Busqueda Avanzada
Buscar en:
Título
Autor
Relato
Ordenar por:
Mas reciente
Menos reciente
Título
Categoría:
Relato
Categoría: Incestos

Mi padre

La cuerda de mi zapato sé desató, y tuve que agacharme a sujetarla, siempre carecí de mi padre, y justo en ese momento, recordé que ni siquiera a amarrarme los zapatos me enseñó. No quisiera expresarme mal de él, por respeto a quien en verdad merece el título de padre. De todas formas, al carecer de él, el concepto que pueda tener carece de sustento. No tengo idea cómo se comporta un padre. He llegado hasta donde estoy, gracias a la bondad de un buen hombre, que siempre mostró cariño por mí. Nunca le agradeceré lo suficiente, mucho menos pagarle el montón de cosas que hizo por mí. Conozco a mi padre y tengo suficientes motivos para odiarlo. Él, también sabe quién soy, pero no le he causado ni curiosidad. Si la puta de Carmen, no hubiera abierto las patas. Yo no estaría soportando tanta miseria y coraje. Ella, también tenía la culpa de mis frustraciones. No sé por qué le tenía ley a mi padre. Él tenía a su mujer, en un caserón llena de comodidades. A ella solo la utilizaba para coger.

Me dio coraje ver como nunca le dio su lugar, solo le aventaba unos pesos de vez en cuando. A mí ni siquiera volteaba a mirarme. Siempre vestido de negro de pies a cabeza. No sé de qué podía guardar luto, o solo era el gusto por ese tono. Era un infame.

Esa noche llovía de una forma descomunal. Los relámpagos entraban a nuestro jacal iluminando como si fuera de día. Carmela dormía como si nada, temporal tras temporal y los rayos y truenos no le causaban molestia. Cada vez que eso pasaba, permanecía despierto lleno de pánico. Me estrechaba a ella y sus tetas se batían sobre mi cara. Ella acostumbraba dormir desnuda, de por sí, solo usaba blusa y falda. Había logrado ambientarme gracias a su cuerpo, mis pies, ya no parecían un par de peces congelados. La puerta del Jacal se abrió y la luz de un relámpago ilumino una figura demasiado conocida para mí.

Sabía de qué se trataba, no era la primera vez. Se acercó al catre y me tomó con su puño de mi camisa. Y medio un empujón fuera del jacal. Llovía intensamente, en tan solo un minuto estaba empapado. Había demasiados agujeros en el jacal, Por donde podía mirar lo que Zacarías le hacía a mi madre. La misma luz de la tormenta eléctrica se empeñaba en mostrarme detalle a detalle la manera intensa en que desataban su pasión. Mi mente también jugaba conmigo, pues lo que no alcanzaba ver por la oscuridad lo imaginaba, y de esa manera me parecía ver la tranca de Zacarías desaparecer en las verijas de mi madre.

Parecían dos animales en una copula salvaje. Carmela gemía sin preocuparse de mí, sin importarle que la fría lluvia pudiera enfermarme, en ese instante solo le importaba tener el trozó de Zacarías hasta el fondo de sus entrañas. Una vecina de mi madre. Aun en medio del aguacero, me retiro de mi observatorio.

—ven muchacho no es bueno ver las pilladas de los adultos.

Hoy en día me doy cuenta el daño que provocaron en mí. De no ser por esas noches de ardor de Zacarías, hubiese crecido como cualquier otro chamaco. Amando y respetando a mi madre, y no deseándola como toda la bola de cabrones, no podía hacerme el pendejo yo también la desnudaba con la mirada. Verla coger tan despreocupada, despertó en mí el deseo que todavía hoy me consume. Unos días aquí y otros infernales con ella fue mi forma de vivir, apenas aprendí a leer, como dicen por ahí: cuando menos es lo que es una “o” por lo redondo.

