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Feliz año nuevo

Juan Ramón era el nato exhibicionista de la oficina.

A pesar de que la piel de su rostro había sido víctima de acné implacable durante años de su adolescencia reciente y había quedado marcado indeleblemente, su cuerpo “esculpido” a través de los años mediante el fisiculturismo disciplinado, cubría con creces esa pequeña sombra en su “currículum físico”.

Juan Ramón dedicaba con obsesión su tiempo libre al levantamiento de pesas y a los ejercicios abdominales. Su objetivo, se decía a sí mismo, era formar un cuerpo perfecto y marcado (en forma de lavadero). Sabía que así lo era, pero su ambición crecía cada vez más, creyendo que todavía faltaba para alcanzar el objetivo aunque su cuerpo mostrara la perfección hacía tiempo.

La particularidad que más distinguía el cuerpo del chico eran dos enormes pectorales coronados por tetillas que bien podrían rivalizar con los pezones más desarrollados de una mujer. Desde pequeño había sido blanco de las bromas en ese respecto, pero ahora sabía bien que constituían un poderoso atractivo al que muy pocos podían sustraerse e incluso estimulaban a tocarlos, deliberadamente o no, como si quisiesen asegurarse que eran reales, ¡y sí que lo eran!

Por ese mismo motivo, Juan Ramón vestía camisetas plegadas y transparentes. Su color de piel, moreno bronceado, era visible a través de esas ropas tan delicadas y finas que le brindaban un placer adicional aparte de las miradas autorizadas y desautorizadas que recorrían su cuerpo a toda hora mientras paseaba deliberadamente por los pasillos de las oficinas repletas de personal femenino y masculino, o mientras conversaba en varias estaciones de trabajo con algunas personas que parecían devorarlo con la mirada.

El chico parecía andar a través de pasarelas por el contoneo de su sensual andar. Siempre conseguía que su mirada coincidiera con aquellos a los que dispensaba un interés recíproco e intercambiaba lujuriosas miradas que no siempre concluían en la cama.

A Juan Ramón, obvia decir, le sobraban las parejas. Si hubiese querido habría conseguido un compañero de cama en cualquier momento, a cualquier hora del día y en cualquier lugar. Pese a su exhibicionismo, Juan Ramón no era patrimonio popular de todos, sino de algunos cuantos porque escogía bien aquellos con los que gustaba compartir su sexualidad. En pocas palabras, sabía que los podía tener, pero su mente se había centrado recientemente en una fantasía que no lo abandonaba.

Experimentaba un placer excepcional que casi siempre terminaba con emisiones diurnas o nocturnas. Tan pronto conciliaba el sueño, se veía amamantando a dos bebés, uno de cada lado de sus bien depilados y tersos pectorales. Los infantes se apoderaban virtualmente de sus erectas tetillas con ávidas boquitas de leche. Succionaban con tal hambre las todavía más oscuras tetillas de Juan Ramón, que éste sólo se contorsionaba de placer antes de eyacular furiosamente después de dos o tres minutos de intensa actividad mamadora. Como los bebés no conseguían extraer una sola gota de sus tetillas la desesperación se traducía en mordidas y llanto que aceleraban sin duda la llegada del orgasmo.

El recuerdo de tales experiencias era notorio. Juan Ramón sufría erecciones en la oficina, en el autobús, en la calle, en todo lugar. Debía dirigirse a un sitio privado cuando ya no podía más y le era urgente descargar sus fluidos inmediatamente. Casi siempre debía hacerlo en baños, protegido de las miradas y oídos ajenos.

Desde que comenzó la obsesión a raíz de ese sueño, Juan Ramón inició una búsqueda desesperada. Sus candidatos tendrían que ser varones exclusivamente y poseer labios grandes y carnosos sin importar el color ni el físico. En la oficina había varios varones que se ajustaban a tales características, pero debía ser cauto porque tampoco estaba dispuesto a ser víctima de escándalos suscitados por su intemperancia.

