus magníficos pechos que no necesitan sostén.

La había estado esperando un buen rato en mi coche, en el estacionamiento del restaurante, con el aire prendido; afuera me marca 33º, el clima adentro crea unos aceptables 22º. Llega, se sube, me abraza, besa, besa, besa efusivamente. Yo la toco, se abre para dejarme llegar, desabrocha mi pantalón y se zambulle sobre mi pau quien inmediatamente se agranda y entra en las profundidades de su garganta. Una vieja sentada en el restaurante nos mira desde lo lejos con cara de profunda desaprobación ¿será envidia de cuando ella tenía la carne firme? Serrat nos canta de lejos...

Sara estaba “morta de fome”, claro, con estos horarios mexicanos; ya eran las tres y media y allá almuerzan al mediodía. Se lanza sobre el pan y la mantequilla. Desde los primeros minutos estamos, nuevamente, en absoluta confianza, como si nos hubiéramos conocido por años. Me cuenta de su viaje al Brasil, la familia, su hermosa isla, sesión de fotos con una primerísima fotógrafa de Playboy en São Paulo. Le pregunto si su familia le ayudó a escoger entre las más de 70 fotos las que iba a colocar en el sitio. “Não, Henry”, se tapa la boca de susto con la mano, lanza una carcajada pícara, imagínate mi mamá, mis hermanos revolviendo esas fotos a ver cuáles son las más sexy. Rápidamente deja atrás su inicial portuñol y habla portugués con normal velocidad y entonación, la noble versión paulista de su estado; yo le correspondo lo mejor que puedo. La trataron de maravilla en casa, comió mucho pescado y camarão. Ya verás, pienso para mí, lo que son los verdaderos camarones mexicanos…

Va al baño, atravesando todo el restaurante con ese inimitable meneo de caderas. Garrota de Guarujá... Un comensal le clava sus ojos hasta que la flamígera mirada de su esposa lo reprime, baja su cabeza en señal de sumisión. Jajajajaja, cuántas veces no nos ha pasado eso cuando salimos con nuestras queridas esposas...

Ahora toca el virtuosísimo Badel Powell, mi guitarrista brasileño preferido.
Llegan las gambas al ajillo, nos sirven el primer vino. Ensayamos chocar sin tocar las copas con los dedos para que suenen como campanas. Nos besamos discretamente - ¿es posible besarse discretamente en un restaurante? Parece que ya estamos llamando la atención en esta tasca. Por lo menos los meseros nos obsequien su especial cuidado, lo que se podrá revertir en un problema, como verán más adelante. Las gambas saben sabrosísimas, con harto molio de olivo. Le miro a los ojos y le digo muy serio: Sara, quiero que vayas al baño, te quitas tu tanga, porque te quiero completamente desnuda, solamente para mí, debajo de tu buzo y tu minifalda. Sonríe y me dice: esto es más fácil. Con elegancia levanta una nalga, después la otra... nos interrumpe el mesero para traer algún plato. Sara empieza de nuevo, se agacha como si se le hubiera caído la servilleta y me alcanza su mini-calzón que me paso “gostozo” por la cara. Mmmmmm, ¡qué magnífico cheiro! Pero quiero más.

La tremenda Sharon Stone en Sliver ya se quedó atrás. Me mira a los ojos, desafiante, ¿es Sharon? No, por supuesto, mucho mejor, nuestra diablita brasileña: y ahora ¿qué sigue? Agarro el camarón más grande, lo chupo cuidadosamente y le digo, otra vez muy en serio: Sara, quiero comerme este camarón con una salsa muy, muy especial; tiene que ser de maracujá brasileño. Es la flor de la pasión. Se le dilatan las pupilas, muestra sonriente sus magníficos dientes y... abre, lentamente, las piernas. Disimulo, disimulo, escondo el camarón en la mano y lo deslizo por debajo de la mesa. Ahora sí, los manteles largos son de mucha ayuda. Tengo que torcer el brazo para llegar tan lejos, ella se acerca lo más que puede. Y desaparece todo el camarón junto con dos dedos en las profundidades del placer. Lo saco y, disimulo, disimulo, lo llevo a la boca. Mmmmm, nunca había saboreado un camarón más gostoso......Me como la mitad, pero necesito más salsa. Se repite el proceso, casi se me pierde adentro, y esta vez también le doy de probar a ella. El vino, además, ya está teniendo su efecto. Y ahora veo que la pared, justo detrás de nuestra mesa, ¡es un espejo!