Don Gonzalo me dio trabajo así me convertí en caporal. Ignoro si Zacarías le daba dinero constante, pero en cuanto comencé a ganar, nunca le faltó mi apoyo, no me gustaba estar con ella, porque la deseaba más de lo que me podía controlar. No había más donde dormir, que no fuera el catre donde Zacarías la revolcaba. Sencillamente no podía dormir junto a ella. Infinidad de ocasiones aprovechando que dormía, la manoseaba arteramente. Besaba y chupaba sus tetas, e incluso metí la mano en su adorable rincón. Puedo deshacerme en excusas, pero no soy de esa gente. Le agarraba la panocha a mi madre, porque la deseaba. Separado por temporadas de su lado, no pasaba una sola noche, en que no pensara en ella. Me masturbaba imaginando, que mi mano era su puchita. Todo eso era morboso lo sé, pero siempre me tuvo sin cuidado. 

Agustín era mi amigo, desde que ambos éramos muy pequeños. En realidad, para mí, era mi hermano y compartíamos secretos y aficiones. Él sabía, del deseo enfermo que sentía por mi madre, lo hice mi cómplice, e infinidad de veces, los dos íbamos a espiar a Carmela cuando desnuda se bañaba en la cascada. Agustín se quedaba mudo y ausente al contemplar los desnudos encantos de mi madre, y cuando yo me reía de su boba cara, se sonrojaba y me pedía disculpas.

—no pasa nada hombre, en todo caso, yo también me quedo bobo al verla desnuda.

—no me gustaría que te disgustaras, ni por esta ni por ninguna causa conmigo.  

—no te apures, no fui yo quién te trajo a mirarla, acaso también te estás disculpando por si llegaras a coger con ella. 

—no hombre como crees —no pude más que sonreír al ver su cara apenada. Carmela había terminado de asear sus rincones, con su cabello largo y oscuro ensortijado por el agua. Sus grandes senos agitados por el trapo con que los secaba, y los hirsutos pelos de su vagina con grandes gotas colgadas sobre ellos.

—verdad que esta buenísima Agustín —aquel calló unos instantes y respondió:

—perdoname, si, está buenísima —poco antes de que terminara de vestirse, Agustín y yo dejamos nuestro atisbadero.

Éramos un par de locos, dos locos calenturientos, que se consolaban espiando la desnuda figura de mi madre.

—¿te la cogerías Agustín?

—es tu mamá, y la verdad creo que no. Aunque, ¿cuándo crees que tu madre voltearía a verme?  

—pues yo si Agustín, tal vez sea la misma situación que la tuya, pero de alguna forma yo estoy más cerca de ella, y hasta duermo a su lado. Si se da el caso, me la cojo sin pensarlo.    

—estás loco.      

—si, por qué lo voy a negar, la vi tantas veces coger, que me volví loco de… celos y de deseos. Me gustaría ayudarte a que logres tus deseos Agustín, pero la verdad lo veo muy difícil.

Desconozco por qué, pero Carmela iba más constante a buscarme a mi trabajo. Cuanto me disgustaba que lo hiciera. Y no es que no me gustara, que se interesara en mí. Si no porque toda la bola de cabrones la desnudaba con la vista. Ahora, era un poco mayor, pero sus arduas labores la mantenían delgada y con sus formas intactas. Cuanto maldecía aquello, yo también era víctima de la lascivia. La miraba caminar directo a mí, con sus grandes melones flotando en su frente. Su rostro perlado de sudor, debido al intenso calor. Agaché mi vista, huyendo de mis malos pensamientos, pero fue inútil, al levantar la vista. La vi caminar desnuda, con sus pechos desafiando al aire, y su enorme mata púbica, brillante y oscura como la noche. Cerré de nuevo mis ojos, y sacudí mi cabeza.

Estaba arrodillado levantando algunas cosas, cuando levanté el rostro, ella estaba parada frente a mí, observé sus pies descalzos llenos de tierra, apenas cubiertos por su falda larga.              

—¿por qué no has ido a la casa?  

—he tenido mucho trabajo. 

—no será que no quieres verme.  

—ya te dije que he estado muy ocupado —volteé a todos lados y todos esos hijos de la chingada la devoraban con la mirada— ¡vete, vete pronto! A la noche voy a verte.  

—-por qué me tratas, así pues. 

—¡vete ya te dije que voy por la noche!