Preferiría sin duda iniciar a jóvenes, incluso heterosexuales, pero la prudencia lo aconsejaba en todo momento. Ya había escogido a sus candidatos, todos ellos con labios carnosos y sensuales, pero sabía que escoger era fácil, pero convencerlos de participar en su fantasía sería lo difícil, si no es que imposible y tal vez con reacción violenta sin consumación.

En Juan Ramón fue cobrando fuerza la idea de hacer algo con respecto a sus tetillas, que día con día le causaban oleadas de placer, como si el levantamiento de pesos hubiese desencadenado una reacción especial a medida que embarnecían sus pectorales a través de las vigorosas sesiones de ejercicio.

Un compañero de gimnasio sugirió que se sometiera a una aplicación de “piercing” si quería calmar esa sensación de querer tener algo siempre en contacto con esas anormales pero atractivas tetillas que a menudo se endurecían llamando la atención de todo mundo.

Juan Ramón fue tentado por la sugerencia y recordó que durante su próximo viaje a un país del primer mundo bien podría hacer de este deseo una realidad. Había programado sus vacaciones para los últimos diez días de diciembre, para volver exactamente a casa la víspera del año nuevo. Faltaba poco menos de un mes para comenzar a disfrutar de vacaciones bien merecidas. Tendría que averiguar cotos y también las consecuencias que podría tener semejante intervención. Una vez calculados los riesgos y el costo, Juan Ramón creyó que no podría haber tomado la mejor decisión que horadar y luego adornar esas terminaciones con que la naturaleza lo había distinguido.

De antemano sabía que invertiría en lo mejor y para ello concibió un dibujo de dos rondanas o anillos en la forma de ojo, coronadas por un par de pequeños rubíes que había heredado y que destinaría para ese trabajo tan especial.

Transcurrieron los días y poco antes de salir, Juan Ramón ya tenía arreglada la sesión de “piercing” a la que se sometería a un costo razonable. Juan Ramón se sentía feliz. Cumpliría su sueño de viajar al extranjero nuevamente y como lo hacía año con año. Había escogido una ruta barata que incluía el pasaje ida y vuelta. Disfrutaría del anonimato en una gran ciudad que ya conocía y en donde siempre había hecho amigos y donde era asediado, principalmente en los sitios de reunión en donde le llovían propuestas de todo tipo.

Sin embargo, Juan Ramón no era un tipo fácil a pesar de que le gustaba exhibirse y gozar sus encuentros sexuales. Vivía de muchas fantasías, pero llevarla a cabo conllevaba un riesgo alto, por lo que escogía a sus compañeros sexuales y no olvidaba protegerse como medida preventiva.

El paseo estuvo ausente de incidentes. Juan Ramón había podido practicarse el “piercing” sin mayores complicaciones con la excepción de una leve infección advertida previamente y tratada con antibiótico. Juan Ramón había convalecido varios días antes de su regreso, por lo que tuvo oportunidad de exhibir sus dos “trofeos” que fueron codiciados en más de alguna ocasión cuando Juan Ramón se presentó en varios centros de reunión y quiso probar ligeramente una parte del revuelo que causaría en su propio país.

Juan Ramón aprovechó igualmente para adquirir feromonas, afrodisíacos naturales, recomendados en su presentación de perfume y para atraer hombres. Pudo comprobar con satisfacción no exenta de voluptuosidad que en verdad, tenían un efecto extraordinario para atraerlos.

El chico sabía de antemano que ninguna de estas medidas era necesaria puesto que le sobraban las oportunidades visto que era asediado y bien podría tener a quien quisiera para ungir su cuerpo de pies a cabeza con la misma lengua de sus admiradores. Pero a Juan Ramón le gustaban los retos y ya había decidido quien o quienes le gustarían para compartir su fantasía. No sabía cómo haría para convencerlos puesto que no eran gay, pero soñaba con ello y aunque no sabía ciertamente cómo procedería, el sueño de tener a tres varones dándole placer en sincronía no lo abandonaba.