Tocan algo argentino, unos tangos con Piazzola puede ser. Suena a "Verano porteño".
Los meseros, muy profesionales, atentos, disimulan, disimulan. Cruza mi mente una magnífica escena de antaño. Fue hace ya unos buenos añitos cuando me encontré con una ex-alumna norteña, voluptuosa, magnífica como nuestras mejores Divas del norte, en un congreso en Xalapa. Teníamos esa costumbre, para algo sirven los eventos académicos. Estábamos sentados en un restaurante, esta vez sin mantel; ella ya había salido desde el hotel en minifalda y sin calzón. En un momento dado, los cinco dedos de mi mano se encuentran en ardua labor entre sus muslos abiertos y con la falda subida hasta sus caderas. Levanto la mirada y veo a los cuatro meseros del lugar alineados en un mismo espacio contra la pared, en el único ángulo de donde podían observar tan fascinante espectáculo. Se lo digo a mi compañera sin quitar la mano, le da un infarto por un segundo y luego le mira directamente a los ojos a esos ojetes meseros con una amplísima sonrisa, de lado a lado. Los meseros, como si el diablo hubiera descendido entre los puercos, salen disparados hacia los cuatro puntos cardinales.

Le cuento la historia a Sara y me premia con otra pícara sonrisa. A estas alturas sus expertas manos ya pasaron rápidamente por debajo de la mesa, me abrió el cierre y sacó todo lo que encontró. Ahora me está haciendo un tremendo masaje con su diminuto pie desnudo. Mi fiel amigo se para debajo de la servilleta, enorme y pesada, por suerte; se ve como cuando niños jugábamos a los fantasmas y nos poníamos una sábana sobre la cabeza. Se agranda, más y más, y se quiera alzar sobre el canto de la mesa, pero no, eso sí que no; lo tengo que reprimir duramente para que se agache. Aii, loco, ¡qué pena que no puedo desaparecer debajo de la mesa! lamenta Sara.

Durante todo este tiempo - el capitán ya nos preparó la ensalada César en la mesa comme il faut - el teléfono de Sara no dejó de sonar, frenético. Y no es para menos. Volvió del Brasil, está hoy en primera plana del sitio, con nuevas fotos de huracán zafado, de modo que la jauría está enloquecida. A expresas instrucciones mías dejó prendido el teléfono y contesta escrupulosamente cada llamada. Seguimos contando... veintidós, veintitrés... Hola Miguel, hola José, ¿cómo estás? Sí, yo hago todo, todo, no hay límites. No, ahora sí no puedo, llámame de nuevo a las siete. A todos les dice más o menos lo mismo, a los conocidos, claro, con más cariño y detalle sensual. Yo me divierto como rey. De repente tenemos la misma idea, nos miramos y soltamos la carcajada. ¿Qué pasará a las siete, cuando todos hablen al mismo tiempo? El teléfono tendrá que reventar.

Entra otra llamada, ya estamos en el bacalao. Y el vino sigue haciendo su labor tramposa....Ahora sí, Sara no entiende nada y el otro tampoco. La miro en señal de pregunta. Sólo habla inglés, me susurra. Dile que lo pasas con tu secretario particular.

Hi, this is Sara’s private secretary, what can I do for you? El gringo del otro lado está llamando desde la great USA; llegará en tres semanas a México y, gringo meticuloso, ya está preparando su aterrizaje. Is she really the girl on the photographs, does she do all the things…detallista en sus planes. Sara y yo estamos muertos de la risa, casi no nos podemos contener. Recomiendo a Sara en puros superlativos. “Look, guy, I’m really not her secretary; I’m one of her favourite customers. She’s the best sex I’ve had in many years, believe me. We’re having a great time just now, and in a while we’ll have the fuck of the century, remember Basic Instincts? Quiere saber más. Yes, she’s going to do the best blowjob you've had in your life, no doubt about that. Me siento como el musculoso padrote quien recomendaba a la jovencísima Jodie Foster a nuestro Taxidriver zafado, dando todos los detalles de sus suculentos servicios... remember Scorsese 1976? Estas películas ya no se pueden hacer hoy, en un mundo políticamente tan correcto.