No tomaba, pero me gustaba ir a la cantina a jugar a las cartas. Tenía años que no sabía nada de Zacarías, esa noche se presentó y me topé con el cara a cara. Me miró queriéndome fulminar con la vista, le molestó que no hiciera lo que los demás. Parecía apestado al llegar a la barra todos se hacían a un lado. Me esquivó y se plantó en la barra. El cantinero puso un vaso en la barra y lo llenó. Zacarías lo apuró y sin pagar dio media vuelta y se fue. Porqué todo mundo le tenía miedo, yo no. De no ser porque yo tengo ojos azules, Zacarías y yo éramos idénticos en complexión y estatura.  Me dio la madrugada jugando y dejé a mi madre plantada. Ya en la hacienda en la soledad de mi cuarto, mire mis pies desnudos y de pronto me asaltó una idea. Me acosté y traté de sacarla de mi mente. Lamentablemente no lo logré. Sobre todo, porque parecía ser estupenda. Después de un par de horas elucubrando, Dormí casi nada. Había un montón de trabajo. Lo bueno de esto es que, así como empezábamos temprano terminábamos muy temprano. De paso por la ciudad, encontré un sitio de venta de ropa. Vi unas prendas iguales a las que usaba Zacarías, incluyendo botas y cinturón. Me probé cada una de sus prendas preguntándome, porque me entusiasmaba parecerme a mi padre, si yo a él no le importaba en lo absoluto.

Compré todas las prendas, zarape y un impermeable. Regresé a la hacienda y me di un baño, iba a estrenar esa vestimenta y quería lucir deslumbrante, quería impresionar a Natalia, una chamaca hermosa, que era mi novia desde hacía tiempo y trabajaba de cantante en la cantina. Llovía intensamente y no sé por qué, pero recordé la cita con Carmen y decidí ir a verla. Aun en las condiciones del tiempo, tan poco motivantes. Nuestro jacal estaba lo suficiente retirado como para desanimar a cualquiera, pasé a casa de Agustín, para que me acompañase. Las luces de su jacal estaban apagadas y decidí irme de paso. Después de un buen trecho, a punto de resbalar y caer de nalgas, estuve a punto de desistir en ir a mi jacal. Pensé que ya estaba cerca y bajo esas condiciones de lluvia lo mejor sería dormir en mi jacal, al lado de mi madre. Aquella idea me animó, de toda suerte, tendría oportunidad de meter mi mano en las verijas de mi madre. Apuré mi paso faltaban tan solo un par de minutos para llegar. La luz del jacal aún estaba encendida, mi madre había puesto la tranca, contrario a su costumbre. Toqué y por uno de los muchos agujeros, la vi dirigirse a la puerta para abrir.  Pensé seguramente se sorprenderá verme vestido igual que mi padre. Abrió y me dio la espalda. 

—ha, eres tu —lo dijo sin emoción.

Iba a quitarme el impermeable y el sombrero que de alguna forma cubrían mi rostro. Cuando con sorpresa, la vi caminar hacia su catre, quitándose la ropa y arrojándola al piso. Blusa y falda reposaban en el piso, y Carmen desnuda mostrándome sus portentosas nalgas. Nunca se había desnudado de esa forma frente a mí. ¡Oh no! ¿será posible? Ella creía que yo era Zacarías.

—Te vas a acostar o no. Si no tenías ganas no tenías por qué venir. No contesté solo hice lo que mi padre acostumbraba, con mi mano enguantada le indiqué que apagará la luz— por lo visto nunca terminaran tus manías —y apagó la luz.

Carmen me había confundido con mi padre no cabía duda. Me desnudé tan rápido como pude. Y me reuní a su lado, ella también deseaba todo aquello, me recibió con un beso delicioso, tan rico, que jamás he sentido un beso tan sabroso como ese beso que me dio mi madre. Despertó mi excitación al instante y la besé con todo el fuego de mi pasión.

—juum ¿qué te pasa ahora porque tan efusivo?

No le contesté, callé su boca con mis besos, en ese instante, solo quería hartarme de sus caricias, besar y tocar todos los rincones de su cuerpo. ¡viva… y despierta! Mis manos ávidas atraparon sus tetas, y las sobaba con toda ternura. Como explicar el golpe de sensaciones, en cada parte de mi cuerpo. Mi corazón saltaba locamente dentro de mi pecho, mi cerebro estallaba de dicha y mi vara extendida y dura pegada a su cuerpo. Varios minutos ocupe, ya besando su boca, ya sobando y chupando sus senos, ya hurgando enloquecido en su empapada panocha.

—Ya móntate, te necesito. Métemela toda.

