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En el autobus

~~No hace
 mucho fui a Granada para ver a unos amigos y cogí el autobús,
 porque, aunque me encanta conducir, en los viajes largos prefiero
 dormir tranquilamente mientras otro conduce y ¿cómo?.
 ¿que qué egoísta soy?. Bueno pues según
 cómo se mire. Hay que tener en cuenta un factor muy importante:
 evitar la contaminación atmosférica El caso es
 que me gusta viajar en autobús y punto. Por raro que parezca.
 Sin
 embargo resultó que aquel día por lo visto muchos tuvieron
 la misma idea que yo, así que me encontré con un autobús
 abarrotado de gente. Tampoco me preocupó gran cosa. Yo tenía
 mi plaza reservada. Avancé despacio por el pasillo buscando
 el número de mi asiento, que estaba casi al fondo, y cual no
 sería mi sorpresa cuando me encontré a un hermoso espécimen
 humano sentado junto a mi sitio. Era un hombre de unos 30 años,
 alto, de complexión fuerte, con unos enormes ojos oscuros y
 que estaba completamente calvo. ¿He dicho alguna vez que me
 encantan los hombres calvos? Pues lo digo ahora: me encantan. Tienen
 un no qué que se yo que me atrae muchísimo y
 si encima son guapos, ni qué decir. Me felicité en silencio
 por la suerte que acababa de tener y, satisfecha, me acerqué
 con determinación hacia mi asiento. Él
 estaba mirando por la ventana, absorto en las idas y venidas de la
 gente por la enorme estación de autobuses, pero cuando vio
 que me paraba a su lado y me estiraba para colocar mi bolso de mano
 en la estantería de arriba, me miró con curiosidad y
 me sonrió. Le devolví la sonrisa y sin decir nada, me
 senté a su lado. Sin embargo él volvió a concentrarse
 en el panorama del exterior y me ignoró. Debo admitir que eso
 me molestó un poco; pensé que quizás fuera tímido
 o o que simplemente yo no le interesaba. Perfectamente podía
 ser gay. Además, ¡yo tenía novio!. ¿qué
 me importaba a mi aquel chico? ¿Dónde estaba mi entereza
 y mi sentido de la fidelidad?. a veces pienso que ambas cosas las
 pierdo con tanta facilidad que lo mío no tiene arreglo. Pronto
 el autobús se puso en camino hacia nuestro destino. El conductor
 puso una película y yo cogí un libro bastante interesante
 de José Antonio Marina, Diccionario de los sentimientos ,
 pero como estaba tan cansada, me costó mucho concentrarme en
 la lectura, así que hice como que leía y me dediqué
 a observar disimuladamente a mi compañero de viaje, que seguía
 mirando por la ventana como si el rápido paso de los paisajes
 del otro lado de la ventana fuera más interesante que cualquier
 otra cosa. Acabé
 por aburrirme como una ostra es más, creo que me hasta
 me hubiera llegado a convertir irremisiblemente en ese exquisito cetáceo,
 cual personaje kafkiano, si no llega a ser porque mi ansiado calvo
 me tocó la rodilla con la suya. Noté su contacto y sentí
 que me quemaba. Me removí un poco en mi asiento para hacerle
 notar que me estaba rozando, pero sin llegar a apartar mi rodilla
 de la suya. Aquel roce me quemaba. Seguí mirando las páginas
 de mi libro y pensé en esa metáfora que relacionaba
 las letras con hormigas. Él se movió. Entonces, todo
 su muslo entró en contacto con el mío. Cerré
 los ojos y me concentré en aquella zona de mi cuerpo que estaba
 tan íntimamente en contacto con la suya y reprimí un
 suspiro. Me estaba quemando. Me ardía. Recordé a Andrés
 Calamaro y aquella canción suya Me arde, / me
 está quemando, / estoy disimulando / como el fuego sobre
 la superficie del mar, / como el viento caliente del desierto .
 Yo
 llevaba una falda vaquera, bastante cómoda, que me llegaba
 hasta poco más debajo de las rodillas, pero que, al sentarme,
 me había subido un poco para andar más a mis anchas.
 No llevaba medias. Nada. Solo mi piel. Mi piel en contacto concon
 la tela de sus pantalones. Maldita tela, pensé. ¿Cómo
 serían sus piernas? Fuertes, seguro. ¿Las llevaría
 depiladas?. Él
 carraspeó. Pero no se movió. Yo no me atreví
 ni a mirarle. Entonces
 apoyé la cabeza contra el respaldo del asiento y cerré
 los ojos. Esperé. No sabía a qué, pero esperé.