Su regreso a casa lo llenó de alegría porque se reuniría con su familia y amigos en fecha tan especial. Había disfrutado sus vacaciones y ahora sólo pensaba en reintegrarse a su vida diaria y poner en práctica el plan que tanto había pensado.

El vuelo de regreso le deparó varias sorpresas inesperadas. Un contingente de jóvenes en calidad de deportados había captado la atención de todos por sus escandalosas risotadas, aventones y otro tipo de manifestaciones que ya habían sido amonestadas por enésima vez, exigiéndoseles silencio en respeto para los demás pasajeros y la seguridad de la aeronave. Las sobrecargos parecían haber perdido la paciencia puesto que ni una actitud estricta ni otra tolerante habían conseguido contener a una horda de maleducados.

Juan Ramón, a corta distancia del grupo, tuvo la oportunidad de identificar a jóvenes menores de 30 años, en su mayor parte mestizos, agraciados y “desgraciados” físicamente, comprobó sin dificultad.

Inesperadamente, el capitán de la aeronave anunció a los pasajeros que sería necesaria una escala técnica antes de avanzar hacia el destino final, todavía a poco más de una hora de distancia. Los pasajeros reaccionaron, primero airados y molestos porque ya había oscurecido y faltaban algunas horas para que el año terminara y temían no estar a tiempo en el destino final. Sin embargo, las razones del piloto terminaron por convencer a todos en el sentido de que bajar era más conveniente y luego reiniciar el regreso. Todo mundo, aseguró el capitán, pasaría el año nuevo en el destino final.

Sin embargo, no ocurrió así. A pesar de un aterrizaje perfecto y sin que la falla fuese percibida por nadie, se informó también que la aeronave tendría que ser sometida a una revisión técnica, pero que dada la fecha, no podría llevarse a cabo sino hasta el día siguiente. Si fuese posible, algunos pasajeros podrían tratar de conseguir algún vuelo con el mismo destino, pero una gran mayoría tendría que ser acomodada en hoteles por lo menos la noche del último día del año.

Juan Ramón, como los demás pasajeros, recibió la noticia con estupefacción y contrariedad. A pesar de la exigencia colectiva de ser llevados a su destino final como se les había prometido, lo máximo que se les había ofrecido fue acomodarlos en varios hoteles y en grupos de cuatro personas (ni siquiera uno por uno, también como consecuencia de la falta de espacio en hoteles debido a la demanda en fecha tan significativa).

Cuando Juan Ramón digirió la noticia, se disipó su molestia como por arte de magia. El grupo en el que había sido incluido estaba formado por dos hermanos gemelos adolescentes de apariencia tímida y un primo (bastante extrovertido) pocos años mayor que los gemelos. Los chicos eran personas comunes y corrientes, con el atractivo de su juventud pero con un rasgo familiar indiscutiblemente heredado, advirtió Juan Ramón con más que beneplácito. Poseían los tres una boca de labios carnosos que podría considerarse del tipo “trompudo”. Por la mente de Juan Ramón desfilaron escenas voluptuosas y candentes que prefirió no avivar por razones obvias.

La aerolínea, se informó igualmente, correría con todos los gastos, incluyendo la cena y los tragos, anuncio que causó un griterío de celebración por parte del grupo de deportados. Se les instaló en habitaciones y también se les recomendó las precauciones necesarias como proteger sus valores.

Juan Ramón informó que el aire acondicionado de la habitación asignada, para aumentar la lista de incomodidades e inconvenientes, no funcionaba del todo bien. Su queja, como muchas otras, quedó flotando en el vacío, por lo que decidió sobreponerse y prepararse para la cena que sería servida en el comedor a partir de hora muy temprana. Estaría con un grupo de desconocidos, pero intentaría ganarse su amistad y atención.