Su voz excitada era más que una súplica, una demanda ansiosa, como bella melodía que acarició mis oídos. Me instalé en medio de sus piernas e hice a un lado su tupido arbusto, broquel expugnable de su intimidad. Apunté mi daga y con ella separé sus escurridizos pliegues. Carmen estiró su cuerpo al sentir como mi virilidad tomaba sitio en sus entrañas. Que delicia, al fin había tomado su grato fortín, y sentí flotar entre las nubes. Mi potente émbolo cual pistón, entraba y salía lubricado por el abundante óleo fruto de sus entrañas. A mi mente vinieron, las primeras escenas cuando descubrí a Zacarías montado sobre mi madre y ahora percibiendo la misma grata sensación, que ahora a mí llenaba de gozo. Desconozco el tiempo que pasó, pero desperté de mi casi somnolencia cuando Carmen soltó sus fluidos calientes y abundantes, gimiendo y resoplando como una yegua. Me interné hasta el fondo de su grato precipicio, y descargué mi semen ardiente, anegando con él, su de por sí empapada cavidad.

Fue una noche deliciosa, e inolvidable. Poco antes del amanecer me levanté y tomé todas mis cosas. Cuidadosamente evitando cualquier vestigio. Tenía aquella mañana tal alegría que se reflejó en mis labores y en mi ánimo. No se cantar, pero lo hacía a grito abierto.    

—pues me ilusiono que es tu cuerpo tu cintura, sin que lo sepas tú, sin que lo sepas tuuuu.  

Agustín me miraba con rostro desconcertado.

—Que le pasa al pajarito que amaneció tan cantador.   

—luego te platico, solo te adelanto que el pajarito mojó sus alas y por poco se ahoga en su bebedero. Ja, ja, ja, ja.

Terminadas las labores Agustín y Zenón se reunieron en la cantina.

—Así campeón que ya le diste a Naty por donde mea. Ja, ja, ja, ja.    

—¿Quien habló de Naty, Agustín?  

—¿entonces de quien estamos hablando?   

—baja la voz y escucha, le di su merecido a la panocha de Carmela.  

—es una broma. ¿No es verdad?   

—por completo… no es broma. Es en serio. 

 —no te creo.   

—no te culpo estaba encima de ella y no lo podía creer.

—no seas cruel cuéntame.

A grandes rasgos contó Zenón, su aventura al incrédulo Agustín. Esa noche, Zacarías no acudió a la cantina. Como era su costumbre, hizo presencia en el jacal de Carmela. Esta, quitó la tranca y le dejó entrar.

—otra vez tú, debes andar muy urgido o tu mujer esta de roja visita. 

—no sé de qué demonios estás hablando, desnudate, ya sabes a que vengo, o me largo sin darte tu merecido.

Carmen, hizo lo que tantas otras ocasiones, y lo esperó desnuda en su cama. Zacarías la copulo tan ordinariamente, que Carmen se quejó por primera vez por su desempeño. 

—anoche, estuviste más enjundioso más cariñoso más intenso.

Zacarías se levantó se vistió y se largó de muy mal humor. Pensando dentro de sí, esta cabrona está loca parece que la edad la está trastornando. Sin embargo, la duda estaba clavada, si como decía Carmen, se la habían cogido la noche anterior, quien había sido el cabron. De pronto enfureció. Ya lo averiguaré y a ese desgraciado le voy a meter su propia verga en el culo. A mí nadie me quita a mis hembras. Se dirigía a su casa, pero el trago había sido amargo, dos de hecho. El reclamo de Carmen y el saber que otro la había poseído. Y cambió rumbo hacia la cantina. Al llegar, todos le abrieron paso. Como en abanico se hicieron hacia los lados. Antes de tomar la copa que le habían servido, miró alrededor y de pronto posó su vista en la mesa de Zenón. Al verlo vestido igual que él. Supo lo que había ocurrido. Tomó la copa y salió sin decir palabra, y sin mirar a ningún sitio. Su rostro al frente sin denotar emoción.

Días después Naty informaba a Zenón que un poderoso personaje del pueblo había ofrecido una cantidad enorme al cantinero por copular con ella. Ella, obviamente se había negado, pero el cantinero le dijo que si quería ahorrarse problemas lo hiciera. Y de voluntad sería mucho mejor, porque si se hacía de las atenciones de aquel, su futuro estaría asegurado. Zenón fue de inmediato a ver a Don Gonzalo su patrón. Este estaba más informado que el mismo Zenón.