 Pasado un rato sentí que él giraba la cabeza y me miraba.
 El corazón me latía tan deprisa que creo que era imposible
 que él no lo oyera. Y
 entonces ocurrió: él posó su mano entendida sobre
 mi rodilla ¡sentí una descarga eléctrica
 que casi me hizo gritar!!¡Me estaba tocando! Él pareció
 notar que yo no estaba tan dormida como parecía y se quedó
 inmóvil, pero sin apartar su mano de mi rodilla. Comencé
 a respirar con dificultad, notablemente más rápido,
 pero no osé abrir los ojos por miedo a que la magia se desvaneciera.
 Al diablo con los prejuicios morales. Traté de relajarme y
 quizás por eso, inconscientemente abrí un poco más
 las piernas, como si le estuviera dando mi venia para que siguiera
 conquistando mi territorio. No era de esos que se hacían de
 rogar. Debió de comprender mi gesto porque me comenzó
 a acariciar descaradamente la rodilla y, poco a poco, a escalar mi
 muslo desnudo, levantándome la falda a su paso, hasta mi ardiente
 sexo ¡porque vaya si lo estaba! Yo ni me movía,
 pero cuando llegó al borde de mi tanga, cerré la mano
 contraria a la de su lado y apreté el puño. No podía
 más. Estaba totalmente en tensión si me llegan
 a pinchar en ese momento, me hubiera puesto a gritar allí en
 medio como una energúmena. Apartó
 delicadamente la parte inferior de mi tanga con los dedos y me acarició,
 yo diría que hasta reverencialmente, el borde de los labios
 superiores. No pude evitar suspirar. Ya sentía que la presión
 cedía al placer y feliz, me abandoné a mi suerte. Separó
 un poco los labios y tanteando, supuse que fue el dedo índice
 de su mano derecha la que calladamente comenzó a acariciar
 levemente mi clítoris. Suspiré y ladeé un poco
 la cabeza, incapaz de moverme. Podía oír el breve chapoteo
 que sus dedos indagantes hacían en mi fruta mojada: yo estaba
 tan húmeda que temí manchar el asiento del autobús.
 Pasaron apenas unos segundos cuando me sobrevino un delicioso orgasmo
 que me dejó clavada, totalmente inmóvil, en el sitio.
 Me mordí los labios hasta casi hacerlos sangrar con tal de
 no gritar o de suspirar demasiado fuerte como para que me oyera todo
 la gente que viajaba en el autobús. Entonces él, sin
 darme un respiro, alentado por mi abandono, me introdujo dos dedos
 en la vagina y comenzó un frenético vaivén de
 dentro afuera, una y otra vez, una y otra vez. yo ya me sentía
 a las puertas del Cielo o del Infierno, porque no podía gritar,
 dejar escapar de mi garganta todo lo que tenía dentro. sin
 embargo no me dio tiempo a sentirme frustrada porque pronto sentí
 de nuevo una cálida punzada y un sofocante calor que me anunció
 otro orgasmo!! Yo!! Dos orgasmos en tan poco tiempo y solo con los
 dedos!! De
 pronto el autobús dio un giro y frenó. La atronadora
 voz del conductor anunció la última parada de Ciudad
 Real y mi compañero se revolvió en su asiento. Sacó
 los dedos mi interior y chupándoselos se puso de pie y me preguntó
 amablemente si le dejaba pasar, que aquella era su parada. Atontada,
 abrí los ojos y aparté las rodillas. Me sentí
 incapaz de ponerme de pie. Estaba segura de que si la había,
 me caería redonda al suelo. Vi
 cómo se alejada por el pasillo hacia la puerta que había
 en el centro del autobús pero no habría bajado dos escalones,
 cuando se giró hacia mi, y llevándose a la nariz los
 dos dedos que me había metido, y sonriendo, los olió
 como si del mejor perfume se tratara Después, sencillamente,
 se marchó. Yo
 continué mi camino hacia Granada, exhausta, feliz, y amando
 la vida más que nunca. Y
 si.
 La vida, inexorable, ha seguido con sus grandes y pequeños
 pormenores, si. pero yo jamás podré olvidar aquellas
 manos, aquel roce que me quemaba ésa es la esencia.

Datos del Relato
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