Para ocasión tan especial, Juan Ramón se vistió con pantalón ceñido de mezclilla elástico y camisa transparente para lucir sus prominentes pectorales coronados por tetillas perforadas y adornadas con dos joyas trabajadas en forma exquisita. Ni qué decir tampoco de sus fornidos brazos y vientre marcado para completar el cuadro de un musculoso pero sensual mancebo. No olvidó tampoco aplicar las feromonas con profusión, como si no tuviera lo suficiente para tener a quien quisiera . Mientras se arreglaba, Juan Ramón volvió a ser presa de pensamientos lascivos al descubrir que el primo de los chicos, sentado en el borde de unas de las camas de la habitación, lo miraba con cierto interés sin atreverse a decir una palabra.

Juan Ramón le sonrió amablemente y luego salió de la habitación con dirección al comedor del hotel. Vio a un grupo de chicos que incluían a los dos hermanos que se habían adelantado y que compartirían el mismo cuarto y se sentó junto a ellos. Se percató de risillas nerviosas, pero hizo caso omiso y comenzó a beber un trago que le fue ofrecido inmediatamente por un atento mesero. Sabía que no podría excederse en los tragos porque no le convenía perder la compostura ya que las oportunidades solo se presentan ante los que actuaban con cautela, y él la necesitaba.

Por su parte, los gemelos de labios prominentes, habían excedido su “cuota” de licor poco después de la cena y Juan Ramón los conminó a retirarse poco después de la repartición de abrazos una vez sondas las doce campanadas que anunciaron el año nuevo. El primo de los gemelos esperó su turno para abrazar a Juan Ramón y este sintió como el chico lo estrujaba en el momento con intención diferente a los demás. Pareció escuchar un halago dicho a manera de murmuración, pero no preguntó más. No le disgustaba el chico, pero creyó que se entendería mejor con los gemelos, a quienes condujo a su habitación auxiliado de sus poderosos brazos y a los que se aferraron los muchachos. Eran de complexión delgada, pero Juan Ramón no los discriminó por ello. Para sus adentros, en cambio, Juan Ramón pensó en todo lo que podría hacer con ellos y los atrajo hacia sí mismo dentro del elevador sin la menor señal de rechazo y sin dejar de decir: ¡feliz año nuevo, feliz año nuevo!

Con cierta dificultad pudo abrir la puerta de la habitación sin dejar caer a los gemelos. Juan Ramón observó que había tres camas (una matrimonial, para los chicos; una individual, para él o para el primo de los gemelos, dependiendo de quien la acaparara primero; y un catre recién colocado por los empleados del hotel). Sin embargo, Juan Ramón dispondría de las camas como mejor le conviniera, pensó.

Con todo cuidado, Juan Ramón depositó los cuerpos de los chicos en la cama grande y con delectación fue despojando la ropa de cada uno de ellos hasta dejarlos en calzoncillos. El calor era insoportable pero también lo excitaba. Juan Ramón graduó el único ventilador que pendía sobre la cama a la máxima potencia. Para su placer, descubrió que los chicos sufrían una erección a pesar de que parecían estar ebrios y completamente dormidos. Antes de dejar la habitación en penumbra, Juan Ramón observó a ambos chicos para comprobar cuán semejantes eran entre sí. Acarició sus cuerpos hasta llegar a la región de su entrepierna y sintió como los penes de ambos respingaron como reacción ante las deliberadas caricias.

Juan Ramón se desvistió, pero se quedó en calzoncillos tal y como habían quedado los gemelos. Con cuidado retiró las argollas que colgaban de sus tetillas y las guardó en sitio seguro. Luego acercó el catre a los pies de la cama donde dormían los gemelos y a quienes cubrió con una sábana. Después se recostó en el catre y dormitó con sobresalto, sin dejar de pensar que el destino parecía haberlo puesto tan cerca y tan lejos de su lujuriosa fantasía.