—ya lo sé muchacho y se, de quien se trata.    

—por un instante pensé que se trataba de usted don Gonzalo.  

—no hijo, yo ya estoy viejo para esas cosas. Ha pasado tanto tiempo, que ya no recuerdo ni a que huelen las verijas.  

—¿de quién se trata entonces?    

-—de Zacarías. Y te aconsejo hijo, no te metas con él, es implacable. Nadie que se ha metido con él, ha salido con vida. Por tu bien hijo, renuncia a esa muchacha, busca otra.    

—no soy cobarde no le tengo miedo.

 —no se trata de valentía. Zacarías es el tipo más astuto y peligroso al que puedas enfrentar.  Además, es…        

—mi padre, ya lo sé y no me hace gracia.     

—si crees tener ventaja por esa razón de una vez te digo que no, no le importará en lo mínimo, te estimo Zenón, por eso te digo esto. Si lo desafías date por muerto.

Zenón salió lleno de desconsuelo de la visita a su patrón. Pero no resignado. Huir con Naty era una acción cobarde, pero parecía su única alternativa. Pidió a Agustín que lo ayudase sin medir el peligro al que lo exponía. Esa noche ayudados por una bailarina compañera de Natalia, Zenón huyo con ella bajo el amparo de la noche. Días después, la bailarina que ayudó en la fuga fue encontrada muerta en el fondo de una barranca. Nadie dijo nada, todos sabían quién había sido, pero nadie diría media palabra.  A Zenón en el pueblo, todos lo daban por muerto.  Agustín, había quedado a cargo de las labores de Zenón. Después de un arduo día de trabajo Agustín volvía a su casa, debía cruzar un trecho largo, descampado y solitario. Acostumbrado a caminar entre las sombras, de pronto vio un hermoso caballo blanco que le cortó el paso. 

—hola Agustín.  

—hola, ¿pasa algo?                  

—no sé, eso lo tendrás que decir tú.   

—la verdad yo no tengo nada que decirle. 

—sabes Agustín tienes algo que yo aprecio mucho. Se llama lealtad, pero si en algo aprecias tu vida dime ¿dónde está Zenón?  

—no lo sé Zacarías, no me dijo donde iría.  

—te creo. 

—¿puedo irme?

—Claro que sí. Eres un buen hombre Agustín. 

Agustín reinició su camino sin que oyera las pisadas del caballo. Llevaría a lo sumo veinte pasos cuando, una gruesa soga cayó sobre su cuello. El infortunado muchacho, no tuvo oportunidad. La soga se estrechó rauda en su cuello. Y fue arrastrado unos metros, hasta entonces escuchó las pisadas del caballo. Justo en el momento en que Zacarías lanzó la cuerda sobre un árbol. La amarró de la silla, y camino con lentitud, hasta que Agustín quedo pendiente, pateando grotescamente. Zacarías esperó paciente a que Agustín muriera, después liberó su cuerda y desapareció del lugar. Días después Zacarías inició su cacería. Zenón pensó que no podría encontrarlo. Había huido bastante lejos, esa noche llegó al pueblo de aquel lejano lugar. Había comprado un vestido blanco para su Naty, se casaría con ella lo más pronto posible. Pagó la habitación del hotel, y después de un deseado y necesario baño. Se encontraba con Naty reposando sobre la cama. Por una causa que el mismo desconocía, se había encariñado con Naty como con ninguna mujer incluyendo su madre. Pero sabía de sobra, que también era por darle en la cabeza a Zacarías. Sin embargo, Natalia era una linda chiquilla de su misma edad, llena de sueños y candor. Solos, en aquella habitación, era imposible que no consumaran su amor. Zenón la tenía a su merced y ella deseaba ser su mujer. Le dio un beso en sus frescos labios, mientras deshacía el moño que sostenía su bata de dormir. La tranca de Zenón, se encontraba ya estirada. El banquete estaba puesto. Y el solo debía tomarlo. Deslizó la mano, hasta colocarla en su deliciosa panocha. Al sentir la suave tela de su prenda íntima, la verga de Zenón adquirió mas rigidez.