Tocan algo de Vivaldi, extraño potpurrí, pienso.
Y el vino sigue causando sus efectos, pinche cabrón engañoso. Los meseros, profesionales, inmutables, stiff upper lip most of the time, cuan butlers ingleses; sólo cuando se cruzan nuestras miradas, entre hombres, se permiten una minúsculo sonrisa de complicidad.

Rin, rin... Sara contesta; efecto del vino, habla más fuerte de lo aconsejable. Por todo el restaurante se escucha con cristalina claridad: Sí, mi amor, yo cobru dois mile e quinientos pesos por hora. A la vieja en la mesa de al lado se le cae un tremendo pedazo de pescado al plato ¡splash! cuando abre la boca por el infarto que le da. Luego se revuelca en un ataque de tos. Miro hacia otro lado y agarro a Sara por el brazo. ¿Hacia dónde corremos? Ahora sí, nos van a madrear en serio. ¿Qué tanto se dieron cuenta los meseros, los demás clientes? Disimulo, disimulo. Ya van a llamar a la policía y nos van a arrestar por escándalo público.

Tocan, quién sabe lo que tocan...
Pero no, no estamos en un pinche condado mojigato de Ohio in the middle of nowhere, uuy qué recuerdos; o en Suiza donde, eso sí, me arrestaron una vez “Was ist denn das für ein Skandal? Ich rufe die Polizei!”, cuando en una tasca, bohemios y borrachos, nos lanzamos a un tremendo faje yo con una colosal suiza que dejaba chicos a los Alpes. Ay, ¡qué tiempos aquellos! Tiempos divinos, pre-sida, locuras juveniles en plena revolución sexual. Pero no, aquí estamos en México y no en Suiza, aquí no pasó nada, el cliente es el rey y la propina será espléndida.

Ya estamos en el postre, algo flameado. A estas alturas, Sara y yo estamos ardiendo, flameados nosotros mismos. Con una mano me sirvo, la otra está permanentemente ocupada recorriendo las redondezas de Sara (= “alrededores” en portugués, no vayan a pensar otra cosa). Está cayendo la tarde, baja el sol como bola de fuego y nosotros nos hundimos en nuestra felicidad sexo-vitivinícola. Afuera el mundo sigue en lo suyo, Fox seguirá foxeando, a Creel ya nadie le creel, y nuestro incansable cardenal con la “R” seguirá posteando sus sotanadas en el foro.

Pagamos, nos vamos bajo las miradas cómplices, alivianadas también, de los meseros, agradecidos por la propina; nos subimos al coche y rápidamente nos perdemos en uno de los hoteles faraónicos del Sur: colosal alberca bajo cascada, jardín botánico con palmeras, chimenea en la planta baja, cama y jacuzzi en el segundo piso. En el primer tremendo polvo nos revolcamos sobre el sofá de piel en la sala. Después nos lanzamos a la alberca para bajar la cruda y practicar nuestras habilidades submarinas. También debajo del agua Sara es excelente; sabe usar el snorkel que da miedo, queda uno totalmente oxigenado. Splash, splash, llamada 38...Y hasta tarde en la noche nos revolcamos, tomamos más vino, nos revolcamos de nuevo... pero esto ya será tema de otra historia.

Zafada, zafadinha.

Um enorme beijão, querida Sara.

¡Que Sará, Sará!

Moraleja: Todos pensarán, obviamente, que esta es una historia inventada como la de Hänsel y Gretel; pero no, cada detalle es cierto, nuestra maravillosa realidad es más ingeniosa que nuestra fantasía. Si no, pregúntenle a Sara ...
Datos del Relato
  • Autor: jalos
  • Código: 14664
  • Fecha: 20-05-2005
  • Categoría: Hetero
  • Media: 5.94
  • Votos: 47
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3796
  • Valoración:
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Comentarios


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3 comentarios. Página 1 de 1
Jalos
invitado-Jalos 28-05-2005 00:00:00

Texto recopilado de HENRY MILLER (autor) foro divas punto com punto mx

jalos
invitado-jalos 28-05-2005 00:00:00

puedes leer mas textos de este autor en foro de divas punto com punto mx

Al Cento
invitado-Al Cento 23-05-2005 00:00:00

Lo mejor que he leído aqui en cuentos esperamos leer algunos más. Gracias

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