Aunque tenía a los chicos prácticamente a su merced, la inminente llegada del primo lo inhibía a pesar del interés que le había demostrado. Transcurrieron los minutos… El primo llegó al fin y se fue a recostar directamente a la cama vacía. Apagó la luz y en pocos momentos comenzó a roncar sonoramente. Por su paso ni siquiera se le ocurrió tocar a Juan Ramón, quien fingió dormir boca arriba mostrando la rigidez de su miembro.

En cambio, Juan Ramón fue víctima del insomnio, la cólera por la evidente indeferencia del recién llegado y la lujuriosa desesperación de tener a dos chicos a disposición aparente. Decidió olvidar su recato sin importarle el riesgo y comenzó a acariciar los pies de los gemelos, pellizcando las velludas piernas de ambos. Al fin y al cabo era año nuevo, vida nueva para justificar su acción. En un momento se acomodó silenciosamente entre ambos chicos y sin la menor consideración pasó los fornidos brazos por debajo de las cabezas que comenzó a atraer en dirección a sus pectorales. Juan Ramón hervía de pasión y volvió a comprobar que los hermanos, nuevamente, sufrían otra firme erección pero que incluso roncaban o fingían hacerlo. Cuando tuvo las bocas de ambos a escasos milímetros de sus tetillas sintió una descarga por el calor de los cuerpos de ambos gemelos tanto como por la deliciosa rigidez de sus vergas.

Ante la súplica silenciosa de “mamen por favor”, y que nunca profirió verbal sino mentalmente, ambos chiquillos aprisionaron las erguidas tetillas entre sus labios para luego succionar sin piedad. Juan Ramón creyó que así habrían mamado durante su periodo de lactancia, pero aunque no parecía en verdad que estuvieran dormidos, no quiso comprobarlo. Por el contrario, cerró los ojos y deseó que de sus tetillas manara un líquido dulzón que los mantuviera “pegados” por horas. Mientras tanto, Juan Ramón fue presa de una furiosa erección que lo obligó a despojarse de la minúscula pero elástica prenda que parecía estar a punto de rasgarse por la presión del miembro de roca.

Momentos después, Juan Ramón sintió calor en su oído mientras los chicos seguían succionando, para escuchar sobresaltado las siguientes palabras exigentes si bien en tono de pregunta: “Y para mí, ¿qué me toca papacito?”

Sin perder la compostura, Juan Ramón desplazo a uno de los chicos sin liberar la tetilla de la boca de este y dejó un espacio para que el primo se acomodara. Juan Ramón sintió los labios de quien recién se había incorporado en sus propias nalgas. Lo besaba y chupaba con pasión y pronto se percató que sus labios se aproximaban peligrosamente a su orificio. Juan Ramón suplicó una tregua momentánea para no regarse y pidió al primo que lubricara su ano; acción hecha con descuido para evitar eyaculaciones prematuras.

La succión continua y la penetración de un grueso y candente miembro hasta el tope enloquecieron a Juan Ramón y a todos los demás. Antes de convulsionar y contraerse involuntariamente gritó fuera de sí. Los gemelos asieron el enhiesto miembro de Juan Ramón y este removió el culo por encima del primo hasta el abandono. Momentos después se sucedió una descarga tras otra hasta fundirse en lava hirviente de cuatro en el paroxismo de la unión colectiva.

Durante el vuelo de regreso al día siguiente, pese al ardor sentido no sólo en las tetillas, Juan Ramón sonrió al recordar la consumación de su fantasía y repitió para sí mismo: ¡feliz año nuevo!

FIN
Datos del Relato
  • Autor: Rojo Ligo
  • Código: 15280
  • Fecha: 11-07-2005
  • Categoría: Gays
  • Media: 6.05
  • Votos: 264
  • Envios: 5
  • Lecturas: 7067
  • Valoración:
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1 comentarios. Página 1 de 1
Bernalillo
invitado-Bernalillo 23-01-2015 18:31:23

Excelente!!!!

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