Su emoción, no tenía límite, al palpar la espesa mata de pelos, aun por encima de sus pantaletas. Naty, destilaba amor al observar el fuego destellante de sus ojos azules. Rodó una y otra vez el dedo por su rendija, hasta que este formó un surco. Tras aquello liberó con premura su estirada estaca, y la empujó suavemente en su intimidad. Su emoción era indescriptible, tomó su duro sable y lo deslizó en su surco, tal como lo había hecho con el dedo. Naty, había cerrado sus ojos, la humedad se había hecho presente en su vagina. La excitación de ambos los mantenía flotando entre nubes. Unas gotas de líquido transparente, quedaron impregnadas en la parte frontal de las pantaletas. Pero eso solo era una parte. La intima prenda estaba escurriendo por la parte que cubría las nalgas de la dulce Naty.  Los dos impulsaban sus caderas al encuentro de sus ansiosos sexos. Zenón abrió la bata y se deleitó mirando sus melones, ni grandes, ni pequeños, pero hermosos, muy hermosos. De blanca textura y rosados pezones, rodeados por una atractiva aureola de tinte más oscuro. Se incorporó y la despojó de sus pantaletas, por primera vez contempló el peludo sexo de su novia, a plena luz, el oscuro arbusto capilar de brillante tono, se hacía más apetecible. Sintió el deseo irrefrenable de lamer su cóncavo rincón, y arrebatarle los sonidos propios de su deleite. Separó los gruesos labios y hundió la lengua y batió con ella el clítoris, lo atrapó con los labios, y lo succionó hasta escuchar las quejas de placer de Naty, que se retorcía presa de fuertes espasmos en su vagina. Ella parecía haber perdido el oído, pues sus lamentos eran bastante fuertes. Le estaba volviendo loca, ningún varón le había hecho sentir tan hermosa sensación.

Aquella acción le reventaba de placer, suspiros y gemidos fueron más fuertes. Preámbulo de un orgasmo que le sacudió de pies a cabeza. Sus manos temblaban sobre la nuca de Zenón, este lamía con más pasión al escuchar los lamentos de placer de Naty, que escurría de pasión, desbordando su elixir sobre sus nalgas. El ímpetu y fogosidad de Zenón estaban intactos, y a pesar de su desfogue, Naty deseaba albergarlo en su hambrienta fisura. Cuando Zenón se acomodó entre sus piernas Naty, abrió sus piernas al máximo. El largo y robusto pendiente, ya apuntaba en el orificio, entrada de su viscoso canal. Los besos de Zenón lograron avivar el deseo de Naty, con voz temblorosa le imploró:               

—ya métemela amor, por lo que más quieras métemela ya.  

¿Por qué esperar más si era lo que más deseaba Zenón? Con todo el ímpetu propio de su juventud, Zenón le enterró de un solo empujón las doce pulgadas de su tranca, desapareciendo en su totalidad en el candente ducto de Naty. Ella, exclamó un hay desesperado, por el placer enorme que le provocó sentir su puchita invadida por el vigoroso aguijón. Naty, dejó escapar una lagrima emotiva de sus castaños ojos, estas escurrieron sobre sus lindas mejillas. Su cabeza parecía saltar, al ritmo de las fuertes embestidas de Zenón, una, y más de cien veces internó su poderosa barrena, hasta lograr que Naty tuviera un nuevo orgasmo intenso y cegador. Al notar esto Zenón arremetió con más fuerza, e instantes después anegaba por completo las entrañas de Naty cayendo los dos desmadejados.

Hermosa luna de miel para dos jóvenes que se amaban tan intensamente. Desgraciadamente, parece que la vida siempre cobra lo que te da. Y muchas ocasiones no es muy grata la forma en que lo hace. Don Gonzalo le dio una suma considerable para que empezara a trabajar o un negocio, en fin, Lo que él quisiera, siempre con la recomendación de cuidarse mucho, porque Zacarías lo iba a buscar hasta el fin del mundo. Pasaron algunos meses y Zenón iba progresando. Las noches intensas de amor con Naty habían dado fruto y estaba embarazada. Justo fue lo primero que descubrió Zacarías. Cuando estaba a punto de dejar la búsqueda, y por mera coincidencia, Naty pasó junto a él con un largo vestido blanco que no ocultaba su evidente estado grávido. Solo tuvo que seguirla para dar con Zenón. ¡Gracias palomita! Ya tendré el tiempo de arreglar las cosas contigo. Al día siguiente, muy de mañana Zacarías tuvo la paciencia de esperar a que Zenón saliera a su negocio, después entro a su casa, recursos le sobraban para hacerlo sin que nadie se percatara. Naty no dormía, pero continuaba acostada, de pronto escuchó que la puerta se abría y su rostro se llenó de terror al ver de quien se trataba.

—hola Naty, seguramente olvidaste que, a mí, siempre hay que esperar —la indefensa mujer quedo muda, sin embargo, se armó de valor y le dijo:

—¿qué es lo que quiere? Yo no tengo ningún compromiso con usted.

—creo que olvidas el interés que tenía por ti, ¿acaso no te lo dijo el cantinero?  

—sí, pero yo lo rechacé.  

—en realidad eso no importa, te convertiste en su mujer y parte de mi venganza.

Zacarías, sacó de entre sus ropas una delgada daga, causa de varias muertes. Naty miró el reluciente metal y se quedó helada. 

—¡no espere! Estoy embarazada.  

—en verdad crees que no lo sé, debiste preguntar si me importa. 

—se lo suplico finalmente no le hicimos nada.  

—tu qué demonios sabes, él si me la debe y me la voy a cobrar.   

—ignoro lo que Zenón le haya hecho, pero por qué mi hijo y yo.

Zacarías vio la angustia de Naty, y por primera vez en su vida, mostro algo que no me atrevo a decir “nobleza”.

—Si sabes lo que te conviene, no me has visto, no me des una razón para volver a verte.

Naty lo vio salir de la habitación, hecha un mar de llanto. Zenón atendía algunos clientes, al terminar el último, acomodaba algunas cosas, y de pronto escuchó que alguien cerraba la puerta de su negocio. Volteó, solo para observar a su padre frente a frente. 

—¿qué pasa? Parece que miras a la muerte. 

—en cambio yo, si veo un muerto.

Zacarías estaba a un paso de Zenón. 

—sabes no sé cómo decirte, pero no te tengo miedo.  

—eres valiente y eso me gusta Zenón. Pero eso no te hace invulnerable.

—Naty, no te pertenece.                      

—yo decido que me pertenece o no.

La serenidad de Zacarías causaba temor. Mientras que Zenón cada vez se miraba más nervioso.  

—lo de Natalia, te lo perdono. Finalmente, no era mi mujer. Pero que te hayas cogido a Carmela, no te lo perdono. Ella si era mi mujer, pero para ti, el agravante es que es tu madre. A ella también la hubiera matado, de no ser porque no sabe, que tomaste mi lugar esa noche.

Zenón palideció al instante, reconoció que a Zacarías le acompañaba la razón. Sin embargo, respondió con aplomo.

—tu mujer, ¿cuándo le diste ese lugar?  

—tu madre sabía que yo era casado y me aceptó, se lo dije con claridad, que yo nunca podría darle el lugar que ocupaba Antonia. Aun así, me aceptó.

Zenón perdía terreno en aquellas aclaraciones, pero no quería morir. Estaba claro que su padre sabía quién era, y no le iba perdonar la vida. Quiso aprovechar y sorprenderlo, pero Zacarías, era perro cebado y le atravesó el corazón, con la daga que traía libre en su mano derecha. Zenón, permaneció de pie unos segundos, con la vista fija en su padre. Contrastes de la vida, mucho trabajo le costó verlo en su vida, y ahora en su muerte, era la última figura que observaba.

Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
  • Media: 0
  • Votos: 0
  • Envios: 0
  • Lecturas: 4686
  • Valoración:
  •  
Comentarios


Al añadir datos, entiendes y Aceptas las Condiciones de uso del Web y la Política de Privacidad para el uso del Web. Tu Ip es : 18.119.255.31

0 comentarios. Página 1 de 0
Tu cuenta
Boletin
Estadísticas
»Total Relatos: 38.445
»Autores Activos: 2.272
»Total Comentarios: 11.896
»Total Votos: 512.052
»Total Envios 21.925
»Total Lecturas 104.850.608